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lunes, 5 de enero de 2009

La vida oculta y la Epifanía (Edith Stein)

Publicado por Los Sarmientos de la Vid
Esperanza en tiempos difíciles

Hace algún tiempo, la lectora Camino Iriarte recomendó un escrito poco conocido de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), “La vida oculta y la Epifanía”, que es muy apropiado para acompañar la meditación del Evangelio del domingo de Epifanía. Fue escrito en 1940, poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, después de que las carmelitas le trasladaron de su convento en Alemania a uno en Holanda para intentar salvarle la vida y dos años antes de su muerte en Auschwitz. La primera parte nos ayuda a meditar: “hemos visto salir su estrella” (Mt. 2, 2). A continuación tienen la traducción de una versión en inglés que se puede encontrar aquí.

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Cuando la suave luz de las velas de adviento comienzan a hacer brillar en los oscuros días de diciembre una misteriosa luz en una oscuridad misteriosa, despierta en nosotros el pensamiento consolador de que la luz divina, el Espíritu Santo, nunca ha cesado de iluminar la oscuridad del mundo caído. Ha permanecido fiel a su creación, a pesar de toda la infidelidad de las criaturas. Y si la oscuridad no se permitía ser penetrada por la luz celestial, hubo de todas formas algunos lugares siempre predispuestas para que ardiera.

Un rayo de esta luz cayó en los corazones de nuestros padres originales, hasta durante el juicio al que fueron sometidos. Éste fue un rayo iluminador que despertó en ellos el conocimiento de su culpa, un rayo encendedor que les hizo arder con un remordimiento abrasador, purificando y limpiando, y les hizo sensibles a la suave luz de la estrella de la esperanza, que brilló para ellos en las palabras de la promesa del “protoevangelio”, el evangelio original.

Así como los corazones de los primeros seres humanos, a lo largo de los siglos una y otra vez los corazones humanos han sido fulminados por el rayo divino. Escondido de todo el mundo, les iluminó e irradió, dejó que la materia dura, incrustada y deformada de estos corazones se ablandara, y entonces, con la tierna mano de un artista les formó de nuevo en la imagen de Dios. Sin ser visto por ningún ojo humano, así fue cómo los bloques vivos fueron y son formados y juntados en una Iglesia en primer lugar invisible. Pero, la Iglesia visible crece de ésta invisible en obras y revelaciones siempre nuevas y divinas que emanan su luz sobre nuevas epifanías. La obra silenciosa del Espíritu Santo en la profundidades del alma hizo amigos de Dios de los patriarcas. Pero, cuando llegaron al punto de permitir el ser usados como instrumentos maleables, les estableció con una eficacia visible externa como portadores del desarrollo histórico, y despertó entre ellos a su pueblo elegido. Por lo tanto, Moisés, también, fue educado silenciosamente y luego mandado como jefe y legislador.

No todos a quienes usa Dios como un instrumento debe ser preparado de esta manera. Las personas pueden ser también instrumentos de Dios sin su conocimiento y hasta contra su voluntad, posiblemente hasta las personas que ni en su exterior ni en su interior pertenecen a la Iglesia. Serían entonces usados como el martillo o el cincel del artista, como un cuchillo con el que el viñador poda la vid. Para los que pertenecen a la Iglesia, la afiliación externa puede también temporalmente preceder el interior, de hecho puede ser materialmente significativo para ella (como cuando alguien sin fe es bautizado y luego llega a la fe a través de la vida pública en la Iglesia). Pero al final, es cuestion de la vida interior; la formación se mueve de lo interior a lo exterior. Cuánto más profunda es la unión con Dios, cuanto más rendido a la gracia por completo, cuanto más fuerte será su influencia sobre la forma de la Iglesia. En cambio, cuanto más esté envuelta una era en la noche del pecado y del distanciamiento de Dios, cuanto más necesita almas unidas a Dios. Y Dios no permite una deficiencia. Las mayores figuras de profecía y santidad emergen de la noche más oscura. Pero por la mayor parte, la corriente formativa de la vida mística permanece invisible. Por supuesto, los momentos cruciales en la historia mundial son co-determinados sustancialmente por las almas que ningún libro de historia menciona jamás. Y sólo nos enteraremos de esas almas a quienes debemos los momentos decisivos de nuestras vidas personales el día en que todo lo escondido sea revelado.

Porque las almas escondidas no viven aisladas, sino que son una parte del nexo vivo y tienen una posición en una inmensa orden divina, hablamos de una Iglesia invisible. Su impacto y su afinidad pueden permanecer escondidos de sí mismos y de los demás a lo largo de toda su vida terrestre. Pero también es posible que algo se haga visible al mundo externo. Así pasó con las personas y los acontecimientos entrelazados en el misterio de la Encarnación. María y José, Zacarías e Isabel, los pastores y los Magos, Simeón y Ana, todos éstos tuvieron en su pasado una vida solitaria con Dios y estuvieron preparados para sus tareas especiales antes de que se encontraran juntos en esos maravillosos encuentros y acontecimientos y, en retrospectiva, podían comprender cómo los caminos que se quedaron en el pasado condujeron a este punto culminante. Su estupefacta adoración en la presencia de estas grandes obras de Dios se expresa en los cantos de alabanza que han llegado hasta nosotros.


El Deseo de Encontrar a Dios

En las personas reunidas alrededor del pesebre tenemos una analogía de la Iglesia y su desarrollo. Los representantes de las antiguas dinastías reales a quienes el salvador del mundo fue prometido y los representantes de los fieles constituyen la relación entre los antiguos y los nuevos pactos. Los reyes del lejano Oriente indican los gentiles por quienes la salvación vendrá de Judea. O sea que aquí ya está “la Iglesia compuesta de judíos y gentiles”. Los reyes en el pesebre representan buscadores de todas las tierras y gentes. La gracia les guió antes de que pertenecieran jamás a la Iglesia externa. Vivió en ellos un deseo puro de la verdad que no se paró en las fronteras de las doctrinas y tradiciones indígenas. Porque Dios es verdad y porque Él quiere ser encontrado por los que le buscan con todo su corazón, más pronto o temprano la estrella tenía que aparecer para mostrar a estos Reyes Magos el camino de la verdad. Y por tanto están de pie ante la Verdad Encarnada, se postran y lo adoran, y ponen sus coronas a sus pies, porque todos los tesoros del mundo no son más que un poco de polvo comparados a ella.

Y los Reyes tienen un significado especial para nosotros también. Aunque ya pertenecíamos a la Iglesia externa, de todas formas un impulso interior nos sacó del círculo de puntos de vistas y convenciones heredadas. Por lo tanto, queríamos abrirnos y buscábamos una estrella para mostrarnos el camino correcto. Y apareció para nosotros en la gracia de la vocación. La seguimos y encontramos al Niño Divino. Alargó sus manos para recibir nuestros regalos. Quería el oro puro de un corazón desprendido de todos los bienes terrenos; la mirra de una renunciación de toda la felicidad de este mundo en cambio por una participación en la vida y el sufrimiento de Jesús; el incienso de una voluntad que se rinde y se estrecha hacia arriba para perderse en la voluntad divina. En intercambio por estos regalos, el Niño divino nos da a sí mismo.

Pero este admirable intercambio no fue un acontecimiento único. Llena nuestras vidas. Después de la hora solemne de entrega nupcial, siguió la vida diaria de la observacia en la Órden. Teníamos que “volver a nuestro propio país”, pero “tomando otro camino” y escoltado por la nueva luz que briló por nosotros en esos lugares solemnes. La nueva luz nos nos manda buscar de nuevo. “Dios se deja buscar”, dice S. Agustín, “para dejarse encontrar. Se deja encontrar para ser buscado de nuevo.” Después de cada hora de gracia, es como si sólo estuviéramos empezando ahora a comprender nuestra vocación. Por lo tanto, una necesidad interior nos mueve a renovar nuestros votos repetidamente. Que los hacemos en la fiesta de los Tres Reyes cuya peregrinación y afirmación son para nosotros un símbolo de nuestras vidas tiene un profundo significado. A cada renovación de votos auténtica y de corazón, el Niño divino responde con una renovada aceptación y una unión más profunda. Y esto significa una nueva y escondida operación de la gracia en nuestras almas. Puede que sea revelada en una epifanía, la obra de Dios haciéndose visible en nuestro comportamiento externo y actividad, siendo éstos notados por los que nos rodean. Pero quizás también da fruto que, aunque sea observado, oculte de todos los ojos la fuente misteriosa de la que manan sus jugos vitales.

Hoy vivimos de nuevo en un tiempo que urgentemente necesita ser renovado en las fuentes escondidas de las almas temerosas de Dios. Muchas personas, también, ponen su última esperanza en estas fuentes escondidas de salvación. Esta es una llamada seria de advertencia: Ríndanse sin reserva al Señor que nos ha llamado. Esto se requiere de nosotros para que la faz de la tierra pueda ser renovada. En fiel confianza, debemos abandonar nuestras almas a la soberanía del Espíritu Santo. No es necesario que experimentemos la epifanía en nuestras vidas. Podríamos vivir con la confiada certeza de que lo que el Espíritu de Dios logra en secreto dentro de nosotros rendirá sus frutos en el reino de Dios. Los veremos en la eternidad.

O sea que así es cómo queremos llevar nuestros regalos al Señor: Los ponemos en las manos de la Madre de Dios. Este primer Sábado está particularmente dedicado a su honor, y nada puede dar mayor alegría a su purísimo corazón que una entrega cada vez más profunda al Divino Corazón. Más aún, ella no tendrá desde luego petición más urgente al Niño en el pesebre que la que pide santos sacerdotes y un ministerio sacerdotal ricamente bendecido. Y ésta es la petición que el sabado de hoy por los sacerdotes nos pide hacer y que nuestra Santa Madre nos ha impuesto de manera tan convincente como un componente esencial de nuestra vocación al Carmelo.

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