Por Clemente Sobrado C.P.
De todas las parábolas solo dos tienen como sujeto a Jesús. Las demás parten de realidades rurales y ambientales. Todas ellas tienen como meta definir el Reino de Dios. Pero hay dos que tienen como sujeto directo al mismo Jesús: la parábola del Buen Pastor y la parábola de la vid y los sarmientos.
El domingo cuarto comentamos la parábola del Buen Pastor. En este quinto domingo tenemos la de la “Vid y los sarmientos”.
Y lo primero que encontramos es el cambio de viña y de viñedo. Antes la viña era el pueblo hebreo. Viña plantada por Dios y cantada por los Salmos y los Profetas. Pero ahora no solo hay una “alianza nueva”. Hay también una “nueva viña”: la Iglesia.
Y Jesús y cada uno de nosotros somos el sujeto de la parábola. El es la vid y nosotros los sarmientos. Por tanto una parábola que nos implica a todos y le implica a El.
Se trata de una parábola pascual. Jesús la “nueva vid”, es el Jesús resucitado. Y nosotros, los nuevos sarmientos, somos los que participamos de su resurrección y estamos llamados a vivir la nueva vida del resucitado.
A partir de la Pascua, el centro de la Iglesia y de toda comunidad creyente es Jesús vivo y resucitado. Y desde ahí comienza también una vida nueva. Ya no es nuestra vida, porque los sarmientos no tienen vida propia, sino la vida resucitada de Jesús que es el tronco por el que corre la nueva sabia del Espíritu.
Con demasiada frecuencia nosotros seguimos viviendo nuestras vidas en referencia a la ley y la moral. Los Mandamientos siguen siendo el centro de nuestro quehacer. Incluso nos confesamos a través de los Mandamientos. Por eso suele ser un moral más de pecado que de gracia. Una moral que se nos impone desde afuera. En tanto que la nueva actitud nace de dentro. Los sarmientos se cargan de racimos no por una obligación que les impone el viñador, sino fruto de la vitalidad que llevan dentro. Es la vida misma que brota y se hace racimo de uvas.
Por eso la verdadera moral pascual es vivir la misma vida de Jesús resucitado. Es conocida la frase de Pablo: “Ya no soy yo sino Cristo que vive en mí”. Nuestro punto referencial como creyentes no es la ética y la moral, por más que tengamos ser éticos y morales. Nuestra referencia es:
¿Vive Cristo en mí?
¿Vivo yo en Cristo?
La sabia que corre por las venas de mi alma es la vida del resucitado o es la simple moral del cumplimiento de los mandamientos.
De ahí la insistencia de la parábola en el verbo “permanecer”. Que de una u otra forma se repite siete veces:
“permaneced en mí y yo en vosotros”.
“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, sino no permanece en la vid, así tampoco vosotros, sino permanecéis en mí”.
“El que permanece en mí y yo en él”.
“Al que no permanece en mí lo tiran fuera”.
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros”.
Hay un cambio de eje y un cambio de centro. Que no es la moral, ni el Derecho Canónico, sino la “unión y la unión permanente en Jesús”.
Y hay un cambio de vida. Ya no es la moral de nuestro comportamiento, sino la misma sabia del resucitado corriendo por nuestras venas del espíritu. Es Jesús actuando en nosotros y a través de nosotros.
Los frutos de nuestra vida cristiana son frutos pascuales.
Las actitudes de nuestra vida cristiana son frutos pascuales.
Lo que nos llena por dentro no son tanto nuestros éxitos externos.
Sino el sentir que no nos pertenecemos a nosotros mismos.
Que pertenecemos al Resucitado.
Que El está en nosotros y nosotros en El.
Que si no estamos en El somos ramas secas por muy verdades que estén las hojas.
Nuestra vida cristiana personal, comunitaria y eclesial ha de ser expresión y manifestación del Resucitado. Mientras el Resucitado no sea el gran acontecimiento de nuestras vidas, seguiremos en el Antiguo Testamento con los mandatos y preceptos del Decálogo. Esta comunión de vida pascual es lo que nos define como creyentes. Y esta comunión de vida es lo que tiene que definir la vida íntima de la Iglesia y de cada comunidad eclesial.
Y es, esta comunión de los sarmientos con la vid, lo que nos hace realmente Iglesia. Solo así podremos entender que Jesús es la cabeza de la Iglesia y que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia.
Oración
Señor: Gracias por Tú eres el tronco cuyas raíces están en el corazón del Padre.
Y gracias por hacerme un sarmiento tuyo.
Que sea siempre un sarmiento que permanece siempre unido a Ti.
Que a través del tronco o la cepa que eres Tú, pueda vivir también yo
de esa vida que brota del corazón del Padre.
Que tengas necesidad de cortarme por estar seco e inútil.
Sino que mi vida brote en dulces racimos de uva con los que tú mismo
puedas hacer el vino de la Eucaristía.
El domingo cuarto comentamos la parábola del Buen Pastor. En este quinto domingo tenemos la de la “Vid y los sarmientos”.
Y lo primero que encontramos es el cambio de viña y de viñedo. Antes la viña era el pueblo hebreo. Viña plantada por Dios y cantada por los Salmos y los Profetas. Pero ahora no solo hay una “alianza nueva”. Hay también una “nueva viña”: la Iglesia.
Y Jesús y cada uno de nosotros somos el sujeto de la parábola. El es la vid y nosotros los sarmientos. Por tanto una parábola que nos implica a todos y le implica a El.
Se trata de una parábola pascual. Jesús la “nueva vid”, es el Jesús resucitado. Y nosotros, los nuevos sarmientos, somos los que participamos de su resurrección y estamos llamados a vivir la nueva vida del resucitado.
A partir de la Pascua, el centro de la Iglesia y de toda comunidad creyente es Jesús vivo y resucitado. Y desde ahí comienza también una vida nueva. Ya no es nuestra vida, porque los sarmientos no tienen vida propia, sino la vida resucitada de Jesús que es el tronco por el que corre la nueva sabia del Espíritu.
Con demasiada frecuencia nosotros seguimos viviendo nuestras vidas en referencia a la ley y la moral. Los Mandamientos siguen siendo el centro de nuestro quehacer. Incluso nos confesamos a través de los Mandamientos. Por eso suele ser un moral más de pecado que de gracia. Una moral que se nos impone desde afuera. En tanto que la nueva actitud nace de dentro. Los sarmientos se cargan de racimos no por una obligación que les impone el viñador, sino fruto de la vitalidad que llevan dentro. Es la vida misma que brota y se hace racimo de uvas.
Por eso la verdadera moral pascual es vivir la misma vida de Jesús resucitado. Es conocida la frase de Pablo: “Ya no soy yo sino Cristo que vive en mí”. Nuestro punto referencial como creyentes no es la ética y la moral, por más que tengamos ser éticos y morales. Nuestra referencia es:
¿Vive Cristo en mí?
¿Vivo yo en Cristo?
La sabia que corre por las venas de mi alma es la vida del resucitado o es la simple moral del cumplimiento de los mandamientos.
De ahí la insistencia de la parábola en el verbo “permanecer”. Que de una u otra forma se repite siete veces:
“permaneced en mí y yo en vosotros”.
“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, sino no permanece en la vid, así tampoco vosotros, sino permanecéis en mí”.
“El que permanece en mí y yo en él”.
“Al que no permanece en mí lo tiran fuera”.
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros”.
Hay un cambio de eje y un cambio de centro. Que no es la moral, ni el Derecho Canónico, sino la “unión y la unión permanente en Jesús”.
Y hay un cambio de vida. Ya no es la moral de nuestro comportamiento, sino la misma sabia del resucitado corriendo por nuestras venas del espíritu. Es Jesús actuando en nosotros y a través de nosotros.
Los frutos de nuestra vida cristiana son frutos pascuales.
Las actitudes de nuestra vida cristiana son frutos pascuales.
Lo que nos llena por dentro no son tanto nuestros éxitos externos.
Sino el sentir que no nos pertenecemos a nosotros mismos.
Que pertenecemos al Resucitado.
Que El está en nosotros y nosotros en El.
Que si no estamos en El somos ramas secas por muy verdades que estén las hojas.
Nuestra vida cristiana personal, comunitaria y eclesial ha de ser expresión y manifestación del Resucitado. Mientras el Resucitado no sea el gran acontecimiento de nuestras vidas, seguiremos en el Antiguo Testamento con los mandatos y preceptos del Decálogo. Esta comunión de vida pascual es lo que nos define como creyentes. Y esta comunión de vida es lo que tiene que definir la vida íntima de la Iglesia y de cada comunidad eclesial.
Y es, esta comunión de los sarmientos con la vid, lo que nos hace realmente Iglesia. Solo así podremos entender que Jesús es la cabeza de la Iglesia y que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia.
Oración
Señor: Gracias por Tú eres el tronco cuyas raíces están en el corazón del Padre.
Y gracias por hacerme un sarmiento tuyo.
Que sea siempre un sarmiento que permanece siempre unido a Ti.
Que a través del tronco o la cepa que eres Tú, pueda vivir también yo
de esa vida que brota del corazón del Padre.
Que tengas necesidad de cortarme por estar seco e inútil.
Sino que mi vida brote en dulces racimos de uva con los que tú mismo
puedas hacer el vino de la Eucaristía.
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