Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue efectivamente a nosotros es necesario que le preparemos el camino al Señor, procurando llevar una vida con la cual demos testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos traen las lecturas bíblicas de este domingo [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); II Carta de san Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8].
1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó”
El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del 578 al 538; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a un autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro.
La 1ª lectura corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo. Por eso, y por el tema que desarrolla, esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo.
En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino, viene y vendrá a liberarnos de todo cuanto nos impide ser verdaderamente felices, si nos disponemos a recibirlo. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas.
2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!”
En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor.
En la antigüedad, cuando un rey derrotaba a sus enemigos, su pueblo le preparaba un camino por el que llegaba en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías, como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros.
Ahora bien, el camino que Juan Bautista invita a preparar es muy distinto de las amplias vías o calzadas del imperio romano. Se trata de una disposición que consiste básicamente en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.
3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”
Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta del apóstol san Pedro, escrita probablemente entre los años 64 y 67 desde su prisión en Roma, expresa este reconocimiento con una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la 2ª lectura, cargada de un profundo significado: la paciencia de Dios es infinita.
Pedro emplea unas imágenes propias de género literario bíblico llamado apocalíptico -referente a la revelación definitiva de Dios al final de los tiempos-, pero no para intimidar a los creyentes sino para resaltar la bondad del Señor, que “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”, y por eso mismo, para exhortarlos a la esperanza activa en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”. Tal esperanza activa consiste precisamente en “procurar que Dios los encuentre sin mancha ni reproche, en paz con Él”.
Dispongámonos por tanto, durante este tiempo del Adviento, a preparar el camino del Señor para que en la Navidad llegue la presencia liberadora de Jesús a nuestras vidas y a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestra ciudad y a nuestro país, y con nuestra colaboración se vaya haciendo posible en nuestra sociedad un mundo nuevo en el que, como dice el Salmo 85, se encuentren y se besen la justicia y la paz.-
1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó”
El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del 578 al 538; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a un autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro.
La 1ª lectura corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo. Por eso, y por el tema que desarrolla, esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo.
En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino, viene y vendrá a liberarnos de todo cuanto nos impide ser verdaderamente felices, si nos disponemos a recibirlo. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas.
2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!”
En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor.
En la antigüedad, cuando un rey derrotaba a sus enemigos, su pueblo le preparaba un camino por el que llegaba en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías, como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros.
Ahora bien, el camino que Juan Bautista invita a preparar es muy distinto de las amplias vías o calzadas del imperio romano. Se trata de una disposición que consiste básicamente en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.
3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”
Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta del apóstol san Pedro, escrita probablemente entre los años 64 y 67 desde su prisión en Roma, expresa este reconocimiento con una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la 2ª lectura, cargada de un profundo significado: la paciencia de Dios es infinita.
Pedro emplea unas imágenes propias de género literario bíblico llamado apocalíptico -referente a la revelación definitiva de Dios al final de los tiempos-, pero no para intimidar a los creyentes sino para resaltar la bondad del Señor, que “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”, y por eso mismo, para exhortarlos a la esperanza activa en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”. Tal esperanza activa consiste precisamente en “procurar que Dios los encuentre sin mancha ni reproche, en paz con Él”.
Dispongámonos por tanto, durante este tiempo del Adviento, a preparar el camino del Señor para que en la Navidad llegue la presencia liberadora de Jesús a nuestras vidas y a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestra ciudad y a nuestro país, y con nuestra colaboración se vaya haciendo posible en nuestra sociedad un mundo nuevo en el que, como dice el Salmo 85, se encuentren y se besen la justicia y la paz.-
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