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sábado, 27 de marzo de 2010

Domingo de Ramos (Lc 22, 14-23, 56) - Ciclo C: Si estos callan, gritarán las piedras

Por Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona

Iniciamos la Semana Santa, el Jueves Santo es el pórtico de los tres días pascuales, Viernes, Sábado Santo y el domingo de Pascua, la mayor y más importante fiesta del año. Celebramos la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, no sólo como un recuerdo, sino que haciendo memoria de él se actualiza para nosotros su Pascua.
Y la Semana Santa se inicia este domingo, que es Domingo de Ramos.

Cuando Jesús se disponía a entrar en la capital, en la ciudad de Dios, mucha gente llegada de todo el país, y seguramente acampada en el espacio comprendido entre Betania, el Huerto de los Olivos y las puertas de las murallas, se animan y lo acogen y acompañan considerándolo como el que viene en nombre de Dios. Es motivo de alegría, de fiesta popular, de aclamación con loas y ramos. La fama de Jesús se había extendido por muchos sitios. Seguro que los apóstoles se sorprenderían y estarían muy contentos; pensarían que todo iba muy bien.
Pero los fariseos, mezclados con la multitud, pretendían acallar a la gente, y Jesús les responde: “Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras”.
También hoy domingo seremos muchos los que saldremos a la calle, a las plazas, ante nuestras iglesias parroquias, catedrales, santuarios, con palmas, ramos de olivo, de laurel en las manos y también aclamaremos a Jesús ¿Por qué razón?

Hace algún tiempo, también durante la celebración del Domingo de Ramos, tras la bendición, la breve procesión y la misa, me encontraba en la calle y escuché este comentario de algunos que se autoconsideraban sabios del pueblo: “No entendemos por qué razón tanta gente experimenta la necesidad de recordar con sus ramos, unos hechos acontecidos hace tantos años; que lo hagan quienes huelen a sacristía, los que van a misa, es comprensible, pero los demás…”.
Al pensar en ello, me parece que se trata de un eco del deseo de aquellos fariseos: que no se hable de Jesús y menos aún en un sentido de celebración festiva y en un ambiente multitudinario. También recuerdo que en el la Hoja Parroquial del domingo de Pascua comentaba el citado hecho en los siguientes términos:

“Si hoy nosotros no aclamásemos a Jesús con alegría como aquel que viene en nombre del Señor, las piedras antiguas del campanario y de la iglesia lo harían, porque así lo manifiestan de forma permanente; pero también les piedras de esta plaza, si un día no viniese nadie, podrían gritar aclamando al Señor. ¡Es mejor que seamos nosotros quines lo hagamos y también las nuevas generaciones! ¿De quien depende para que así sea?

Quizá hoy podríamos hallar algún colectivo que piense que es mejor no hablar de Jesús y menos aun aclamarlo, ya sea porque no son creyentes o porque piensan, parodiando a Carlos Marx, que “la religión es el opio del pueblo”, “su alineación o ilusión les aleja de la transformación del mundo”. Será preciso mostrar que no hay nada más transformador que el amor recibido, vivido y actualizado como servicio y responsabilidad con el amor y la fuerza de Jesús de Nazaret.
Ahora bien, hay grupos de creyentes, algunos miembros de comunidades, otros sin referencias comunitarias, a quienes les sobran algunas manifestaciones públicas y masivas de la fe, aunque se realicen con dignidad, sobriedad y respeto. Quisieran que la fe se proclamase en el interior de los templos y sacristías. Lo argumentan, en base al respeto a las demás religiones y a los no creyentes. Hay que respetar a todo el mundo, siempre. Pero una manifestación pública de la fe no tiene por qué convertirse en signo de una Iglesia triunfalista o de poco respeto hacia las demás opciones. Al contrario, es manifestando la propia identidad que se puede dialogar; es expresando la fe en Jesús que se puede rememorar su propuesta liberadora y salvadora para toda persona. Es recordando y actualizando la memoria de la pasión y muerte de Jesús desde una vertiente religiosa/cultural/popular, que el Señor puede mantenerse en la memoria del pueblo al que ha dado identidad, valores, capacidad de convivencia, de servicio al bien común, obras de arte…
Jesús no se quedó en las sinagogas o casas religiosas de aquellos pueblos, ni siquiera en el templo. Andaba por las calles y plazas, se acercaba a todos.

Bueno es atender de nuevo en los inicios de la Semana Santa, la cita evangélica: “Os digo que, si éstos callan, gratarán las piedras”.

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