Publicado por Ciudad Redonda
Jesús ha dicho de sí mismo que es la “Luz”, el “Camino”, la “Vida”, el “Buen Pastor”, hoy nos revela que es “la Vid.
Escojo tres frases de la Liturgia de este domingo y las relaciono entre sí para comprender mejor el mensaje que nos ofrecen las lecturas.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5)
“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio” (I Jn 3, 24).
“La Iglesia se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor” (Act 9, 31).
Las tres citas coinciden en la invitación a la fidelidad y a la pertenencia al Señor. Si queremos dar fruto, asegurar la madurez en la fe y en el amor a Dios no hay otra posibilidad que mantener la relación con Cristo.
Jesús, en la parábola de la vid y de los sarmientos es contundente: “Sin mí no podéis hacer nada”. Esta afirmación se convierte en posible denuncia de modos de actuar emancipados del trato de amistad con Él que, a pesar de ser empeñativos, y a veces agotadores, sin embargo son estériles.
Pocos símbolos más plásticos como los que emplea Jesús del sarmiento y de la vid, para enseñar las verdades esenciales del cristianismo. El sarmiento es algo débil, aparentemente seco, que se ha de cortar todos los años; con él se prende el fuego. Es inimaginable que el sarmiento sea tan pretencioso como para arrogarse la savia gracias a la que crecen los pámpanos y el fruto del racimo.
La naturaleza nos ofrece, en sus procesos biológicos y naturales, ejemplos inteligibles para comprender lo que debería ser natural en la relación de la criatura con su Creador, y al igual que es imposible que el sarmiento dé fruto separado de la cepa, la fe del cristiano se seca si no se alimenta de la relación íntima con el Señor.
La personalización de la “vid”, por parte de Jesús, con la afirmación más sagrada, “Yo soy”, no lleva a un panteísmo, sino a un cristocentrismo. El domingo pasado, Jesús se presentaba como pastor, hoy como vid, y lo hará como camino. De muchas formas desea revelarnos el secreto que encierra la pertenencia a su persona y el gozo de gustar su amistad.
La misión se recibe del Señor, el fruto se consolida en la relación permanente con Él. Quien pretenda realizar una tarea evangelizadora apoyándose en estructuras, mediaciones de poder, estrategias, se equivoca y al final el fruto es hueco, vacío, por más que lo alaben y lo condecoren los humanos. Sólo si el sarmiento se mantiene injertado en la vid da fruto, sólo si permanecemos en Cristo nuestra vida será fecunda, aunque no lleguemos a conocer los efectos de nuestra comunión esencial con Él.
Escojo tres frases de la Liturgia de este domingo y las relaciono entre sí para comprender mejor el mensaje que nos ofrecen las lecturas.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5)
“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio” (I Jn 3, 24).
“La Iglesia se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor” (Act 9, 31).
Las tres citas coinciden en la invitación a la fidelidad y a la pertenencia al Señor. Si queremos dar fruto, asegurar la madurez en la fe y en el amor a Dios no hay otra posibilidad que mantener la relación con Cristo.
Jesús, en la parábola de la vid y de los sarmientos es contundente: “Sin mí no podéis hacer nada”. Esta afirmación se convierte en posible denuncia de modos de actuar emancipados del trato de amistad con Él que, a pesar de ser empeñativos, y a veces agotadores, sin embargo son estériles.
Pocos símbolos más plásticos como los que emplea Jesús del sarmiento y de la vid, para enseñar las verdades esenciales del cristianismo. El sarmiento es algo débil, aparentemente seco, que se ha de cortar todos los años; con él se prende el fuego. Es inimaginable que el sarmiento sea tan pretencioso como para arrogarse la savia gracias a la que crecen los pámpanos y el fruto del racimo.
La naturaleza nos ofrece, en sus procesos biológicos y naturales, ejemplos inteligibles para comprender lo que debería ser natural en la relación de la criatura con su Creador, y al igual que es imposible que el sarmiento dé fruto separado de la cepa, la fe del cristiano se seca si no se alimenta de la relación íntima con el Señor.
La personalización de la “vid”, por parte de Jesús, con la afirmación más sagrada, “Yo soy”, no lleva a un panteísmo, sino a un cristocentrismo. El domingo pasado, Jesús se presentaba como pastor, hoy como vid, y lo hará como camino. De muchas formas desea revelarnos el secreto que encierra la pertenencia a su persona y el gozo de gustar su amistad.
La misión se recibe del Señor, el fruto se consolida en la relación permanente con Él. Quien pretenda realizar una tarea evangelizadora apoyándose en estructuras, mediaciones de poder, estrategias, se equivoca y al final el fruto es hueco, vacío, por más que lo alaben y lo condecoren los humanos. Sólo si el sarmiento se mantiene injertado en la vid da fruto, sólo si permanecemos en Cristo nuestra vida será fecunda, aunque no lleguemos a conocer los efectos de nuestra comunión esencial con Él.
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