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miércoles, 24 de marzo de 2010

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: "..si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad".


Domingo de Ramos (Lc 22, 14-23, 56) - Ciclo C
Publicado por Dominicos.org

Introducción

El Domingo de Ramos tiene aires de triunfo y fiesta en la bendición de los ramos y en la procesión con la que nos acercamos al templo. Celebramos el pírrico éxito popular de Jesús de Nazaret al ser aclamado por parte del pueblo cuando entra en la ciudad santa, en Jerusalén. Pero inmediatamente la Liturgia nos lleva a lo que aconteció días después, su pasión y muerte. Como relatos “teloneros” nos presenta en la primera lectura la epopeya del Siervo de Iahvé de Isaías, el inocente ultrajado, que sólo encuentra ayuda en Dios; y en la segunda el himno de Filipenses, resumen magnífico de la teología del abajamiento de Jesús, convertido en “uno de tantos” a pesar de su condición divina, obediente hasta la muerte y muerte de cruz; lo que le permitió ser constituido por Dios como el centro de toda la creación, aquel que da razón y sentido a todo lo creado; por ello recibe el honor que sólo se tributa a Dios.



Comentario bíblico

Todos los años, durante la Semana Santa, la liturgia de la Iglesia nos invita a introducirnos en el misterio de la pasión y la muerte de Jesús. En este Domingo de Ramos leemos el relato de la Pasión de Lucas, como corresponde al año litúrgico. Es una narración que ha venido precedida por la importancia que Jesús comunicó a los suyos de ir a Jerusalén, porque un profeta no puede morir fuera de Jerusalén (Lc 13,33), la ciudad santa donde se decidían todas las cosas importantes de la religión judía.

Es necesario que el pueblo cristiano escuche la “proclamación” de la Pasión como lo hacían los primeros cristianos. El texto es lo primero. Si fueran necesarias algunas palabras, aquí ofrecemos ciertas claves de la teología de Lucas sobre la Pasión del “profeta” de Galilea. Pues como profeta fue a la muerte, por su vida y por sus palabras.
Un profeta no puede morir fuera de Jerusalén

Algunos rasgos de la teología de la Pasión de Lucas

El relato de la pasión de San Lucas tiene como fuente el texto más primitivo de Marcos, o quizás también un “primer relato” que ya circulaba desde los primeros años del cristianismo para ser leído y meditado en las celebraciones cristianas. A eso se añaden otras escenas y palabras de Jesús que completan una “pasión” profunda y coherente, en la que si bien los datos históricos están más cuidados que en Marcos y en Mateo, no faltan los puntos teológicos claves.

Se pretende explicar, no solamente por qué mataron a Jesús, sino el sentido que el mismo Jesús dio a su propia muerte, como sucede en el relato de la última cena con sus discípulos. Lucas nos ofrece la tradición litúrgica de las palabras eucarísticas en esa cena, que son muy semejantes a las de Pablo en 1 Corintios 11, pero además presenta las palabras de Jesús sobre el servicio en las que considera que su muerte “es necesaria” para que el Reino de Dios sea una realidad más real y efectiva.

El evangelista se ha cuidado de poner en relación muy estrecha al Señor con sus discípulos y con el pueblo, mientras que deja bien claro que son los dirigentes, los jefes, los que han decidido su muerte. Ni siquiera nos relata la huida de los discípulos, quizás porque quiere preparar el momento de las apariciones del resucitado que tienen lugar en Jerusalén.

Por lo mismo, en este relato de Lucas sobre la pasión del Señor, debemos leer algunas escenas especiales con interés, como corresponde al cuidado que ha puesto el evangelista y al sentido catequético que tienen ciertos episodios de la narración. La cena de Jesús es más personal, más testimonial: se pide el servicio, la entrega, como Jesús va a hacer con los suyos.

Una pequeña estructura de Lc 22-23, podía ser esta:

I.- Introducción y preparación (22, 1-13)

II.- La última cena y despedida de Jesús (22, 14 -38)

III.- Getsemaní: oración y prendimiento (22, 39-53)

IV.- Las negaciones de Pedro (22,54-62)

V.- El juicio religioso (22,63-71)

VI.- El juicio político ( 23,1-25)

VII.- Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús (23,33-48)

En la cena de Jesús con sus discípulos, Lucas sigue una línea bastante libre con respecto a los otros dos evangelios sinópticos: vemos las diferencias en unos versículos que introducen la bendición del pan y de la copa (22,14-18); además pospone el texto de la traición de Judas hasta después de las palabras de bendición (22,21-23) y lo ensambla con el testimonio del servicio (22,24-27), la promesa del banquete en el Reino (22,28-30), el anuncio de la traición de Pedro (22,31-34), y el anuncio de su fin (22,35-38). En esto podemos notar que Lucas narra la traición de Pedro durante la cena, mientras que Mateo y Marcos después de la cena (Mt 26, 30-35; Mc 14,26-31). Pero lo más específico: Lucas menciona una copa más que los otros dos sinópticos antes de las palabras de bendición (22,17), además agrega las palabras “por vosotros” (22,19b.20c) que Marcos no apunta, mientras Mateo dice “por muchos” (Mt 26,28), y cambia por “Nueva Alianza”(22,20) en lugar de simplemente “alianza” (Mc 14,24; Mt 26,28). Por otra parte, tenemos las semejanzas con el texto de Juan: la actitud de los apóstoles ante el anuncio de la traición de Judas (Lc 22,23; Jn 13,22), un discurso de despedida muy breve (Lc 22,24-38; Jn 14-17), y la costumbre que tenía Jesús de orar en un huerto (Lc 22,39; Jn 18,2).

El episodio de Jesús en el huerto de Getsemaní nos ofrece el consuelo que supone para Jesús la presencia misma de Dios, simbolizada por el ángel, con objeto de poner de manifiesto que Dios no lo entrega a la pasión ignominiosa, que son los hombres los que quieren deshacerse de él, a causa de la provocación de su mensaje sobre la misericordia y la gracia de Dios. Jesús lucha en su agonía como un atleta que debe cruzar la meta y saldrá victorioso. Debemos resaltar, como sucede en la Transfiguración, la oración de Jesús. Había pedido a los suyos que oraran también, pero… Así, desde la oración entra en “agonía”; todo es bien distinto de la escena de la Transfiguración. Es como si desde la oración viviera todo su sufrimiento. Pero en realidad, este momento en Lucas no es “gore” (sangre coagulada) como ahora está de moda decir, después de esa película reciente que ha leído la Pasión sin elementos críticos y sin llegar al “alma” y a la teología. En realidad es una escena fuerte, pero armoniosa. Cuando Jesús acaba este momento, siempre en oración, sale fortalecido y dueño de todas las situaciones que han de venir. El “trance” de la pasión lo ha vivido en esta escena extraordinaria.

El juicio de Jesús se nos presenta en dos momentos, ante Pilato y ante su señor galileo, Herodes Antipas. En realidad, el Prefecto romano no debería haber enviado a Herodes a Jesús; jurídicamente no tiene sentido. ¿Qué busca Lucas con esta escena? Él nos ha descrito la presencia de Jesús ante Herodes Antipas, el Tetrarca de Galilea, con el simbolismo del vestido blanco para burlarse del nazareno. El silencio de Jesús se hace palabra, quizás evocando el texto de Is 53,7 del Siervo de Yahvé y del Sal 39,10: es un silencio de radicalidad ante la maldad de los poderosos. Jesús dueño de su silencio ante los que está acostumbrados a arrancar las palabras y las entrañas de la gente. Por eso se hacen amigos los que se odian (23,12). Los injustos se “juntan” en la injusticia; el justo vive su injusticia en la dignidad de su silencio.

Los poderosos se burlan de él, pero los sencillos, como las mujeres, le acompañan hasta el lugar donde se revelará el misterio de nuestra salvación y redención. El camino de la cruz está contemplado no desde la soledad de Jesús, sino que acuden las mujeres de Jerusalén, las madres, para compadecerse de aquél que, como en el caso de sus hijos, es injustamente tratado por los poderes religiosos y políticos. Así se cumplen aquellas palabras suyas en las que da gracias a Dios porque ha revelado su proyecto salvador a las gentes sencillas. No podía pasar por alto Lucas esta actitud de las mujeres que han tenido tan gran relevancia en su obra. Y, por otra parte, porque así hubo de suceder en Jerusalén aquél día de la condena a muerte: las mujeres, las madres, tuvieron que llorar por la dureza y la vesania de los poderosos.

La escena de la crucifixión y muerte, en Lucas, es, con respecto a Marcos y Mateo, mucho más humana. De ahí que las palabras de Jesús sean: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46), tomadas del Salmo 31; quizás para que no se interprete que Dios pueda abandonar a nadie que sufre, ya que Marcos había usado las palabras del Sal 22: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, que, no obstante, son de plena confianza. Pero Lucas considera que otras palabras de más confianza cuadraban mejor con su oración primera en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (23,34), que es un texto que faltan en buenos manuscritos, pero que encaja perfectamente con la teología de Lucas, como una síntesis de su verdadera teología: ¡no debe desaparecer de nuestras traducciones!

En la escena de la crucifixión sobresale muy especialmente el diálogo de Jesús con el buen ladrón. Esta narración de los dos malhechores con Jesús es un desarrollo del versículo de Marcos y Mateo: “también le injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mt 27,44; Mc 15,32). Es uno de los momentos culminantes de la pasión en nuestro evangelista que refleja muy bien su teología: Jesús está siempre abierto a comunicar la misericordia divina. Por eso ha sido considerado como el evangelista de la misericordia. Y además, con la propuesta del “hoy” de la salvación que es también muy determinante en Lucas: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Tiene ese sentido escatológico inmediato para mostrar que la salvación de Dios no está a la espera del fin del mundo. Desde la misma muerte estaremos en las manos salvadoras de Dios.

Pero no habría que olvidar las palabras de perdón a los ejecutores, la confianza que Jesús muestra en Dios en ese momento de la muerte. El evangelista va buscando poner de manifiesto que aquello fue un “espectáculo” (23,48) para el pueblo, porque es allí donde han visto, con sus ojos, que el Dios salvador se revela no desde el poder, sino en la debilidad. El malhechor que supo percatarse de ello le pidió la vida, la vida para siempre, y Jesús, desde su patíbulo de condenación se la ofreció para aquél mismo momento. Es por ello que el pueblo bajo del Calvario arrepentido.

Como decíamos, pues, se ha logrado con este relato explicar, en una catequesis muy apropiada a su comunidad, que la Pasión del Señor no es una tragedia, sino el acontecimiento que imprime a la historia la fuerza necesaria del proyecto salvador para todos los hombres. A la vez, nos explica que Jesús dio a su muerte un sentido de entrega y de fidelidad a Dios, pero para que Dios fuera siempre el Dios de los hombres.


Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura




Pautas para la homilía

* La frivolidad del éxito momentáneo el gran engaño

La celebración de este domingo tiene dos partes. Una es la bendición de ramos con la lectura evangélica de la llamada “entrada triunfal de Jesús en Jerusalén” Ramos de olivo, que aluden a la paz, -es el Príncipe de la paz-; de laurel, que alude al triunfo, ¡”Hosanna al Hijo de David!”, de palmera que simboliza el aplauso, las palmas, popular. La otra el aludido relato de la Pasión en la eucaristía tras la procesión triunfal. Hubo un momento de triunfo, pero se debió a un pueblo sencillo, pronto a dejarse a arrastrar por acontecimientos, sin reflexión honda. El aplauso indigna las autoridades religiosas, que sí sabían lo que querían, lo habían meditado detenidamente. Y que acabarán arrastrando al pueblo del “Hosanna” al de “Crucifícale”. Jesús desde el principio de su vida pública – en las tentaciones del desierto- rechazó el populismo. Por superficial.

* Lectura y meditación de la Pasión de Cristo, según san Lucas

El relato de Lucas tiene sus propios matices: es menos duro que el de Marcos y Mateo. Aparecen personajes que se apiadan de Jesús, como las mujeres de Jerusalén, el “buen ladrón”; su grito antes de expirar no es el desgarrado “Dios mío Dios mío por qué me has abandonado”, sino el sereno “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús recibe un reconocimiento póstumo de la boca del centurión, “verdaderamente éste era un hombre justo” y de la muchedumbre que volvía a sus casas lamentando lo que habían hecho con él. En fin, si bien a distancia “los conocidos y las mujeres” habían seguido los acontecimientos, no le habían dejado absolutamente solo. El momento quizás más duro fue el de la oración del huerto de Getsemaní, ante la inminencia de lo que le venía encima sudó sangre de angustia; pero sus palabras expresan la grandeza de su ser “Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

* El sueño del cristiano ante el dolor lo más improcedente

Decepcionante es ver cómo los discípulos dormían ajenos a su agonía, es decir: a la lucha interior que se desarrollaba entre el amor a la vida de Jesús y cumplimiento de su compromiso de amor hasta el final – la voluntad del Padre-. La Iglesia nos exige a los cristianos que no quedemos ajenos a estos acontecimientos, durmiéndonos en nuestro deseo y decisión de descanso, al margen de lo que se celebra, dando un valor exclusivo de vacación a estos días. Las procesiones son una llamada de atención a lo real de la Pasión y a sentirla, vivirla en nuestro corazón. La pasión de Cristo no pierde su dureza porque conozcamos que todo desembocará en la resurrección. “No podemos pensar que la Pasión es sólo un preludio a la Resurrección” (Von Balthasar). Hay que meditar la pasión y la muerte del Hijo de Dios en toda su “terribilidad”, tal como la vivieron los hombres que la causaron, y, sobre todo, quien la sufrió. (Cardenal Martini). Son días de poner a prueba la hondura de nuestra condición cristiana, de saber si es sólo un barniz sociológico, o algo que se asienta en la médula de nuestra conciencia.

* No absolutizar el dolor

La pasión de Jesús es auténtica. Como la de tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia y en nuestros días. La Pasión, como el dolor, no tiene la última palabra Tampoco la única. No la tiene si se le encuentra sentido: si se sufre por alguien y con alguien, para alguien. Jesús vivió el dolor con ese sentido, hasta la muerte. Impregnado de amor y solidaridad con todos, incluso con los que le condenan: “Perdónales Señor, no saben lo que hacen”. Al final puede decir al Padre que le acompaña en el dolor: “Todo se ha cumplido”; “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Un espíritu que resucitaría a su cuerpo para restaurar su integridad humana gloriosa y definitiva.

Fray Juan José de León Lastra
Licenciado en Teología

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