Comentando la Palabra de Dios
Is. 22, 19-23. Jesús, mientras era juzgado por Pilatos, le dijo: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no se te hubiera dado de lo alto." Y antes a sus discípulos les había dicho: "El que de ustedes quiera ser el mayor que se convierta en el menor y en el servidor de todos, así como el Hijo del Hombre que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos."
Por desgracia la megalomanía, es decir, el afán enfermizo de poder, puede ser causa de grandes injusticias, pues no se busca el servicio a los demás, sino el brillar a costa de ellos, aun cuando para ello se les tengan que pisotear sus derechos fundamentales. Jesucristo, el Dios Todopoderoso y Hombre Perfecto, nos ha manifestado su grandeza a través de su cercanía a nosotros, y de la entrega de su propia vida para que nosotros tengamos vida y seamos elevados, junto con Él, a la gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. El camino de los que creemos en Él no puede confundirse con la forma de gobernar de los poderosos de este mundo.
Nosotros hemos de amar y servir a la misma altura como nosotros hemos sido beneficiados por nuestro Salvador Jesucristo. Quien vaya por otro camino no puede decir que esté abriendo las puertas de la gloria, sino que estará cerrando para sí mismo la posibilidad de reinar junto con Cristo, no como opresor, sino como signo de amor verdadero, incluso a costa de la entrega de la propia vida a favor de los demás.
Sal 138 (137). Dios es amor. Es amor misericordioso y siempre fiel. Él conoce nuestras fragilidades. A Él no se le ocultan nuestros pecados. Y a pesar de conocer lo más profundo de nuestro ser y lo más secreto de nuestra vida, jamás ha dejado de amarnos. Él se manifiesta para con nosotros como un Padre, lleno de amor y de ternura para con sus hijos. Si nosotros nos gloriamos de tener a Dios por Padre no podemos proceder, en nuestro trato con nuestro prójimo, de un modo distinto a como nosotros hemos sido amados por Dios. Jesús nos dice: "Les he dado ejemplo, para que así como yo los he amado se amen los unos a los otros."
Vivamos ante Dios con un corazón agradecido por todos los beneficios que de Él hemos recibido. Y que nuestra gratitud a Él no consista únicamente en nuestros cantos de alabanza y en nuestra adoración, sino también en el servicio, lleno de amor, hacia nuestros hermanos, especialmente hacia los pobres, marginados y despreciados. Entonces toda nuestra vida se convertirá en una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. Sea Él bendito por siempre.
Rom. 11, 33-36. El que diga que no tiene pecado es un mentiroso, pues la Verdad no está en él. A pesar de vivir como enemigos de Dios, Él nos envió a su propio Hijo para reconciliarnos con Él y hacernos, junto con Él, hijos suyos. Quienes nacimos sin pertenencia al pueblo de los Israelitas, pertenecíamos a un pueblo rebelde, pecador y sin esperanza. Pero los judíos, al rechazar a Cristo, entraron también ellos a formar parte de los rebeldes contra Dios.
Todos, judíos y no judíos, hemos recibido una manifestación de la Misericordia Divina, pues, gracias a la obediencia de un sólo hombre, Jesucristo, hemos sido salvados. Todo cae en el plan de Dios, de quien proviene todo, por quien todo ha sido hecho, y hacia el que se orienta todo. Orientemos hacia Él nuestra vida y no continuemos siendo rebeldes al Señor. Dejemos que su salvación llegue a nosotros y nos haga criaturas nuevas, que manifiesten con sus buenas obras que en verdad hemos aceptado la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida.
Mt. 16, 13-20. No basta con verter conceptos precisos acerca de lo que es Jesús. Tal vez uno sepa mucho acerca de Él por los estudios realizados. Pero la fe no puede basarse únicamente en eso. La Iglesia, con Pedro a la Cabeza, no es transmisora sólo de verdades teológicas o dogmáticas.
La Iglesia no ha sido enviada sólo a ilustrar la mente de los demás, sino principalmente a salvarlos desde la propia experiencia del caminar con Jesús, de conocerlo como se conoce a un amigo, y de amarlo entrañablemente, haciendo nuestra su vida y la misión que Él recibió del Padre. Por eso Jesús, una vez que ha recibido la respuesta de Pedro y que lo ha constituido en Piedra de la Iglesia, le indica que se ponga atrás de Él para que, cargando su propia cruz, experimente lo que es realmente amar hasta entregar la vida por los demás para salvarlos, pues finalmente esa será la Misión de la Iglesia que el Señor encomendará a Pedro. Y Pedro no podrá sólo enseñar a la Iglesia la verdad sobre Jesucristo, sino que le enseñará a amar y a dar la vida para que la humanidad entera tenga vida, por medio de ella, como instrumento de salvación en manos de Dios.
Aprendamos, pues, a vivir conforme a los criterios de Dios y no conforme a los criterios de los hombres.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor nos reúne para celebrar su Victoria sobre el pecado y la muerte. No nos encontramos ante un rey meramente humano. El Reino de los cielos no nos desliga de la tierra, pero tampoco nos hace olvidar los bienes eternos. Ante el seguimiento de Cristo no podemos sentirnos seguros de la salvación conforme a los criterios mundanos.
Los que colaboran con los gobernantes de este mundo muchas veces gozan de inmunidad ante sus canalladas. Los que colaboramos con Cristo no podremos escapar del juicio de Dios si sólo nos quedamos en una fe superficial, tal vez instruyendo a los demás como maestros, pero viviendo con una gran hipocresía cargando el peso de la fe sobre los demás, mientras nosotros no la hemos vivido en lo más mínimo.
Hemos de aprender a ir tras de Jesús para no sólo convertirnos en predicadores, sino en testigos de la Buena Nueva de salvación. Este es el compromiso que adquirimos al entrar en comunión de vida con el Señor en esta Eucaristía.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Dios se ha mostrado misericordioso para con nosotros. Él nos ha hecho participar de su Vida y de su Espíritu. Su amor en nosotros nos ha identificado con el Señor, de tal forma que nos ha convertido en un signo de Él ante el mundo entero. Toda esta Gracia recibida de Dios debemos no sólo anunciarla con los labios, sino dar testimonio de la misma desde una vida que se convierta en la Revelación de Dios, desde su Iglesia, para todos. La Iglesia, por eso, no sólo es Maestra de la humanidad en cuanto a que es depositaria de la verdad para transmitirla a los demás, sino que también es Madre en cuanto que engendra a los hijos de Dios por obra del Espíritu Santo, comunicándoles la Vida que ella misma ha recibido de Dios.
Al responder personalmente sobre quién es Jesús para nosotros, nos estamos involucrando y reflejando en nuestra respuesta. Quien sólo dé una respuesta conceptual estará indicando su falta de fe y de compromiso con el Señor. Quien responda con sus obras, actitudes y vida amando y preocupándose del bien de todos, tal vez no sepa explicar muy bien su respuesta con palabras, pero sus obras estarán diciendo que Cristo ocupa el centro de su existencia.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser verdaderos testigos del Evangelio, de tal forma que no nos conformemos con anunciarlo con los labios, sino con las obras y con nuestra vida misma. Amén.
Por desgracia la megalomanía, es decir, el afán enfermizo de poder, puede ser causa de grandes injusticias, pues no se busca el servicio a los demás, sino el brillar a costa de ellos, aun cuando para ello se les tengan que pisotear sus derechos fundamentales. Jesucristo, el Dios Todopoderoso y Hombre Perfecto, nos ha manifestado su grandeza a través de su cercanía a nosotros, y de la entrega de su propia vida para que nosotros tengamos vida y seamos elevados, junto con Él, a la gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. El camino de los que creemos en Él no puede confundirse con la forma de gobernar de los poderosos de este mundo.
Nosotros hemos de amar y servir a la misma altura como nosotros hemos sido beneficiados por nuestro Salvador Jesucristo. Quien vaya por otro camino no puede decir que esté abriendo las puertas de la gloria, sino que estará cerrando para sí mismo la posibilidad de reinar junto con Cristo, no como opresor, sino como signo de amor verdadero, incluso a costa de la entrega de la propia vida a favor de los demás.
Sal 138 (137). Dios es amor. Es amor misericordioso y siempre fiel. Él conoce nuestras fragilidades. A Él no se le ocultan nuestros pecados. Y a pesar de conocer lo más profundo de nuestro ser y lo más secreto de nuestra vida, jamás ha dejado de amarnos. Él se manifiesta para con nosotros como un Padre, lleno de amor y de ternura para con sus hijos. Si nosotros nos gloriamos de tener a Dios por Padre no podemos proceder, en nuestro trato con nuestro prójimo, de un modo distinto a como nosotros hemos sido amados por Dios. Jesús nos dice: "Les he dado ejemplo, para que así como yo los he amado se amen los unos a los otros."
Vivamos ante Dios con un corazón agradecido por todos los beneficios que de Él hemos recibido. Y que nuestra gratitud a Él no consista únicamente en nuestros cantos de alabanza y en nuestra adoración, sino también en el servicio, lleno de amor, hacia nuestros hermanos, especialmente hacia los pobres, marginados y despreciados. Entonces toda nuestra vida se convertirá en una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. Sea Él bendito por siempre.
Rom. 11, 33-36. El que diga que no tiene pecado es un mentiroso, pues la Verdad no está en él. A pesar de vivir como enemigos de Dios, Él nos envió a su propio Hijo para reconciliarnos con Él y hacernos, junto con Él, hijos suyos. Quienes nacimos sin pertenencia al pueblo de los Israelitas, pertenecíamos a un pueblo rebelde, pecador y sin esperanza. Pero los judíos, al rechazar a Cristo, entraron también ellos a formar parte de los rebeldes contra Dios.
Todos, judíos y no judíos, hemos recibido una manifestación de la Misericordia Divina, pues, gracias a la obediencia de un sólo hombre, Jesucristo, hemos sido salvados. Todo cae en el plan de Dios, de quien proviene todo, por quien todo ha sido hecho, y hacia el que se orienta todo. Orientemos hacia Él nuestra vida y no continuemos siendo rebeldes al Señor. Dejemos que su salvación llegue a nosotros y nos haga criaturas nuevas, que manifiesten con sus buenas obras que en verdad hemos aceptado la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida.
Mt. 16, 13-20. No basta con verter conceptos precisos acerca de lo que es Jesús. Tal vez uno sepa mucho acerca de Él por los estudios realizados. Pero la fe no puede basarse únicamente en eso. La Iglesia, con Pedro a la Cabeza, no es transmisora sólo de verdades teológicas o dogmáticas.
La Iglesia no ha sido enviada sólo a ilustrar la mente de los demás, sino principalmente a salvarlos desde la propia experiencia del caminar con Jesús, de conocerlo como se conoce a un amigo, y de amarlo entrañablemente, haciendo nuestra su vida y la misión que Él recibió del Padre. Por eso Jesús, una vez que ha recibido la respuesta de Pedro y que lo ha constituido en Piedra de la Iglesia, le indica que se ponga atrás de Él para que, cargando su propia cruz, experimente lo que es realmente amar hasta entregar la vida por los demás para salvarlos, pues finalmente esa será la Misión de la Iglesia que el Señor encomendará a Pedro. Y Pedro no podrá sólo enseñar a la Iglesia la verdad sobre Jesucristo, sino que le enseñará a amar y a dar la vida para que la humanidad entera tenga vida, por medio de ella, como instrumento de salvación en manos de Dios.
Aprendamos, pues, a vivir conforme a los criterios de Dios y no conforme a los criterios de los hombres.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor nos reúne para celebrar su Victoria sobre el pecado y la muerte. No nos encontramos ante un rey meramente humano. El Reino de los cielos no nos desliga de la tierra, pero tampoco nos hace olvidar los bienes eternos. Ante el seguimiento de Cristo no podemos sentirnos seguros de la salvación conforme a los criterios mundanos.
Los que colaboran con los gobernantes de este mundo muchas veces gozan de inmunidad ante sus canalladas. Los que colaboramos con Cristo no podremos escapar del juicio de Dios si sólo nos quedamos en una fe superficial, tal vez instruyendo a los demás como maestros, pero viviendo con una gran hipocresía cargando el peso de la fe sobre los demás, mientras nosotros no la hemos vivido en lo más mínimo.
Hemos de aprender a ir tras de Jesús para no sólo convertirnos en predicadores, sino en testigos de la Buena Nueva de salvación. Este es el compromiso que adquirimos al entrar en comunión de vida con el Señor en esta Eucaristía.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Dios se ha mostrado misericordioso para con nosotros. Él nos ha hecho participar de su Vida y de su Espíritu. Su amor en nosotros nos ha identificado con el Señor, de tal forma que nos ha convertido en un signo de Él ante el mundo entero. Toda esta Gracia recibida de Dios debemos no sólo anunciarla con los labios, sino dar testimonio de la misma desde una vida que se convierta en la Revelación de Dios, desde su Iglesia, para todos. La Iglesia, por eso, no sólo es Maestra de la humanidad en cuanto a que es depositaria de la verdad para transmitirla a los demás, sino que también es Madre en cuanto que engendra a los hijos de Dios por obra del Espíritu Santo, comunicándoles la Vida que ella misma ha recibido de Dios.
Al responder personalmente sobre quién es Jesús para nosotros, nos estamos involucrando y reflejando en nuestra respuesta. Quien sólo dé una respuesta conceptual estará indicando su falta de fe y de compromiso con el Señor. Quien responda con sus obras, actitudes y vida amando y preocupándose del bien de todos, tal vez no sepa explicar muy bien su respuesta con palabras, pero sus obras estarán diciendo que Cristo ocupa el centro de su existencia.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser verdaderos testigos del Evangelio, de tal forma que no nos conformemos con anunciarlo con los labios, sino con las obras y con nuestra vida misma. Amén.
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