T E M A S Y C O N T E X T O S
EL TEXTO DE ISAÍAS
Esta canción de Isaías es probablemente un himno litúrgico, propio de la entronización de un rey. Sube un nuevo rey al trono de David, y se le proclama como Rey Ideal, luz del pueblo, libertador, Príncipe perfecto. Es la esperanza del pueblo, presencia de la Justicia de Dios. El pueblo sabe que su destino depende del Rey, presencia de Dios, capaz de llevar al pueblo a cumplir la Alianza o de estropearlo todo y poner en peligro la Promesa.
La Iglesia ha visto siempre en este texto un anuncio perfecto de Jesucristo, plenitud de esta esperanza, presencia de la liberación de Dios. Ningún rey histórico de Judá ni de Israel fue así. Históricamente este canto fue sólo un sueño, una esperanza. En Jesús es un cumplimiento, un sueño hecho realidad. Dios con nosotros es el Reino, la realización de todas las esperanzas.
Pero no va a ser un Rey. Jesús va a defraudar las esperanzas del pueblo. El evangelio de hoy, la vida entera de Jesús, y sobre todo su muerte en la cruz “convencerán” a los jefes de Israel de que “éste no es el que esperábamos”. Así, el pesebre y la cruz van a ser un desafío para la fe y una invitación a cambiar de Dios.
LA CARTA DE PABLO
Pablo presenta a Jesús como el final, la culminación de la manifestación de Dios. Ha aparecido la gracia, la abundancia, la superación de la mera justicia. Ha aparecido alguien en quien podemos ver a Dios como es, Salvador entregado a los hombres por amor. Pablo indica también nuestra respuesta: renunciar a la vida sin religión, a la vida dedicada sólo a esta vida, aguardando la dicha que esperamos. Esto es lo que constituirá el Nuevo Pueblo: sus señales de identidad son aceptar la Buena Noticia de Jesús y responder con una vida dedicada a las buenas obras. Pablo es un maestro de síntesis perfectas. Hay en él párrafos en que nada falta y nada sobra. Y éste es sin duda uno de ellos.
EL EVANGELIO DE LUCAS
Lucas nos muestra aquí un ejemplo perfecto del género literario "Evangelio". Esto consiste en "contar lo que sucedió, aunque los ojos no lo vieron". Lo que vieron los ojos fue un nacimiento en condiciones materiales penosas. Lucas “sabe más” (cree), y sabe que sucedió más: la gran alegría para todo el pueblo; ha nacido el salvador. La presencia de Dios suscita en los pastores temor: es característico del género literario “anunciaciones”,de todo el Antiguo Testamento. El ángel muestra ya el cambio de situación: no temáis: Dios es el Salvador. Y el anuncio se hace ante todo a unos pastores. Los pastores eran gente marginal, incluso mal vista: su oficio es sospechoso.
El primer anuncio de Jesús se hace a “pecadores”, a gente tenida por tales, y no para selectos sino “para todo el pueblo”. No podemos leer estos textos como si fueran simplemente relatos de lo que sucedió. En todos estos textos de la infancia de Jesús, la historia tiene menos importancia que el significado de lo que está sucediendo.
Dando por supuesto que el nacimiento en Belén sea un hecho histórico, los detalles son fuertemente significativos. La “sala común” (katálima” en griego) es la sala superior destinada a los alojamientos de huéspedes y a las comidas familiares. El término aparece dos veces en los evangelios: aquí y en la última cena que se celebra en la sala del piso superior en casa de un amigo en Jerusalèn. María no va a dar a luz ante todo la gente; José la baja a la cuadra, probablemente cueva excavada en la roca, donde seguramente hay animales, quizá agua y es refugio de los pastores. Un lugar cálido y discreto.
REFLEXIÓN
No en Jerusalén, no en el Templo, no en la clase levítica o sacerdotal, no de padres fariseos. La señal es un niño pobre, nacido en lo marginal de un pueblo pobre, anunciado a gente marginal. Hijo de trabajadores pobres, anunciado a despreciados pastores, su primera cuna es un pesebre.
Hemos contemplado muchas veces esto y hemos admirado –quizá- la humildad y la pobreza de Jesús y su familia. Pero todo esto está narrado por Lucas con un calificativo: todo esto es LA SEÑAL. En esa señal reconocemos la presencia de Dios salvador. Y que ésa sea la señal es una buena noticia para el pueblo.
Hay varias y significativas señales en este acontecimiento, tal como Lucas lo narra. La marginalidad de José y María, que se refugian en la cuadra para tener un poco de intimidad. Es de noche cuando nace Jesús. Y se hará de noche en pleno día cuando Jesús muera en la cruz. El signo de Jesús va a ser la luz: signo que revela a Dios, pero no es la luz de resplandores exteriores; habrá que creer en la esa luz. La reacción de los pastores ante la presencia de lo divino es el temor: pero Jesús va a librarnos del temor a Dios. Jesús va a mostrar “otro Dios” que no inspira temor.
Una señal, que Jesús nazca así es una magnífica señal. Jesús “nace con buen pie”. Si hubiera nacido en Jerusalén, en el Templo, hijo de sacerdotes o de reyes, todos podríamos decirnos: “más de lo mismo”, Dios se hace presente en el poder, en lo sagrado, en lo ritual, de arriba abajo, entre inciensos y aclamaciones de los de siempre…
más de lo mismo. Pero Jesús no es más que niño pobre e indefenso, sin más protección que el cariño de sus padres, sin más adoradores que cuatro marginados. Es notable el contraste entre la miseria de la cuadra donde María ha dado a luz y de los pastores con la Gloria Divina y el coro de los ángeles cantores. Y es precisamente ése contraste lo que nos sirve de mensaje, lo que nos lleva a la pregunta clave de la Nochebuena: ¿dónde está tu Dios?
El signo de los signos en la Nochebuena es la luz en medio de la noche. Hemos entendido la luz de forma teatral, barroca: del pesebre salían rayos de luz, Jesús resplandecía, como Dios resplandece…. Lo que resplandece es la pobreza de la familia de Jesús, la trivialidad del acontecimiento, la marginalidad de los que reciben el mensaje.
En la narración de Lucas, todo es sorpresa, todo es contraste. El nacimiento de Jesús está sometido a un edicto de los opresores romanos. La descendencia del Rey David ha venido a menos y ni en Belén son nadie. El parto les coge de sorpresa y no pueden disponer un lugar decente para que nazca el niño. Y no se entera nadie, más que los más pobres del contorno.
Pero la Gloria del Señor resplandece en todo eso, y Lucas la representa en los ángeles, la voz que anuncia, los resplandores divinos. Pero la verdadera voz, el resplandor de la presencias de Dios es el pesebre, el niño impotente fajado con pañales.. Eso es lo que resplandecerá en toda la vida de Jesús. A nosotros nos complace reconocer la presencia de Dios en el poder y en lo extraordinario. Creemos reconocer la divinidad de Jesús en sus milagros, nos parece lógico que camine sobre el mar y calme las tempestades, nos parece razonable que resplandezca físicamente en la Transfiguración… Y deberíamos reconocer la presencia de Dios en la falta de poder de Jesús, en su fatigoso caminar de pueblo en pueblo, en su terror en Getsemaní, en su no-poder bajar de la cruz. Nos parecería razonable que ante Dios se postren todos los reyes de la tierra y que se le rinda culto con inciensos y cánticos en los santos templos. Pero Jesús se pasa la vida con los marginales, es rechazado por el Templo y sus servidores y morirá condenado a muerte por blasfemo y abandonado hasta de la mayoría de los suyos. La señal de Dios no es el resplandor ostentoso, el poder a la manera humana, la sacralidad del templo.
El poder de Dios, maltratado y confundido con los poderes de los reyes, con lo que el mundo llama poderes. La señal no es un niño con poderes ni el resplandor ni la multitud de ángeles que cantan. Eso es el aplauso por la señal. Jesús mismo aplaudió una vez ese tipo cuando se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y poderosos, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues así lo has querido”. Jesús no da gracias a Dios solamente porque se revela a los pequeños sino, antes aún, porque los poderosos no se van a enterar. Porque los poderosos esperan a Dios con poder, no a un niño pobre. Jesús tiene otros poderes, “poderosos poderes”. Jesús es capaz de curar, Jesús quita el hambre y la sed, Jesús puede con-padecer, Jesús tiene palabras que hacen vivir, Jesús puede preferir a los últimos, Jesús es capaz de sembrar, y de sembrarse, y de ser levadura y sal y lámpara, Jesús puede arriesgar la vida por los culpables, Jesús puede reconciliar, Jesús puede perdonar, Jesús tiene el poder de encontrar a su Padre en la oración, de conectar con el Padre sin dejar de ser verdadero hombre, Jesús tiene el supremo poder de dar la vida. Esos son sus poderes, los que no tienen los reyes. Algunas veces entendemos nuestra misión, nuestro trabajo de que “conozcan a Jesús” como un constante estado de predicación, de sermoneo, de controversia. Quizá sea el carisma de algunos, pero no es el carisma habitual. El carisma básico de la Iglesia, lo que le otorga máximos poderes, es ser, vivir con los criterios y valores de Jesús ... silenciosamente, como la sal que sólo se nota cuando falta o cuando sobra. El poder de lo cotidiano bien hecho. El poder de ser digno de confianza. El poder de ser un buen amigo. El poder de que se puede contar con nosotros. El poder de la humildad, de querer pasar desapercibido. El poder de interesarse, el poder de ser agradecido, el poder de no juzgar ... Esas cosas son las que tienen el máximo poder, poder de convicción, poder de invitación, poder de ser evidentemente satisfactorias. Vivir así es anunciar el Reino.
Nochebuena marca el estilo de Jesús, y el de la Iglesia. Mientras no nos fiemos de Jesús y sigamos su estilo, mientras no dejemos de apelar a otros poderes que no son de Jesús, mientras nuestra vida funcione con otros criterios, con otros valores, nosotros la Iglesia no tendremos ningún atractivo, ningún poder de convicción.
ACTO DE FE
Propongo un “Credo de Nochebuena”, para recitar ante el pesebre, pidiendo al padre que lo podamos recitar de corazón Yo creo en un niño pobre que nació de noche en una cuadra, arropado sólo por el amor de sus padres y la bondad de la gente más sencilla.
Yo creo en un hombre sin importancia austero, fiel, compasivo y valiente, que hablaba con Dios como con su madre, que hablaba de Dios como de su madre, contando, llanamente, cuentos sencillos, y por eso molestó a tanta gente que al final lo mataron lo mataron los poderosos, los santos, los sagrados.
Yo creo que está vivo, más que nadie, y que en él, mas que en nadie, podemos conocer a Dios
y sabemos vivir mejor.
Y doy gracias al Padre porque Él nos regaló este Niño que nos ha cambiado la vida, y nos ha dado sentido y esperanza.
Yo creo en ese niño pobre, y me gustaría parecerme a Él.
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DÍA DE NAVIDAD
Creemos que Dios estaba con Jesús
DÍA DE NAVIDAD
Creemos que Dios estaba con Jesús
TEMAS Y CONTEXTOS
EL TEXTO DE ISAÍAS
Es un maravilloso fragmento del "Libro de la Consolación", la tercera parte de la profecía que atribuimos a Isaías aunque se escribe dos siglos después, por los discípulos de su escuela.
La situación histórica es precisa. Los judíos desterrados en Babilonia ven cerca su salvación. Viene Ciro, rey de los persas, a terminar con el imperio de Babilonia, a libertar al pueblo desterrado. Se ve venir la salvación, se canta la liberación inminente.
El estilo es soberbio. Este discípulo de Isaías es un espléndido teólogo y un magnífico poeta. Merece la pena leer despacio todo este "segundo libro" de Isaías. Los centinelas rompen a cantar a coro, porque ven venir la Salvación, el poder de Dios Libertador. Un mensajero trae la Buena Noticia, la paz, la victoria. ¡Que canten a coro las ruinas de Jerusalén!
La Iglesia utiliza frecuentemente estos textos, trasladando su sentido a Jesús, pasando de la liberación material del pueblo desterrado a la liberación espiritual del pueblo, del libertador político a Jesús, Libertador del pecado, del reino restaurado y la Jerusalén reedificada al Reino de Dios y la humanidad liberada.
LA CARTA A LOS HEBREOS
Es un antiguo tratado - se puede fechar probablemente como anterior al año 70 - escrito por algún autor cercano al círculo de Pablo. Se esfuerza en presentar a Jesús como culminación y plenitud, y no menos como superación radical, del Antiguo testamento.
En este texto se nos ofrece una poderosa síntesis teológica de la fe en Cristo de aquellas primeras comunidades cristianas. Cristo culminación de los Profetas, eje y sentido de la creación, reflejo de la gloria del Padre, salvador de los pecados, que triunfa ya a la derecha del Padre, superior a los mismos ángeles. Es todo un admirable tratado sintético de Cristología.
EL PRÓLOGO DEL EVANGELIO DE JUAN
Juan escribe su evangelio muy tarde, al final del siglo primero. La redacción de este evangelio es obra de sus discípulos, no del mismo Juan, pero la Iglesia ha visto siempre en él un mensaje fundado en la predicación del discípulo preferido de Jesús. El autor coloca al principio este formidable prólogo: es un himno de enorme contenido, toda una síntesis de la fe e Jesús de aquellas comunidades. Se hace un paralelo entre la aparición de Jesús y la Creación. El Espíritu de Dios que planeaba sobre el Caos es el principio del Libro del Libro del Génesis. Ahora, el Espíritu de Dios es el Logos que traducimos como La Palabra. Aquel Espíritu puso orden en el Caos sacando la luz de las tinieblas; la palabra viene a manifestar la luz, a sacar de la oscuridad a los hombres. En el principio, la palabra de Dios hizo la vida; ahora, La Palabra volverá a ser vida de los hombres.
Pero los hombres se cierran a la luz: es el drama fundamental que sirve de argumento a este evangelio: La luz, por naturaleza, brilla en las tinieblas, pero - misteriosamente -las tinieblas son capaces de rechazar la luz. Éste será el argumento de la vida de Jesús rechazado por su pueblo, y el argumento tremendo de la vida humana, capaz de preferir el pecado a Dios.
Después se toman imágenes del Libro del Éxodo. Como el Señor puso su Tienda en medio del campamento de Israel y se hacía visible en la Nube, así Jesús es la presencia de Dios que vuelve a poner su tienda, que acampa entre nosotros y es un peregrino más que avanza con su Pueblo.
Y se termina con una frase tremenda: A Dios nadie le ha visto jamás. Ni Abraham ni Moisés ni los Profetas... nadie lo ha visto jamás. Pero en Jesús nuestros ojos pueden verlo y tocarlo, tan claramente se manifiesta en ese Hombre la plenitud del Espíritu de Dios.
REFLEXIÓN
Nadie ha visto jamás a Dios. Pero podemos verle en Jesús. Tema central de la fe cristiana, mensaje fundamental de la Navidad. Nosotros podemos ser admiradores de Jesús, puede que su doctrina nos parezca elevadísima, es probable que su comportamiento nos resulte fascinante … Hasta aquí, seremos admiradores de Jesús.
Los que nos decimos cristianos hacemos todo eso, y damos un paso más: vemos en Jesús una excepcional presencia de Dios, tanto que pensamos que es una presencia de Dios única, irrepetible, sin comparación con ninguna otra. Lo formula ya la primera cristología de que disponemos, la de los Hechos de los Apóstoles: es “el hombre lleno del Espíritu”, “Dios estaba con Él”.
Nuestra admiración, nuestra fascinación por Jesús, nos lleva a la pregunta ineludible: ¿quién es este hombre?. Nuestra fe consiste en responder a esta pregunta: es la obra de Dios, es el hombre en el que el Espíritu resulta visible. En sus palabras y en sus obras reconocemos algo más que palabras y obras de un hombre admirable. Reconocemos la Palabra, la Obra de salvación del mismo Dios. Sigue siendo verdad que nadie ha visto a Dios. Dios está más allá de la capacidad de nuestros ojos. También está más allá de la capacidad de nuestro cerebro. Todo lo que pensemos acerca de Dios será siempre una lejana caricatura: es demasiado grande para que le abarque nuestra mente. Pero tenemos un medio de saber cómo es: mirar a Jesús.
Lo admirable del mensaje es que Jesús no deja de ser un hombre. Navidad es la fiesta del niño que nace, como todos los niños, que va a crecer y a aprender, como todos los niños. Más tarde le veremos comportarse como un humano más, y morir como mueren todos los humanos. Y es el quicio más fundamental de los que nos llamamos cristianos: creer en Jesús, visibilidad de Dios, sin poner en duda, sin disfrazar la humanidad de Jesús. Disfrazar, esa es la palabra: me temo que muchas veces pensemos que Jesús es Dios disfrazado de hombre, que en cualquier momento puede quitarse el disfraz, como un extraterrestre disfrazado de humano, que de repente se arranca el disfraz y se muestra como es en verdad.
Esta fue la tentación en que cayeron muchos de los evangelios apócrifos de la infancia, que mostraban a Jesús niño con extraordinarios (y temibles) poderes. Esta es la más antigua de las herejías, definir a Jesús como un ser divino con apariencia humana (docetismo). Nosotros sabemos que la humanidad de Jesús no es apariencia, no es disfraz: Jesús es un hombre, nacido de una mujer, que morirá desangrado en la cruz.
Toda creencia en Jesús que ponga en duda, disfrace o disminuya su humanidad, estropea irremediablemente nuestra fe. Incluso es la tentación del mismo cuarto evangelio al proponer a Jesús como “El Logos hecho carne”, porque “El Logos” era un ser semidivino, ni Dios ni hombre, según las filosofías gnósticas de moda en la época. Pero el cuarto evangelio se salva de esta tentación, y es necesario tomar en serio su expresión: la Palabra se hizo carne. Creemos en La Palabra hecha carne, hecha carne y sangre, de carne y hueso, no vestida de carne ni disfrazada de carne. Creemos que en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios. Y ése es nuestro desafío: reconocer a Dios en ese hombre.
Es una Buena Noticia sin precedentes. A Dios no se le busca por intrincadas especulaciones intelectuales, ni en misterios recónditos, accesibles a unos pocos iniciados. Para saber cómo es Dios no hace falta más que mirar a Jesús. Y esto lo podemos hacer cualquiera. Jesús es Dios visible a todo el que quiera mirar, comprensible para cualquiera. Estupenda noticia. No en vano fueron los pastores los primeros en tener acceso a él. No en vano le reconocerán y le seguirán gente sencilla, pescadores del lago. Y no carece de significado que no le reconocerán los sacerdotes ni los teólogos ni los santos de la época. Ellos ya conocían a Dios, no podían admitir que un hombre como aquél, un galileo sin cualificación alguna se arrogara la inaudita pretensión de hacer visible a Dios.
Esto significa “Creo en Jesucristo, Dios y hombre verdadero”. Jesús de Nazaret, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, es el hombre ungido por Dios con su propio Espíritu, que es visible en sus obras, obras del Espíritu, en sus palabras, Palabras del Espíritu. Creer esto o no creerlo constituye el test fundamental de la fe de los nos decimos cristianos.
PARA NUESTRA ORACIÓN
“DIOS ESTABA CON ÉL” eso es Jesús, presencia de Dios entre nosotros, acción de Dios para nosotros.
Hoy se nos ofrece la oportunidad de someter nuestra fe al test definitivo: si somos sinceros, si lo analizamos bien, comprobaremos probablemente que nos inclinamos a uno de los dos extremos: o bien pensamos que Jesús es Dios, y por tanto su humanidad es un disfraz de quita y pon, que Jesús puede quitarse cuando quiera; o bien admiramos a un hombre excepcional, sin dar el paso de admitir que en Él llegamos a ver, escuchar y tocar la presencia del Viento del Padre.
ACCIÓN DE GRACIAS POR JESÚS
Te damos gracias, Padre
por Jesús, tu Hijo querido,
por quien te hemos conocido,
por quien sabemos vivir,
por quien mantenemos la esperanza,
por quien podemos vivir como hermanos.
Te damos gracias porque hace muchos años
que le conocemos, le queremos, le seguimos.
Te damos gracias porque sin Él
nuestra vida no sería lo que es.
Te damos gracias porque es para nosotros
luz para el camino,
alimento para el trabajo,
esperanza para el futuro.
Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu
le hizo Pastor, Semilla, Agua, Fuego, Pan,
Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu
le hizo pobre, humilde, valeroso, compasivo.
Te damos gracias porque gracias a Él
nuestra vida de tierra se transforma
y nos hacemos Hijos,
trabajamos en tu Reino,
y sabemos esperar y perdonar.
Te damos gracias, Padre,
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Amén.
Te damos gracias, Padre
por Jesús, tu Hijo querido,
por quien te hemos conocido,
por quien sabemos vivir,
por quien mantenemos la esperanza,
por quien podemos vivir como hermanos.
Te damos gracias porque hace muchos años
que le conocemos, le queremos, le seguimos.
Te damos gracias porque sin Él
nuestra vida no sería lo que es.
Te damos gracias porque es para nosotros
luz para el camino,
alimento para el trabajo,
esperanza para el futuro.
Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu
le hizo Pastor, Semilla, Agua, Fuego, Pan,
Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu
le hizo pobre, humilde, valeroso, compasivo.
Te damos gracias porque gracias a Él
nuestra vida de tierra se transforma
y nos hacemos Hijos,
trabajamos en tu Reino,
y sabemos esperar y perdonar.
Te damos gracias, Padre,
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Amén.
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