1.- Cefas, o Kefas, ya no llamará así. Va a recibir el nombre de Piedra, de Pedro. Cambiar el nombre de alguien entre los judíos era darle un destino o una misión. Jesús quiere que Cefas sea la piedra que aguante la organización de su Iglesia. La referencia del capitulo 22 del Libro de Isaías narra que Eliacín va a recibir la llave del palacio de David. Eso significa tener el poder sobre el mismo y su control presente y futuro. También cambiará su nombre. Mateo narra de manera muy precisa la consagración de Cefas como primado de la Iglesia, como garante de llaves del Reino, como primer Papa. La promesa de Jesús no es solo relativa a un "cargo", incluye la permanencia de la Iglesia ante los avatares históricos y ante los ataques de sus enemigos. Pero además esa Iglesia vive dentro de una relación de continuidad con el cielo. La fórmula utilizada por Jesús es, como decíamos, muy precisa: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Estamos, pues, ante una realidad muy importante, que no viene de un capitulo organizativo humano. El Papado es una institución del mismo Cristo y esto no tiene discusión.
2.- "¿Quien dice la gente que es el Hijo del Hombre?". Es una pregunta interesante que, como muy bien expresa la Monición sobre las lecturas que leemos hoy, deberíamos hacernos cada uno. Y, sobre todo, preguntarnos que es Jesús para nosotros. Ha de ser una pregunta dirigida a una nuestra propia intimidad y contestada también en comunión, en la deseada "común-unión" en la que deberíamos vivir todos los cristianos. Pero ocurre que, a veces, no nos hacemos esa pregunta por miedo a encontrar respuesta. Sí, por temor a encontrar una contestación que cambie nuestra vida. Es posible que vivamos "adecuadamente" con nuestro "cristianismo de salón", que no sale más allá de unas cuantas prácticas religiosas o de la asistencia a alguna misa dominical. Y no es eso. Si nosotros --cada uno de nosotros--, como Pedro, expresamos en nuestro interior que Jesús es el Mesías esa impronta saldrá fuera y nos hará confesar por calles y plazas que él es el Cristo. Jesús le dice a Pedro que tal sabiduría se la ha inspirado su Padre que está en el Cielo.
¿Tenemos la "puerta abierta" de nuestro espíritu para que el Padre nos hable? Si nuestra alma está cerrada a las inspiraciones de Dios será porque estaremos demasiado preocupados con lo material e inmediato. Y eso sería un grave problema. A veces nosotros mismos acusamos a la Iglesia de ser una organización fuerte y pesada, ocupada en administrar las cosas del mundo. ¿Y no será que es nuestra vida la que está empapada de deseos de poder mundano, de dinero, de éxito temporal, de dominio y que es, precisamente, todo ello lo que nos impide escuchar a Dios?
3.- La densidad positiva del párrafo del capítulo XVI del Evangelio de Mateo reside, por un lado en el reconocimiento inmediato y espontáneo, por parte de Pedro, de la auténtica misión de Jesús. Y a partir de ahí, recibe el encargo de soportar, como piedra fundamental, todo el peso de la organización presente y futura de la Iglesia de Cristo. Tanto en el reconocimiento de Pedro sobre la auténtica identidad de Jesús, como respecto a la dignidad que le otorga Cristo, en ambas circunstancias está presente el Padre y su Espíritu inspirador. Por ello, el contenido trinitario de la escena es más que evidente. No es, por tanto, una fundación humana. La Iglesia es una realidad transcendente basada en la presencia, dentro de la misma, de Dios. Pero ello, a su vez, hay que asumirlo con enorme humildad y no usarlo como alma arrojadiza contra los hermanos de otras Iglesias o de otros credos. Sabemos que la Iglesia es de Dios, pero no será "nuestra" en la medida que no seamos inspirados por el Padre. No tenemos títulos propios para ocupar puesto alguno en la Iglesia, sólo los que nos dan la benevolencia y la sabiduría de Dios.
4.- ¿Merecemos los hombres los dones de Dios? ¿Era Pedro el más adecuado para recibir las llaves del Reino? La respuesta la tiene San Pablo en su Carta a los Romanos. Es tan breve el párrafo que hemos leído hoy, que merece la pena repetirlo ahora y hacer luego, ya en casa, su lectura más reposadamente. Dice Pablo: "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos". Solo la generosidad de Dios podría ofrecer a un humano una misión tan importante y sólo, asimismo, esa misma generosidad ha podido hacernos participes de una realidad transcendente, y continua en lo eterno, como lo es la Iglesia. Debemos meditar sobre nuestra relación con Dios y no "materializarla" a nivel de un rito desprovisto de toda comunicación real. El Señor, por generosidad, quiso quedarse en la Eucaristía. Está muy cerca de nosotros. Al menos una vez al día --aunque solo sea una vez al día-- deberíamos pensar que esta Iglesia es obra de sus manos y que nuestra presencia en ella es continuidad de un designio divino.
2.- "¿Quien dice la gente que es el Hijo del Hombre?". Es una pregunta interesante que, como muy bien expresa la Monición sobre las lecturas que leemos hoy, deberíamos hacernos cada uno. Y, sobre todo, preguntarnos que es Jesús para nosotros. Ha de ser una pregunta dirigida a una nuestra propia intimidad y contestada también en comunión, en la deseada "común-unión" en la que deberíamos vivir todos los cristianos. Pero ocurre que, a veces, no nos hacemos esa pregunta por miedo a encontrar respuesta. Sí, por temor a encontrar una contestación que cambie nuestra vida. Es posible que vivamos "adecuadamente" con nuestro "cristianismo de salón", que no sale más allá de unas cuantas prácticas religiosas o de la asistencia a alguna misa dominical. Y no es eso. Si nosotros --cada uno de nosotros--, como Pedro, expresamos en nuestro interior que Jesús es el Mesías esa impronta saldrá fuera y nos hará confesar por calles y plazas que él es el Cristo. Jesús le dice a Pedro que tal sabiduría se la ha inspirado su Padre que está en el Cielo.
¿Tenemos la "puerta abierta" de nuestro espíritu para que el Padre nos hable? Si nuestra alma está cerrada a las inspiraciones de Dios será porque estaremos demasiado preocupados con lo material e inmediato. Y eso sería un grave problema. A veces nosotros mismos acusamos a la Iglesia de ser una organización fuerte y pesada, ocupada en administrar las cosas del mundo. ¿Y no será que es nuestra vida la que está empapada de deseos de poder mundano, de dinero, de éxito temporal, de dominio y que es, precisamente, todo ello lo que nos impide escuchar a Dios?
3.- La densidad positiva del párrafo del capítulo XVI del Evangelio de Mateo reside, por un lado en el reconocimiento inmediato y espontáneo, por parte de Pedro, de la auténtica misión de Jesús. Y a partir de ahí, recibe el encargo de soportar, como piedra fundamental, todo el peso de la organización presente y futura de la Iglesia de Cristo. Tanto en el reconocimiento de Pedro sobre la auténtica identidad de Jesús, como respecto a la dignidad que le otorga Cristo, en ambas circunstancias está presente el Padre y su Espíritu inspirador. Por ello, el contenido trinitario de la escena es más que evidente. No es, por tanto, una fundación humana. La Iglesia es una realidad transcendente basada en la presencia, dentro de la misma, de Dios. Pero ello, a su vez, hay que asumirlo con enorme humildad y no usarlo como alma arrojadiza contra los hermanos de otras Iglesias o de otros credos. Sabemos que la Iglesia es de Dios, pero no será "nuestra" en la medida que no seamos inspirados por el Padre. No tenemos títulos propios para ocupar puesto alguno en la Iglesia, sólo los que nos dan la benevolencia y la sabiduría de Dios.
4.- ¿Merecemos los hombres los dones de Dios? ¿Era Pedro el más adecuado para recibir las llaves del Reino? La respuesta la tiene San Pablo en su Carta a los Romanos. Es tan breve el párrafo que hemos leído hoy, que merece la pena repetirlo ahora y hacer luego, ya en casa, su lectura más reposadamente. Dice Pablo: "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos". Solo la generosidad de Dios podría ofrecer a un humano una misión tan importante y sólo, asimismo, esa misma generosidad ha podido hacernos participes de una realidad transcendente, y continua en lo eterno, como lo es la Iglesia. Debemos meditar sobre nuestra relación con Dios y no "materializarla" a nivel de un rito desprovisto de toda comunicación real. El Señor, por generosidad, quiso quedarse en la Eucaristía. Está muy cerca de nosotros. Al menos una vez al día --aunque solo sea una vez al día-- deberíamos pensar que esta Iglesia es obra de sus manos y que nuestra presencia en ella es continuidad de un designio divino.
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