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martes, 15 de julio de 2008

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Homilía Católica

LOS JUSTOS BRILLARÁN COMO EL SOL EN EL REINO DE SU PADRE.
LECTURAS: SAB 12, 13. 16-19; SAL 85; ROM 8, 26-27; MT 13, 24-43
Publicado por Homiliacatolica.com

Comentando la Palabra de Dios

Sab. 12, 13. 16-19. El Señor, nuestro Dios, se muestra siempre con nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura. Él conoce nuestra fragilidad. Él sabe que muchas veces nuestros caminos no han sido rectos; que hemos sido infieles a su Alianza con nosotros. Sin embargo Él jamás nos ha abandonado, ni dado marcha atrás en el amor que nos tiene.
Por eso hemos de estar atentos a su amor, a dejarnos amar por Él, de tal forma que dejemos que Él se convierta en el Huésped central de nuestra vida. A partir de ese nuestro encuentro con el Señor y de su permanencia en nosotros, hemos de saber escuchar con un amor fiel su Palabra, de tal forma que, meditándola en nuestro corazón, dejemos que tome carne en nosotros, hasta llegar a convertirnos nosotros mismos en un Evangelio viviente del Padre para toda la humanidad. Dios nos llama para que estemos con Él.
Ojalá y escuchemos hoy su voz y no seamos rebeldes a sus enseñanzas. El Señor espera de nosotros una sincera conversión, un reconocimiento de nuestras miserias y una gran confianza en su misericordia, pues Él no es un enemigo a la puerta de nuestra vida, sino nuestro Dios y Padre, siempre dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con amor de Padre, a nosotros, a quienes ha hecho hijos suyos por nuestra fe y unión, por medio del Bautismo, a su Hijo Jesús.
Entonces, no por nuestros méritos, sino por pura gracia, brillaremos e iluminaremos al mundo con la misma Luz de Dios, que habita en nosotros.

Sal. 86 (85). Dios nos ama. Dios siempre está a nuestro lado como una muralla inexpugnable. Dios nos protege y nos salva. Nosotros no sólo hemos de invocar su Santo Nombre, como si fuese algo mágico, para logra la protección y la gracia de nuestro Dios. A nosotros, más bien, corresponde vivir en la presencia de nuestro Dios y Padre como hijos suyos, de tal forma que, a través de nuestras buenas obras, manifestemos que realmente el Señor habita en nosotros. Hechos uno con Cristo, único camino de salvación para nosotros, único Camino y Nombre con que nos unimos a Dios, vivamos en el amor fiel a Aquel que nos ha amado hasta entregar su Vida por nosotros para que, purificados de todo pecado, permanezcamos con Él para siempre, disfrutando de la misma Gloria que le corresponde como herencia por ser el Hijo único del Padre.
Si Dios nos ha amado tanto, y si nosotros lo amamos e invocamos su Santo Nombre ¿acaso seremos abandonados por Él? Si le somos fieles tengamos fe en que Él estará siempre con nosotros y nos concederá cuanto le pidamos para encaminarnos con seguridad a la posesión de los bienes definitivos.

Rom. 8, 26-27. Jesús es el Hijo amado en quien el Padre se complace. Él es el Hijo obediente que, por medio de su entrega y de su muerte, de su sufrimiento, llegó a la perfección siendo glorificado a la diestra de su Padre Dios. Él cumplió con amor su Misión Salvadora a favor nuestro. Por eso ahora tiene un Nombre que está por encima de todo nombre. Y el Padre Dios nos ha llamado para que participemos de la misma Gloria de su Hijo. Nuestra vocación final mira hacia nuestra glorificación junto con Cristo. Pero mientras llega ese momento, caminamos hacia ella en medio de tentaciones y persecuciones.
Sólo el Espíritu Santo, que habita en nosotros, podrá pedir, desde nosotros, lo que mejor nos convenga para no detenernos, para no dar marcha atrás, o para no abandonar ese camino de perfección que hemos iniciado en Cristo Jesús. Por eso, reconociendo nuestra debilidad y fragilidad humanas estemos siempre dispuestos a dejarnos fortalecer y guiar por el Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones.

Mt. 13, 24-43. Dios ha sembrado la Buena Semilla de su Palabra en todos nosotros, que somos la arada del Señor. Sin embargo a veces, en lugar de aparecer el fruto del buen trigo podríamos manifestarnos como personas que no sólo produzcan frutos venenosos, sino que incluso lleguen a convertirse en aquellos que inducen a otros al mal, convirtiéndonos así, no en sembradores de la Buena Semilla del Evangelio, sino en sembradores del mal, del pecado y de la muerte.
A pesar de que seamos grandes pecadores, de tal forma que llegásemos incluso a pensar que ya no tenemos perdón de Dios, sepamos acogernos al trono de Gracia y de la Misericordia de Dios. Él siempre está dispuesto a perdonarnos.
Y aun cuando el Reino de Dios se inicie entre nosotros como la más pequeña de las semillas, si le permitimos anidar en nosotros, algún día será como el más grande de los árboles, capaz, incluso de dar cobijo, seguridad, a los demás, llegándoles a manifestar el mismo amor que nosotros hemos recibido de Dios. Entonces podremos dar testimonio de nuestra fe mediante obras de un amor auténtico hacia nuestro prójimo, y estaremos colaborando para que el Reino de Dios se extienda a más y más corazones. Efectivamente unidos a Cristo, purificados de nuestros pecados y llenos del Espíritu Santo, el Señor hará que en verdad seamos fermento de santidad en el mundo para que poco a poco vayamos ganando a todos para Cristo.
Sólo entonces podremos decir que realmente somos personas que creemos en Cristo Jesús como Señor y Salvador nuestro.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En esta Eucaristía el Señor nos manifiesta su amor y su misericordia. Él nos ha convocado para que estemos con Él y recibamos su perdón, su amor y su paz. Él quiere reconciliarnos para que volvamos a ser, a vivir y a caminar nuevamente como hijos suyos. Él jamás nos guardará rencor, pues no es un enemigo a la puerta, sino nuestro Dios y Padre que jamás ha dejado de amarnos. En la Eucaristía el Señor nos quiere como un campo bien dispuesto a dejar que se siembre en él el Evangelio de salvación.
El Señor espera de nosotros los buenos frutos del amor, de la verdad y de la vida. Hoy nos reúne el Señor para celebrar este Misterio de Vida que nos ofrece convertido para nosotros en Pan de Vida eterna. La levadura que fermenta la Eucaristía para que sea Pan de Vida es el mismo Espíritu de Jesús. Quienes nos alimentamos de Él somos transformados en el Hijo de Dios, que continúa entregando su vida y derramando su sangre para el perdón de los pecados del mundo entero por medio de su Iglesia; por eso celebremos esta Eucaristía, y vivamos en el mundo como una Iglesia convertida en el Memorial salvífico del Señor para todos, de tal forma que todos encuentren en nosotros la paz, la seguridad y la alegría para sus vidas.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

El Señor quiere que nosotros seamos los primeros involucrados en vivir como Evangelios vivientes del Padre. La Palabra de Dios se ha de hacer realidad en nosotros. Dios conoce hasta lo mas íntimo de nuestro ser. Ante Él no podemos llegar con exterioridades ni hipocresías. Ante Él llegamos con un corazón humilde y dispuesto a dejarse salvar por Él. Ante Él retomamos nuestro compromiso de pasar haciendo el bien a todos. Sólo siendo un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos podremos decir que al final, por gracia de Dios, seremos almacenados como buen trigo en los Graneros eternos, pues ya desde esta vida estaremos manifestando que somos buen trigo de Cristo.
Nuestro corazón debe ser como un buen terreno que acoja a Aquel que es la Palabra, para que produzca en nosotros abundantes frutos de salvación. A partir de esa presencia del Señor en nosotros hemos de procurar el bien para todos, pues hemos sido llamados y enviados para hacer nuestra la misma Misión de Cristo: Salvar todo lo que se había perdido. Por eso la Iglesia jamás puede rechazar a alguna persona. Todo aquel que se acerque a ella debe encontrar apoyo para su vida y la posibilidad de desarrollarse plenamente. Más aún, debe encontrar la capacidad de convertirse en alimento sustancioso y no venenoso para cuantos le traten. El Señor espera que su Iglesia sea fiel a la fe que profesamos en Él y a la Misión que nos ha confiado.
Nosotros hemos de amar y servir como hemos sido amados y servidos por Cristo. Lejos de Él tal vez sólo lleguemos a ser unos charlatanes del Evangelio y no Profetas, Testigos de Dios, y lo único que daríamos a luz sería viento y no hijos de Dios, pues estos no nacen del orgullo de la ciencia del hombre, sino de la humildad y de la sencillez con que actúa el Espíritu Santo en el seno de su Iglesia, convertida por Él en fermento de santidad en el mundo.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir plenamente en comunión con Cristo Jesús, para que sea Él quien continúe realizando su obra salvadora en el mundo por medio de su Iglesia. Amén.

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