Demasiado bello para ser verdad. Así se nos presenta hoy el mensaje de Navidad.
¿Cómo anunciar una «alegría grande» a todo el mundo cuando sabemos que la vida es para tantos una amenaza continua de inseguridad, de sin-sentido y de miedo?
¿Cómo cantar la paz en la tierra cuando vivimos envueltos en crueles imágenes de guerra y de terror?
¿Quién podrá consolar nuestro corazón del cansancio y de la desilusión?
Hace unos años K. Rahner escribió algo que quiero escuchar estos días:
«Cuando al pobre corazón le parece que lo que anuncia la Navidad es demasiado bello para ser verdad, entonces la voz del corazón debe atender con más urgencia al mensaje del Niño que ha nacido hoy».
Navidad nos dice, en primer lugar, quién es Dios. Hay algo muy metido en nosotros que nos lleva a imaginarlo omnipotente, eterno y lejano. Sin embargo, Dios es diferente de lo que nosotros pensamos de Él.
Dios se ha hecho niño, es humano, es frágil y cercano, es uno de nosotros.
El amor de Dios no es un invento de teólogos; es algo misterioso e increíble que ha llevado a Dios a compartir nuestra existencia. ¿No es una suerte que Dios sea así?
Navidad nos revela, al mismo tiempo, quién es el hombre. Sentimientos contrarios se entremezclan dentro de mí estos meses: decepción y confianza, pena por el ser humano y deseo grande de paz, desilusión y secreta esperanza; no puedo «entender» la lógica de los poderosos de la Tierra y me da pena el silencio de los hombres de bien.
Navidad nos dice que la aventura humana no es un fracaso; que no estamos solos en manos del mal; que Dios sufre con nosotros; que Él nos acompaña hacia la vida eterna. Desde el desamparo del pesebre hasta el asesinato de la cruz, Cristo no dice otra cosa. ¿De quién nos puede llegar la «salvación», si no es de él?
No es fácil pronunciar hoy esta palabra, pero tiene razón el teólogo belga A. Gesche cuando afirma que «la idea de salvación merece ser escuchada de nuevo como una de esas viejas palabras que vuelven a resonar en nosotros porque todavía tienen algo que decirnos».
El mundo busca «salvación» y no sabe hacia dónde dirigir su mirada.
¿Nos atreveremos a escuchar el mensaje navideño:
«Alegraos: os ha nacido hoy un Salvador»?
¿Cómo anunciar una «alegría grande» a todo el mundo cuando sabemos que la vida es para tantos una amenaza continua de inseguridad, de sin-sentido y de miedo?
¿Cómo cantar la paz en la tierra cuando vivimos envueltos en crueles imágenes de guerra y de terror?
¿Quién podrá consolar nuestro corazón del cansancio y de la desilusión?
Hace unos años K. Rahner escribió algo que quiero escuchar estos días:
«Cuando al pobre corazón le parece que lo que anuncia la Navidad es demasiado bello para ser verdad, entonces la voz del corazón debe atender con más urgencia al mensaje del Niño que ha nacido hoy».
Navidad nos dice, en primer lugar, quién es Dios. Hay algo muy metido en nosotros que nos lleva a imaginarlo omnipotente, eterno y lejano. Sin embargo, Dios es diferente de lo que nosotros pensamos de Él.
Dios se ha hecho niño, es humano, es frágil y cercano, es uno de nosotros.
El amor de Dios no es un invento de teólogos; es algo misterioso e increíble que ha llevado a Dios a compartir nuestra existencia. ¿No es una suerte que Dios sea así?
Navidad nos revela, al mismo tiempo, quién es el hombre. Sentimientos contrarios se entremezclan dentro de mí estos meses: decepción y confianza, pena por el ser humano y deseo grande de paz, desilusión y secreta esperanza; no puedo «entender» la lógica de los poderosos de la Tierra y me da pena el silencio de los hombres de bien.
Navidad nos dice que la aventura humana no es un fracaso; que no estamos solos en manos del mal; que Dios sufre con nosotros; que Él nos acompaña hacia la vida eterna. Desde el desamparo del pesebre hasta el asesinato de la cruz, Cristo no dice otra cosa. ¿De quién nos puede llegar la «salvación», si no es de él?
No es fácil pronunciar hoy esta palabra, pero tiene razón el teólogo belga A. Gesche cuando afirma que «la idea de salvación merece ser escuchada de nuevo como una de esas viejas palabras que vuelven a resonar en nosotros porque todavía tienen algo que decirnos».
El mundo busca «salvación» y no sabe hacia dónde dirigir su mirada.
¿Nos atreveremos a escuchar el mensaje navideño:
«Alegraos: os ha nacido hoy un Salvador»?
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