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viernes, 17 de abril de 2009

II Domingo de Pascua - Ciclo B (Jn 20,19-31): Vivos Gracias al Viviente


La experiencia de la resurrección de Jesús cambió radicalmente la vida de aquellos primeros discípulos. Hay que tener muy presente lo que hace muy pocos días recordábamos: que al momento del arresto, del juicio y de la crucifixión, todos salieron corriendo. Todos tuvieron miedo. Todos sintieron temor de que las autoridades judías ampliaran la redada con el ánimo de terminar definitivamente con aquel movimiento revolucionario, con aquel que hablando de Dios devolvía la esperanza a las personas y les estropeaba el negocio. Por eso el Evangelio de este domingo empieza afirmando que los discípulos estaban en una casa “con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Temían ser detenidos si salían a la calle. Así de simple.
Pero la resurrección de Jesús les abre a una vida nueva. Los que vivían en el temor, reciben el mensaje de la paz. Los que se habían encerrado en una casa con las puertas y ventanas cerradas –¿qué diferencia hay con una tumba?– son enviados a la vida a predicar la Buena Nueva del Reino.

Una comunidad nueva y fraterna

Los resultados de esa misión están a la vista en la primera y en la segunda lectura. Los creyentes, los que han experimentado que Jesús está vivo forman una comunidad diferente, viven de un modo diferente, se relacionan de una manera diferente: tienen todo en común, comparten los bienes, nadie pasa necesidad. Son verdaderos hermanos y hermanas, que participan todos en la mesa común. ¿No es eso el Reino llevado a la práctica? Es posible que la primera lectura sea más un sueño, un deseo, del autor de los Hechos de los Apóstoles, que una descripción de la vida real de aquella primera comunidad de discípulos y discípulas.
Pero ese sueño ha pervivido en la historia de la comunidad cristiana y ha seguido generando en muchos de los creyentes el deseo de hacerlo realidad. Es el sueño del Reino que, desde la fe, promueve una forma diferente de vivir, de relacionarse las personas. Es el sueño que animó a los grandes fundadores de órdenes y congregaciones religiosas. Es el sueño que animó a muchos de los misioneros franciscanos y jesuitas que evangelizaron América Latina. Es el sueño que hoy sigue animando muchas comunidades de base.

Centrados en el amor

Es un sueño que se centra en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Ese amor hace que nos sintamos nuevos y que vivamos en otra onda, allí donde los mandamientos no son una carga pesada sino una ayuda y una guía que nos ayudan a ser felices porque no hay felicidad más que en el amor fraterno y no otra es la voluntad de Dios.
Vencer al mundo es vencer el odio, la enemistad, la violencia, todo lo que rompe la fraternidad de los hijos de Dios. Por eso dice la segunda lectura que el que ama es que ha nacido de Dios. No puede ser de otra manera porque Dios es amor.

Encontrarnos con Jesús

El Evangelio añade un elemento importante para la vida cristiana. Todo esto que hemos dicho: la paz, la fraternidad, el amor... no es comprensible sin haber pasado por la experiencia del encuentro personal con el resucitado. Ahí está el testimonio de Tomás. Necesitó ver la señal de los clavos y meter la mano en el costado de Jesús. Necesitó tocarlo para darse cuenta de que realmente estaba vivo, de que el Reino del que tanto había hablado Jesús no había muerto en aquella cruz maldita del Viernes Santo. Necesitó encontrarse en vivo en Jesús para confesar “¡Señor mío y Dios mío!”.
Cada uno de nosotros ha de pasar por la misma experiencia si queremos ir más allá del cumplimiento de unas normas y del rezo de unas oraciones. Si queremos que nuestro ser cristiano sea algo que nos transforme realmente por dentro, tenemos que encontrarnos con Jesús no como un personaje más de la historia con una doctrina más o menos atrayente sino como una persona viva y cercana que nos anima, que nos acompaña, que nos reconcilia y sana para comprometernos en hacer realidad en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean el Reino por el que Él mismo dio la vida.

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