Mateo 16,21-27. Tras el domingo de la confesión (¿quién es el Hijo del Hombre?) viene el domingo de la decisión: ¿qué estás dispuesto a dar por el Reino? En uno de sus discursos más famosos, el Presidente Kennedy dijo a los norteamericanos: No preguntéis lo que América puede hacer por vosotros, sino lo que vosotros podéis hacer por América. En el evangelio de hoy, Pedro quiere saber lo que el Reino de Dios puede darle a él. Jesús en cambio dice lo que él está dispuesto a dar por el Reino, es decir, por los demás. ¡Está dispuesto a dar la propia vida! El Hijo del Hombre tiene que estar dispuesto a morir, no por amor al sufrimiento, no por victimismo, sino todo lo contrario: por amor a la Vida, que es la vida de los otros.
Texto
a. Tema básico. En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
b. Controversia: Pedro y Jesús. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte." Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."
c. Profundización de Jesús. Entonces dijo a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
a. Tema básico. El hijo del hombre tiene que padecer.
Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, el Hijo de Dios… Jesús le ha respondido haciéndole “piedra” de la Iglesia. Pero ser piedra significa soportar la carga del edificio, no como un Sísifo maldito, que sube una y otra vez la piedra para que de nuevo se le caiga, sino como hermanos de todos los hermanos. Pedro tiene que estar dispuesto a iniciar con los demás un camino de entrega generosa de la vida. No subirán a Jerusalén para conquistarla por las armas y reinar de un modo impositivo, sino para regalar generosamente la vida.
Esta es la “locura de Jesús”. Está dispuesto a subir a Jerusalén (¡una cueva de leones o, peor aún, de ladrones!) para regalar la vida. Habían pensado quizá que Cristo es quien hace, en creatividad triunfadora. Pues bien, Jesús descubre que el auténtico Cristo es quien sabe dar a los demás, amando en gratuidad, poniendo la vida a merced de los otros, no para sufrir (¡Jesús no quiere sufrir!), sino para lograr que todos puedan gozar y disfrutar el don de la vida.
Ha ofrecido solidaridad o reino de Dios pero los jueces del reino judío no le aceptan. Ha creado comunión, dando voz a los mudos, pan a los hambrientos, salud a los enfermos, pero los jerarcas religiosos y sociales de su pueblo le juzgan peligroso y en nombre de su ley social estrecha, le persiguen. Así lo ha descubierto Jesús, así lo acepta, sabiendo que tiene que llegar hasta el final: subirá a Jerusalén y le matarán, pero él regalará su vida, porque el don de la vida merece la pena, porque hay Dios y Dios es la resurrección.
Para hacerse solidario de los hombres (especialmente los pobres, enfermos, marginados y hambrientos), Jesus ha renunciado a toda forma de violencia o lucha externa. No puede imponer su proyecto por la fuerza, ni emplear en su favor las armas de la guerra u opresión humana, pues ellas las controlan los ancianos, escribas y sacerdotes de Jerusalén, vinculados al poder de Roma. Es claro que en este enfrentamiento desigual Jesus se encuentra derrotado de antemano. A pesar de ello (precisamente por ello) se mantiene, para que actúe Dios a través de su derrota, ratificando su entrega en favor de los humanos.
No quiere morir, pero tiene que estar dispuesto a morir. Así lo sabe y los declara en el momento central de su vida. No lo ha rechazado, no se ha rebelado. Él acepta las implicaciones de su obra, iniciando implícitamente un ascenso de muerte y pascua que le lleva a Jerusalén (lugar del sanedrín). Todo lo que siga será expansión de estas palabras, crónica y despliegue de una muerte anunciada en esperanza de resurrección.
La muerte está anunciada. No vendrá al final, como por casualidad. No es accidente inesperado que trunca la carrera victoriosa de un Mesías triunfador. No es tragedia contra la que debe elevarse angustiado el profeta del reino. No es tampoco comedia, representación teatral que hace Jesús, sabiendo de antemano lo que debe suceder, sin implicarse de verdad en ello, como si sólo le afectara externamente, en actitud de docetismo (sufre el cuerpo, el alma no padece, está ya en gloria). Entendida así, como expresión del don de su vida, la muerte de Jesús es Evangelio: el Hijo del Hombre tiene que ser capaz de dar la vida, no porque le guste sufrir (masoquismo), sino porque le gusta amar.
b.- Corrección de Pedro, corrección de Jesús
Simón es el discípulo primero a quien el mismo Jesús ha llamado Pedro (= Petros, el Piedra, fundamento de su comunidad mesiánica). Pues bien, como escogido de Jesús, él se atreve a increparle, rechazando su forma de entender el mesianismo. Jesús le llamó para encargarle la pesca escatológica y después le ha ofrecido la tarea de anunciar la conversión y expulsar a los demonios. Es normal que piense y diga lo que piensa, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión del mesianismo. Jesús es maestro, pero no dictador. Ha pedido su opinión ()quién decís que soy?). Pedro responde: tiene derecho a corregirle, trayéndole al camino del triunfo mesiánico, utilizando así buenas razones que le ofrece la Escritura y tradición israelita. No podemos suponer que es un cobarde, un incrédulo egoísta o simplemente alguien que busca sólo el triunfo externo. Tiene su razón al corregir a Jesús.
Pedro representa un tipo de buen mesianismo (israelita y cristiano). Pedro piensa que el camino de Dios es el triunfo externo: si Dios está con nosotros, si tú eres Hijo de Dios, tenemos que triunfar. Esta es la buena teología.
Pero Jesús va en contra de la teología de Pedro: si Dios está con nosotros tenemos que amar; si Dios está con nosotros tenemos que estar dispuestos a dar la vida en Jerusalén. Allí vamos, porque Dios nos lo pide, pero vamos con las manos desnudas de armas y llenas de amor.
. No es extraño que Pedro/ortodoxo rechace un camino de sufrimiento y fracaso que Jesús acaba de exponer al presentarse como Hijo del humano. No es extraño que se enfrente a Jesús. Lo extraño hubiera sido que no lo hiciera, que aceptara que el Mesías debe ser condenado precisamente por los sanedritas de la ley sagrada. Como representante de la tradición israelita (del mesías que triunfa, del sanedrín que es bueno), Pedro se cree obligado a corregir a Jesús, dándole una lección de mesianismo y cordura israelita.
Pedro defiende las cosas de los humanos propias del Sanedrín, cuyos sacerdotes y asociados (escribas y presbíteros) se oponen a la voluntad de Dios. Pero Jesús defiende las cosas de Dios y Dios no está en el triunfo por imposición, sino en el amor que se entrega generosamente, estando dispuesto a dar las vida.
Pedro es ortodoxo, ha hecho la buena confesión (¡Eres el Cristo, el Hijo de Dios)… y sin embargo es un diablo… (¡Apártate de mí Satanás!). Sería demasiado fácil decir que este Pedro/ortodoxo/Satanás es el Papa, pero bien puede serlo y podemos serlo nosotros, ortodoxos al extremo, pero capaces de imponernos sobre los demás pensando que tenemos razón.
Jesús llama a Pedro Satán… y sin embargo lo sigue dejando a su lado, en el círculo más íntimo de sus discípulos. Los dictadores de este mundo expulsan a los traidores… Jesús hará su camino rodeado de traidores con buenas palabras (de nosotros). Como antagonista de Jesús dentro de su grupo, Pedro representa los principios de la historia humana, lo mismo que los miembros del Sanedrín. Esta es la ironía: Jesús sigue manteniendo a su lado a Pedro y a los Doce aunque no acepten ni compartan su camino. .
c.- Revelación más honda, verdadero seguimiento
Jesús llamó a sus discípulos. Ahora profundiza la llamada: (Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo...! Estas palabras reflejan la experiencia primordial del Cristo que entrega la vida para construir el reino. Aisladas del contexto, ellas pueden parecer un canto al sufrimiento: entrega masoquista, destrucción de la persona. Dentro de Mc ellas expresan la exigencia y sentido de la entrega de la vida, para el surgimiento de la nueva casa y comida mesiánica.
El proyecto de Jesús (compartir los panes, construir una familia donde caben todos los humanos...) no se puede conseguir con métodos de magia, imposición o infantilismo. La nueva comunión del pan compartido sólo se construye en actitud de gratuidad activa, con personas dispuestas a entregarse por lograrlo:
a: Principio fundamental: Quien quiera venir en por de mí, niéguese a sí mismo... Venir tras Jesús implica tomar su misma cruz y negarse a sí mismo, afirmando desde Dios la vida de los otros. Negarse no es buscar el sufrimiento, de un modo masoquista, sino buscar el bien de los demás… Negarse es abrir un espacio de vida para que los otros vivan.
b: Aclaración: Pues quien pretenda ganar su propia alma ese la pierde... Ganar el alma propia es perderse… quedarse encerrado en sí mismo. ^Perderse por los otros es ganarse en plano de evangelio. Mc identifica causa de Jesús y evangelio, buena nueva de fraternidad universal (de casa y mesa compartida). Jesús mismo es la vida que se entrega por los otros, en esperanza de resurrección.
c: Razonamiento: ¿Qué le vale al ser humano ganar el mundo entero si pierde su alma...? Alma es la vida que se ofrece y recibe gratuitamente. Los valores del Sanedrín, los ideales de Pedro pertenecen a este mundo, en plano de ganancia impositiva, enfrentamiento y lucha interhumana. Alma, en cambio, es aquello que se tiene (y es) al compartirlo con los otros, como Jesús, por el reino..
B a': Ratificación escatológica: (Quien se avergüence de mí y de mis palabras...! Las palabras de Jesús son la más honda verdad del creyente al que definen ante el Hijo del humano que vendrá como portador del premio de Dios, de la vida de Dios para los hombres
Estas palabras expresan la paradoja fundamental de la vida cristiana. No son signo de inútil victimismo, ni gesto masoquista de huída de este mundo sino principio y clave de vida compartida: sólo allí donde los humanos superan su egoísmo y su deseo de dominio (su violencia), en actitud fuerte de entrega, puede suscitarse la más alta comunión interhumana, la iglesia en la que todos se vinculan.
Los códigos sociales de fuera (especialmente un tipo de judaísmo antiguo y el de cierto cristianismo actual) suscitaban un espacio de cierta paz grupal, pero sólo lo lograban con violencia exterior (separación de los demás) e interior (imposición de grupo). Jesús ha superado esas formas de violencia, pero al hacerlo queda en manos de las jerarquías de Israel, amenazadas por su proyecto de gratuidad y palabra compartida.
Jesús no formula una nueva ley de familia como los rabinos. Tampoco impone por fuerza su proyecto, pues ello rompería la gracia de su reino. Su mismo ideal le sitúa en camino de muerte porque, en un mundo como el nuestro, dominado por la ley de imposición de los violentos, quien pretenda servir a los demás en gratuidad ha de estar dispuesto a morir por ellos. De esta modo ha formulado Mc la novedad permanente de la iglesia, fundada en la muerte del Hijo del humano, superando un judaísmo que sigue a la espera del Cristo de Pedro y un islam que sacraliza la victoria de Mahoma con su retorno a la Meca. Crear comunidad desde la derrota, vincular a los humanos por la entrega de la vida: esa es la novedad de Jesús y de su iglesia según Mateo.
d. Conclusión.
Jesús no ha reflexionado sobre el sufrimiento en un plano teórico, como han hecho Qohelet o Job, no ha investigado y propuesto nuevas teorías, más hondas, para explicar en general el posible valor humanizante del sufrimiento. Él ha hecho algo anterior, mucho más hondo: Se ha puesto de parte de los que sufren, ofreciéndoles su solidaridad, curándoles. En contra de lo que a veces se ha dicho, en Jesús no hallamos ninguna “mística del sufrimiento”, como la que puede encontrarse en IGNACIO DE ANTIOQUÍA (cuando dice que quiere morir, ser molido, para unirse con Cristo: Romanos 4); no hay tampoco una mística como la de aquellos que han pedido a Dios sufrimientos, diciendo “o padecer o morir”. En contra de eso, Jesús ha protestado contra el sufrimiento y lo ha hecho de un modo de un modo inmediato e intenso: ayudando y curando a los que sufren, prometiéndoles el Reino de Dios, que es la felicidad completa, ya desde aquí, en este mundo.
Este motivo nos sitúa en el centro del mensaje de Jesús. Tanto Buda como Jesús quedaron impresionados por el sufrimiento de los hombres. Ante ese descubrimiento, Buda optó por cerrarse en su interior, más allá de los deseos, para superar de esa manera (en lo interior) el sufrimiento. Jesús, en cambio, se rebeló con toda fuerza contra el sufrimiento de los hombres, expresado en sus enfermedades. En esa línea, sus milagros elevan una protesta incondicional contra la miseria y la opresión humana, tanto la miseria física como la social.
Se ha dicho a veces que los milagros de Jesús son gestos primitivos e inmaduros, cercanos a la magia. Buda fue más elevado: enseñó a los hombres a aceptar el sufrimiento, a no evadirse. Jesús, en cambio, habría querido superar el sufrimiento, curando a los enfermos… Pero, al final, su protesta habría sido inútil, pues todo siguió como estaba.
Pues bien, eso no es cierto. Jesús no se evadió, ni se refugió en la sabiduría interior, sino que inició un proceso de protesta activa en contra del sufrimiento. Por eso inició con los pobres (con los hambrientos y sufrientes de su tiempo, los enfermos y oprimidos (cf. Lc 6, 20-21) un movimiento de liberación, en las condiciones concretad de aquel mundo… Un movimiento que, en aquellas condiciones, como en las actuales, significa estar dispuesto a morir.
Ciertamente, también Pedro está dispuesto a seguir a Jesús, para superar de esa manera el sufrimiento de los pobres, pero quiero hacer sin sufrir (como un vencedor). Jesús, en cambio, sabe que sólo se puede acompañar y ayudar a los sufren estando dispuesto a morir con ellos (por ellos) en Jerusalén.
Por acompañar a los que sufren, Jesús está dispuesto a sufrir, no por victimismo, sino por solidaridad. Sabe que el sufrimiento de los hombres no se soluciona con más templo y más imperio (porque el templo y el imperio concretos de su tiempo son causantes de mucho sufrimiento), sino con más solidaridad, allí donde los hombres y mujeres estén dispuestos a “tomar la cruz”, poniéndose de parte de los perdedores de la historia (los crucificados).
Jesús no ha buscado el sufrimiento, sino todo lo contrario: ha querido y buscado la dicha de Dios. Pero ha aceptado de un modo personal el sufrimiento, para realizar así el camino mesiánico, muriendo a favor de la llegada del Reino de Dios.
Texto
a. Tema básico. En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
b. Controversia: Pedro y Jesús. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte." Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."
c. Profundización de Jesús. Entonces dijo a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
a. Tema básico. El hijo del hombre tiene que padecer.
Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, el Hijo de Dios… Jesús le ha respondido haciéndole “piedra” de la Iglesia. Pero ser piedra significa soportar la carga del edificio, no como un Sísifo maldito, que sube una y otra vez la piedra para que de nuevo se le caiga, sino como hermanos de todos los hermanos. Pedro tiene que estar dispuesto a iniciar con los demás un camino de entrega generosa de la vida. No subirán a Jerusalén para conquistarla por las armas y reinar de un modo impositivo, sino para regalar generosamente la vida.
Esta es la “locura de Jesús”. Está dispuesto a subir a Jerusalén (¡una cueva de leones o, peor aún, de ladrones!) para regalar la vida. Habían pensado quizá que Cristo es quien hace, en creatividad triunfadora. Pues bien, Jesús descubre que el auténtico Cristo es quien sabe dar a los demás, amando en gratuidad, poniendo la vida a merced de los otros, no para sufrir (¡Jesús no quiere sufrir!), sino para lograr que todos puedan gozar y disfrutar el don de la vida.
Ha ofrecido solidaridad o reino de Dios pero los jueces del reino judío no le aceptan. Ha creado comunión, dando voz a los mudos, pan a los hambrientos, salud a los enfermos, pero los jerarcas religiosos y sociales de su pueblo le juzgan peligroso y en nombre de su ley social estrecha, le persiguen. Así lo ha descubierto Jesús, así lo acepta, sabiendo que tiene que llegar hasta el final: subirá a Jerusalén y le matarán, pero él regalará su vida, porque el don de la vida merece la pena, porque hay Dios y Dios es la resurrección.
Para hacerse solidario de los hombres (especialmente los pobres, enfermos, marginados y hambrientos), Jesus ha renunciado a toda forma de violencia o lucha externa. No puede imponer su proyecto por la fuerza, ni emplear en su favor las armas de la guerra u opresión humana, pues ellas las controlan los ancianos, escribas y sacerdotes de Jerusalén, vinculados al poder de Roma. Es claro que en este enfrentamiento desigual Jesus se encuentra derrotado de antemano. A pesar de ello (precisamente por ello) se mantiene, para que actúe Dios a través de su derrota, ratificando su entrega en favor de los humanos.
No quiere morir, pero tiene que estar dispuesto a morir. Así lo sabe y los declara en el momento central de su vida. No lo ha rechazado, no se ha rebelado. Él acepta las implicaciones de su obra, iniciando implícitamente un ascenso de muerte y pascua que le lleva a Jerusalén (lugar del sanedrín). Todo lo que siga será expansión de estas palabras, crónica y despliegue de una muerte anunciada en esperanza de resurrección.
La muerte está anunciada. No vendrá al final, como por casualidad. No es accidente inesperado que trunca la carrera victoriosa de un Mesías triunfador. No es tragedia contra la que debe elevarse angustiado el profeta del reino. No es tampoco comedia, representación teatral que hace Jesús, sabiendo de antemano lo que debe suceder, sin implicarse de verdad en ello, como si sólo le afectara externamente, en actitud de docetismo (sufre el cuerpo, el alma no padece, está ya en gloria). Entendida así, como expresión del don de su vida, la muerte de Jesús es Evangelio: el Hijo del Hombre tiene que ser capaz de dar la vida, no porque le guste sufrir (masoquismo), sino porque le gusta amar.
b.- Corrección de Pedro, corrección de Jesús
Simón es el discípulo primero a quien el mismo Jesús ha llamado Pedro (= Petros, el Piedra, fundamento de su comunidad mesiánica). Pues bien, como escogido de Jesús, él se atreve a increparle, rechazando su forma de entender el mesianismo. Jesús le llamó para encargarle la pesca escatológica y después le ha ofrecido la tarea de anunciar la conversión y expulsar a los demonios. Es normal que piense y diga lo que piensa, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión del mesianismo. Jesús es maestro, pero no dictador. Ha pedido su opinión ()quién decís que soy?). Pedro responde: tiene derecho a corregirle, trayéndole al camino del triunfo mesiánico, utilizando así buenas razones que le ofrece la Escritura y tradición israelita. No podemos suponer que es un cobarde, un incrédulo egoísta o simplemente alguien que busca sólo el triunfo externo. Tiene su razón al corregir a Jesús.
Pedro representa un tipo de buen mesianismo (israelita y cristiano). Pedro piensa que el camino de Dios es el triunfo externo: si Dios está con nosotros, si tú eres Hijo de Dios, tenemos que triunfar. Esta es la buena teología.
Pero Jesús va en contra de la teología de Pedro: si Dios está con nosotros tenemos que amar; si Dios está con nosotros tenemos que estar dispuestos a dar la vida en Jerusalén. Allí vamos, porque Dios nos lo pide, pero vamos con las manos desnudas de armas y llenas de amor.
. No es extraño que Pedro/ortodoxo rechace un camino de sufrimiento y fracaso que Jesús acaba de exponer al presentarse como Hijo del humano. No es extraño que se enfrente a Jesús. Lo extraño hubiera sido que no lo hiciera, que aceptara que el Mesías debe ser condenado precisamente por los sanedritas de la ley sagrada. Como representante de la tradición israelita (del mesías que triunfa, del sanedrín que es bueno), Pedro se cree obligado a corregir a Jesús, dándole una lección de mesianismo y cordura israelita.
Pedro defiende las cosas de los humanos propias del Sanedrín, cuyos sacerdotes y asociados (escribas y presbíteros) se oponen a la voluntad de Dios. Pero Jesús defiende las cosas de Dios y Dios no está en el triunfo por imposición, sino en el amor que se entrega generosamente, estando dispuesto a dar las vida.
Pedro es ortodoxo, ha hecho la buena confesión (¡Eres el Cristo, el Hijo de Dios)… y sin embargo es un diablo… (¡Apártate de mí Satanás!). Sería demasiado fácil decir que este Pedro/ortodoxo/Satanás es el Papa, pero bien puede serlo y podemos serlo nosotros, ortodoxos al extremo, pero capaces de imponernos sobre los demás pensando que tenemos razón.
Jesús llama a Pedro Satán… y sin embargo lo sigue dejando a su lado, en el círculo más íntimo de sus discípulos. Los dictadores de este mundo expulsan a los traidores… Jesús hará su camino rodeado de traidores con buenas palabras (de nosotros). Como antagonista de Jesús dentro de su grupo, Pedro representa los principios de la historia humana, lo mismo que los miembros del Sanedrín. Esta es la ironía: Jesús sigue manteniendo a su lado a Pedro y a los Doce aunque no acepten ni compartan su camino. .
c.- Revelación más honda, verdadero seguimiento
Jesús llamó a sus discípulos. Ahora profundiza la llamada: (Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo...! Estas palabras reflejan la experiencia primordial del Cristo que entrega la vida para construir el reino. Aisladas del contexto, ellas pueden parecer un canto al sufrimiento: entrega masoquista, destrucción de la persona. Dentro de Mc ellas expresan la exigencia y sentido de la entrega de la vida, para el surgimiento de la nueva casa y comida mesiánica.
El proyecto de Jesús (compartir los panes, construir una familia donde caben todos los humanos...) no se puede conseguir con métodos de magia, imposición o infantilismo. La nueva comunión del pan compartido sólo se construye en actitud de gratuidad activa, con personas dispuestas a entregarse por lograrlo:
a: Principio fundamental: Quien quiera venir en por de mí, niéguese a sí mismo... Venir tras Jesús implica tomar su misma cruz y negarse a sí mismo, afirmando desde Dios la vida de los otros. Negarse no es buscar el sufrimiento, de un modo masoquista, sino buscar el bien de los demás… Negarse es abrir un espacio de vida para que los otros vivan.
b: Aclaración: Pues quien pretenda ganar su propia alma ese la pierde... Ganar el alma propia es perderse… quedarse encerrado en sí mismo. ^Perderse por los otros es ganarse en plano de evangelio. Mc identifica causa de Jesús y evangelio, buena nueva de fraternidad universal (de casa y mesa compartida). Jesús mismo es la vida que se entrega por los otros, en esperanza de resurrección.
c: Razonamiento: ¿Qué le vale al ser humano ganar el mundo entero si pierde su alma...? Alma es la vida que se ofrece y recibe gratuitamente. Los valores del Sanedrín, los ideales de Pedro pertenecen a este mundo, en plano de ganancia impositiva, enfrentamiento y lucha interhumana. Alma, en cambio, es aquello que se tiene (y es) al compartirlo con los otros, como Jesús, por el reino..
B a': Ratificación escatológica: (Quien se avergüence de mí y de mis palabras...! Las palabras de Jesús son la más honda verdad del creyente al que definen ante el Hijo del humano que vendrá como portador del premio de Dios, de la vida de Dios para los hombres
Estas palabras expresan la paradoja fundamental de la vida cristiana. No son signo de inútil victimismo, ni gesto masoquista de huída de este mundo sino principio y clave de vida compartida: sólo allí donde los humanos superan su egoísmo y su deseo de dominio (su violencia), en actitud fuerte de entrega, puede suscitarse la más alta comunión interhumana, la iglesia en la que todos se vinculan.
Los códigos sociales de fuera (especialmente un tipo de judaísmo antiguo y el de cierto cristianismo actual) suscitaban un espacio de cierta paz grupal, pero sólo lo lograban con violencia exterior (separación de los demás) e interior (imposición de grupo). Jesús ha superado esas formas de violencia, pero al hacerlo queda en manos de las jerarquías de Israel, amenazadas por su proyecto de gratuidad y palabra compartida.
Jesús no formula una nueva ley de familia como los rabinos. Tampoco impone por fuerza su proyecto, pues ello rompería la gracia de su reino. Su mismo ideal le sitúa en camino de muerte porque, en un mundo como el nuestro, dominado por la ley de imposición de los violentos, quien pretenda servir a los demás en gratuidad ha de estar dispuesto a morir por ellos. De esta modo ha formulado Mc la novedad permanente de la iglesia, fundada en la muerte del Hijo del humano, superando un judaísmo que sigue a la espera del Cristo de Pedro y un islam que sacraliza la victoria de Mahoma con su retorno a la Meca. Crear comunidad desde la derrota, vincular a los humanos por la entrega de la vida: esa es la novedad de Jesús y de su iglesia según Mateo.
d. Conclusión.
Jesús no ha reflexionado sobre el sufrimiento en un plano teórico, como han hecho Qohelet o Job, no ha investigado y propuesto nuevas teorías, más hondas, para explicar en general el posible valor humanizante del sufrimiento. Él ha hecho algo anterior, mucho más hondo: Se ha puesto de parte de los que sufren, ofreciéndoles su solidaridad, curándoles. En contra de lo que a veces se ha dicho, en Jesús no hallamos ninguna “mística del sufrimiento”, como la que puede encontrarse en IGNACIO DE ANTIOQUÍA (cuando dice que quiere morir, ser molido, para unirse con Cristo: Romanos 4); no hay tampoco una mística como la de aquellos que han pedido a Dios sufrimientos, diciendo “o padecer o morir”. En contra de eso, Jesús ha protestado contra el sufrimiento y lo ha hecho de un modo de un modo inmediato e intenso: ayudando y curando a los que sufren, prometiéndoles el Reino de Dios, que es la felicidad completa, ya desde aquí, en este mundo.
Este motivo nos sitúa en el centro del mensaje de Jesús. Tanto Buda como Jesús quedaron impresionados por el sufrimiento de los hombres. Ante ese descubrimiento, Buda optó por cerrarse en su interior, más allá de los deseos, para superar de esa manera (en lo interior) el sufrimiento. Jesús, en cambio, se rebeló con toda fuerza contra el sufrimiento de los hombres, expresado en sus enfermedades. En esa línea, sus milagros elevan una protesta incondicional contra la miseria y la opresión humana, tanto la miseria física como la social.
Se ha dicho a veces que los milagros de Jesús son gestos primitivos e inmaduros, cercanos a la magia. Buda fue más elevado: enseñó a los hombres a aceptar el sufrimiento, a no evadirse. Jesús, en cambio, habría querido superar el sufrimiento, curando a los enfermos… Pero, al final, su protesta habría sido inútil, pues todo siguió como estaba.
Pues bien, eso no es cierto. Jesús no se evadió, ni se refugió en la sabiduría interior, sino que inició un proceso de protesta activa en contra del sufrimiento. Por eso inició con los pobres (con los hambrientos y sufrientes de su tiempo, los enfermos y oprimidos (cf. Lc 6, 20-21) un movimiento de liberación, en las condiciones concretad de aquel mundo… Un movimiento que, en aquellas condiciones, como en las actuales, significa estar dispuesto a morir.
Ciertamente, también Pedro está dispuesto a seguir a Jesús, para superar de esa manera el sufrimiento de los pobres, pero quiero hacer sin sufrir (como un vencedor). Jesús, en cambio, sabe que sólo se puede acompañar y ayudar a los sufren estando dispuesto a morir con ellos (por ellos) en Jerusalén.
Por acompañar a los que sufren, Jesús está dispuesto a sufrir, no por victimismo, sino por solidaridad. Sabe que el sufrimiento de los hombres no se soluciona con más templo y más imperio (porque el templo y el imperio concretos de su tiempo son causantes de mucho sufrimiento), sino con más solidaridad, allí donde los hombres y mujeres estén dispuestos a “tomar la cruz”, poniéndose de parte de los perdedores de la historia (los crucificados).
Jesús no ha buscado el sufrimiento, sino todo lo contrario: ha querido y buscado la dicha de Dios. Pero ha aceptado de un modo personal el sufrimiento, para realizar así el camino mesiánico, muriendo a favor de la llegada del Reino de Dios.
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