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miércoles, 15 de julio de 2009

XVI Domingo del T. O. (San Marcos 6,30-34) - Ciclo B: El Reino del Ruido

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase una vez un reino que era muy ruidoso, el chirrido de las máquinas, el estruendo de los cuernos y los gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del mismo.

Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido declaró que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.

En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto ridículo y preocupante. Y dijo a su marido que mientras los otros gritarían, ella abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su mejor amiga y ésta a otra y a otra…

Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe oyó por primera vez en su vida el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Y el príncipe lloró de alegría.

Nosotros también vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas , en los coches y en los corazones.

¿Cuándo es la última vez que experimentó la alegría de un profundo silencio?

Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos experimentamos. Dicen que el silencio es precioso ¿pero quién lo necesita?

Hacemos cosas por dinero, por placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y marca el ritmo de nuestras vidas.

Jesús en el evangelio de hoy invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él.

Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso es tan necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.

Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar en Jesús, orar, escuchar y aprender de Jesús.

Nuestra iglesia podría ser el área de descanso en el camino ruidoso de la vida. Esta Eucaristía podría ser ese tiempo, corto ciertamente, para escuchar al maestro. Nosotros, como los apóstoles, queremos contarle a Jesús todo lo que hemos hecho durante la semana. Y Él nos invita a acompañarle.

Cuando queremos conocer a alguien le preguntamos cómo se gana la vida. Soy maestro, bombero, oficinista, abogado…Y así pensamos que conocemos ya toda su vida. La mejor manera de conocer una persona es saber lo que hace en su tiempo libre. Más importante que lo que uno hace es saber quién eres cuando no haces nada.

La iglesia es el lugar donde somos invitados a no hacer nada. Aquí descansamos de nuestro trabajo y de nosotros mismos. Aquí recordamos todo lo que Dios ha hecho en la creación, en Jesús, en nuestras vidas… Aquí descansamos en los brazos de Dios.

Ahí afuera, tenemos los ojos bien abiertos, los puños preparados, los pies en movimientos, vendemos y compramos, gritamos y reímos…

Aquí, en la paz, abrimos los corazones para recibir el don más importante, Dios mismo. Para el descanso del cuerpo nos tumbamos en la arena y ¿para el descanso del alma?

Venid conmigo para descansar, escuchar, ser renovados. Jesús ofrece a sus discípulos el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, su enseñanza y el alimento del alma.

Durante seis días, estamos divididos entre la avaricia y la necesidad, entre el ruido loco en nuestras cabezas y el silencio oracional del corazón.

Señor, los domingos, danos descanso, danos tiempo, danos paz y sabiduría.

Nada de lo que nosotros podemos hacer nos hace más valiosos de lo que Dios ya nos ha hecho a cada uno.



HOMILIA 2 sobre el texto a los Efesios

La primera piedra.

A principios del siglo 19, en 1800, se puso la primera piedra del Capitolio en Washington. Con el paso del tiempo se hundió tanto que ahora no la encuentran. Hay una comisión encargada de localizarla.

La primera piedra es un signo, un símbolo de la finalidad del edificio.

No podemos perder de vista "nuestra primera piedra", nos ayuda a saber por qué estamos aquí.

Dios quiso y quiere hacer una nueva casa, una nueva familia, un nuevo pueblo. Y Dios puso muchas piedras… pero puso la primera y la última cuando envió a Jesús.

No podemos perder de vista nuestra primera piedra. Por Él estamos aquí. Para Él estamos aquí. Con Él estamos aquí.

"Cristo, el que de los dos pueblos ha hecho uno solo, destruyendo, en su propio cuerpo el muro, el odio, que los separaba. Reunió los dos pueblos en su persona creando de los dos un solo hombre nuevo".

Cristo es la primera piedra de este nuevo pueblo, su iglesia..

Dos pueblos: judíos y gentiles.

Dos mundos: elegidos y los otros.

Un muro que los separaba, el odio.

Un templo con dos patios: para judíos y para paganos.

Cristo vino a destruir ese muro para hacer un pueblo, una casa, una iglesia, un mundo.

La historia humana es la historia de los muros que los hombres siguen levantando.

La historia de la separación, de la división y del odio.

Uno no nace cristiano, uno se hace cristiano. Y nadie está aquí por nacimiento, por derecho propio. Tenemos que ser adoptados por Dios. El nos edifica, nos hace piedras vivas de esta nueva casa, su familia.

Algunos dicen "cuando Yo entregué mi vida a Cristo", "cuando Yo pedía a Cristo que viniera a mi vida". Como si Yo fuera el agente de la salvación, como si Yo lo hiciera todo.

Todo es gracia de Dios. Él nos ha llamado. Él es la cabeza de su iglesia. Él es la primera piedra, sin ella ninguno de nosotros estaríamos aquí.

Cristo sigue edificando su iglesia, pastoreando su familia, santificando a sus hijos, entusiasmando a todos los que quieren vivir según Él: amar, perdonar, servir.

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