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lunes, 3 de noviembre de 2008

Muerte - Encuentro

por Jesús Burgaleta
Publicado por El Libro de Arena

El encuentro definitivo con Dios está narrado en el evangelio como el instante dichoso en el que la novia recibe al novio, para ir a celebrar las bodas. «El Reino de los cielos se parece a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al Esposo… A media noche se oyó una voz: ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!… Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta».
Ante la imagen de la muerte como túnel, noche sin salida, soledad total, vacío vaciado de toda esperanza, sima, abismo, el evangelio nos anuncia que la muerte es el final de la espera nerviosa, el amanecer que hace inútil el resplandor de nuestra lámpara, la salida del túnel de la vida.
Ante la sensación de la muerte como aplastamiento de la persona, pérdida del ser, olvido de la conciencia, niebla de todo recuerdo, destrucción de la historia; la muerte nos anuncia el evangelio, es elevación, reencuentro, conciencia plena, vida lograda, historia plenificada, realización del amor ansiado y preparado durante largo tiempo.
Ante el símbolo de la muerte como barrera infranqueable, muralla, muro de granito contra el que se estrellan todos los sueños o ímpetus del cuerpo y del espíritu; la muerte para el discípulo es la apertura del círculo maldito que da paso al valle donde se celebra la fiesta, en el que se puede recostar para siempre, junto al amor, debajo de sombras grandes y junto a ríos de aguas profundas y claras.
Ante la muerte como ruptura de relación, distanciamiento, adiós sin retorno, pérdida de contacto, inhibición de todo diálogo, comunicación y encuentro; el evangelio nos anuncia que la muerte es Alianza, relación, proyecto de vida juntos, matrimonio, boda, amor continuo.
Ante la muerte como luto, tristeza sin consuelo, desolación, amargura, lágrimas sin cuento, dolor, entierro, tierra removida, sepultura, pérdida, aniquilamiento; el evangelio nos proclama que la muerte es fiesta, banquete de bodas, danza de la vida a ritmos de vértigo, realización de los sueños y el deseo, tránsito, renacimiento.
Ante la muerte como sombra, oscuridad, negro luto intenso, niebla, niebla infinita en la que desaparece toda forma y se pierde la identidad de unos mismo, frío, hielo, rigidez, entumecimiento; el evangelio nos sugiere que la muerte es la transformación del fuego del candil en hoguera de junio, del tenue pabilo en luz brillante, de la chispa en volcán; es el encuentro con el Esposo, luz de toda luz del alma y calor de la vida íntima.
Ante la muerte vivida como despojamiento, delirio de la nada, en la que se deshoja nuestra vida como una margarita y se esparcen las cenizas por el viento; el evangelio nos incita a verla como revestimiento, como transformación del cuerpo opaco en una realidad iluminada desde dentro, como el paso del grano sembrado a la espiga que es envidiada por la brisa y el viento.
Os anuncio, hermanos, que la muerte es un encuentro, el desvelamiento de la raíz, la comunión con la vena de la vida sin rodeos, la penetración en el misterio tantos veces soñado y tantas veces huido.
La muerte es un encuentro, si vivimos a lo largo de los años con más sensatez que las vírgenes «necias». La muerte es el cumplimiento, si hemos mantenido el aceite en la lámpara y el pabilo encendido. La muerte es plenitud, si morimos «vivos». La muerte es la fiesta de las bodas, si hemos vivido en el encuentro, en la comunicación, en un noviazgo serio; si mantenemos la fidelidad al amor mientras vivimos.
La muerte –¡terrible paradoja que rompe todas las ecuaciones del pensamiento!– es la gran Noticia, el ansiado revuelo, el inicio del cumplimiento de todos los deseos, si «estamos en vela», si somos sabios, si esperamos despiertos, vigilantes, atentos, la venida del Esposo. ¡Nos aman! La muerte no es el final de todo: es la venida del Amor que inaugura un tiempo nuevo.

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