En el evangelio que leíamos anoche encontramos un relato mítico-simbólico del nacimiento de Jesús; en el que acabamos de leer, un relato metafísico. Es casi imposible descubrir que hacen referencia a la misma realidad. En ambos se quiere comunicar el misterio de la encarnación. En ambos se nos quiere decir lo que Dios es y como actúa. Lo que es Jesús, y como nos salva.
En lo tocante a Jesús, celebramos un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Jesús es una realidad histórica, y podemos hacer referencia a su tiempo y tratar de imaginar hoy cómo ha sucedido.
Pero en lo que se refiere a Dios, no se trata de un suceso, sino de una realidad trascendente que está siempre ahí. Dios se está encarnando siempre. Eso no tenemos que celebrarlo como acontecimiento, sino vivirlo como realidad actual. Como María, yo tengo que dar a luz lo divino que ya está dentro de mí.
Los cristianos no hemos sido aún capaces de armonizar la trascendencia con la inmanencia en Dios. En nuestra estructura mental cartesiana, no cabe que una realidad sea a la vez inmanente y trascendente. Por eso nuestro lenguaje sobre Dios es siempre ambiguo. Dios está más allá que toda realidad, pero a la vez está siempre encarnándose.
En Jesús esa encarnación se manifestó absolutamente. De esa manera nos abrió el camino para vivirla nosotros. “Les da poder para ser hijos de Dios”.
A esa realidad nunca podremos llegar por vía de conocimiento, sino por vivencia. Acabamos de leer dos líneas que son claves para entender el evangelio de Juan: “En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres”. Por no tener en cuenta esto, hemos caído en el intelectualismo y la dogmática.
Hemos querido entender a Jesús, como portador de un conocimiento que nos trae la salvación. No es la luz la que nos va a llevar a la Vida, sino al revés. La Vida es la que nos llevará a la comprensión, a la luz.
En lo tocante a Jesús, celebramos un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Jesús es una realidad histórica, y podemos hacer referencia a su tiempo y tratar de imaginar hoy cómo ha sucedido.
Pero en lo que se refiere a Dios, no se trata de un suceso, sino de una realidad trascendente que está siempre ahí. Dios se está encarnando siempre. Eso no tenemos que celebrarlo como acontecimiento, sino vivirlo como realidad actual. Como María, yo tengo que dar a luz lo divino que ya está dentro de mí.
Los cristianos no hemos sido aún capaces de armonizar la trascendencia con la inmanencia en Dios. En nuestra estructura mental cartesiana, no cabe que una realidad sea a la vez inmanente y trascendente. Por eso nuestro lenguaje sobre Dios es siempre ambiguo. Dios está más allá que toda realidad, pero a la vez está siempre encarnándose.
En Jesús esa encarnación se manifestó absolutamente. De esa manera nos abrió el camino para vivirla nosotros. “Les da poder para ser hijos de Dios”.
A esa realidad nunca podremos llegar por vía de conocimiento, sino por vivencia. Acabamos de leer dos líneas que son claves para entender el evangelio de Juan: “En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres”. Por no tener en cuenta esto, hemos caído en el intelectualismo y la dogmática.
Hemos querido entender a Jesús, como portador de un conocimiento que nos trae la salvación. No es la luz la que nos va a llevar a la Vida, sino al revés. La Vida es la que nos llevará a la comprensión, a la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario