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sábado, 22 de noviembre de 2008

Cristo Rey: El juicio del Hijo del Hombre

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo final del Año Litúrgico. Cristo Rey: Mateo 25, 31-46 . Vinculo este día dos temas: el de los novísimos que he venido tratando a lo largo del mes de noviembre, y el comentario a los textos de Mateo, de los que he tratado los pasados domingos. Hoy nos toca el domingo de Cristo Rey, domingo del Juicio Final, según Mateo 25, 31-46, uno de los textos más importantes de la historia religiosa de occidente. En este contexto, quiero empezar diciendo que la novedad del evangelio cristiano está en la superación de un tipo de juicio, no por desinterés o fatalismo, sino por misericordia creadora; no por abandono de las víctimas, sino por exigencia de una justicia más alta, por la que el mismo Dios se identifica con los expulsados de la historia. El Nuevo Testamento sabe que Dios es salvador, más que juez; pero no ha podido suprimir el tema del juicio, sino que ha hecho algo más profundo: lo ha introducido en la visión de Jesús como Hijo del Hombre encarnado en los pobres. Así lo ratifica Mt 25, 31-46 (en la imagen, la interpretación del juicio final de Miguel Ángel, que no responde al espíritu del texto

Texto

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."

Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de deber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis." Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna."

(1) Presentación. Juicio del Hijo del hombre.

Mt 25, 31-46 ha situado el tema en un contexto de juicio final, que el mismo Jesús proclamará cuando acaben los tiempos. Como es normal, diversos elementos y normas de ese juicio pueden encontrarse en otros pueblos y culturas (en Israel y Mesopotamia, Egipto y China...), que también se han preocupado por los excluidos de la sociedad y han buscado la justicia. Muchos pueblos han «soñado» (buscado) la liberación final, queriendo superar las estructuras de violencia de a tierra. Pero ninguno (que sepamos) ha llevado hasta este límite mesiánico (cristiano) la experiencia y exigencia de comunicación y gratuidad que aquí encontramos. En este contexto podemos distinguir dos líneas.

(a) Lc 4, 18-30 puede aparecer como programa de mesianismo activo, interpretando el mensaje de Jesús como principio de liberación, un mensaje que ha sido rechazado por sus paisanos nazarenos.

(b) Mt 25, 31-46 empieza ofreciendo, sin embargo, un mesianismo receptivo: mira la historia desde la meta del juicio final e interpreta a Jesús como Mesías que ha tomado sobre sí el dolor de los hombres Desde ese fondo entiende la acción liberadora como gesto de asistencia (visita y servicio) hacia aquellos que se encuentran oprimidos. Se reúnen ante el Hijo del Humano todos los pueblos de la tierra, culmina el juicio de la historia y se descubre, por Jesús, la verdad de lo que ha sido: lo que Dios ha realizado, lo que han hecho o padecido los humanos. Desde ese fondo se entienden las necesidades del hombre y el «juicio» del enviado de Dios, que consiste en identificarse con los necesitados de la historia, suscitando un movimiento de solidaridad creadora.

(2) Necesidades humanas: del hambre a la cárcel.

Leído en perspectiva social, Mt 25, 31-46 sintetiza las necesidades de la humanidad en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), abarcador (enfermedad y cárcel). No existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamios, chino...) que recoja de ese modo todos los males de la historia, aunque esos males, lo mismo que la necesidad de ayudar a quienes los padecen son un tema corriente en las mejores éticas de la antigüedad.

El texto no discute el origen o razón de esos males. Supone que están ahí y busca una forma de solucionarlos, no en clave de ley, sino de más alta gratuidad. Frente al posible riesgo del intimismo religioso (cf. budismo), del refugio en la contemplación divina (hinduismo) o de la aceptación de un destino más o menos trágico (taoísmo, pensamiento griego), Mt 25, 31-46 pone de relieve la exigencia concreta y activa de ayudar a los necesitados.

(3) Dolores mesiánicos: el sufrimiento del Hijo del hombre.

Jesús, Mesías de Dios, no es un superhombre que libera a los humanos desde arriba. Por el contrario, él asume como propios los dolores de la historia, incluyendo en su yo necesitado (muerto por los otros) los dolores de todos los hombres. Sin esta revelación de la gracia de Dios que asume el dolor de la historia no existe evangelio, ni se puede hablar de un «juicio de Dios». Otras religiones han podido hablar en general de un sufrimiento divino; los israelitas han profundizado en ese tema. Pero sólo el cristianismo, con su experiencia concreta de encarnación personal de Dios, puede hablar en estos términos. Jesús, Hijo de Dios, ha hecho suyos, en su vida concreta y en su pascua, todos los sufrimientos de la historia humana y de esa forma se define a sí mismo diciendo: ¡tuve hambre, estuve encarcelado! No ha venido a juzgar a los hombres, sino a compartir su camino de vida y sufrimiento.

(4) Servicio, acogida, episcopado.

Los dolores mesiánicos se identificaban con los sufrimientos normales de la historia humana: hambres y sed, exilio y desnudez, enfermedad y cárcel. Lógicamente, las obras de ayuda serán la inversión de esos dolores: dar de comer y beber, acoger y vestir, visitar y acudir al lugar de la opresión. Significativamente, los condenados las definen y unifican como obras de servicio: «¿cuándo te vimos... y no te servimos?» (25, 44). Esas obras de ayuda no son, por tanto, un gesto de caridad que se añade a las obligaciones normales de la vida, sino la obligación o tarea (=diaconía) mesiánica primera, donde se fundan y reciben su sentido las restantes.

Todas esas obras (de alimentación y acogida de los exilados) culminan en la visita, entendida como episcopado, es decir, como cuidado de los enfermos y encarcelaos de la historia humana. Por eso dice el Cristo juez a los de su izquierda: ¡estaba enfermo o en la cárcel y no cuidasteis de mi¡ (25, 43). Cuidar se dice «episkopein», que es la tarea primera de aquellos a quienes la iglesia posterior llamará cuidadores u obispos de los necesitados. No se trata, por tanto, de juzgar a los necesitados, sino de ayudarles a vivir.

(5) Salvación final: Venid, benditos de mi Padre.

Ciertamente, Cristo está presente en los que sufren y, al mismo tiempo, pide a los hombres que le ayuden (que sirvan a los necesitados). Pero la salvación mesiánica culmina sólo al fin del tiempo. A partir de ella se plantea la acción liberadora o, quizá mejor, comunicativa en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados). Esa acción no se ejerce en plano de antítesis violenta (lucha entre pobres y ricos, libres y encarcelados), sino de solidaridad creadora. Este es «juicio del Hijo del hombre»: que todos los hombres se ayuden a vivir entre sí. De esa forma, el texto identifica el reino de Dios con el amor gratuito (supralegal) que se dirige hacia los necesitados, trazando un camino de servicio que empieza en el hambre (dar de comer) y culmina en la ayuda a los presos (visitar a los encarcelados). La ley social, vinculada al juicio, deja al hombre dentro de la conflictividad de la historia; la gracia de Cristo le abre a la comunicación total, que culmina en la resurrección final, en la llamada del Hijo del Hombre a los salvados: ¡Venid, benditos de mi Padre!».

(6). Simetría o antítesis judicial: Venid, apartaos.

El texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, vida y castigo eterno, situándose así en un plano legal, que es coherente con una parte muy significativa del mensaje israelita y de la iglesia primitiva. De esa forma opone al fin cielo e infierno, de manera que parece justificar también la división entre buenos y males (merecedores de premio y de cárcel) dentro del mundo .

Pero mirando mejor las cosas, desde la unidad del evangelio, tal como ha sido recogido y culminado por Mateo (en Mt 28, 16-20), Jesús ha superado esa simetría judicial, abriendo un camino que tiende, de manera paradójica y privilegiada, hacia la salvación de todos. Las dos partes de la escena (derecha e izquierda) forman un tablero simbólico, como una indicación pedagógica y parenética (tomada de la historia de las religiones y culturas del entorno), para que en su fondo se destaque mejor lo inaudito: la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que rompe todas las simetrías y supera todas las antítesis, haciéndose presente en los más pobres, en hambrientos y rechazados del mundo. Eso significa que Jesús no juzga desde fuera, como un juez racional, que se sitúa por encima de opresores y víctimas, sino identificándose con las víctimas de la historia humana, para abrir desde ellas un camino de salvación, que puede y debe ofrecerse a todos.

(7) Más allá de la simetría.

El juicio donde se supera todo juicio. Este es el juicio donde, paradójicamente, asumiendo en un nivel la dialéctica judicial (Venid, benditos…. Apartaos de mi, malditos), se supera ese nivel desde los más pobres, es decir, desde los rechazados de la sociedad. El Dios de Jesús no ha venido a juzgar a los hombres, sino a encarnarse en ellos, iniciando desde los más pobres un camino de solidaridad que se abre, misteriosamente, a todos. Este es el Dios del Jesús que ha dicho «no juzguéis» y, que, por tanto, no puede venir a juzgar, sino a ofrecer a todos un camino de salvación. Por eso, desbordando el nivel de simetría o antítesis, debemos recordar que sólo existe un camino de Dios, un camino mesiánico de gracia. De esa manera, utilizando una terminología judicial, fundada en la ley israelita (cf. Dt 30, 15), que se expresa en los apocalípticos (cf. Dan 12, 1-3), el Dios de Jesús de Mt 25, 31-46 ha superado toda norma y principio de juicio. Éste es el Dios que se identifica con la vida que él ofrece a todos los que le escuchan y acogen. Este es su único camino. El otro no es camino, sino muerte. Según eso, la formulación antitética (en forma de pura simetría entre derecha e izquierda, ovejas y cabras) forma parte de un primer nivel de lectura moralista del pasaje. Pero el Dios de Mt 25, 31-46, mirado desde el fondo del evangelio de Mateo, no es un observador, ni juez moral, sino que está implicado en la trama de la historia, como gracia liberadora y como vida; es el Dios del sermón de la montaña que hace llover sobre justos y pecadores y que ama a todos (cf. Mt 5, 43-48).

(cf. S. GRASSO, Gesù e i suoi fratelli. Contributo allo studio della cristologia e dell'antropologia di Matteo, EDB, Bologna 1994; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25, 31-46), Sígueme, Salamanca 1964).

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