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sábado, 1 de mayo de 2010

Comentarios Biblicos y Pautas Homileticas: V Domingo de Pascua - Ciclo C (Juan 13, 31-33a. 34-35)


"Amaos unos a otros"
Publicado por Dominicos.org

Introducción

La liturgia continúa ofreciéndonos, a través de sus textos, referencias a la vida de las comunidades cristianas primitivas y a su experiencia de la resurrección del Señor. Es, como ya sabemos, el motivo dominante durante todo el tiempo pascual. Y, al hacerlo, nos invita a nosotros a que renovemos o intensifiquemos nuestra fe en el misterio de Pascua. Pues reconocer en la fe la presencia de Cristo en la comunidad creyente, celebrarla y permanecer unidos a él, es la tarea del tiempo de la Iglesia, de nuestro tiempo, de nuestras vidas.



Comentario bíblico

Resurrección es amarse como hermanos

Iª Lectura: Hechos (14,21-27): La Iglesia, comunión de comunidades

I.1. Esta es la descripción del primer viaje apostólico en que Lucas ha resumido la actividad misionera de la comunidad de Antioquía, y de Pablo más concretamente. Durante este primer viaje apostólico se nos presenta a Pablo y a Bernabé trabajando denodadamente por hacer presente el Reino de Dios en ciudades importantes de Cilicia, y de la provincia romana de la Capadocia, al sur de Turquía. En realidad deberíamos tener muy presente los cc. 13-14 de los Hechos, que forman una unidad particular de esta misión tan concreta. Son dignos de destacar los elementos y perfiles de esta tarea, que implica a todos los cristianos, que por el hecho de serlo, están llamados a la misión evangelizadora. Resalta el coraje para anunciar la palabra de Dios y el exhortar a perseverar en la fe. Todo se ha preparado con cuidado, la comunidad ha participado en la elección y, por lo mismo, es la comunidad la que está implicada en esta evangelización en el mundo pagano. Está a punto de terminar el primer viaje apostólico con el que Lucas ha querido resumir una primera etapa de la comunidad primitiva.

I.2. Jerusalén, de alguna manera, había quedado a la espera de este primer ciclo en que ya los primeros paganos se adhieren a la nueva fe. Y es la comunidad de Antioquía, donde los discípulos reciben un nombre nuevo, el de cristianos, la que se ha empeñado, con acierto profético, en abrirse a todo el mundo, a todos los hombres, como Jesús les había pedido a los apóstoles (Hch 1,8). La iniciativa, pues, la lleva la comunidad de Antioquía de Siria, no la de Jerusalén. Pero en definitiva es la “comunidad cristiana” quien está en el tajo de la misión. Ya sabemos que algunos de Jerusalén, ni siquiera veían con buenos ojos estas iniciativas, porque parecían demasiado arriesgadas.

I.3. No obstante, no se debe olvidar el gran protagonista de todo esto: el Espíritu, que se encarga de abrir caminos. Por eso, si no es Jerusalén y los Doce, será Antioquía y los nuevos “apóstoles” quienes cumplirán las palabras del “resucitado”: ¿por qué? porque el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos. En esas ciudades evangelizadas, algunos judíos y sinagogas no aceptarán a éstos con su doctrina, porque todavía pensaban que eran judíos. Pero ni siquiera en la comunidad cristiana de Jerusalén, por parte de algunos, se aprobarán estas iniciativas. Es más, al final de este “viaje” habrá que “sentarse” a hablar y discernir qué es lo que Dios quiere de los suyos. La asamblea de Jerusalén está esperando (Hch 15).



IIª Lectura : Apocalipsis (21,1-5): En Dios, todo será nuevo

II.1. Esta es una lectura grandiosa, porque es una lectura típica de este género literario. Leemos, pues, un texto que tiene todas las connotaciones de la ideología apocalíptica. Tiene toda la poesía de lo utópico y de lo maravilloso. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos, como para todos los videntes del mundo. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de Dios con la humanidad.

II.2. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento. Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios, en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.



III. Evangelio: (13,31-35): La batalla del amor

III.1. Estamos, en el evangelio de Juan en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida, testamento de Jesús a los suyos. La última cena de Jesús con sus discípulos quedaría grabada en sus mentes y en su corazón. El redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no tanto para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la resurrección. Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras eucarísticas por los otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.

III.2. La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús. Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión y la crueldad del su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus discípulos.

III.3. Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte, ya se nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar tenía que preparar a los suyos para cuando no estuviera presente. No los había llamado para una guerra y una conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor consumado. Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir. Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

La dramatización de la vida terrena del Señor en la liturgia (vida pública, pasión-muerte, y resurrección) no es, hablando con propiedad, rigurosamente histórica, sino simbólica. De ahí que, a las puertas ya del domingo de la Ascensión, el evangelio de hoy suene a despedida: Jesús dejará de estar “físicamente” con sus discípulos. Y, como en toda despedida, el que se va deja a los que quedan sus palabras más importantes, su testamento: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. Sabemos que estas palabras nos sitúan ante la dimensión central del evangelio. Y, sin embargo...


La sospecha frente al amor cristiano

El pensamiento moderno hace ya tiempo que emitió su veredicto sobre el amor como entraña del evangelio. Con carácter general, Max Weber excluye que sea posible traducir a la vida social las exigencias morales del Sermón de la Montaña: el ethos de la responsabilidad es incompatible con la renuncia a la violencia. El amor al prójimo sólo es pensable en una aplicación individual, lo que en definitiva es tanto como condenarlo a la ineficacia. Con una actitud un punto cínica, Freud rechaza el amor al prójimo como absurdo, como algo que razonablemente a nadie se le puede aconsejar cumplir, y califica de inconcebible el precepto de amar a los enemigos. Y con una frivolidad poco frecuente en el fundador del psicoanálisis, lo que nos indica hasta qué punto su oposición era violenta y visceral, cita unos versos de Taine: “hay que perdonar a los enemigos, pero no antes de su ejecución”.

Pero las sospechas no vienen solo de fuera. Se han dicho tantas cosas, en ocasiones se dicen incluso tantas tonterías sobre el amor a ejemplo de Jesús, que hasta los cristianos podemos sentir cierto rubor en pronunciar simplemente sus palabras. Y algunas de las formas que configuran la experiencia religiosa actual parecen estar pensadas para dar la razón a Max Weber. El horizonte religioso actual está marcado por la búsqueda de una experiencia de proximidad y confianza, de la que parece estar ausente una de las caras de la condición humana: la responsabilidad ante Dios (“Escucha, Israel…”). La paternidad de Dios se reduce a una especie de bondad providente y de este modo la fe solo se mantiene si es útil o gratificante. Sin duda, la experiencia religiosa aporta, también, gratificación. Pero, si no se pasa de ahí, no hay forma de acceder a una relación intersubjetiva, que cree el espacio imprescindible para un amor recíproco y responsable.


Rescatar el fondo de bondad

Decía Paul Ricoeur que la religión sigue manteniendo en nuestra época la misma función que cumplió siempre, y que ninguna otra instancia puede realizar: rescatar el fondo de bondad del ser humano, invitarlo a que aflore a la superficie de la vida, y ofrecerle un marco en el que desplegarse. Tal vez podamos entender por esta vía el mandato del amor. La palabra de Cristo nos invita a introducir en nuestras relaciones con los demás un horizonte más comprensivo que el de nuestras reacciones espontáneas, positivas o negativas. San Pablo lo expresó de manera lacónica en su carta a los Romanos: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”.

En cierto sentido, podemos decir que sólo el amor nos humaniza, nos vuelve verdaderamente humanos. Hemos instrumentalizado nuestras relaciones, y de cualquier cosa, antes de comprometernos con ella, queremos saber para qué sirve, qué valor tiene, qué puedo hacer con ella. Por esa vía no descubriremos al Jesús de Nazaret que está detrás de estas palabras del evangelio, y con ello habremos cerrado cualquier posibilidad a nuestra vida cristiana. Cito de nuevo a Ricoeur cuando explica que el horizonte de la persona, aquello en que debiéramos centrar nuestra dignidad, integra tres dimensiones: autoestima, solicitud por el otro y afán de vivir en instituciones justas. La situación cultural de hoy parece querer limitar el horizonte subjetivo a la autoestima y a ese ámbito restringido de lo mío y de los míos que se expresa en una retracción al familismo primario y a la tribu. De nuevo, la gratificación de nuestros deseos. En cambio, si nos colocamos en el camino de Jesús y orientamos nuestro corazón hacia Dios, nos sentiremos animados a salir de nosotros mismos con la confianza, no de perdernos ni de perder nuestra identidad, sino de sentirnos promovidos a la responsabilidad moral de crear alrededor nuestro más humanidad.


Para concluir…


Unas palabras, para concluir, de Fray Luis de Granada. Cuando trata, en su Guía de Pecadores, "de lo que el hombre debe hacer para con el prójimo", comienza apoyándose en la afirmación de San Pablo: "el que ama a su prójimo tiene cumplida la ley". "Con tanto, advierte fray Luis, que este amor no sea desnudo y seco, sino acompañado de todos los efectos y obras que del verdadero amor se suelen seguir"…: "debajo de este nombre de amor (entre otras muchas obras), se encierran señaladamente estas seis, conviene saber: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar". Ninguna empresa incluiría estas categorías entre sus objetivos, en su presupuesto o en sus balances. Valoremos las distancias.

Fray Bernardo Fueyo Suárez

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