Publicado por Fundación Epsilón
Los periodistas de la época no difundieron la extraña y sensacional noticia en las rotativas del país, ni los historiadores dejaron constancia del hecho en sus crónicas, ni siquiera hubo asamblea internacional de magos o para-psicólogos para dar una explicación de lo que un puñado de hombres y mujeres, antes acorralados por el miedo, habían comenzado a proclamar a los cuatro vientos: "Jesús Nazareno, a quien vosotros matasteis, ha resucitado al tercer día". Tres días era para los judíos el espacio de tiempo que aseguraba de la muerte real de una persona.
Las autoridades quisieron ocultar lo sucedido: con su sistema fomentaban la muerte y la opresión; no amaban la vida, a no ser la propia. "Se reunieron con los senadores, deliberaron y dieron a los soldados (que habían custodiado la tumba) una suma considerable de dinero, encargándoles: Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros. Los soldados aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones".
"María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Entraron y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se asustaron. El les dijo: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No esta aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo. Las mujeres salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían".
A mí no me extraña semejante reacción. Decir que Jesús había resucitado era sumamente conflictivo, terriblemente subversivo, profundamente revolucionario. Equivalía a decir que Dios estaba de parte de aquel reo, injustamente ajusticiado. Era proclamar que el Maestro nazareno llevaba razón, que su causa era la justa, que se habían equivocado las autoridades, que su muerte no había sido un accidente ni un acto de justicia, sino una vil ejecución, una sentencia brutal. Era como dictar sentencia de muerte para el poder establecido que pisoteó en Jesús -como de costumbre- los derechos de los más débiles, era condenar a los que ostentan la autoridad como fuerza y privilegio sin hacer uso de la razón.
Pero ni el silencio de las mujeres, ni el dinero de las autoridades, ni siquiera el miedo y la desesperanza de los discípulos que habían comenzado a dispersarse, podrían contener la divulgación de noticia tan subversiva.
Aunque nadie lo vio en el momento de resucitar, el grupo de sus seguidores aseguró haber tenido la experiencia de verlo vivo en el transcurso de aquellos días, experiencia que, varias decenas de años después, cada evangelista expresaría a su modo y manera: para todos ellos el resucitado seguía viviendo, aunque de forma distinta a la nuestra. Su vida no tenía ya semilla de muerte.
El anuncio de la Resurrección se convirtió muy pronto en grito contestatario, verdadera canción de resistencia: "No nos vencerán" los poderosos de este mundo, ni el sistema, ni siquiera la muerte. Sólo el amor que se entrega hasta el fin tiene fuerza para sobrevivir. A cambio de este anuncio los seguidores del Resucitado recibirían palizas, azotes, prisión o amenazas de muerte por parte de los poderosos... Casi todos ellos correrían la misma suerte del Maestro.
Pero la presencia real y misteriosa del Jesús viviente los animaba -y nos anima veinte siglos después- en la lucha por un mundo distinto, donde la razón del amor acabe con la sinrazón de la fuerza y la violencia.
Las autoridades quisieron ocultar lo sucedido: con su sistema fomentaban la muerte y la opresión; no amaban la vida, a no ser la propia. "Se reunieron con los senadores, deliberaron y dieron a los soldados (que habían custodiado la tumba) una suma considerable de dinero, encargándoles: Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros. Los soldados aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones".
"María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Entraron y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se asustaron. El les dijo: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No esta aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo. Las mujeres salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían".
A mí no me extraña semejante reacción. Decir que Jesús había resucitado era sumamente conflictivo, terriblemente subversivo, profundamente revolucionario. Equivalía a decir que Dios estaba de parte de aquel reo, injustamente ajusticiado. Era proclamar que el Maestro nazareno llevaba razón, que su causa era la justa, que se habían equivocado las autoridades, que su muerte no había sido un accidente ni un acto de justicia, sino una vil ejecución, una sentencia brutal. Era como dictar sentencia de muerte para el poder establecido que pisoteó en Jesús -como de costumbre- los derechos de los más débiles, era condenar a los que ostentan la autoridad como fuerza y privilegio sin hacer uso de la razón.
Pero ni el silencio de las mujeres, ni el dinero de las autoridades, ni siquiera el miedo y la desesperanza de los discípulos que habían comenzado a dispersarse, podrían contener la divulgación de noticia tan subversiva.
Aunque nadie lo vio en el momento de resucitar, el grupo de sus seguidores aseguró haber tenido la experiencia de verlo vivo en el transcurso de aquellos días, experiencia que, varias decenas de años después, cada evangelista expresaría a su modo y manera: para todos ellos el resucitado seguía viviendo, aunque de forma distinta a la nuestra. Su vida no tenía ya semilla de muerte.
El anuncio de la Resurrección se convirtió muy pronto en grito contestatario, verdadera canción de resistencia: "No nos vencerán" los poderosos de este mundo, ni el sistema, ni siquiera la muerte. Sólo el amor que se entrega hasta el fin tiene fuerza para sobrevivir. A cambio de este anuncio los seguidores del Resucitado recibirían palizas, azotes, prisión o amenazas de muerte por parte de los poderosos... Casi todos ellos correrían la misma suerte del Maestro.
Pero la presencia real y misteriosa del Jesús viviente los animaba -y nos anima veinte siglos después- en la lucha por un mundo distinto, donde la razón del amor acabe con la sinrazón de la fuerza y la violencia.
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