Contempla hoy la delicadeza de Dios, observa su sensibilidad y respuesta agradecida al gesto humano, a toda colaboración con su voluntad. El Dios todopoderoso, el que ha hecho cielo y tierra, está a merced de la generosidad humana. Hoy lo vemos agradecido ante los sentimientos nobles del rey David, y menesteroso, pidiéndole a María permiso para habitar en su seno.Image
El rey David cae en la cuenta del contraste escandaloso entre el palacio en que él vive y la tienda de campaña en la que está el arca del Señor. Dijo el rey al profeta Natán: «Mira; yo habito en una casa de cedro mientras que el arca de Dios habita bajo pieles» (2 Sam 7, 2).
La observación le lleva a David a una decisión generosa, construir una casa para el Señor, edificar un templo para Dios, voluntad que aprueba el profeta. Sin embargo, será Salomón quien lo lleve a cabo.
Sorprende la respuesta de Dios, la bendición que recibe el rey por tan sólo haber tenido voluntad favorable hacia el símbolo de la presencia divina en medio de Israel, como era el Arca de la Alianza. Se puede observar que a Dios no se le vence en generosidad. Yo estaré contigo en todas tus empresas. Acabaré con tus enemigos, te haré famoso. Te pondré en paz con todos tus enemigos. Te daré una dinastía. Afirmaré después de ti tu descendencia y consolidaré su realeza. Seré para él el padre, y el será para mí mi hijo. Tu casa y tu reino durará siempre”.
Al acercarnos al diálogo que se establece entre el Ángel de Dios y la pequeña María en el texto del evangelio de San Lucas, quedamos sobrepasados. Si la voluntad solidaria del rey respecto al arca de la alianza fue ungida de bendiciones, ante la colaboración de la joven nazarena con el plan de Dios de hacerse hombre, se desborda la misericordia divina: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
Ante la respuesta de Dios a la actitud de David y a la obediencia de María, el salmista nos pone en los labios la alabanza: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, y San Pablo exclama: “Al Dios único, la gloria por los siglos”. Pero cabe que nos preguntemos por nosotros mismos, por nuestra disposición para acoger el querer de Dios, su voluntad. En cualquier hipótesis, recuerda la bendición que se sigue de colaborar con Él y las palabras alentadoras que el Ángel dice a María: “No temas”.
El rey David cae en la cuenta del contraste escandaloso entre el palacio en que él vive y la tienda de campaña en la que está el arca del Señor. Dijo el rey al profeta Natán: «Mira; yo habito en una casa de cedro mientras que el arca de Dios habita bajo pieles» (2 Sam 7, 2).
La observación le lleva a David a una decisión generosa, construir una casa para el Señor, edificar un templo para Dios, voluntad que aprueba el profeta. Sin embargo, será Salomón quien lo lleve a cabo.
Sorprende la respuesta de Dios, la bendición que recibe el rey por tan sólo haber tenido voluntad favorable hacia el símbolo de la presencia divina en medio de Israel, como era el Arca de la Alianza. Se puede observar que a Dios no se le vence en generosidad. Yo estaré contigo en todas tus empresas. Acabaré con tus enemigos, te haré famoso. Te pondré en paz con todos tus enemigos. Te daré una dinastía. Afirmaré después de ti tu descendencia y consolidaré su realeza. Seré para él el padre, y el será para mí mi hijo. Tu casa y tu reino durará siempre”.
Al acercarnos al diálogo que se establece entre el Ángel de Dios y la pequeña María en el texto del evangelio de San Lucas, quedamos sobrepasados. Si la voluntad solidaria del rey respecto al arca de la alianza fue ungida de bendiciones, ante la colaboración de la joven nazarena con el plan de Dios de hacerse hombre, se desborda la misericordia divina: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
Ante la respuesta de Dios a la actitud de David y a la obediencia de María, el salmista nos pone en los labios la alabanza: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, y San Pablo exclama: “Al Dios único, la gloria por los siglos”. Pero cabe que nos preguntemos por nosotros mismos, por nuestra disposición para acoger el querer de Dios, su voluntad. En cualquier hipótesis, recuerda la bendición que se sigue de colaborar con Él y las palabras alentadoras que el Ángel dice a María: “No temas”.
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