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sábado, 11 de octubre de 2008

Cuatro momentos para meditar el Evangelio del Domingo: XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A

Mt 22,1-14
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por Rogelio Narváez Martínez

I - EL LABERINTO DE LA MUERTE.

1.- Muy queridos amigos, en Cristo nuestro Señor:

¿Qué opinión les guarda la escena que se nos ha descrito? La verdad es que hay muchos elementos extraños, o por lo menos incomprensibles, en el Evangelio del día de hoy: Un Rey en plácemes y con él el acontecimiento del año o del lustro o de la década en aquellas tierras, el Hijo ilusionado de un Rey, una boda esperada por toda aquella comarca, una fiesta preparada minuciosamente, un banquete altamente refinado, unos invitados sobresalientemente afortunados y,... muchas negativas incongruentes: ¡Que si tengo trabajo!, ¡Que si tengo que atender un negocio!,... ¡Que no quiero ir! ¿Lo entiendes?... ¿Tu razón alcanza a asimilar el escenario?... ¿Te parece sensato lo que ha sucedido?... Las preocupaciones de aquellos invitados les mantienen al margen de aquello que merecería nuestra ocupación. Las situaciones laborales y materiales les han provocado el desencuentro y les mantienen en el más inverosímil de los aislamientos.

¿Qué nos dice el Evangelio de este día? Es muy cierto que la escena del día de hoy se nos presenta para advertirnos de ese lamentable alejamiento de Dios que padecemos todos, y que nos aleja de todo aquello que nos vincula con Él; pero esto también es vivido, o mejor dicho padecido, desde el marco de cualquier relación social.

2.- El Evangelio del día de hoy nos permite dirigir la mirada a una de las propiedades esenciales del ser humano: hemos sido creados por Dios como seres en relación. El fundamento del ser social en el ser humano radica en nuestra misma constitución, la cual consta de un triple componente: cuerpo, alma y espíritu.

Hoy por hoy, las ciencias de la conducta humana nos hablan del hombre como de un ser biopsicosocial. Todo ser humano ha de ser considerado como una unidad psicosomática, dinámica y multidimensional, la cual está sujeta, al mismo tiempo, a una triple relación constitutiva: en primer lugar nos relacionamos con el mundo y con los demás seres vivos por el elemento material-corpóreo que todos poseemos; en segundo lugar nos relacionamos con nuestros semejantes, los cuales han de ser visto como una prolongación de nuestra misma carne pero animada por un aliento propio, gracias al regalo divino de nuestra alma humana; y en tercer lugar, nos relacionamos con el Dios Altísimo y Misericordioso que nos ha creado a su imagen y semejanza gracias al espíritu que hemos recibido en nuestra estructura existencial. ¿Te fijas cómo el hombre posee una dimensión social gracias a su misma conformación?

3.- Ahora bien, nuestra constitución social también se ha manifestado en ese proyecto que ha sido trazado desde el principio de la creación por Dios mismo al exclamar antes de cerrar el episodio de la creación: ¡No está bien que el hombre esté sólo! (Gen 2,18).

El ser humano no ha sido destinado por el Divino Creador para que subsistiera solitario sobre la tierra, sino que ha sido llamado a relacionarse, ¡Esa es su vocación! Será allí en el roce social en donde se irá formando y madurando,.... se irá plenificando.

Y, sin embargo, todo pareciera indicar que al hombre de la actualidad le agradara padecer esta peste llamada soledad: se olvida de Dios, se olvida del hermano y, lejos de entablar una relación sana y adecuada con las cosas materiales, va perdiendo poco a poco la verdadera proporción de su dignidad.

El hombre de hoy, ya no es el alegre soberano de la creación sino que se ha convertido en un triste esclavo de las cosas.

4.- Todo lo anteriormente referido, ha tenido su inicio y su desarrollo en un elemento, que lo mismo ha funcionado como detonante así como de vigorizante, y que ha hecho crecer este fantasma llamado soledad: el egoísmo que gobierna el corazón del hombre.

El hombre egoísta ha dejado de mirar a los hermanos y se ha volcado hacia sí mismo, el hombre egoísta se ha olvidado de Dios y ha convertido su misma imagen en su propio ídolo. Y lo más patético de todo, es que los hombres no queramos darnos cuenta de que nuestro egoísmo nos está afectando a nosotros mismos.

5.- ¡Que ¿cuáles son los efectos del egoísmo?!

El egoísmo tiene tres efectos nocivos que son muy fáciles de percibir y demasiado difíciles de sufrir: Primero, el egoísmo evita la plenificación del ser humano ya que impide que nos despleguemos en toda nuestra potencialidad; segundo, el egoísmo afecta al prójimo, el cual debería ser destinatario de mis talentos y, lo pero de todo es que llegamos a convertir a nuestro prójimo en un títere de nuestros caprichos; y tercero, el egoísmo va provocando nuestra propia muerte, digamos que el egoísmo se convierte en nuestro propio ataúd.

En esta ocasión utilicemos tres imágenes que nos pueden ayudar a percibir estos tres efectos.

6.- En primer lugar el egoísmo nos evita crecer, nos encierra, nos arrulla y nos adormece. Escribe José Ortega y Gasset en LA REBELIÓN DE LAS MASAS: “El egoísmo es laberíntico. Se comprende. Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida: es algo que opongo a ésta y que por lo tanto está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte: doy revueltas en el mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada”....

... Al final de cuentas, nuestro egoísmo es un laberinto sin salida y se convierte en esa nuestra trampa en el callejón de nuestro infortunio, que nos impide emerger a una vida verdadera. Nunca se te olvide que aquellos que hemos dejado de crecer, ya hemos detonado el retroceso de nuestra muerte. Todo aquel que deja de crecer empieza a morir.

7.- En segundo lugar, el egoísmo hace que convirtamos al hermano en un objeto. Se trata de una buena imagen del comportamiento de muchas personas que todo lo quieren para sí y que nada dan de sí mismas. El padre Ynaraja compara estas situaciones con la existencia de unos entes, o anti-entes, que existen en el espacio. Los científicos afirman que en el universo existen unos lugares donde nada, ni siquiera la luz, puede escapar de ellos debido a la enorme intensidad de su fuerza gravitatoria y que por otra parte, cualquier objeto o astronauta que se acercase a ellos serían atrapados por su enorme poder de succión. Les llaman a estas regiones espacio-temporales: agujeros negros. Esta imagen nos recuerda a todos aquellos que convierten a las personas en objetos que tienen que girar en torno a su centro de gravedad y que al final los llegan a despersonalizar al convertirles en sólo accesorios de su propio existir, devorándoles vorazmente su propia individualidad en esa fuerza gravitatoria desmedida de su propio egoísmo.

El prójimo desaparece de nuestro horizonte como nuestro hermano, y se llega a convertir en ese satélite que tiene que girar en torno a una órbita marcada por mis propios antojos y caprichos.

8.- En tercer lugar, el egoísmo desmedido nos lleva, en no pocas ocasiones, a una especie de suicidio social. Se trata de esa depresión originada por esa estrechez de vida o de proyección que nos va asfixiando a nosotros mismos. El hombre no ha llegado a comprender que entre más reducida sea su esfera vital tanto más reducido será también su horizonte. El ser humano debiera buscar que su campo se pudiera ensanchar lo más posible para que pueda ser más habitable. Muchas de las depresiones en la actualidad van surgiendo cuando por nuestro egoísmo y por nuestra enferma autosuficiencia se va reduciendo nuestra esfera y se nos va terminando el oxígeno. ¿No somos nosotros de los que tienen medios para vivir, pero que nos faltan motivos para seguir viviendo? Y, ¿no estará ahí la raíz más profunda de nuestras depresiones, pesimismos y horas bajas? La mejor cura de la depresión será siempre salir de mí mismo en busca de los demás.

9.- La solución en nuestra vida no estriba en que vayamos arrastrando a otros hacia la estrechez de nuestra esfera, la situación se puede convertir entonces en algo más asfixiante todavía. Fíjate como hoy suelen ser tan lamentablemente comunes esas soledades compartidas. La verdadera solución radica en buscar y encontrar a alguien que en nuestra vida nos necesite, de esta manera ampliaremos nuestra esfera y, por ende, nuestros horizontes. ¡Hace falta que salgamos de nosotros mismos! Y eso no es otra cosa que dejar a un lado nuestro egoísmo.

¿Pero cuales son las actitudes del hombre actual? Arrastrados por la masificación, la indolencia y la pereza, sentimos también esa invitación del Reino de los Cielos como un tener que salir de nuestro egoísmo, como un abandonar nuestras distracciones, los negocios y las comodidades.

A todos nos puede resultar absurdo el rechazo de los invitados del banquete, pero es la historia del hombre actual. En la realidad, es un signo de la indiferencia, la lejanía y hasta del fastidio. Todos los invitados tienen cosas demasiado importantes por hacer.

Y te pregunto ahora: ¿Cuántas personas nos hemos quedado envueltos en el oropel del triunfo, la fama, el dinero y los placeres, y nos volvemos ciegos, vanidosos, orgullosos y fácilmente nos olvidamos de la eternidad? Una vida auténtica no puede ser un repliegue hacia el interior de nuestro egoísmo, sino un despliegue en búsqueda de relaciones respetuosas.


II - LA FIESTA DE LA ETERNIDAD.

“En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero estos no quisieron ir.
Entonces el Rey se lleno de cólera...
Luego les dijo a sus criados: “La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que se encuentren”.

1.- ¿Sabes? El Evangelio del día de hoy posee un dato sumamente importante que no debemos ignorar: La vida eterna es comparada con algo impensable,… se le ha comparado con… una... fiesta… ¡Sí!,... con una fiesta.

Y, la verdad, es que esta visión cristiana tiene tanto que ofrecernos a aquellos que nos hemos convertido en unos fúnebres predicadores que opacamos y hasta traicionamos una Buena Nueva que ha transformado la historia.

2.- Muchos de nosotros quizá hubiésemos esperado que la narración sobre nuestro destino en la eternidad fuese comparado con una clase de... oficina aduanal en la que se pudiera revisar ardua y escrupulosamente la documentación y el historial de cada uno, para así deliberar detrás de los códigos si se nos ofrece el acceso a un territorio que nos es extraño.

Otros parecemos no cansarnos de predicar a un Dios que se asemeja a una especie de banquero o a un tipo de contador que hasta regula obsesivamente las cuentas en un sinfín de balances, para saber sí existe un saldo a nuestro favor que nos pudiera permitir la compra de un boleto para así ingresar a la eternidad.

Tampoco faltamos aquellos que solemos presentar a Dios como si fuese un severo juez que se sienta en un tribunal para juzgar a sus temblorosos encausados en una revisión pormenorizada de unos códigos de leyes desglosados en prohibiciones y prescripciones interminables para así administrar una justicia muy lejana de la misericordia.

3.- Y, ha sucedido exactamente todo lo contrario, el Evangelio nos habla de nuestro encuentro definitivo con Dios en la eternidad y nos ha presentado un símbolo por excelencia de la alegría desbordada: un banquete de bodas. Se trata del mejor emblema de la convivialidad y del amor, del afecto y de la intimidad, de la amistad y de la comunión, de la sublimación de los apetitos más primarios que existen en el ser humano, y si ha existido alguien en esta tierra que conoce al hombre es Jesús, aquel que confesamos como el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre.

Y, ha sido nuestra amnesia sobre todo lo anterior, aquello que se ha convertido en uno de los elementos más fuertes y que simultáneamente se encarga de debilitar nuestra fe y la predicación de más de uno: fácilmente olvidamos que la vida cristiana es una fiesta no un funeral, y que nuestra eternidad no será traicionada sólo si se llega a comprender en un lenguaje elocuentemente festivo.

Es este modelo de la fiesta, el que se transforma en el mejor de los modelos para nuestra cotidianidad y para nuestra eternidad.

La fiesta nos habla de una actitud diametralmente nueva ante una vida totalmente nueva, y la vida nueva nos está hablando de resurrección. Es la resurrección la que se ha encargado de transformar nuestra muerte y la vida del hombre; se ha encargado de transformar nuestra noche en un nuevo día que nos abre a la eternidad.

¿Sabías tú que James Donovan, quien fue senador por el Estado de Nueva York y es un ferviente partidario de la pena de muerte atacaba frecuentemente al Cardenal Fulton Sheen? Uno de los momentos se vivió a principios del año 1978 cuando le escribió una carta al Cardenal Fulton Sheen, el cual en sus programas radiales había manifestado su inconformidad ante las propuestas del Senador Donovan de legalizar la pena de muerte, le decía en el texto el político al purpurado que: “si no fuera por la pena capital, no existiría la fe cristiana”. “¿Qué hubiera sido de su Iglesia”, preguntaba, “si Jesús, conforme los delitos de los que le acusaba el sanedrín, hubiese sido condenado de ocho a quince años de cárcel, con la posibilidad de conmutarle la pena por buena conducta?”

El Cardenal Fulton Sheen en su programa siguiente, después de haber dado lectura a la carta anterior, señaló: “Querido radioauditorio fue la resurrección de Jesucristo lo que fundó la Iglesia, no la crucifixión. Si el senador James Donovan es capaz de incluir la resurrección en la pena de muerte, yo estaría dispuesto a estudiar su posible aceptación.”

4.- Amigos sumamente estimados,… La eternidad es para nosotros una fiesta. Para los cristianos la muerte no puede ser vista como si fuese un camino cortado sino como una meta que ha sido alcanzada.

Con nuestra visión de la eternidad también ha sido transformado el semblante de la muerte: ya no es la enemiga por vencer sino la hermana que le permite al hombre que el Pastor le cargue sobre sus hombros para así conducirnos a la fiesta. “La liturgia así lo canta: con la muerte biológica la vida no se nos quita, se transforma, y cuando se disuelve nuestra morada terrenal es Dios mismo quien nos está preparando una mansión eterna en el cielo, una mansión en la que Cristo ha ido a prepararnos una habitación, y que tiene muchas, tal como nos lo ha dicho”.

5.- Hablemos sobre esta una nueva visión, o mejor dicho sobre esta olvidada visión festiva de la eternidad, y con ello profundicemos en torno a la vida eterna.

Los cristianos no somos fúnebres seguidores de un cadáver, sino alegres discípulos del resucitado. Nosotros en Jesucristo hemos llegado a conocer que el amor es en mucho más fuerte que la muerte.

El mundo actual exige y espera que nuestra Iglesia le ofrezca no eruditos especialistas en teología ni tampoco predicadores especialistas en nemotecnia de textos sagrados, sino felices testigos del resucitado.

La alegría y la paz que se experimentan en torno a un desenlace que posee un nuevo sentido y una explicación elocuente es la mejor de las aportaciones del cristianismo a la historia del hombre.

Para los cristianos será en nuestra muerte en donde se descifren los códigos de nuestro actuar en el tiempo, y habrá de ser la eternidad la que se encargue de plenificar nuestro actuar en la historia.

Decía Vittorio Rossi que tratar de entender nuestra historia es como pretender que al desarmar un piano se pudiera encontrar una sonata de Beethoven. Y la verdad,... es que en Cristo hemos conocido el auténtico “Himno de la Alegría”, ya que en Él tenemos la clave de interpretación de nuestra historia, tal como lo decía Blas Pascal en sus Pensamientos: El hombre es un criptograma cuya única clave de interpretación se encuentra en Cristo.

Parafraseando a Mario Benedetti en CON Y SIN NOSTALGIA podemos decir que es la fiesta de la vida eterna aquella que clarifica nuestros hechos aparentemente vacíos, y que han sido transformados en unos recipientes que han tomado la forma de nuestros sentimientos que les llenan.

6.- La vida eterna es para nosotros fiesta, color, calor, música, amistad y alegría. La Pascua de la Vida Eterna la debemos contemplar como esa florida primavera que ha llegado después de los largos inviernos de nuestra enfermedad, del dolor, de la soledad, de la dependencia que provoca la enfermedad.

En la auténtica vida cristiana el hombre no ha sido invitado a convertirse en un ser para la muerte sino en un peregrino en busca de la luz, de un nuevo horizonte.

La muerte biológica no debe ser comparada con una inmensa mar irreversible sino con un arroyo poco profundo que nos ayuda a cruzar la frontera para la vida eterna.

Es por ello que la fiesta es una faceta de la plenitud en nuestra vida,... pero muchos de nosotros preferimos seguir en unos procesos que están gritando que vivimos ensordecidos a la invitación festiva de Dios: tengo un campo, tengo un negocio,... ¡Tengo muchas ocupaciones! La vida sigue ahogada en las mismas mezquindades de siempre. Lo importante para el hombre es correr, afanarse, trabajar, ocuparse... Estamos tan atrapados en nuestras esclavitudes cotidianas que la fiesta y la libertad nos parecen una pérdida de tiempo,... y lo que verdaderamente se puede perder es nuestro acceso a la eternidad.

Escribía Martin Heidegger: “Perdiéndose en el tráfico de sus ocupaciones, el hombre de la cotidianidad pierde su tiempo. De aquí nace su expresión característica: “no tengo tiempo”.

7.- Dios nos invita el día de hoy para que aprendamos a distinguir entre lo que es perecedero y lo eterno, entre lo que es secundario y lo primario, entre lo que es sustancial y lo accidental, entre lo que es efímero y lo vital.

Los hombres alucinados y entorpecidos nos quedamos en el presente y se nos olvida que estamos orientados hacia el porvenir. Un “futuro sin porvenir”, es un contrasentido, una especie de condena al sinsentido, y ¡mucho más lo es un presente sin porvenir!

Antonio Machado mencionaba que El hombre es el único animal que usa relojes, y con ello subrayaba la conciencia de nuestra temporalidad y del fluir de nuestra vida, pero parece que utilizamos los relojes sólo para administrar el tiempo y... olvidamos que un reloj es un permanente recordatorio de nuestra caducidad. Decía José María Cabo de Villa acerca de los relojes de la vida: Todas las horas hieren, pero la última nos mata. ¿Cuál es la última? ¡No lo sé! Pero tenemos que aprovechar todas.

Hace falta que reinventemos los relojes y que reinventemos nuestra visión sobre el tiempo para no excluir la visión de la eternidad.

La muerte es un desafío que nos dice constantemente que no estemos perdiendo el tiempo,... y que no nos quedemos en el tiempo.

8.- Y es el olvido de esta transitoriedad de nuestros campos y nuestros negocios y la inadvertencia de nuestra vocación a la eternidad lo que nos impide disponernos a la fiesta auténtica, y lo que puede provocar nuestro olvido del traje que se necesita.

Las preocupaciones y nuestras prisas nos están despojando de lo que verdaderamente trasciende.

La verdad es que yo no sé a dónde vamos tan aprisa, pero el apresuramiento ya se nos ha hecho costumbre. Nos diría José Narosky: “Quien apura su vida, sólo apura su muerte”. Y la peor Muerte sobrevendrá después de esta pseudo-vida que ha vivido en el engaño en esos nuestros campos y nuestros negocios...

Aceptemos la invitación al Banquete. El mundo es un punto de partida o, a lo mucho, es un camino, pero jamás podrá ser visto como una meta.



III - DESNUDOS DE VIRTUDES.

“En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo...
Cuando el rey entró a saludar a los invitados vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: Atenlo de pies y de manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

1.- Muy queridos amigos:

El proyecto de Dios ha seguido su marcha y no se ha interrumpido ni a causa de nuestras negativas ni a causa de la falta de adhesión de esos invitados privilegiados que desdeñaron el don de Dios. La propuesta de Dios, lejos de que sea anulada por nuestros rechazos egoístas, continuará y ahora será dirigida a gente inesperada. ¡Demasiado inesperada! El plan de Dios, en la realidad, nunca fracasa. Los invitados podemos fallar, pero la sala del banquete permanecerá vacía sólo en lo momentáneo.

Y, será entonces que llegarán unos nuevos y desconocidos invitados a los que se les solicitará, al igual que a todos, únicamente ir adecuadamente vestidos.

Detengámonos en este tercer momento para reflexionar sobre el tema del vestido para la fiesta, cuya ausencia ha provocado la expulsión de aquel hombre de la sala de bodas.

2.- ¡Un momento!, Por favor, quiero que me respondas: ¿No te parece demasiado rigurosa aquella decisión de expulsar de la sala del banquete a alguien que posiblemente le ha tomado por sorpresa la invitación a la Boda en los entrecruces del camino como para que olvidara llevar aquel traje de etiqueta?

¿Sabes? Hoy, parece que es uno de esos días en que nuestra pregunta se convierte en una formulación que posee en sí misma la respuesta: el Evangelio nos invita a estar preparados, ya que lo único seguro que tenemos en torno al banquete de la eternidad es el carácter de lo sorpresivo que posee.

3.- Pero, ¡espero que me comprendas! Ya que quiero detenerme un poco en ese sentido que tiene el vestido en la revelación de Dios.

El vestido, desde los inicios de la creación, es una manifestación de un orden que Dios ha querido darle a las cosas, de tal manera que en el hombre la indumentaria es un signo de su ser persona humana en su identidad y distinción.

El vestido se encarga de proteger el cuerpo del hombre contra las afecciones de la intemperie, lo mismo que contra nuestra tentación de reducir el cuerpo humano en un objeto que solamente satisfaga unos instintos que en la falta de control nos pudieran reducir al sólo plano de la animalidad.

El vestido, si bien es un elemento cultural, también es un recurso que nos ayuda a distinguir la distinción de los sexos en el ser humano, de ahí que en el Levítico se hable del trasvestismo como una manifestación de la depravación en el ámbito sexual.

4.- El vestido es también un reflejo de nuestra vida en sociedad y es un elemento que manifiesta la dignidad de nuestro trabajo, la sabia administración y el principio de la ayuda mutua. En este sentido, el precepto cristiano de ofrecerle un vestido al desnudo tiene un significado de misericordia corporal y de,... recuperación social. ¡Digamos que es nuestra desnudez la que nos impide encontrarnos con el hermano! Aunque, tengo que admitir, que no nos es lícito descontextualizar lo anterior de las otras cinco obras de misericordia que san Mateo nos comparte, y que sin duda nos muestran un texto con un contenido de piedad práctica y sobre todo, como lo ha mencionado la Novo Millennio Ineunte, son una verdadera cátedra de cristología.

El vestido del que nos habla hoy el Evangelio, también nos recuerda aquel gesto del Padre Bueno de aquel así llamado Hijo Pródigo y del hermano mezquino, que al ponerle una nueva indumentaria al Hijo que ha regresado a casa le recuerda elocuentemente la dignidad que sigue teniendo ante sus ojos.

Tener un vestido puesto, nos habla también de atender los preparativos que posibilitan el encuentro con los demás, san Pedro bien puede quitarse el vestido para trabajar en altamar pero cuando el Maestro viene a su encuentro tiene que acelerar su colocación en su cuerpo aunque sea para tirarse al agua.

5.- El vestido refiere la función y la misión de la persona y hasta podríamos identificarlo como un factor esencial de nuestra misma persona: Jacob se viste con la indumentaria de su hermano Esaú y con ello se inicia la acción por la que lo suplantará al recibir la primogenitura, Elías le coloca a Eliseo sobre la espalda su túnica para traspasarle sus funciones,... y cuando el Rey de Israel ha sido ungido, a su paso todos colocan sus vestidos en el suelo solicitando con ello que sea Dios el que a través de él les cubra de gloria.

Recordemos, antes de pasar a otros términos, que nosotros hemos sido ataviados de gloria gracias,… a la desnudez de nuestro Señor Jesucristo.

6.- ¿Sabes? Sé muy bien que al hablar del vestido para la fiesta de la eternidad, se puede y se debe enfatizar el vestido de la fe, lo mismo que el vestido de la gracia y también el vestido de las buenas obras. Sin embargo, quisiera ahora pedirte permiso para hablar de un vestido de fiesta simple y llanamente y poder ligarlo a una expresión que me agrada de Santo Tomás de Aquino cuando manifiesta que “Mal vestido está quien anda desnudo de virtud”.

La virtud será siempre la mejor de nuestras indumentarias y, aunque es muy cierto que se adquiere a un alto precio, siempre lo reintegrará en sobreabundancia tal como nos lo recuerda José Narosky en Sendas.

7.- ¿Cómo está nuestra vestimenta de virtudes? Ó, ¿será que vamos dando lástima al ir revestidos con los harapos de nuestros vicios e inconsistencias?

¿Te acuerdas del cristiano Víctor Hugo, quien refería su encuentro con aquel joven cuya vestimenta corporal era muy sencilla pero que su corazón le dimensionaba enormemente al ir este lleno de ilusiones? “Me encontré en la calle a un joven, un joven muy pobre, pero un joven que estaba enamorado. Llevaba un sombrero viejo y una chaqueta raída; el agua entraba por sus agujerados zapatos, y las estrellas entraban por su alma”.

8.- ¿Cómo está nuestra vestidura de virtudes? ¿Cuáles virtudes se podrían convertir en el mejor de nuestros atuendos?

¿Qué te parece la virtud de la integridad? Decía el mismo Santo Tomás de Aquino que la virtud de la integridad consiste en hacer lo correcto cuando nadie nos está mirando. ¿Actuamos de esa manera?

¿O que te parece que hablemos de la virtud de la coherencia? Se trata en la realidad de una de las virtudes que hemos ido perdiendo en nuestro tiempo. El hombre de hoy en día se ha vuelto incapaz de respaldar con sus obras aquello que enseña. Todos somos muy buenos para hablar pero malos para vivir lo que hablamos.

¿Y si habláramos de la virtud manifiesta en la congruencia con nuestra fe? Les decía San Cipriano a los primeros cristianos en Cartago: “Esta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios; estos en la adversidad se quejan y murmuran; y a nosotros, las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella.”

9.- Y,... la peor de nuestras desgracias estriba en ese vivir en un mundo desnudo de virtudes. El nuestro es un mundo de gigantes en asuntos nucleares y de pigmeos en cuestiones de ética. Se trata de un mundo que conoce más de la guerra que de la paz, mucho más de matar que de vivir. Los hombres hemos llegado a comprender el mismísimo misterio del átomo pero no hemos ni desentrañado ni, mucho menos, vivido el Sermón de la Montaña.

10.- Hablando acerca de nuestras vestiduras, recordaba que la Madre Teresa de Calcuta nos hubo hablado acerca del vestido del amor al invitarnos para que lleváramos a este nuestro mundo a una nueva síntesis existencial en torno a un amor que se convierta en praxis: “El vestido del amor lleva una orla que se arrastra por el polvo, y barre la suciedad de las calles y caminos, y puesto que puede, debe hacerlo.” ¿No será este vestido del amor el que esperará ver Dios cuando lleguemos ante Él?

Si amáramos en realidad, nuestra vida se transformaría, y al transformarse nuestra vida aportaríamos nuestra colaboración para que nuestro mundo se transformara en algo mejor. Se trata de un amor que se encarga de transformar primero nuestra vida y que después transforma al mundo.

Se trata de ese vestido que nos llega a faltar a todos aquellos que sólo hallamos vivido en el egoísmo, o que nos hallamos replegado en la vida olvidando el elemento festivo de nuestra existencia y de la eternidad, ese elemento que pertenece a la sana convivencia.

Se trata del vestido que no tenemos todos aquellos que hallamos convertido nuestra vida no en una fiesta con el hermano sino en el funeral de nuestro egoísmo.

11.- Todos aquellos que no hayamos preparado nuestro vestido en la alegría cristiana sino que nos hayamos aislado de los demás, no podemos ostentar un vestido de fiesta cuando toda nuestra vida ha sido un cerrarse, un usar a los demás.

Nuestro egoísmo nos aisla de la comunidad humana y nos aislará de la comunidad salvífica en la eternidad. Nuestro egoísmo nos impide vivir la fiesta y la sana convivencia de la vida y será también aquello que nos impida el libre acceso a esa fiesta de bodas a la que nos invita Dios para la eternidad.

12.- ¿Sabes? El contenido del Evangelio de este día concuerda con un trozo escrito por John Steinbeck en su obra: “Al este del paraíso”: “Estoy convencido de que hay un relato en el mundo, y sólo uno, que ha aterrorizado e inspirado a todos los humanos, de manera que vivimos un melodrama en episodios de continua reflexión y sorpresa. Los humanos están cautivos –en su vida, sus pensamientos, sus ansias y ambiciones, en su avaricia y crueldad, y también en su bondad y generosidad- en una red del bien y del mal. Pienso que este es el único relato que conocemos, y que transcurre en todos los niveles de sentimientos y de inteligencia. La virtud y el vicio fueron la trama y urdimbre de nuestra incipiente conciencia, y serán el tapiz de la última; y esto es así a pesar de los cambios que podamos imponer al campo, al río y a la montaña, a la economía y al trato social. No hay otro relato. Al hombre, después de haber limpiado el polvo y las virutas de su vida, le quedarán sólo estas preguntas severas y escuetas: ¿Fue mi vida buena, o mala? ¿He hecho el bien, o el mal?”

¡Oye! Te pido que te mires en el espejo de la introspección: ¿Cuál vestido traes puesto para así ingresar a la fiesta de la eternidad? Mientras que tengas tiempo tienes la capacidad de transformar las sorpresas en seguridades, puesto que nuestra única seguridad es la sorpresa.



IV - LOS ENEMIGOS DE LA FIESTA.

“En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero estos no quisieron ir.

1.- Hermanos muy queridos:

Concluimos estas reflexiones sobre el Evangelio de este domingo con dos elementos en los que es adecuado que recapacitemos: primero el de esa tarea que nos impide disfrutar de la vida y segundo el de la negativa a asumir la fiesta de nuestra existencia.

2.- Primero tenemos que percibir que son las ocupaciones las que nos impiden atender el llamado de Dios para la fiesta de la eternidad y,… la fiesta de la temporalidad.

En el libro del Génesis, Dios confía al hombre la tarea de ejercitar el dominio sobre la creación de la que le ha llamado su lugarteniente.

«El trabajo es parte del estado original del hombre y precede a su caída; no es pues un castigo o una maldición». El trabajo se ha asociado con el dolor y esfuerzo como resultado del pecado original. Sin embargo debería considerarse como algo digno de mérito puesto que nos permite proveernos de los elementos materiales que necesitamos para nuestra vida y la de nuestra familia.

Al mismo tiempo, y quizá esta es el principal reclamo del Evangelio de este día, no es del todo adecuado el que se coloque el trabajo en el vértice de nuestras actividades. «El trabajo es esencial, pero es Dios –y no el trabajo – quien está en el origen de la vida y en el objetivo final del hombre».

3.- En el Nuevo Testamento, uno encuentra el ejemplo de Jesús, que llevó a cabo la tarea del trabajo manual como carpintero. Jesús denuncia al criado que esconde su talento en la tierra haciendo una referencia clara a nuestros pecados de omisión (Mt 25,14-30) y describe su propia misión a favor de los hombres como la de trabajar (Jn 5,17). Pero Jesús también nos enseña a buscar los tesoros del cielo que duran, en vez de aquellos que son perecederos (Mc 6,19-21), pero hoy en día parece que el hombre en su pragmatismo se ha olvidado de la trascendencia.

Jesús, el Hijo de Dios, trabaja con sus manos y con todo su esfuerzo para librar al hombre de sus muchas cargas: la enfermedad, el sufrimiento, la carencia, el pecado, el egoísmo, la soledad, las esclavitudes y la muerte. El sábado del tiempo debe prepararnos para nuestro sábado de la eternidad. En la creación también el trabajo humano se ha transformado en un servicio a la grandeza de Dios.

Jesús revela que el trabajo no es sólo participación en la creación, sino también en la labor de redención. «Quienes toleran los difíciles rigores del trabajo en unión con Jesús cooperan, en un cierto sentido, con el Hijo de Dios en su labor de redención y muestran que son discípulos de Cristo que cargan con su cruz».

De hecho, como nos enseña el apóstol San Pablo, ningún cristiano tiene derecho a no trabajar y estar viviendo a expensas de los demás (2Tes 3,6-12). El apóstol san Pablo anima a los cristianos a trabajar y luego a compartir los frutos con los demás que están en necesidad (Ef 4,28).

Cada trabajador, afirma San Ambrosio de Milán a los cristianos de finales del siglo cuarto, es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien a través de nuestras manos (De obitu Valentiniani consolatio, 62).

4.- Es por ello que en este tema que compartimos sobre el lugar que el trabajo tiene en nuestra vida, resulte necesario el que veamos nuestros quehaceres o trabajos desde el punto de vista de la administración de todo aquello que se nos ha delegado por Alguien.

Administrar humanamente significa estar al servicio de alguien reconociendo el privilegio que se nos ofrece, agradeciendo la confianza que se nos brinda y teniendo muy en claro la funcionalidad de la elección de la que hemos sido objeto.

Administrar en el horizonte cristiano significa reconocer que la realidad primera y última en nuestra historia personal será siempre el don de Dios gratuito, sobreabundante y sin revocación.

Se trata no de la experiencia de un asalariado sino de la experiencia de alguien que se sabe y vive como hijo, y que percibe que el don de Dios nos coloca ante la presencia de Aquel que nos ama, que nos ha colmado y que ha transformado nuestra vida.

Ante unos dones de Dios que nos desbordan, surge la necesidad de cuatro cosas: tomar conciencia del obsequio divino, tener entusiasmo ante su generosidad, hacer confesión pública de su presencia y reconocer gozosamente su grandeza.

Resulta necesario el reconocer de que todos somos privilegiados al haber recibido en administración todas y cada una de las diferentes manifestaciones de su bondad.

El hombre es administrador y debe recordar que la principal cualidad de un administrador no es otra sino la fidelidad,... y con ello la sencillez. Pero el hombre se siente independiente, siente no necesitar a Dios.

Ser administradores conscientes, sin duda, debe significar que nunca podremos descansar creyendo que ya hemos llegado, que ya estamos bien, que ya somos lo suficientemente buenos como para descansar, dormirnos y despreocuparnos, pero también significa que debemos tener un tiempo para aquel que nos ha dado la vida y que nos ha confiado nuestros quehaceres, y que nos recuerda que nuestro destino se encuentra en la eternidad. Ya el Santo Cura de Ars dirigía un sermón sobre la oración a los cristianos del siglo XIX que nos dice mucho a cada uno de nosotros: “Quien de vosotros podrá oír, sin llorar de compasión, a esos pobres cristianos que se atreven a deciros que no tiene tiempo para orar? ¡Pobres ciegos! ¡No tenéis tiempo!, más decidme, ingratos, si Dios os hubiese enviado la muerte esta noche, ¿habrías trabajado? Si Dios os hubiese enviado tres o cuatro meses de enfermedad, ¿habrías trabajado?”.

5.- Ahora bien, este es el segundo elemento a referir y es que en el Evangelio de este domingo.

¿No seremos nosotros de aquellos que las fiestas nos incomodan a causa del amor y apego por el rigorismo religioso así como a nuestros importantes quehaceres?

De la misma manera en que el Maestro el día de hoy nos invita a la fiesta de la eternidad,… pero pareciera que los hombres preferimos almacenar en nuestra vida mucho más los elementos laborales que los festivos y de descanso, y vivir en nuestra vida mucho más el rigor y el escrúpulo del deber ser que la alegría y la flexibilidad en la buena nueva que nos invita a ingresar a los terrenos de la eternidad. Parece que los hombres, un tanto incómodos por la propuesta de Cristo, le queremos dar a Dios lecciones sobre el cómo debe ser la eternidad y de que Él debe actuar con mucha más seriedad. La verdad es que la fiesta nos escandaliza a no pocos.

6.- Y es que tal parece, como si muchos de los cristianos prefiriéramos concebir la vida en Cristo como un desfile de personas amargadas, muy formales pero con sus caras pálidas y alargadas, lejos de entender que ni en la vida cristiana ni en la eternidad puede existir un lugar ni para los aguafiestas ni para los que están a la fuerza, o porque no les ha quedado de otra.

Y no faltan en nuestro tiempo como en todos los tiempos, las personas que desearían pensar que en el cielo hay más un silencio sepulcral que un bullicioso pero animado ambiente festivo. Cristo quiere ofrecerle al hombre un horizonte de alegría y no de monotonía para nuestra comprensión del Reino.

7.- Nosotros somos cristianos porque en Jesucristo hemos conocido al Dios que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros. Pero aún así, el banquete de bodas de la eternidad es una propuesta que nos resulta inesperada. Hace falta que nos acerquemos a Cristo, a Aquel que puede transformar en luz el lastre de la oscuridad que llevamos en el corazón.

Debemos liberarnos de todo aquello que nos esclaviza y así como la crisálida se ha despojado del capullo para así desplegar sus alas, todos debemos quitarnos las propias cargas, para que sea Dios el que transforme nuestra comprensión de una eternidad pasiva en la fiesta más esperada de todos los tiempos y lugares.

8.- Y tú, ¿No eres de los que le tienes miedo a la eternidad por estar enamorado de la fugacidad de la vida? ¿Te alegra o te entristece la posibilidad de la fiesta en la eternidad?

Los cristianos no somos los fúnebres seguidores de un cadáver, sino discípulos de un resucitado.

La vida es un valor para nosotros pero no es un valor absoluto, en el preciso momento en que levantemos la vida como si fuera un valor absoluto y no relativo, ésta se convertirá en un ídolo y desplazará a Dios del lugar que a Él le corresponde, a esto de le llama la biolatría, y aunque el nombre pudiera tener una buena aplicación, también es llamado como la biofilia. El término biofilia hoy se aplica a actitudes como las de Walt Disney de quien se dice que pidió que su cuerpo exánime fuese congelado (criogénesis: conjunto de técnicas utilizadas para enfriar un material a la temperatura de ebullición del nitrógeno o a temperaturas aún más bajas con la ayuda del helio) hasta que la ciencia estuviese tan adelantada como para que le recupere sus signos vitales. ¿No es esto una negación de la trascendencia? Y, ¿no ha sido precisamente la búsqueda del elixir de la vida una de las búsquedas de todos los hombres de todos los tiempos? ¿No era ese precisamente el argumento del que se valió el tentador en la Caída Original?

9.- El amor es más fuerte que la muerte.

La vida cristiana es una fiesta, no un funeral. La muerte ha cambiado de semblante, ya no es la enemiga sino la hermana. La vida no se quita, se transforma, y cuando se disuelve nuestra morada terrenal se nos prepara una mansión eterna en el cielo.

La parábola del Evangelio del día de hoy nos recuerda que Dios es el único valor absoluto y que le debemos diferenciar de todo aquello que es relativo y no absoluto. Entendemos por relativo aquello que es parcial y que no es total, aquello que es proporcional y que no es universal, lo que es limitado o fragmentario y que nos puede alejar del Todo, lo episódico y que anula la trama de nuestra totalidad.

Esto es precisamente lo alarmante. En el momento actual, nos resulta lamentable el poder constatar, que el hombre se ha quedado en sus valores transitorios y que se ha olvidado del Valor Absoluto. Hoy en día, son tantos los apegos del hombre, que le han llevado no pocas veces a negarse al verdadero seguimiento del Señor, y hasta a olvidar el destino de eternidad que Cristo ha querido compartirnos.

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