El árbol, el pesebre, Papá Noel, los villancicos, los regalos, las tarjetas. Costumbres que se repiten religiosa sin conocer sus orígenes. Pese a que rozan lo pagano, subrayan el espíritu cristianos de quienes memoran el nacimiento de Jesús en Belén.
La Navidad está envuelta por un sinnúmero de ritos que año a año se repiten con admirable devoción, en muchos casos sin conocer los orígenes o leyendas que las hicieron perdurar en el tiempo.
Tradiciones antiquísimas que en lo general rozan lo pagano pero que, sin embargo, subrayan el espíritu cristianos de quienes memoran el nacimiento de Jesús hombre en Belén.
El árbol, el pesebre, la corona de muérdago, Papá Noel, los villancicos, los regalos y las tarjetas, son sólo algunas de esas costumbres con historias poco conocidas.
Son muchas las versiones entorno al árbol de Navidad, pero todas tienen a Europa como raíz común. Las más precisas y no tan añejas dicen que fue en Alemania y que la idea era, simplemente, darle un toque verde al hogar con un abeto, pino o boj en contrapartida a la frialdad del blanco exterior.
Sin embargo, la tradición de adornarlo está rodea de otros simbolismos y se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se estableció una relación con la fiesta cristiana.
Algunos autores sostienen que, en invierno, los campesinos temían que los "espíritus" de la cosecha y la abundancia abandonaran la región, por eso para estimularlos colgaban decoraciones de piedras pintadas y telas coloreadas en los árboles para que los frutos resplandezcan en primavera.
Otros, en cambio, atribuyen el rito a los fieles que iluminaban su camino con velas para ir a misa el 24 de diciembre a medianoche, y que con el correr del tiempo las fueron colocando directamente en los árboles.
Pero la magia del árbol de Navidad tiene su propia leyenda:
Una fría noche de diciembre, en un claro de las montañas de Judea, se levantaba erguido un joven abeto plateado, que la primera Nochebuena de la humanidad se iluminó con una estrella fugaz que tocó su copa y brilló toda la jornada anunciando la Buena Nueva. Los que presenciaron aquel "milagro", según la tradición, iniciaron la costumbre de adornar con plata y luces de colores un árbol de similares características en el interior de sus casas.
En tanto el ritual del pesebre se remonta al año 1223, cuando San Francisco de Asís remarcó las virtudes de la bondad, la pobreza, la humildad y la mansedumbre, que para él revivían cada Nochebuena, con un pesebre "viviente" en una gruta natural de las cercanías de Greccio.
Medio siglo después, el célebre artista Arnolfo de Cambio esculpió una serie de personajes –la Virgen con su Hijo, San José, los Reyes Magos, el asno y el buey- que son la base de los pesebres actuales. Con el correr del tiempo la piedad y la imaginación popular fueron añadiendo detalles para completar la escena.
Por su parte, los villancicos son canciones tiernas, ingenuas, en general anónimas, que se cantan en honor al Niño Jesús. Etimológicamente, la palabra proviene del vocablo latino "villanus", que se traduce al español como "villano" y designa al "habitante de una villa, o casa de campo", ya que ésta era la condición de sus autores e intérpretes. En Italia se los denomina "pastorelle" y en Francia se los conoce como "noels".
La Navidad está envuelta por un sinnúmero de ritos que año a año se repiten con admirable devoción, en muchos casos sin conocer los orígenes o leyendas que las hicieron perdurar en el tiempo.
Tradiciones antiquísimas que en lo general rozan lo pagano pero que, sin embargo, subrayan el espíritu cristianos de quienes memoran el nacimiento de Jesús hombre en Belén.
El árbol, el pesebre, la corona de muérdago, Papá Noel, los villancicos, los regalos y las tarjetas, son sólo algunas de esas costumbres con historias poco conocidas.
Son muchas las versiones entorno al árbol de Navidad, pero todas tienen a Europa como raíz común. Las más precisas y no tan añejas dicen que fue en Alemania y que la idea era, simplemente, darle un toque verde al hogar con un abeto, pino o boj en contrapartida a la frialdad del blanco exterior.
Sin embargo, la tradición de adornarlo está rodea de otros simbolismos y se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se estableció una relación con la fiesta cristiana.
Algunos autores sostienen que, en invierno, los campesinos temían que los "espíritus" de la cosecha y la abundancia abandonaran la región, por eso para estimularlos colgaban decoraciones de piedras pintadas y telas coloreadas en los árboles para que los frutos resplandezcan en primavera.
Otros, en cambio, atribuyen el rito a los fieles que iluminaban su camino con velas para ir a misa el 24 de diciembre a medianoche, y que con el correr del tiempo las fueron colocando directamente en los árboles.
Pero la magia del árbol de Navidad tiene su propia leyenda:
Una fría noche de diciembre, en un claro de las montañas de Judea, se levantaba erguido un joven abeto plateado, que la primera Nochebuena de la humanidad se iluminó con una estrella fugaz que tocó su copa y brilló toda la jornada anunciando la Buena Nueva. Los que presenciaron aquel "milagro", según la tradición, iniciaron la costumbre de adornar con plata y luces de colores un árbol de similares características en el interior de sus casas.
En tanto el ritual del pesebre se remonta al año 1223, cuando San Francisco de Asís remarcó las virtudes de la bondad, la pobreza, la humildad y la mansedumbre, que para él revivían cada Nochebuena, con un pesebre "viviente" en una gruta natural de las cercanías de Greccio.
Medio siglo después, el célebre artista Arnolfo de Cambio esculpió una serie de personajes –la Virgen con su Hijo, San José, los Reyes Magos, el asno y el buey- que son la base de los pesebres actuales. Con el correr del tiempo la piedad y la imaginación popular fueron añadiendo detalles para completar la escena.
Por su parte, los villancicos son canciones tiernas, ingenuas, en general anónimas, que se cantan en honor al Niño Jesús. Etimológicamente, la palabra proviene del vocablo latino "villanus", que se traduce al español como "villano" y designa al "habitante de una villa, o casa de campo", ya que ésta era la condición de sus autores e intérpretes. En Italia se los denomina "pastorelle" y en Francia se los conoce como "noels".
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