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lunes, 15 de septiembre de 2008

Exaltación de la Santa Cruz 2. Fiesta de Dios. ¡Que no haya más cruces!

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Ayer he presentado el tema desde un fondo más histórico. Hoy quiero evocar el tema de la fiesta de la Cruz de Septiembre, celebrada en mil pueblos y ciudades, desde Ceberio hasta Santes Creus, desde Legazpia a Liébana de Potes, desde Serradilla de Cáceres a Caravaca de Murcia, por hablar sólo algunos lugares más cercanos. Hay algo profundo en esta fiesta de la cruz y así quiero evocarlo este día, desde un fondo teológico. La Cruz es la fiesta de Dios, siendo la fiesta de la pobres y crucificados a los que debemos desclavar y hacer que vivas desde aquí en el gozo de la resurrección. Es la fiesta de aquellos que aceptan el dolor, no para quedar así sufriendo sin más, sino para liberar a los que sufren. Murió Jesús en la Cruz para que nadie más muera en ella. Porque quiso destruir todas las cruces le mataron. Por eso sigue de algún modo en la Cruz, como Dios de amor, hasta que no haya más cruces en el mundo.


Cruz como misterio de Dios

Pero los cristianos, partiendo de Pablo (cf. 1 Cor 1, 17-18; Gal 5, 11; 6, 12-14; Flp 2, 8; 3, 18), han visto en ella el signo privilegiado de la presencia de salvadora de Dios. Podemos tomar a Dios como una esfera, encerrada en su quietud eterna, sin dolores ni problemas, sin cambios ni muerte. Elementos de ese Dios serían la inmutabilidad, auto-contemplación y poderío: lo tiene todo y por tanto nada necesita, gozándose en sí mismo. Frente a todos los restantes seres que ha creado, Dios se mostraría así como Señor que se cierra inexorable en torno de su propia perfección. Un Dios así mirado, Dios sin Cruz ni amor, sería para muchos hombres y mujeres de este tiempo un enemigo. Pero el Dios de Jesús se introduce por la Cruz en nuestra historia y muere dentro de ella a favor de los hombres. Este Dios de la Cruz es proceso de creatividad y amor compartido. Es un Dios de libertad solidaria, que camina con los hombres. Los cristianos confesamos que ese Dios se expresa (se realiza humanamente) en la historia salvadora de la Cruz Así podemos afirmar que la Cruz es símbolo de amor del Padre que "se da" (se pierde) entregando su vida a Jesucristo: no reserva para sí riqueza alguna, no retira egoístamente nada, sino que entrega a Jesús (=Hijo) todo lo que, dándose a los hombres (=Espíritu Santo). No conocemos primero la Trinidad de Dios (unión del Padre con el Hijo) y luego la Cruz de Jesucristo, sino que conocemos al Dios Trinidad (comunión) en la Cruz de Jesucristo, es decir, en el centro del amor.

a. Misterio trinitario. El Padre da su vida al Hijo (poniéndose en sus manos) y el Hijo responde, entregándole la vida. En ella se expresa la vida como gratuidad: gozo de ser para el otro y con el otro, sin que nadie (ni el Padre ni el Hijo) se reserven exclusivamente nada. Entendida así, la Cruz es Pascua: el Padre recupera en el Hijo aquello que le ha dado al engendrarse. El Hijo recupera en el Padre aquello que le ha devuelto al entregarse en sus manos. Cada uno vive en el otro, en placer supremo de vida compartida.

b. Cruz, misterio pascual. Dios Padre ha entregado a Jesús toda su vida, para que este la despliegue en la "pequeñez" de una historia humana (encarnación). Pues bien, Jesús se la ha devuelto en amor, desde el centro de un mundo conflictivo que le ha crucificado. Entendida así, la Cruz es la expresión suprema del amor de Jesús al Padre desde la conflictividad de una historia de violencia. Jesús se entrega al Padre y el Padre le recibe, en gesto de comunión que se abre a todos (por el Espíritu). Por eso decimos que no hay amor sin Cruz, sin entrega personal, pero añadimos que ese amor no es divino y total, sino hay pascua. Lo que el Padre y el Hijo se dan mutuamente en la Cruz no se pierde, sino que permanece: es el amor en sí, es el Espíritu Santo.

c. Dios ha realizado su amor (Cruz pascual) dentro de una historia conflictiva. Allí donde los hombres han querido imponerse por la fuerza, instaurando su sistema social o sacral, ha expresado Jesús su amor supremo en claves de gratuidad (ha muerto por el reino) y Dios Padre ha respondido, recibiéndole en la muerte y resucitándole para bien de los hombres. De esa forma, el amor gratuito de Dios, ha triunfado como amor sobre la violencia humana. Así se revela "la historia de Dios" por encima de toda fatalidad y destrucción, como gracia de amor, creatividad resucitada: en ese amor de Dios vivimos, nos movemos y somos (Espíritu Santo). Dios no ha creado a los hombres con el fin de abandonarlos fuera de sí mismo, sino para incluirlos en su proceso de amor, en Cruz y Pascua. Por eso, siendo un momento contingente de la historia, la Cruz pertenece a la "necesidad" más profunda del amor de Dios. Así repite el Nuevo Testamento: dei (era necesario: Mc 8, 31 par). Para expresarse en su verdad como divino, dentro de nuestra historia conflictiva, Dios debe asumir y realizar su amor, en forma de "Cruz cristiana".

Cruz redentora.

El misterio de Dios como Trinidad (verdad fundante, principio, centro y fin de todas las verdades) acaece en la historia de la vida y muerte de Jesús. Por eso, la Cruz no es algo que Dios pone a la fuerza sobre las espaldas de otros, reservándose egoístamente una felicidad exclusiva, sin dolores; por el contrario. Al contrario, la Cruz constituye el centro del misterio del amor y entrega, de la muerte y pascua, de Dios que acontece y se expresa en Jesucristo. Sólo porque Dios mismo es Cruz puede ofrecerla a los hombres para que también ellos puedan aceptarla. Lo contrario podría ser sadismo. Según esto, la Cruz es lugar de donación absoluta (Padre) y absoluta entrega (Hijo) en el Espíritu. Por eso ella puede tener importancia antropológica, pues en ella se realiza y va creciendo el hombre en un camino de donación y entrega, de muerte y esperanza que se expresa como Espíritu santo.

a. La Cruz es creatividad. Hay un modelo de humanismo egoísta, donde el triunfo de unos se consigue en forma de dominio sobre otros. En contra de eso, desde el símbolo cristiano, el hombre sólo es dueño de sí mismo y creador en la medida en que se entrega, convirtiendo su existencia en semilla de vida: «Si el grano de trigo no muere...» (Jn 12, 24). Sólo quien pierde su vida, ofreciéndola a los otros, la realiza y recupera. Esto nos sitúa en el centro de la experiencia cristiana. Contra todos los que afirman que ser hombre o mujer es poca cosa, contra todos los que opinan que es inútil el esfuerzo y la esperanza, el signo de la Cruz valora y acentúa el sacrificio de la propia vida. No ha existido en la historia de los hombres gesto más creativo, revolucionario y poderoso que la entrega del Calvario.

b. La Cruz es gratuidad y pobreza. Los sistemas políticos prometen plenitud por fuerza, por medio de leyes económicas, sociales, ideológicas o militares. Pues bien, ante la Cruz, son impotentes: incapaces de ofrecer verdadera libertad y vida humana. Dios se ha revelado en Cristo como gracia; por eso, los hombres sólo podrán encontrar su plenitud por gracia. Dios ha elegido lo pequeño de este mundo como base y fuente de su acción transformadora (Lc 1, 46-55). Por la Cruz cobra sentido el sufrimiento de los marginados, la impotencia de los hambrientos y sedientos, la derrota de los pobres y aplastados, humillados y perdidos. La salvación de los que intentan imponerse por la fuerza es destructora. Sólo es verdadera la salvación de los que aman, transformando la Cruz en resurrección, sin acudir para ello a los principios de poder del mundo.

c. La Cruz es signo de utopía. Aquellos que quieren construir al hombre por la fuerza le acaban encerrando en las fronteras de la lucha infinita, de la muerte sin fin. Sólo el amor enciende la utopía limpia, vinculada a la entrega de la vida en esperanza. Sólo la Cruz del amor enciende la esperanza de la vida. La utopía que está al fondo de la Cruz lleva el nombre de pascua: es futuro de vida que triunfa de la muerte y que se abre (nos abre) al encuentro de una comunión sin fin. Un Dios sin Cruz (como expresión de plenitud ontológica) acaba enclaustrado en sí mismo, en soledad autosuficiente, o se confunde con una totalidad difusa o lejana, en un tipo de nuevo panteísmo. Sólo un Dios de Cruz, que sale de sí mismo, asume el riesgo de la finitud y experimenta el abandono de la historia, puede triunfar de la muerte, ofreciendo a los hombres s un espacio de realización y sentido.

c. La Cruz es gozo en el dolor. Ciertamente, mirada desde el mundo, ella es dolor, tortura mortal y sadismo inhumano. Pero, en la hondura de ese dolor, puede expresarse y se expresa un gozo más hondo, que no es masoquismo (sufrir por sufrir) sino deseo de placer intenso, de encuentro enamorado. Jesús no ha querido sufrir sino vivir: compartir pan y palabra, casa y amor, con sus amigos, con todos los hombres. No ha vivido para sufrir sino para gozar intensamente... Precisamente por deseo del gozo más alto, por no quedar cerrado en los pequeños placeres de un mundo donde cada uno vive a costa de los otros, para abrir a los hombres la utopía de un gozo total, ha puesto Jesús su vida al servicio del Reino. Le han matado, pero su deseo de gozo más alto, ha triunfado de la muerte.

La cruz para desenclavar, una cruz para que no haya más cruces

. Frente al escapismo de quienes convierten la experiencia religiosa en "opio del pueblo", la Cruz de Jesucristo constituye una protesta poderosa contra toda injusticia. No muere Jesús en la Cruz por cobardía ante la historia y sus diversas exigencias (económica, política...), sino porque quiere encender de un modo más alto el fuego de la vida (del amor que es plena gracia). Su Cruz, como signo de un hombre que muere por los otros, constituye un germen poderoso de vida. Frente a todas las restantes mediaciones, que pueden acabar en dictadura, la entrega absolutamente gratuita y radicalmente no impositiva de la Cruz nos dirige hacia el futuro de la humanidad pascual de un Dios convertido en mediación de amor para los humanos.
En un nivel de humana, la muerte de Jesús ha sido un hecho de carácter político. Pero, en su verdad más honda, ella pertenece a la entraña del amor de Dios y de los hombres. A Jesús le mataron porque había extendido un mensaje de esperanza liberadora y de fraternidad por encima de todos poderes establecidos de la tierra, judíos y romanos. Pero él ha muerto también porque Dios le amaba, amando en él y como a él a todos los hombres.
Por eso, la fiesta de la Cruz ha de ser la fiesta de los crucificados… que deben superar las ataduras de la cruz, para caminar ya desde aquí, en camino de pascua. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, esa es la tarea. Tenemos que mirar hacia la cruz, no para dejarla donde está, sino para hacer que en el mundo no existan más cruces.
Jesús murió en la cruz porque quiso que nadie muriera más en ella. Murió en la cruz porque quiso impedir los miles y millones de cruces que se elevan sobre el mundo. Murió para que no haya más cruces. Por eso, hoy tenemos que celebrar la fiesta de la superación de todas las cruces…

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