1.- La figura de Juan el Bautista es el centro de este Domingo Segundo del Adviento. El análisis de la escenografía que se nos presenta en el conocimiento del Bautista, su aspecto y sus costumbres, la fortaleza física e interior de su vida y de su mensaje, nos tiene que hacer reflexionar sobre si, ciertamente, hoy, estamos haciendo las cosas bien. Juan es un hombre pobre, austero, incontaminado por la riqueza, acostumbrado a la continúa presencia de Dios, esta que se da en soledad, en el desierto físico y el desierto interior. Más adelante, Jesús expondría su pobreza: “No tengo donde reclinar la cabeza…”. Y, también: “Más difícil es que entre un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos”. Pero lo más importante, lo que se acerca a lo sublime, es como el Rey del Cielo y de la Tierra, pues nació en un establo y descansó en los primeros momentos de vida sobre un pesebre. No tuvo casa, ni habitación, ni cuna…
Además, la pobreza evangélica ha sido un descubrimiento de los grandes santos de la cristiandad: desde, por ejemplo, Francisco de Asís y Carlos de Foucauld. Bien, y entonces, ¿qué hacemos nosotros, la mayoría de nosotros, corriendo como posesos tras la riqueza, tras el dinero? La Iglesia, incluso, ha olvidado muchas veces su obligación de ser pobre y espejo de pobreza. Incluso existe una fuerte polémica contraria sobre la excesiva tendencia a la pobreza… Pero por mucho que se lea, se observe, se contemple, se medite, se razone, la cosa está clara: Juan Bautista y Jesús de Nazaret eran pobres y alejados de la complacencia y confort de los palacios. ¿Puede ser este segundo domingo de adviento un camino de meditación sobre nuestra necesidad de ser pobres? Y que conste que también sirve la definición de pobres de espíritu o pobres en el espíritu, porque aquel tiene espíritu de pobre terminará siendo pobre de verdad: la riqueza y el exceso le repelerán.
3.- Pero, en fin, cada uno en su libertad debe elegir su, también, camino de conversión para este adviento. Es más que probable que un pobre muy pobre tenga mucha soberbia y rencor, y será, entonces, por ahí donde que tendrá que soltar amarras. Y es muy posible que un rico, muy rico, contribuya a la postre a que algunos –muchos o pocos—sean más felices en estos días alegres en los que esperamos el nacimiento del Niño Jesús. Lo importante es que allanemos nuestros malos caminos y dispongamos que los terrenos de nuestra alma sean limpios y lisos para que el Señor, que va a llegar, pueda entrar con facilidad y agrado. Que cada uno elija lo que le conviene para ser mejor. Pero siempre sin engañarse, el autoengaño es uno de los principales problemas de la humanidad, tanto a nivel individual como colectivo.
4.- Seguimos leyendo al profeta Isaías en este Adviento. Nos anuncia un mundo mejor para cuando llegue el Mesías. La belleza de sus textos es verdaderamente llamativa. Y, además, nadie mejor que él se acercó tanto a lo que sería la vida de Jesús de Nazaret. Hoy hemos escuchado, precisamente, el grito que siglos después lanzara a los cuatro vientos, el Precursor, Juan el Bautista: "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. San Pedro, el primer Papa de la Iglesia nos da en su Segunda Carta una lección magistral de las diferencias entre los anhelos y los pensamientos humanos y la sabiduría divina. Para Dios –dice—mil años son como un día y un día como mil años. Es cierto que nosotros hacemos nuestros ruegos y peticiones a Dios con deseos –y hasta exigencias-- de inmediatez y con la mayor brevedad posible en la llegada del don solicitado. Y a veces no entendemos los designios del Señor. Es, un poco, como la frase de Santa Teresa: “Dios escribe con renglones torcidos”. En nosotros debe haber la suficiente humildad como para intuir que, muchas veces, nuestras peticiones no tienen más sentido que el de la urgencia o de aquello que, aparentemente, más nos conviene.
Y el evangelio de Marcos, que acabamos de escuchar, nos muestra, con precisión y brevedad, la predicación de San Juan Bautista Pide la preparación de los caminos para que el Señor llegue. Es la voz que clama en el desierto tal como profetizó Isaías. Es, asimismo, un hombre excepcional entregado a su misión, sin titubeos, sin tregua. Y ese grito pronunciado en el impresionante silencio del desierto debe llegar a nosotros, a lo más íntimo de nuestro corazón. Nos quiere decir, sin duda, que no podemos perder la oportunidad una vez más, de no dejar pasar otro adviento sin convertirnos. Debemos romper las amarras que nos tienen atrapados en el puerto de nuestra comodidad y de nuestra vida muelle.
Por eso, quería yo referirme al principio a la pobreza. Esos bienes que tanto anhelamos, y que apenas disfrutamos porque ya nos hastían, nos separan de la venida del Señor. Embrutecen nuestra mente, como el mucho vino y la comida en exceso. El ejemplo de Juan nos debería servir, al menos, para llevar austeridad a nuestras vidas y que desde esa existencia menos adormecida surgiera el deseo de servir a Dios y a los hermanos. Pensemos pues en ser un poco más pobres sin dejar de estar alegres. Eso es el adviento.
Además, la pobreza evangélica ha sido un descubrimiento de los grandes santos de la cristiandad: desde, por ejemplo, Francisco de Asís y Carlos de Foucauld. Bien, y entonces, ¿qué hacemos nosotros, la mayoría de nosotros, corriendo como posesos tras la riqueza, tras el dinero? La Iglesia, incluso, ha olvidado muchas veces su obligación de ser pobre y espejo de pobreza. Incluso existe una fuerte polémica contraria sobre la excesiva tendencia a la pobreza… Pero por mucho que se lea, se observe, se contemple, se medite, se razone, la cosa está clara: Juan Bautista y Jesús de Nazaret eran pobres y alejados de la complacencia y confort de los palacios. ¿Puede ser este segundo domingo de adviento un camino de meditación sobre nuestra necesidad de ser pobres? Y que conste que también sirve la definición de pobres de espíritu o pobres en el espíritu, porque aquel tiene espíritu de pobre terminará siendo pobre de verdad: la riqueza y el exceso le repelerán.
3.- Pero, en fin, cada uno en su libertad debe elegir su, también, camino de conversión para este adviento. Es más que probable que un pobre muy pobre tenga mucha soberbia y rencor, y será, entonces, por ahí donde que tendrá que soltar amarras. Y es muy posible que un rico, muy rico, contribuya a la postre a que algunos –muchos o pocos—sean más felices en estos días alegres en los que esperamos el nacimiento del Niño Jesús. Lo importante es que allanemos nuestros malos caminos y dispongamos que los terrenos de nuestra alma sean limpios y lisos para que el Señor, que va a llegar, pueda entrar con facilidad y agrado. Que cada uno elija lo que le conviene para ser mejor. Pero siempre sin engañarse, el autoengaño es uno de los principales problemas de la humanidad, tanto a nivel individual como colectivo.
4.- Seguimos leyendo al profeta Isaías en este Adviento. Nos anuncia un mundo mejor para cuando llegue el Mesías. La belleza de sus textos es verdaderamente llamativa. Y, además, nadie mejor que él se acercó tanto a lo que sería la vida de Jesús de Nazaret. Hoy hemos escuchado, precisamente, el grito que siglos después lanzara a los cuatro vientos, el Precursor, Juan el Bautista: "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. San Pedro, el primer Papa de la Iglesia nos da en su Segunda Carta una lección magistral de las diferencias entre los anhelos y los pensamientos humanos y la sabiduría divina. Para Dios –dice—mil años son como un día y un día como mil años. Es cierto que nosotros hacemos nuestros ruegos y peticiones a Dios con deseos –y hasta exigencias-- de inmediatez y con la mayor brevedad posible en la llegada del don solicitado. Y a veces no entendemos los designios del Señor. Es, un poco, como la frase de Santa Teresa: “Dios escribe con renglones torcidos”. En nosotros debe haber la suficiente humildad como para intuir que, muchas veces, nuestras peticiones no tienen más sentido que el de la urgencia o de aquello que, aparentemente, más nos conviene.
Y el evangelio de Marcos, que acabamos de escuchar, nos muestra, con precisión y brevedad, la predicación de San Juan Bautista Pide la preparación de los caminos para que el Señor llegue. Es la voz que clama en el desierto tal como profetizó Isaías. Es, asimismo, un hombre excepcional entregado a su misión, sin titubeos, sin tregua. Y ese grito pronunciado en el impresionante silencio del desierto debe llegar a nosotros, a lo más íntimo de nuestro corazón. Nos quiere decir, sin duda, que no podemos perder la oportunidad una vez más, de no dejar pasar otro adviento sin convertirnos. Debemos romper las amarras que nos tienen atrapados en el puerto de nuestra comodidad y de nuestra vida muelle.
Por eso, quería yo referirme al principio a la pobreza. Esos bienes que tanto anhelamos, y que apenas disfrutamos porque ya nos hastían, nos separan de la venida del Señor. Embrutecen nuestra mente, como el mucho vino y la comida en exceso. El ejemplo de Juan nos debería servir, al menos, para llevar austeridad a nuestras vidas y que desde esa existencia menos adormecida surgiera el deseo de servir a Dios y a los hermanos. Pensemos pues en ser un poco más pobres sin dejar de estar alegres. Eso es el adviento.
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