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sábado, 11 de abril de 2009

Pascua de Resurrección - Ciclo B (Jn 20,1-9): El primer día de la semana


La Resurrección de Jesús da comienzo a lo nuevo. Como si el calendario volviese a empezar a “fojas cero”.
Es el “primer día”. Y es el primer día de la primera semana.
La Pascua no es repetir el ayer y el pasado.
La Pascua es “paso”. Por tanto, paso del ayer al hoy. De los viejos días a los días nuevos. El resto de la historia no será ya otra cosa que ir desplegando todo el abanico de las nuevas posibilidades de la Pascua del Señor.
El día de la resurrección no lo es todo. Es el “primer día”.
Le faltan los demás días. Y además estamos todavía en el “amanecer”.

Todavía el nuevo sol que es Jesús recién se está manifestando.

Nos queda todavía todo el resto del día, lleno de idas y vueltas, lleno de búsquedas y encuentros.



En el primer día “todavía no se ve todo claro”.

En el corazón de la pequeña Iglesia hay aún muchas dudas, muchas inseguridades.

Es el comienzo de una experiencia que tendrá que ir profundizándose a través de las distintas apariciones, símbolos, del despliegue de manifestaciones de Jesús vivo en su Iglesia.

Los comienzos no fueron claros. “Aún estaba todo oscuro”.

Poco a poco se irá clareando el día. Poco a poco se irá profundizando la experiencia.

Y poco a poco la fe se irá iluminando y fortaleciendo.



Lo importante hoy es descubrir, en medio de todas nuestras dudas, que El está vivo y está en medio de nosotros. Y que, después de la tragedia de los días anteriores, algo nuevo está naciendo entre nosotros.

Es posible que muchos sigan teniendo la impresión de que estamos en tiempos de sepulcros.

Que la Iglesia está muerta. Que la fe está muerta. Que Dios está muerto.

Y es posible que muchos cristianos tratemos de buscar a Dios en los escombros de la Iglesia y de la fe.



Pero mientras piensan en un Dios muerto en la Iglesia, Dios ya está gozando del frescor de la mañana en el jardín de la vida.

El mundo puede considerar muerto a Dios.

Pero Dios no depende de lo que nosotros podamos pensar.

Dios goza de muy buena salud.

Mientras nosotros andamos entre muertos en el cementerio, Dios está vivo en el jardín de la comunidad.



Por eso la verdad de la Pascua hoy será:

Jesús vive. Jesús está vivo.

Y Jesús está en la comunidad.

Por más que nosotros tengamos miedo y dudemos.

Vendas y sudario, que comenzaron por ser vestidos del muerto, son ahora signos de que el muerto ya no está muerto, sino que vive.



“Se han llevado al Señor....” exclaman llorosas las mujeres.

Y esta pudiera ser también la impresión de muchos hombres hoy.

Se han llevado a Dios. ¿Dónde está Dios?

¿Quién lo habrá llevado? ¿Dónde lo habrán puesto?

Vemos los restos que han dejado de él: quedan Iglesias, quedan discursos, quedan leyes, quedan cosas que le pertenecieron. Pero él ya no está.

¿Será cierto que Dios ya no está ni en el mundo ni en la Iglesia? ¿O no será más bien que nosotros no somos capaces de verlo? Es cierto que Jesús ya no estaba vendado ni con el sudario de muerto que le regalaron el viernes santo por la tarde. Jesús no está “envuelto”, ni “atado”. Jesús anda libre. Ha soltado sus ataduras. El sepulcro le ahogaba. Le resultaba demasiado estrecho.

Y ahora busca el jardín. El jardín pareciera ser el lugar preferido de Dios. Al crearnos “nos puso en un jardín”. Y él mismo cada tarde se tomaba el fresco del atardecer, paseándose por el jardín, en signo de libertad. A Jesús no lo pudo atar ni retener la muerte. Menos lo podremos atar y retener nosotros los hombres. Jesús solo siente bien en la libertad. Porque sólo la libertad es capaz de inventar, de crear lo nuevo.



El Jesús de la mañana de Pascua es un Jesús nuevo. Es el mismo, pero distinto y nuevo. Es el de antes. Ahí están los signos de su ayer: las llagas. Pero es nuevo, distinto, diferente. Ahí está libre de la muerte. Ya no podremos matarlo más. Y ahí está libre para “recrearlo todo de nuevo”.

No lo “han llevado”. El ha salido. El ha roto todas las ataduras. ¿Y nosotros lo querremos atar ahora de nuevo? Imposible. Ahí quedan las vendas y el sudario. Pero El no está ahí. Está escuchando los cantos de los pájaros en el jardín y está escuchando las voces de nuestros corazones.

Oración

Señor: ¡Cómo han cambiado las cosas!
Cuando todos pensábamos que todo había terminado, vemos que todo comienza.
Cuando todos te creíamos muerto, te vemos paseando por el jardín.
Cuando todos los ideales parecían flores marchitas, todos los rosales vuelven a florecer.
Cuando todos nos sentíamos abandonados, otra vez sentimos que estás con nosotros.
Gracias porque “nadie te ha llevado” sino que tú te has ido, aunque sin irte porque sigues con nosotros.
Señor, permíteme que te felicite y te dé mis “FELICES PASCUAS”.

(Clemente Sobrado C.P.) www.iglesiaquecamina.com

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