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viernes, 8 de mayo de 2009

V Domingo de Pascua (Juan 15,1-8): Meditación Vocacional

Hech 9, 26-31 / 1 Jn 3,18-24 / Jn 15, 1-8
Publicado por Pastoral Vocacional

1. Comentario vocacional

El evangelio que hoy nos proclama la liturgia está dentro del discurso de despedida recogido por Juan. Es el testamento que Jesús deja para orientar a sus seguidores. En el texto seleccionado aparecen dos palabras clave (permanecer y dar frutos) que hay que entender bien desde la alegoría de la vid. Por que en el Antiguo Testamento Israel ya era presentada como la vid. Ahora, con al fórmula “yo soy”, Jesús se convierte en el nuevo Israel, la nueva vid, que realizará las promesas del Padre.
Fácilmente en nuestra vida queremos dar fruto, es decir, sentirnos realizados y fecundos. Pero sólo podremos hacerlo realmente si permanecemos en Jesús como los sarmientos con respecto a la vid. Y es que en el texto, el evangelista pasa de la relación vid-sarmientos a la de Jesús-discípulos para acentuar precisamente el permanecer. Lo primero es permanecer. Los frutos vendrán más tarde. Nuestra experiencia vocacional será auténtica si permanecemos en el Señor. ¿Qué significa permanecer? Permanecer nos sugiere estar, persistir, mantenerse, continuar, quedarse, residir… . Permanecer es lo contrario a ausentarse, pasar, rendirse. En definitiva, el permanecer nos exige una actitud contemplativa ante el misterio de Cristo.
Esta contemplación que nos lleva a la acción se basa en el claro mensaje de Jesús: “sin mí no podéis hacer nada”. Corremos el riesgo de hacer grandes programas de pastoral, buenos análisis de la realidad, tener un buen organigrama, etc… pero sin Él, no haremos nada que valga la pena. Este versículo lo deberíamos meditar y recordar todas las mañanas antes de comenzar nuestros trabajos y apostolados.
Encontramos también en el texto la intención del evangelista de ofrecernos el boceto del discípulo –modelo de su comunidad. El verdadero discípulo debe estar unido a Jesús (permanecer), mantener su enseñanza y dar frutos. Y los frutos que debe dar el discípulo son frutos de amor y de unidad de tal manera que le llevarán a superar las dificultades. Un ejemplo en este sentido lo encontramos en la primera lectura. Pablo sufre tensiones tanto dentro como fuera de la primera comunidad debido a su conversión. Pero no se sentirá solo. Será Bernabé quien lo presente para que sea aceptado por la comunidad. Y luego los hermanos lo bajarán a Cesarea para escapar de las intrigas de los judíos. La comunidad siempre protege.
Otra manera de hablar de permanecer y de dar frutos lo encontramos en la segunda lectura: “Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como nos lo mandó”. Otra vez: creer (permanecer en Jesús) y amar (dar frutos). Pero este amor debe ser claro y palpable: “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. Corremos el riesgo de amar en teoría, pero esto no nos vale para probar nuestra “permanencia” en el Señor.
No conviene olvidar que dentro de la alegoría de la vid, Jesús nos habla de la poda “para que dé más fruto”. Si nos miramos a nosotros mismos con sinceridad y honestidad, veremos que necesitamos urgentemente una poda. Dejémonos podar por el Señor, desnudarnos de todo lo que se nos ha ido pegando en nuestro recorrido vocacional. Es cierto que damos fruto, pero nuestro fruto es pobre, mezquino y tacaño, con el que, a pesar de todo, nos gloriamos nosotros mismos. Sin embargo, el Señor nos llama a dar fruto abundante como condición para ser discípulos. Así el Padre recibirá gloria. Él sabrá quitarnos lo que nos molesta y nos hace tacaños en nuestro amor. No tengamos miedo a la poda incluso si llevamos muchos años de consagrados. Así nuestro fruto será abundante y siempre para gloria del Padre.
2. Pistas para la homilía
-En su discurso de despedida, Jesús nos deja su testamento. Su deseo es que permanezcamos en él. Esta será la condición indispensable para dar fruto. La experiencia vocacional personal encuentra su clave en este “permanecer”.
-Con esta alegoría de la vid, Juan nos presenta el boceto del discípulo de su comunidad, que debe dar frutos de unidad y de amor para perseverar en las dificultades.
-El discípulo que permanece, superará todas las dificultades como le pasó a Pablo.
-Otra manera de decir lo mismo es el mandamiento que nos transmite Juan: creer y amar. Además, el amor debe ser “con obras y según la verdad”.
-Hemos de acostumbrarnos a aceptar la poda de tantas cosas que nos impiden dar buen fruto.
3. Preguntas para la reflexión personal o de grupo
-¿Qué significa para ti “permanecer” en el Señor?
-¿Qué haces para “permanecer” en él? ¿Qué tienes que mejorar todavía?
-¿Cuáles son los frutos de unidad y amor que la comunidad espera de ti?
-¿Qué exigencias encuentras en tu vida al leer la invitación de Juan “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”?
-¿Cuáles son los aspectos de tu vida que necesitan ser podados por el Señor?

4. Un poco de poesía

PRESENCIA EN LA AUSENCIA

Sentía la angustia de la soledad.
Sentía ausencia, separación del mundo.
Sentía un vacío que necesitaba llenar.
Sin darme cuenta de mi urgencia,
encerraba una gran profundidad.
Era mi ardiente deseo de la presencia de Dios.
Era el ferviente anhelo de “su presencia” en mí.
Era “el dejar ir”, para “dejar actuar”.
Era “mi ausencia” para recibir “su presencia”.
Es el gozo de Su infinita fuente de vida,
fluyente a través de todo mi ser,
en una sintonía de paz y amor,
brindándome su celestial serenidad.
Es “su todo” en “¡mi nada!” Es “¡el yo soy!”
Es “su presencia” en “la ausencia”,
que al irradiarse…
vislumbra… ¡sólo a quienes la ven!

(Teresita Díaz)

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