Algunos de los senadores en la comisión votaron en contra de la confirmación de Sonia Sotomayor como ministra de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Afirmaban estar convencidos de que era imposible que fuera imparcial en sus juicios, ya que es mujer y de familia latina, y tendría que favorecer la causa. Curioso, como esos senadores conocen los corazones. Curioso, también, como la cultura y el género "normal" predominante logró su monopolio sobre la imparcialidad.
La jurista, a su vez, respondió así: cada uno tiene derecho a su propia opinión, pero los datos, datos son. Simple, al punto y, además, curioso que se tenga que explicitar. Un signo de nuestros tiempos es que muchos han llegado a creer que son libres para inventar sus propios datos, y que por el puro hecho de creérselos, pasan a ser "su verdad".
Más allá de credos religiosos, todo ser humano tiene un compromiso con la verdad. Nadie puede inventar "verdades" a su conveniencia. Los juicios emitidos sobre las personas y las situaciones, han de responder a datos reales, completos y verificables. Es la responsabilidad de todo ser humano, si es que pretendemos tomarnos en serio y vivir en sociedad.
La opinión es propiamente un asunto que podría ser de una manera u otra. Es la cancha de los temas complejos, imposibles de zanjar y, sin embargo, los que determinan el curso de la historia. Para que sea válida, la opinión ha de fundamentarse sobre datos reales, y no inventados. Debe formularse de acuerdo a razonamientos lógicos, y con referencia a algún marco valórico consensual. De no ser así, esa opinión, a la cual cada uno tiene derecho, es inválida, no importa quién pretenda sostenerla. Quienes emiten opiniones inválidas con cierta frecuencia pierden el respeto de pensadores serios. De generalizarse como procedimiento usual, se pierde la posibilidad de forjar una sociedad.
La ley de la selva, en cambio, se formula sin referencia a datos, razones y valores. Es ahí donde pesan las murmuraciones, los comentarios y los malos pensamientos; donde el poder suplanta el derecho, y las verdades se inventan para acomodar la conveniencia. En ese mundo, no hay Corte Suprema que valga. Los discursos floridos de zozobras y brujerías hacen las veces de narrativa identificadora, y los poderosos imponen lo suyo.
La gente de pueblos indígenas muchas veces pide perdón por sus "malos pensamientos". No se refieren a las fantasías sexuales (rollo obsesivo de los occidentales modernos), sino a haber pensado mal de alguien. Les pesa la conciencia, porque saben que la atribución de malas intenciones a algún compañero daña a la sociedad. Sólo cuando logran suponer buenas intenciones por parte de los demás, se sale adelante con el proyecto social; armonía de hermanos que se sientan juntos en la mesa. En desconfianza, su mesa es una farsa.
Las murmuraciones en contra de Jesús, a la larga, ocasionaron su crucifixión. Los que le siguen no esperan otra cosa. Dichosos serán cuando los injurien y los persigan, cuando digan contra ustedes toda clase de calumnia. Alegrémonos, pues, es un signo de haber tomado el Evangelio en serio. Y, sin murmurar entre nosotros, porque hace mal.
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Nathan Stone. Sacerdote jesuita, magíster en literatura y teólogo.
La jurista, a su vez, respondió así: cada uno tiene derecho a su propia opinión, pero los datos, datos son. Simple, al punto y, además, curioso que se tenga que explicitar. Un signo de nuestros tiempos es que muchos han llegado a creer que son libres para inventar sus propios datos, y que por el puro hecho de creérselos, pasan a ser "su verdad".
Más allá de credos religiosos, todo ser humano tiene un compromiso con la verdad. Nadie puede inventar "verdades" a su conveniencia. Los juicios emitidos sobre las personas y las situaciones, han de responder a datos reales, completos y verificables. Es la responsabilidad de todo ser humano, si es que pretendemos tomarnos en serio y vivir en sociedad.
La opinión es propiamente un asunto que podría ser de una manera u otra. Es la cancha de los temas complejos, imposibles de zanjar y, sin embargo, los que determinan el curso de la historia. Para que sea válida, la opinión ha de fundamentarse sobre datos reales, y no inventados. Debe formularse de acuerdo a razonamientos lógicos, y con referencia a algún marco valórico consensual. De no ser así, esa opinión, a la cual cada uno tiene derecho, es inválida, no importa quién pretenda sostenerla. Quienes emiten opiniones inválidas con cierta frecuencia pierden el respeto de pensadores serios. De generalizarse como procedimiento usual, se pierde la posibilidad de forjar una sociedad.
La ley de la selva, en cambio, se formula sin referencia a datos, razones y valores. Es ahí donde pesan las murmuraciones, los comentarios y los malos pensamientos; donde el poder suplanta el derecho, y las verdades se inventan para acomodar la conveniencia. En ese mundo, no hay Corte Suprema que valga. Los discursos floridos de zozobras y brujerías hacen las veces de narrativa identificadora, y los poderosos imponen lo suyo.
La gente de pueblos indígenas muchas veces pide perdón por sus "malos pensamientos". No se refieren a las fantasías sexuales (rollo obsesivo de los occidentales modernos), sino a haber pensado mal de alguien. Les pesa la conciencia, porque saben que la atribución de malas intenciones a algún compañero daña a la sociedad. Sólo cuando logran suponer buenas intenciones por parte de los demás, se sale adelante con el proyecto social; armonía de hermanos que se sientan juntos en la mesa. En desconfianza, su mesa es una farsa.
Las murmuraciones en contra de Jesús, a la larga, ocasionaron su crucifixión. Los que le siguen no esperan otra cosa. Dichosos serán cuando los injurien y los persigan, cuando digan contra ustedes toda clase de calumnia. Alegrémonos, pues, es un signo de haber tomado el Evangelio en serio. Y, sin murmurar entre nosotros, porque hace mal.
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Nathan Stone. Sacerdote jesuita, magíster en literatura y teólogo.
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