1.- Año Jubilar Paulino. Y, cuando uno se acerca a la segunda lectura y recuerda el hombre que, ayer, fue San Pablo, llega a preguntarse: ¿Qué le pudo ocurrir a este hombre para escribir así a los Romanos?
-Lo que antes era necedad, ahora es sabiduría de la fina
-Lo que perseguía con saña, son ahora caminos irrastreables
-Lo que antes de ayer era caos, hoy es origen, meta y fin del universo
Así es, amigos. Cuando uno descubre, cara a cara a Jesús, su vida cambia de la noche a la mañana.
2.- Acerquémonos a la sencillez de San Francisco de Asís. Asomémonos a la intrepidez de Francisco de Javier, a la bondad de Teresa de Calcuta, a muchos de los ídolos de nuestro tiempo (deportistas, cantantes, artistas) que de repente, de la noche a la mañana, ven que a su vida le faltaba algo, fondo… les faltaba Dios. O, como al mismísimo ex primer ministro británico, Tony Blair, que dejaba la Iglesia Anglicana porque, entre otras cosas, en la Católica encontraba con más nitidez a Jesucristo.
3.- Preguntémoslo a Pedro. ¡Qué dice la gente de Jesús! Y, como San Pablo, Pedro nos responderá lo mismo que nosotros, con nuestra presencia en la Eucaristía, afirmamos y profesamos: ¡Es el Señor! ¡Es el Hijo de Dios!
¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos esa convicción! ¡Cuántas puertas herméticamente cerradas se abrirían a la novedad del Evangelio!
¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos el valor y el coraje –a tiempo y a destiempo- de profesar que, Jesús es el Mesías! No existirían otros dioses, miedos ni temblores para profesar nuestra fe.
¡Ay! ¡Si como Pedro, ante el Señor, una y otra vez, en el sagrario o en la calle, en el trabajo o en la oficina, manifestáramos lo que somos! Muchos, verían y encontrarían en nuestra actitud, una llave con la que poder abrirse o encontrar a Dios
¿Qué ocurre entre nosotros, amigos? ¿Por qué no gritamos a los cuatro vientos lo que, en el silencio, sentimos? ¿Tan débiles nos encontramos que preferimos tener a Dios en los cuatro muros del templo de nuestro corazón que saltando por las calles por las cuales andamos?
Tenemos un déficit en nuestra vida cristiana: nos falta conocimiento de Jesús. No hace aún dos semanas cuando, una feligresa, me decía: “pregunto a mis hijos y mis nietos sobre Historia Sagrada y me llevo una gran sorpresa: no saben nada”.
3.- Surgen, en este domingo, una serie de preguntas que deben de sacudirnos nuestro vivir cristiano. Son para todos los que estamos reunidos, en el nombre del Señor, delante de este altar. Nos la dirige Jesús: ¿Qué soy para ti? ¿Quién soy para ti? ¿Qué sabes de mí? ¿Qué estás dispuesto hacer por mí?
¿Seríamos capaces de responderle? ¿Lo haríamos con frases huecas o con verdad de corazón? ¿Lo haríamos para contentar a Jesús o desde lo más hondo de nuestra conciencia?
No hace mucho tiempo en un programa de radio, por la noche, llamaba un joven que jamás había oído hablar de Jesús. Que en su infancia, su familia, se preocupó de poner filtro a todo lo que sonara a Iglesia, cristiano o religión. La sorpresa vino al final del programa cuando solicitó una persona que le enseñara algo sobre Jesucristo. Ahí está la cuestión. Para enseñar hay que saber, para saber hay que conocer y para conocer a Cristo hay que encontrarse con El. ¿Lo hemos entendido? Feliz encuentro con el Señor
-Lo que antes era necedad, ahora es sabiduría de la fina
-Lo que perseguía con saña, son ahora caminos irrastreables
-Lo que antes de ayer era caos, hoy es origen, meta y fin del universo
Así es, amigos. Cuando uno descubre, cara a cara a Jesús, su vida cambia de la noche a la mañana.
2.- Acerquémonos a la sencillez de San Francisco de Asís. Asomémonos a la intrepidez de Francisco de Javier, a la bondad de Teresa de Calcuta, a muchos de los ídolos de nuestro tiempo (deportistas, cantantes, artistas) que de repente, de la noche a la mañana, ven que a su vida le faltaba algo, fondo… les faltaba Dios. O, como al mismísimo ex primer ministro británico, Tony Blair, que dejaba la Iglesia Anglicana porque, entre otras cosas, en la Católica encontraba con más nitidez a Jesucristo.
3.- Preguntémoslo a Pedro. ¡Qué dice la gente de Jesús! Y, como San Pablo, Pedro nos responderá lo mismo que nosotros, con nuestra presencia en la Eucaristía, afirmamos y profesamos: ¡Es el Señor! ¡Es el Hijo de Dios!
¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos esa convicción! ¡Cuántas puertas herméticamente cerradas se abrirían a la novedad del Evangelio!
¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos el valor y el coraje –a tiempo y a destiempo- de profesar que, Jesús es el Mesías! No existirían otros dioses, miedos ni temblores para profesar nuestra fe.
¡Ay! ¡Si como Pedro, ante el Señor, una y otra vez, en el sagrario o en la calle, en el trabajo o en la oficina, manifestáramos lo que somos! Muchos, verían y encontrarían en nuestra actitud, una llave con la que poder abrirse o encontrar a Dios
¿Qué ocurre entre nosotros, amigos? ¿Por qué no gritamos a los cuatro vientos lo que, en el silencio, sentimos? ¿Tan débiles nos encontramos que preferimos tener a Dios en los cuatro muros del templo de nuestro corazón que saltando por las calles por las cuales andamos?
Tenemos un déficit en nuestra vida cristiana: nos falta conocimiento de Jesús. No hace aún dos semanas cuando, una feligresa, me decía: “pregunto a mis hijos y mis nietos sobre Historia Sagrada y me llevo una gran sorpresa: no saben nada”.
3.- Surgen, en este domingo, una serie de preguntas que deben de sacudirnos nuestro vivir cristiano. Son para todos los que estamos reunidos, en el nombre del Señor, delante de este altar. Nos la dirige Jesús: ¿Qué soy para ti? ¿Quién soy para ti? ¿Qué sabes de mí? ¿Qué estás dispuesto hacer por mí?
¿Seríamos capaces de responderle? ¿Lo haríamos con frases huecas o con verdad de corazón? ¿Lo haríamos para contentar a Jesús o desde lo más hondo de nuestra conciencia?
No hace mucho tiempo en un programa de radio, por la noche, llamaba un joven que jamás había oído hablar de Jesús. Que en su infancia, su familia, se preocupó de poner filtro a todo lo que sonara a Iglesia, cristiano o religión. La sorpresa vino al final del programa cuando solicitó una persona que le enseñara algo sobre Jesucristo. Ahí está la cuestión. Para enseñar hay que saber, para saber hay que conocer y para conocer a Cristo hay que encontrarse con El. ¿Lo hemos entendido? Feliz encuentro con el Señor
4.- TE CONFIESO, QUE NO LO SÉ, SEÑOR
Digo amarte
cuando, media hora en tu presencia,
me parece excesivo o demasiado
Presumo de conocerte
y, ¡cuántas veces!
el Espíritu me pilla fuera de juego
Te sigo y escucho
y miro, una y otra vez,
hacia senderos distantes de Ti.
Te confieso, Señor,
que no sé demasiado de Ti.
Que tu nombre me resulta complicado
pronunciarlo y defenderlo
en ciertos ambientes.
Que, tu señorío,
lo pongo con frecuencia
debajo de otros señores
ante los cuales doblo mi rodilla
Te confieso, Señor,
que mi voz no es para tus cosas
lo suficientemente recia ni fuerte
como lo es para las del mundo.
Te confieso, Señor,
que mis pies caminan más deprisa
por otros derroteros que el placer
las prisas, los encantos o el dinero me marcan.
Te confieso, Señor,
que, a pesar de todo,
sigo pensando, creyendo y confesando
que eres el Hijo de Dios.
Haz, Señor, que allá por donde yo camine
lleve conmigo la pancarta de “soy tu amigo”
Haz, Señor, que allá donde yo hable
se escuche una gran melodía: “Jesús es el Señor”
Haz, Señor, que allá donde yo trabaje
con mis manos o con mi mente
construya un lugar más habitable
en el que Tú puedas formar parte.
Amén
Digo amarte
cuando, media hora en tu presencia,
me parece excesivo o demasiado
Presumo de conocerte
y, ¡cuántas veces!
el Espíritu me pilla fuera de juego
Te sigo y escucho
y miro, una y otra vez,
hacia senderos distantes de Ti.
Te confieso, Señor,
que no sé demasiado de Ti.
Que tu nombre me resulta complicado
pronunciarlo y defenderlo
en ciertos ambientes.
Que, tu señorío,
lo pongo con frecuencia
debajo de otros señores
ante los cuales doblo mi rodilla
Te confieso, Señor,
que mi voz no es para tus cosas
lo suficientemente recia ni fuerte
como lo es para las del mundo.
Te confieso, Señor,
que mis pies caminan más deprisa
por otros derroteros que el placer
las prisas, los encantos o el dinero me marcan.
Te confieso, Señor,
que, a pesar de todo,
sigo pensando, creyendo y confesando
que eres el Hijo de Dios.
Haz, Señor, que allá por donde yo camine
lleve conmigo la pancarta de “soy tu amigo”
Haz, Señor, que allá donde yo hable
se escuche una gran melodía: “Jesús es el Señor”
Haz, Señor, que allá donde yo trabaje
con mis manos o con mi mente
construya un lugar más habitable
en el que Tú puedas formar parte.
Amén
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