Simpática, apasionada, de hablar fuerte y sin ambigüedades discursivas, María Clara Lucchetti Bingemer, es una brasileña que no se va por las ramas. Doctora en Teología (y post doctorada también), actualmente decana de la Facultad de Teología y Humanidades de la Universidad Católica de Río de Janeiro, estuvo de visita en Chile para dictar una conferencia en el III Encuentro de Teólogas convocado por el Círculo de Teólogas de la Pontificia Universidad Católica. Junto al sacerdote Diego Irarrázaval y al psicoanalista Ricardo Capponi, abordaron el tema "Varón y mujer: Misterio de relación".
Casada, tres hijos, una nieta, periodista de primera profesión, María Clara ya viene de vuelta. Pertenece a las primeras generaciones de teólogas, esas que irrumpieron con audacia en el mundo masculino y clerical de las facultades de Teología, que se abrieron paso de a poco, con decisión y talento, para demostrar que las mujeres también podían dar "razón de su esperanza" y reflexionar sobre su fe. Y eso ha hecho. Lleva años dedicada al pensar teológico y hoy ve con urgencia la necesidad de potenciar el rol de los laicos en la Iglesia. Ya lo planteó en la V Conferencia del CELAM, en Aparecida, a la que asistió como asesora de los obispos brasileños.
¿Qué sabor le dejó a Ud. el documento final de Aparecida?
Bueno –dice, gesticulando con la cabeza en negativo–, fue menos que Puebla y Medellín pero más que Santo Domingo. Faltó osadía en los planteamientos y sobraron las correcciones que después se hicieron al documento acordado por los obispos. No había necesidad de tal cosa.
Y en relación con las mujeres...
Pobre, muy pobre, ¡pobrísimo! Sólo se dicen unas pocas palabras y nada con la claridad ni la fuerza que, me parece, debió plantearse. El documento, en general, tiene un tono exhortativo y es positivo al resaltar la necesidad del encuentro con Jesucristo o la importancia del laicado. Pero sobre las mujeres es muy pobre.
¿No le parece que, aun cuando se habla y se condena la "ideología de género", la mirada de la realidad de varones y mujeres está de todos modos permeada por la categoría?
Sí y no. Sí, porque en algunos números del documento se incluye la situación de la mujer y del varón. No, porque un discurso de género implica un acercamiento más crítico a la situación, lo que no se ve en el texto. Aquí en Chile no observo que se dé. Tampoco en Brasil. La mención específica del hombre es algo nuevo que debemos a un análisis de género, pues hasta hace poco todo se daba por supuesto. Actualmente existe una crisis en los varones que la Iglesia ve y de la cual quiere hacerse cargo.
LA MUJER EN LOS NIVELES DE DECISIÓN
El documento conclusivo afirma que "urge que las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica", y que es necesario crear espacios y estructuras que favorezcan esa inclusión.
¡Pero si las mujeres ya tienen plena participación en la vida eclesial y familiar! Por lo tanto, no me parece que aquella sea una carencia a trabajar. Ellas no sólo participan plenamente sino que gracias a ellas es posible esa vida eclesial y familiar. En los planos social, económico y cultural –estoy de acuerdo– aún falta mucho. Hay que crear espacios y estructuras que favorezcan la inclusión en los niveles de decisión, de poder; no en la participación, pues ella ya está.
En el texto de Aparecida se habla bastante de complementariedad y reciprocidad entre varón y mujer.
Creo que hay una confusión de conceptos. Complementariedad no es un buen término, a mi juicio, porque da la idea de que están incompletos y deben buscar lo que les falta en el otro o en la otra. La reciprocidad, en cambio, no habla de incompletud, sino de dos seres plenos que se relacionan voluntariamente porque quieren y no porque necesiten satisfacer carencias. El empobrecimiento del tejido eclesial se ha dado precisamente porque ha faltado reciprocidad entre varones y mujeres. La mujer ya está presente en la Iglesia, pero tiene que empoderarse; es necesario que acceda al poder que le corresponde, sólo así puede haber verdadera reciprocidad. Hasta ahora ha sido mantenida como "complemento", pero ¿cuánto más puede durar esa situación? Es necesario impulsar la pastoral de manera que incluya y potencie el liderazgo de las mujeres y su acceso a los niveles de decisión.
¿Qué hace falta para lograr esa reciprocidad?
Los católicos deberíamos explicitar más las contradicciones sociales que vivimos en la relación con las mujeres. Por ejemplo, queremos que salgan a trabajar pero se dificulta la compatibilidad de roles, las empresas les pagan menos a ellas, no hay horarios flexibles ni salas cuna, etc., y muchos de los empresarios responsables son cristianos. Falta que la Iglesia denuncie esas injusticias detalladamente, como ya ha denunciado otras. ¿Qué pasa con la violencia sexual y con las innumerables injusticias laborales que pesan sobre las mujeres? La Jerarquía debería tener una voz más fuerte para que ellas se sientan respaldadas y puedan trabajar más tranquilas.
También creo que debería explicitarse con más fuerza la urgencia de que el varón comparta el trabajo doméstico. No es una opción; es una obligación y no se dice con fuerza. Sí se dice que la mujer es insustituible en el hogar. Es decir, ella tendría que ser un súper ser humano. Pero lo cierto es que si no hay colaboración práctica y activa del hombre, no se puede.
En el fondo, sigue la división de la mujer en el espacio privado y el hombre en el público. Pero el hombre también tiene que sentirse responsable de las cacerolas y del lavado de la ropa. No puede hacer pesar todo sobre la mujer. Los espacios públicos y privados son de ambos.
JESÚS Y LA MUJER
En la V Conferencia se hace un llamado a la participación no sólo a las mujeres, sino a todos los laicos, para ir a los ministerios, a participar de las instancias de planificación y decisión.
Efectivamente. Se hace a los laicos; también a las mujeres, que somos laicas. Pero sería bueno preguntarse por qué la mujer sólo es sujeto de seis y no de siete sacramentos. Me dirán que la tradición de la Iglesia católica y de la ortodoxa no tiene mujeres ordenadas. La Iglesia ortodoxa tiene sacerdotes casados, no así la católica. El diaconado permanente está creciendo pero es sólo para hombres. El rabinato de Jesús, en cambio, admitió discípulas mujeres y es imposible ignorarlo. Hay un liderazgo reconocido de san Pedro, pero no hay duda de que las mujeres eran parte del grupo inicial de cristianos.
¿Por qué cree usted que aún persiste esa exclusión?
Pienso que hay una carga negativa sobre el cuerpo de la mujer. Ello ocurre en todas las religiones. Miremos un ejemplo: el tema del pelo. Habitualmente, se le ha exigido a la mujer taparlo o cortarlo y, sin embargo, miremos la praxis de Jesús. Cuando se acerca la mujer a ungirle los pies, ella no sólo rompe las leyes del banquete del fariseo, sino que expresa su feminidad como un gesto de alabanza y amor a Jesús, le seca los pies con su pelo, nos dice el texto. ¿Y qué hace Jesús? Se deja secar los pies por esa mujer. Otro ejemplo es la menstruación. En muchas religiones sigue siendo tabú, incluso se la llama "enfermedad", pero ¡por Dios! ¿Qué enfermedad es esa? Rápidamente la conectamos con lo que los antiguos llamaban impureza y la impureza se contagia... como las enfermedades. Jesús lo sabía muy bien, pero se deja tocar por la hemorroísa y por muchas otras mujeres.
¡LA MUJER NO ES LA TENTADORA!
Parece persistir la vinculación del cuerpo de la mujer a lo negativo, lo malo.
Por ejemplo, ella es la responsable de la entrada del pecado en el mundo. Pero yo digo, es mala fe interpretarlo así. ¿Pobrecito de Adán que pecó por culpa de la mujer? Juan Pablo II, en Mulieris Dignitatem, lo deja bastante claro: es pecado de la humanidad, no de la mujer. Entonces, hay una carga negativa que conecta el cuerpo de la mujer con todo lo profano, lo pagano; las mujeres no son vistas como seres espirituales. Para que lo sean, deben despojarse de su cuerpo. ¿Cómo se hace eso? Esa barrera es insalvable. Las mujeres son vistas como peligrosas, seductoras, que enredan las cosas. Pero no es así. La mayoría de las veces son los hombres los que enredan a las mujeres, las seducen, las enamoran y luego las abandonan. Personificar el pecado en la mujer es una iniquidad.
El estigma sobre el cuerpo femenino –en la Iglesia católica, con un clero celibatario– hace que la mujer sea vista como un gran peligro, como el pecado que golpea a la puerta, visión que le ha hecho muy mal a la formación de los hombres y de los clérigos. Algo quedó en el inconsciente colectivo de todo ese prejuicio, ¡pero la mujer no es la tentadora! Ha predominado la asociación de ella al pecado y al demonio. Para escapar, las mujeres no podían hacer uso de su cuerpo, esas eran las santas –las vírgenes–, las demás somos cristianas menores.
Hay algo allí que aún no está reconciliado con la corporeidad femenina, lo que es grave para la Iglesia porque la mujer no puede despojarse de su cuerpo. La negación del cuerpo, de lo que te hace atractiva, ¿cómo vas a negarlo si es tu mismísima identidad? La castidad es para cualquier relación en el sentido de que eliges a una persona y no a otra. ¿Hasta cuándo seguiremos viendo el cuerpo de la mujer como estigmatizado y no como un cuerpo de gracia?
"LA MUJER ERA MUCHO MÁS PARTICIPANTE"
El tema del sacerdocio femenino se ha zanjado con el argumento de la Tradición. Jesús no ordenó mujeres; tampoco lo hicieron los apóstoles.
La afirmación acerca de la Tradición y de que Jesús no lo hizo –y tampoco los apóstoles– tiene que ser mirada con cuidado y ponderada. En verdad, no existía la ordenación tal como se la concibe hoy. Jesús, por lo tanto, no ordenó ni a hombres ni a mujeres. Decir que los apóstoles no ordenaron mujeres cae en lo mismo. No existía el sacramento como lo conocemos. Sin embargo, el Nuevo Testamento nos deja ver que la mujer era mucho más participante en la Iglesia antigua que hoy en día. Hay muchas publicaciones teológicas que lo han demostrado. También está el argumento de que el pueblo no está preparado, pero no creo que sea procedente. Tampoco me parece que es argumento como sostienen algunos– decir que la mujer debería inventar un nuevo estilo de ejercer el sacerdocio; eso me parece una maniobra distractiva porque en el intertanto la mujer sigue sin poder de voz ni de decisión en la comunidad eclesial. En este momento, sin embargo, el Magisterio se ha pronunciado con claridad sobre el tema y no creo que haya espacio para conseguir más. Además, quiero aclarar que yo no soy una defensora a ultranza de la ordenación femenina. Creo que hay otras cosas más importantes y más prioritarias.
¿Cuáles, por ejemplo?
Llamar de vuelta a los sacerdotes casados que quieran ejercer su ministerio y potenciar el laicado. Lo recomienda vivamente la Conferencia Episcopal Brasileña en sus aportes previos a Aparecida. Esto es más urgente que la ordenación femenina. La escasez de sacerdotes requiere de medidas urgentes. En Brasil, el 80% de los católicos no participan de la eucaristía los domingos porque no pueden hacerlo ya que no hay clero. ¿Y qué representa eso si la Eucaristía es el centro de la vida cristiana...? A mí me duele mucho ver al Pueblo de Dios sufriendo esa privación, ¿cuánto más todavía tendrá que esperar?
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Carolina del Río M. Periodista, Teóloga PUC. Artículo publicado en revista Mensaje de noviembre de 2008: www.mensaje.cl
Casada, tres hijos, una nieta, periodista de primera profesión, María Clara ya viene de vuelta. Pertenece a las primeras generaciones de teólogas, esas que irrumpieron con audacia en el mundo masculino y clerical de las facultades de Teología, que se abrieron paso de a poco, con decisión y talento, para demostrar que las mujeres también podían dar "razón de su esperanza" y reflexionar sobre su fe. Y eso ha hecho. Lleva años dedicada al pensar teológico y hoy ve con urgencia la necesidad de potenciar el rol de los laicos en la Iglesia. Ya lo planteó en la V Conferencia del CELAM, en Aparecida, a la que asistió como asesora de los obispos brasileños.
¿Qué sabor le dejó a Ud. el documento final de Aparecida?
Bueno –dice, gesticulando con la cabeza en negativo–, fue menos que Puebla y Medellín pero más que Santo Domingo. Faltó osadía en los planteamientos y sobraron las correcciones que después se hicieron al documento acordado por los obispos. No había necesidad de tal cosa.
Y en relación con las mujeres...
Pobre, muy pobre, ¡pobrísimo! Sólo se dicen unas pocas palabras y nada con la claridad ni la fuerza que, me parece, debió plantearse. El documento, en general, tiene un tono exhortativo y es positivo al resaltar la necesidad del encuentro con Jesucristo o la importancia del laicado. Pero sobre las mujeres es muy pobre.
¿No le parece que, aun cuando se habla y se condena la "ideología de género", la mirada de la realidad de varones y mujeres está de todos modos permeada por la categoría?
Sí y no. Sí, porque en algunos números del documento se incluye la situación de la mujer y del varón. No, porque un discurso de género implica un acercamiento más crítico a la situación, lo que no se ve en el texto. Aquí en Chile no observo que se dé. Tampoco en Brasil. La mención específica del hombre es algo nuevo que debemos a un análisis de género, pues hasta hace poco todo se daba por supuesto. Actualmente existe una crisis en los varones que la Iglesia ve y de la cual quiere hacerse cargo.
LA MUJER EN LOS NIVELES DE DECISIÓN
El documento conclusivo afirma que "urge que las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica", y que es necesario crear espacios y estructuras que favorezcan esa inclusión.
¡Pero si las mujeres ya tienen plena participación en la vida eclesial y familiar! Por lo tanto, no me parece que aquella sea una carencia a trabajar. Ellas no sólo participan plenamente sino que gracias a ellas es posible esa vida eclesial y familiar. En los planos social, económico y cultural –estoy de acuerdo– aún falta mucho. Hay que crear espacios y estructuras que favorezcan la inclusión en los niveles de decisión, de poder; no en la participación, pues ella ya está.
En el texto de Aparecida se habla bastante de complementariedad y reciprocidad entre varón y mujer.
Creo que hay una confusión de conceptos. Complementariedad no es un buen término, a mi juicio, porque da la idea de que están incompletos y deben buscar lo que les falta en el otro o en la otra. La reciprocidad, en cambio, no habla de incompletud, sino de dos seres plenos que se relacionan voluntariamente porque quieren y no porque necesiten satisfacer carencias. El empobrecimiento del tejido eclesial se ha dado precisamente porque ha faltado reciprocidad entre varones y mujeres. La mujer ya está presente en la Iglesia, pero tiene que empoderarse; es necesario que acceda al poder que le corresponde, sólo así puede haber verdadera reciprocidad. Hasta ahora ha sido mantenida como "complemento", pero ¿cuánto más puede durar esa situación? Es necesario impulsar la pastoral de manera que incluya y potencie el liderazgo de las mujeres y su acceso a los niveles de decisión.
¿Qué hace falta para lograr esa reciprocidad?
Los católicos deberíamos explicitar más las contradicciones sociales que vivimos en la relación con las mujeres. Por ejemplo, queremos que salgan a trabajar pero se dificulta la compatibilidad de roles, las empresas les pagan menos a ellas, no hay horarios flexibles ni salas cuna, etc., y muchos de los empresarios responsables son cristianos. Falta que la Iglesia denuncie esas injusticias detalladamente, como ya ha denunciado otras. ¿Qué pasa con la violencia sexual y con las innumerables injusticias laborales que pesan sobre las mujeres? La Jerarquía debería tener una voz más fuerte para que ellas se sientan respaldadas y puedan trabajar más tranquilas.
También creo que debería explicitarse con más fuerza la urgencia de que el varón comparta el trabajo doméstico. No es una opción; es una obligación y no se dice con fuerza. Sí se dice que la mujer es insustituible en el hogar. Es decir, ella tendría que ser un súper ser humano. Pero lo cierto es que si no hay colaboración práctica y activa del hombre, no se puede.
En el fondo, sigue la división de la mujer en el espacio privado y el hombre en el público. Pero el hombre también tiene que sentirse responsable de las cacerolas y del lavado de la ropa. No puede hacer pesar todo sobre la mujer. Los espacios públicos y privados son de ambos.
JESÚS Y LA MUJER
En la V Conferencia se hace un llamado a la participación no sólo a las mujeres, sino a todos los laicos, para ir a los ministerios, a participar de las instancias de planificación y decisión.
Efectivamente. Se hace a los laicos; también a las mujeres, que somos laicas. Pero sería bueno preguntarse por qué la mujer sólo es sujeto de seis y no de siete sacramentos. Me dirán que la tradición de la Iglesia católica y de la ortodoxa no tiene mujeres ordenadas. La Iglesia ortodoxa tiene sacerdotes casados, no así la católica. El diaconado permanente está creciendo pero es sólo para hombres. El rabinato de Jesús, en cambio, admitió discípulas mujeres y es imposible ignorarlo. Hay un liderazgo reconocido de san Pedro, pero no hay duda de que las mujeres eran parte del grupo inicial de cristianos.
¿Por qué cree usted que aún persiste esa exclusión?
Pienso que hay una carga negativa sobre el cuerpo de la mujer. Ello ocurre en todas las religiones. Miremos un ejemplo: el tema del pelo. Habitualmente, se le ha exigido a la mujer taparlo o cortarlo y, sin embargo, miremos la praxis de Jesús. Cuando se acerca la mujer a ungirle los pies, ella no sólo rompe las leyes del banquete del fariseo, sino que expresa su feminidad como un gesto de alabanza y amor a Jesús, le seca los pies con su pelo, nos dice el texto. ¿Y qué hace Jesús? Se deja secar los pies por esa mujer. Otro ejemplo es la menstruación. En muchas religiones sigue siendo tabú, incluso se la llama "enfermedad", pero ¡por Dios! ¿Qué enfermedad es esa? Rápidamente la conectamos con lo que los antiguos llamaban impureza y la impureza se contagia... como las enfermedades. Jesús lo sabía muy bien, pero se deja tocar por la hemorroísa y por muchas otras mujeres.
¡LA MUJER NO ES LA TENTADORA!
Parece persistir la vinculación del cuerpo de la mujer a lo negativo, lo malo.
Por ejemplo, ella es la responsable de la entrada del pecado en el mundo. Pero yo digo, es mala fe interpretarlo así. ¿Pobrecito de Adán que pecó por culpa de la mujer? Juan Pablo II, en Mulieris Dignitatem, lo deja bastante claro: es pecado de la humanidad, no de la mujer. Entonces, hay una carga negativa que conecta el cuerpo de la mujer con todo lo profano, lo pagano; las mujeres no son vistas como seres espirituales. Para que lo sean, deben despojarse de su cuerpo. ¿Cómo se hace eso? Esa barrera es insalvable. Las mujeres son vistas como peligrosas, seductoras, que enredan las cosas. Pero no es así. La mayoría de las veces son los hombres los que enredan a las mujeres, las seducen, las enamoran y luego las abandonan. Personificar el pecado en la mujer es una iniquidad.
El estigma sobre el cuerpo femenino –en la Iglesia católica, con un clero celibatario– hace que la mujer sea vista como un gran peligro, como el pecado que golpea a la puerta, visión que le ha hecho muy mal a la formación de los hombres y de los clérigos. Algo quedó en el inconsciente colectivo de todo ese prejuicio, ¡pero la mujer no es la tentadora! Ha predominado la asociación de ella al pecado y al demonio. Para escapar, las mujeres no podían hacer uso de su cuerpo, esas eran las santas –las vírgenes–, las demás somos cristianas menores.
Hay algo allí que aún no está reconciliado con la corporeidad femenina, lo que es grave para la Iglesia porque la mujer no puede despojarse de su cuerpo. La negación del cuerpo, de lo que te hace atractiva, ¿cómo vas a negarlo si es tu mismísima identidad? La castidad es para cualquier relación en el sentido de que eliges a una persona y no a otra. ¿Hasta cuándo seguiremos viendo el cuerpo de la mujer como estigmatizado y no como un cuerpo de gracia?
"LA MUJER ERA MUCHO MÁS PARTICIPANTE"
El tema del sacerdocio femenino se ha zanjado con el argumento de la Tradición. Jesús no ordenó mujeres; tampoco lo hicieron los apóstoles.
La afirmación acerca de la Tradición y de que Jesús no lo hizo –y tampoco los apóstoles– tiene que ser mirada con cuidado y ponderada. En verdad, no existía la ordenación tal como se la concibe hoy. Jesús, por lo tanto, no ordenó ni a hombres ni a mujeres. Decir que los apóstoles no ordenaron mujeres cae en lo mismo. No existía el sacramento como lo conocemos. Sin embargo, el Nuevo Testamento nos deja ver que la mujer era mucho más participante en la Iglesia antigua que hoy en día. Hay muchas publicaciones teológicas que lo han demostrado. También está el argumento de que el pueblo no está preparado, pero no creo que sea procedente. Tampoco me parece que es argumento como sostienen algunos– decir que la mujer debería inventar un nuevo estilo de ejercer el sacerdocio; eso me parece una maniobra distractiva porque en el intertanto la mujer sigue sin poder de voz ni de decisión en la comunidad eclesial. En este momento, sin embargo, el Magisterio se ha pronunciado con claridad sobre el tema y no creo que haya espacio para conseguir más. Además, quiero aclarar que yo no soy una defensora a ultranza de la ordenación femenina. Creo que hay otras cosas más importantes y más prioritarias.
¿Cuáles, por ejemplo?
Llamar de vuelta a los sacerdotes casados que quieran ejercer su ministerio y potenciar el laicado. Lo recomienda vivamente la Conferencia Episcopal Brasileña en sus aportes previos a Aparecida. Esto es más urgente que la ordenación femenina. La escasez de sacerdotes requiere de medidas urgentes. En Brasil, el 80% de los católicos no participan de la eucaristía los domingos porque no pueden hacerlo ya que no hay clero. ¿Y qué representa eso si la Eucaristía es el centro de la vida cristiana...? A mí me duele mucho ver al Pueblo de Dios sufriendo esa privación, ¿cuánto más todavía tendrá que esperar?
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Carolina del Río M. Periodista, Teóloga PUC. Artículo publicado en revista Mensaje de noviembre de 2008: www.mensaje.cl
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