Me pide un lector que le explique la frase del padre Arrupe “Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros”. La interpreta como que la cercanía del Señor crea inseguridad. Es justamente lo contrario: los pobres, los débiles, los inseguros son los predilectos de Jesús de Nazaret y por tanto, como enseñan las bienaventuranzas los más próximos al Reino.
Hay que conocer el contexto en que la frese fue pronunciada. La Iglesia vivía la época arriesgada del posconcilio: defecciones sacerdotales, crisis de vocaciones, inseguridad derivada de que las cosas no estaban tan claras y definidas como antaño. Recuerdo que un día salieron para secularizarse nada menos que dos generales de órdenes religiosas. Giuliana di Febo, que en esos tiempos era secretaria de Arrupe en la Unión de Superiores Mayores, de la que Arrupe fue reelegido presidente 16 veces, me contó que cuando fue con la noticia a Arrupe, éste en vez de escandalizarse comentó: “Giuliana, ahora tenemos que quererles más”. Y cuando un compañero vasco le habló indignado por el número de salidas, Pedro le contestó: “El último que apague la luz”, como diciendo que para él la Compañía no era un absoluto. Todas son frases que responden a una misma actitud: su optimismo y su confianza, consecuencias de la fe. Es una frase que ante los que siguen teniendo miedo ante el cambio o ante actitudes tan savonarlescas como las declaraciones de Martinez Camino, tronando con aires de prelado del Medioevo y excomulgando y declarando herejes por aquí y acullá, resulta consoladora. La Iglesia de Jesús no está en el Sanedrín sino con todos los pequeños que buscan en medio de la oscuridad y se sienten inseguros. Como dice el salmo: “Como un pequeñuelo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí”.
Hay que conocer el contexto en que la frese fue pronunciada. La Iglesia vivía la época arriesgada del posconcilio: defecciones sacerdotales, crisis de vocaciones, inseguridad derivada de que las cosas no estaban tan claras y definidas como antaño. Recuerdo que un día salieron para secularizarse nada menos que dos generales de órdenes religiosas. Giuliana di Febo, que en esos tiempos era secretaria de Arrupe en la Unión de Superiores Mayores, de la que Arrupe fue reelegido presidente 16 veces, me contó que cuando fue con la noticia a Arrupe, éste en vez de escandalizarse comentó: “Giuliana, ahora tenemos que quererles más”. Y cuando un compañero vasco le habló indignado por el número de salidas, Pedro le contestó: “El último que apague la luz”, como diciendo que para él la Compañía no era un absoluto. Todas son frases que responden a una misma actitud: su optimismo y su confianza, consecuencias de la fe. Es una frase que ante los que siguen teniendo miedo ante el cambio o ante actitudes tan savonarlescas como las declaraciones de Martinez Camino, tronando con aires de prelado del Medioevo y excomulgando y declarando herejes por aquí y acullá, resulta consoladora. La Iglesia de Jesús no está en el Sanedrín sino con todos los pequeños que buscan en medio de la oscuridad y se sienten inseguros. Como dice el salmo: “Como un pequeñuelo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí”.
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