Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan Bautista y le dijeron: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mucho mientras que tus discípulos no ayunan?»
Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán».
Queridos hermanos,
1. Los textos bíblicos de hoy nos hablan del ayuno, aparentemente. Pero ya la primera lectura llega a la conclusión de que el verdadero ayuno es hacer justicia, hacer obras de misericordia, ayudar al hermano necesitado. Tampoco Jesús parece darle mucha importancia al ayuno, por lo menos en la forma como lo practicaban los judíos. Jesús más bien libera del ayuno como libera de la ley, y reacciona contra un ascetismo exagerado. Prohibe echar vino nuevo en odres viejos: No se somete a las mortificaciones del asceta, sino que se porta con la libertad irradiante de un Hijo de Dios Él no quiso ni buscó la cruz. Él amó y obedeció, y la cruz le cayó encima por añadidura. La nobleza de la pasión de Cristo proviene de que no fue una obra de ascésis, una mortificación premeditada, sino sencillamente una fidelidad de amor. Cristo no perdió el tiempo buscando la manera de sufrir. No se distrajo de su Padre ni de su misión para ocuparse de sí mismo, ni siquiera de ese modo. Buscó en todo la voluntad de su Padre y se entregó enteramente a los hombres. Y esto lo llevó a la cruz. Y es esa la cruz que Jesús nos invita a llevar: la que resulta naturalmente del amor a Dios y a los hombres, y no la que a nosotros nos gustaría escoger. Nuestro ayuno, entonces, es auténtico si lo hacemos por amor- por amor a Dios, por amor al hermano necesitado a quien le ayudamos con nuestra limosna, etc.
2. Porque el auténtico amor no sólo se libera de sí mismo, sino que busca al otro. Es la fuerza unitiva del amor. Es una fuerza que no se contenta con un simple estar con el otro o junto al otro, sino impulsa hacia un profundo estar en el otro. Es un decirse mutuamente: “yo en ti, tú en mí y los dos el uno en el otro”. El amor busca y encuentra la unión espiritual entre el tú y el yo. Nos lleva a una unión de corazones, un intercambio de corazones, una fusión de corazones.
3- Muchas veces, el Padre Kentenich, Fundador del Movimiento de Schoenstatt, habla entonces de una “bi~unidad”: el amor busca y encuentra siempre la bi-unidad entre el tú querido y el yo. Pero esa unidad del amor ha de abrirse también hacia todo el mundo del ser querido para integrarlo al amor.
4. Y entonces el Padre Kentenich utiliza la expresión de “comunidad de destinos”: La idea es que nos pertenecemos el uno al otro por toda la eternidad. Esto vale para con la Virgen María, con mi cónyuge, con mi familia, con mi grupo. Ya no estamos solos: Dios nos ve siempre juntos. Y no le gusta ya a Dios, si uno va solo hacia Él - ya no quiere vernos solos ante sí, sino juntos con nuestros aliados. Es como que si nos preguntara: ¿Dónde están tus seres queridos? Y cuando rezamos, hemos de unirnos espiritualmente con todos ellos. Esta es una verdadera comunidad de destinos.
5. Ahora, esta unión de corazones no es cosa fácil. Nos cuesta y hace sufrir. Y es que aquí en la tierra todo amor profundo debe ser elevado en la cruz. Pero que no tengamos miedo a la cruz y al sacrificio. Porque a la pasión y la muerte en la cruz sigue la mañana de Pascua de Resurrección con la conquista victoriosa del mundo. El Viernes Santo es para siempre, la garantía imprescindible para que brille el sol de Pascua. Queridos hermanos, pidámosle, a la Virgen que nos dé fuerzas y gracias, para encontrarnos y unirnos más profundamente con Ella. ¡Qué nos vaciemos de nosotros mismos y nos llenemos de su amor y fidelidad! ¡Y que crezcamos también en el amor y la entrega a todos nuestros hermanos!
¡Qué así sea! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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