Por José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.
Nosotros, los que creemos en Jesús, celebramos en Navidad la fuerza invencible del niño pobre, la presencia silenciosa y todopoderosa del amor de Dios que está aquí trabajando por lo humano.
Nosotros, los creyentes, no tenemos soluciones milagrosas, no somos el Mesías que arreglará el mundo, no tenemos palabras de Dios para todo, no somos la luz de la humanidad para cada problema social, político o económico, no tenemos la fórmula mágica para acabar con el terrorismo, local e internacional, ni con la explotación del sur, con la destrucción del planeta. Pero tenemos la Palabra , creo que tenemos hoy tres palabras.
Primera palabra: creo. Y porque creo, espero. Ningún desastre, ningún escándalo, ninguna inhumanidad podrá destruir nuestra esperanza. En las difíciles situaciones de nuestro Mundo, de nuestra nación, de nuestra tierra, los de Jesús estamos comprometidos a mantener la esperanza, movidos por nuestra fe: por nuestra fe en Dios hecho hombre, en Jesús Dios-con-nosotros.
Segunda palabra: comulgo. Con Jesús y con la humanidad entera. Si en algún momento, hoy más que nunca aceptar a Jesús es entender la vida como misión y compromiso. En comunión con Jesús y con la humanidad, construyendo el reino: no hay otra manera de ser cristiano.
Tercera palabra: siembro. El reino no se construye, se siembra. La masa no se organiza, se fermenta. La paz no es el resultado de pactos de conveniencia, sino de cambio de los corazones.
La solidaridad internacional no es un ejercicio de economistas sino una cuestión de con-pasión.
Como personas particulares, todos tenemos un oficio, una profesión, una función social. Como cristianos, tenemos una misión más profunda, mucho más silenciosa, personal y exigente: Ser personas humanas y sembrar humanidad. La exigencia de una "santidad" personal, la conversión personal a los valores del evangelio, es nuestra colaboración más importante. Solamente personas profundamente humanas construyen humanidad. A nosotros, como cristianos, no nos da el evangelio fórmulas políticas o económicas, soluciones concretas para los problemas concretos. Pero sabemos que los problemas de la humanidad sólo los resolverán personas con unas actitudes y unos valores muy humanos: y esos valores y actitudes sí están en el evangelio, sí son los valores que nosotros nos hemos comprometido a vivir y a sembrar. Sembrar esos valores, con la vida y la palabra, es la función de los cristianos y de la iglesia.
Nosotros, los creyentes, no tenemos soluciones milagrosas, no somos el Mesías que arreglará el mundo, no tenemos palabras de Dios para todo, no somos la luz de la humanidad para cada problema social, político o económico, no tenemos la fórmula mágica para acabar con el terrorismo, local e internacional, ni con la explotación del sur, con la destrucción del planeta. Pero tenemos la Palabra , creo que tenemos hoy tres palabras.
Primera palabra: creo. Y porque creo, espero. Ningún desastre, ningún escándalo, ninguna inhumanidad podrá destruir nuestra esperanza. En las difíciles situaciones de nuestro Mundo, de nuestra nación, de nuestra tierra, los de Jesús estamos comprometidos a mantener la esperanza, movidos por nuestra fe: por nuestra fe en Dios hecho hombre, en Jesús Dios-con-nosotros.
Segunda palabra: comulgo. Con Jesús y con la humanidad entera. Si en algún momento, hoy más que nunca aceptar a Jesús es entender la vida como misión y compromiso. En comunión con Jesús y con la humanidad, construyendo el reino: no hay otra manera de ser cristiano.
Tercera palabra: siembro. El reino no se construye, se siembra. La masa no se organiza, se fermenta. La paz no es el resultado de pactos de conveniencia, sino de cambio de los corazones.
La solidaridad internacional no es un ejercicio de economistas sino una cuestión de con-pasión.
Como personas particulares, todos tenemos un oficio, una profesión, una función social. Como cristianos, tenemos una misión más profunda, mucho más silenciosa, personal y exigente: Ser personas humanas y sembrar humanidad. La exigencia de una "santidad" personal, la conversión personal a los valores del evangelio, es nuestra colaboración más importante. Solamente personas profundamente humanas construyen humanidad. A nosotros, como cristianos, no nos da el evangelio fórmulas políticas o económicas, soluciones concretas para los problemas concretos. Pero sabemos que los problemas de la humanidad sólo los resolverán personas con unas actitudes y unos valores muy humanos: y esos valores y actitudes sí están en el evangelio, sí son los valores que nosotros nos hemos comprometido a vivir y a sembrar. Sembrar esos valores, con la vida y la palabra, es la función de los cristianos y de la iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario