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jueves, 17 de julio de 2008

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Levadura en medio de la masa

por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 172-174

Pensáis que la Iglesia debe llamar la atención para cumplir con su tarea? ¿Pensáis que hay que hacer cosas llamativas, como las estrellas, los artistas del circo o los cantantes, para que la gente se entere del evangelio?
No son preguntas ociosas. Nos plantean el problema del modo de la presencia de la Iglesia en el mundo. Hay quienes piensan que debe tener una presencia brillante, llamativa. Admirar por la competencia, la organización, la eficacia, la influencia, la preparación, el poder.
También se piensa que la Iglesia para cumplir su tarea propia en medio de los hombres tiene que tener sus propias instituciones, sus centros, mediante los cuales, de un modo autónomo y propio, pueda cumplir su misión, junto a otras instituciones civiles con igual fin y con más medios.
No es malo que en tiempos de confusión confrontemos nuestras actitudes con los criterios del evangelio. Porque es sospechoso eso de que nos guste tanto que nuestra bandera vaya por delante de las otras banderas; de que nuestro grupo sea tenido en cuento como un grupo más y valioso, por nuestra aportación específica y por nuestra eficacia.
Sin embargo, «el Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente». La misma dinámica del Reino debe regir los destinos y los comportamientos de la Iglesia: que es su sacramento y de los cristianos, que somos sus mensajeros.
La presencia en el mundo de los hombres del Reino es humilde, silenciosa, insignificante, casi anónima; lo cual no quiere decir que no sea eficaz.
Este modo de presencia no es por miedo a represalias, ni por temor a hacer el ridículo, ni por vergüenza, ni por complejo de inferioridad. Es por opción y por actitud:
• Haz el bien sin que se note.
• Que tu mano izquierda no se entere de lo que hace tu derecha.
• No buscar la admiración, la estima y el halago de la gente.
• Haz el bien, sin aparato de poder, para que sea el bien el que aparezca por su propio brillo.
Lo único que busca el servicio –y la misión consiste en servir– es servir. Ahí se acaba todo, en la realización de esta obra. El servicio no persigue otro beneficio para sí que el de hacer el bien al otro.
La dinámica del servicio se cifra en la dinámica del grano de trigo: parábola que no debe ser perdida de vista en la vida del discípulo. El grano, insignificante, cae en el surco y queda escondido, para germinar luego y dar mucho fruto en la espiga. Cuando crece la espiga y se doran los campos y se siega, nadie se acuerda del grano de trigo que cayó en la sementera. Lo importante es la cosecha. El grano ha cumplido su misión, escondiéndose en la tierra sin dejar ni una lápida conmemorativa.
Es estilo del servicio que estamos llamados a realizar con los demás, es el de la parábola de la levadura:
• Con muy poca levadura: somos insignificantes y débiles, aunque necesarios para el servicio del Reino;
• Se fermenta toda la masa: la humanidad;
• Y este servicio a la inmensa masa de la humanidad se hace desde dentro, no desde fuera. Es necesario perderse en la masa sin confundirse –la levadura no debe dejar de ser levadura, del mismo modo que la sal tiene que ser sal–. Ahí, presentes en el corazón de la humanidad, como fermento, como espíritu, como instancia crítica y esperanza, se desarrolla nuestro servicio en beneficio de los demás, sin esperar nada a cambio. El creyente es un ciudadano entre los demás ciudadanos, y ahí debe ser levadura; en las relaciones, en el trabajo, en la familia, en la cultura, en las asociaciones, en las organizaciones humanitarias, en los sindicatos, en los partidos, en la vida ciudadana. El servicio se hace desde dentro, con una presencia activa y solidaria, con el estilo de la vida entregada y compartida, con el espíritu crítico y comprensivo…;
• La levadura no busca llamar la atención. Sólo intenta el fermento de la masa, el servicio al Reino, ayudar a que en las personas y en la sociedad se geste la nueva situación anunciada por el Reino de Dios. Busca que se logre el pan. Esto es lo único que le interesa a la levadura en medio de la masa: no su bien, ni su gloria, ni su aclamación, ni su prestigio, ni el poder, ni el dejar trazada una historia admirable, ni el reconocimiento, ni el tener un peso específico… La historia del prestigio de la Iglesia está lleno de «pufos».
A la levadura le basta con cumplir su cometido: transformar la humanidad en su servicio oculto y desinteresado. «El Reino de los cielos se parece a la levadura».

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