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sábado, 9 de octubre de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (10/10/2010)


“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”
Publicado por Dominicos.org

Introducción

El evangelio de Lucas es como una pequeña pinacoteca. La plasticidad de sus relatos convierte al lector en un espectador cautivado por su belleza literaria al mismo tiempo que impresionado por la hondura de su mensaje. El relato de este domingo es uno de ellos. Ante la posibilidad de que el espectador pudiera pasar ante el cuadro un tanto distraído y desapercibido, la acción narrativa desencadena una serie de preguntas retóricas que, en boca del protagonista, le ayudan a descodificar e interiorizar el desenlace final de la escena: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado”.
Hablar del evangelio es hablar de la salvación. Un evangelio que no transforma no es evangelio. Su llamada a la conversión, escenificada de mil formas, es una invitación permanente a responsabilizarnos ante el cuadro que contemplan nuestros ojos cada día que amanece. ¿Despertamos con la aurora? ¿Con qué actitud iniciamos y solemos transcurrir la jornada? ¿Con quién o quiénes nos identificamos de los diez leprosos que salieron al encuentro de Jesús? ¿Experimentamos realmente la salvación?


Comentario bíblico

Necesidad de la acción de gracias a Dios

Iª Lectura: IIº Reyes (5,14-17): El acceso a Dios de los malditos

I.1. La lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras de aquella sociedad, como existen hoy entre nosotros pandemias de enfermedades malditas, especialmente para pueblos sin acceso a los medicamentos imprescindibles. Por eso era considerada la enfermedad más impura y diabólica. ¿Cómo tratar a este enfermo, que además es un maldito extranjero? Eliseo, a diferencia de su maestro Elías, que era un profeta de la palabra, se nos presenta más taumatúrgico y recurre el mítico Jordán, el río de la tierra santa, para que se bañe o se bautice en sus aguas curativas, casi divinas, para aquella mentalidad. Es como un baño en la fe de Israel; este es el sentido del texto.

I.2. Pero lo importante es la acción de gracias a Dios, ya que el profeta no quiere aceptar nada para sí. Este ejemplo, concretamente, había sido puesto ante los ojos de sus paisanos en Nazaret (Lc,4,14ss) para mostrar el proyecto nuevo del reino de Dios que no se atiene a criterios de raza y religión para mostrar su gratuidad y su paternidad para todo ser humano. Toda persona, ante Dios, es un hijo verdadero. Ese es el Dios de Jesús. El ejemplo moral de Eliseo de no despreciar a un extranjero es un adelanto profético de lo que había de venir con la predicación del evangelio. Por ello, cuando las religiones dividen y justifican guerras y odios, entonces las religiones han perdido su razón de ser y de existir.



IIª Lectura: IIª Timoteo (2,8-13): Morir y vivir con Cristo

II.1. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. Pero es una fórmula que no se queda exclusivamente en la proclamación ideológica de una cristología al margen de la vida del apóstol y de los hombres. Este acontecimiento de la resurrección es lo que llevó al apóstol a abandonar su vida de seguridad en el judaísmo y a luchar hasta la muerte para que el mundo encuentre en este acontecimiento la razón última de la historia futura. El quiere ayudar a salvarse a los hermanos.

II.2. Eso significa que la resurrección de Jesús es determinante. Su opción por el crucificado es una opción para la salvación y por la vida eterna. Así, en la estrofa de cuatro miembros, se va proponiendo la actitud y la forma de vivir una de las experiencias más radicales de la vida cristiana: morir con El, lleva a la vida; sufrir con El, nos llevará a reinar; si le negamos, nos negará, pero si somos infieles, El siempre es fiel. Por lo mismo, pues, no hay razón para la desesperación. En sus manos está nuestro futuro.



EVANGELIO: Lucas (17,11-19): La verdadera religión: ¡Saber dar gracias a Dios!

III.1. El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús. El texto es peculiar de Lucas, aunque pudiera ser una variante de Mc 1,40-45 y del mismo Lc 5,12-16. No encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está camino de Jerusalén desde hace tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser curados, se olvidan que han compartido con el extranjero la misma ignominia del mal de la lepra.

III.2. Ahora, liberados, se preocupan más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote para reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel (cf Lev 13,45; 14,1-32), aunque Jesús se lo pidiera. ¿Es esto perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi mítica. Y es algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables lo que esto hacen, pero se muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el sentimiento de la gente, y especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta reacción religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada quieren integrarse de nuevo en su religión nacionalista y se olvidan de algo más decisivo.

III.3. El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad. Es verdad que los judíos leprosos también darían gracias a Dios en su afán de cumplir con lo que estaba mandado, no debe caber la menor duda. Lo extraño de relato, como alguien ha hecho notar, es que mientras estaban enfermos de muerte, estaban juntos, pero ahora curados cada uno va por su camino, casi con intereses opuestos. La intencionalidad de relato es mostrar que la verdadera acción de gracias es acudir a quien nos ha hecho el bien. Lo hace un hereje samaritano, que para los judíos era tan maldito como el tener todavía la lepra.

III.4. Es, pues, ese maldito samaritano quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios. El Dios de Jesús, desde luego, no siempre coincide con el Dios de la ley, de los ritos y de los mitos. Es el Dios personal que, con entrañas de misericordia, acoge a todos los desvalidos y a todos los que la sociedad margina en nombre, incluso, de lo más sagrado. La lepra en aquella época, por impura, alejaba de la comunidad santa de Israel. Pero en el evangelio se nos quiera decir que no alejaba del Dios vivo y verdadero. Por eso el samaritano-hereje -sin religión verdadera para la teología oficial del judaísmo-, expresa su religión de corazón agradecido y humano. Porque una religión sin corazón, sin humanidad, sin entrañas, no es una verdadera religión.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura


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Pautas para la homilía

“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc 1,78)

Así lo proclamaban los primeros cristianos en el canto del Benedictus celebrando la actuación del Dios de Jesucristo en comunión con la tradición del pueblo judío. Al igual que el Dios paciente y misericordioso con su pueblo, Jesús, compadecido del dolor y del sufrimiento de las muchedumbres, tendía la mano para atajar toda enfermedad y dolencia (Mt 9,36). Movido por las entrañas de misericordia de su Padre Dios, encarnaba en su persona una magnanimidad y benevolencia sin límites.

Este es el trasfondo sobre el que resalta la escena evangélica de este domingo. ¿Cómo iba a mostrarse indiferente ante el grito suplicante de aquellos diez leprosos que le salieron al encuentro? Curiosamente, uno de ellos era samaritano, del pueblo que un día le había rechazado en su viaje hacia Jerusalén (Lc 9,53). Y sin embargo es este “samaritano y extranjero” el único de los diez que recibirá el elogio de Jesús. Un samaritano agradecido que evocaba con su conducta la oración del salmista: “Señor, Dios mío, a ti grité, y tu me sanaste; te daré gracias por siempre”. El mismo grito angustioso y suplicante que será atribuido más tarde a Jesús en Getsemaní: clamaba “con grandes gritos y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte” (Heb 5,7), a la espera de ser escuchado en su soledad y abandono.

Memoria agradecida

En lugar de la parábola de “los diez leprosos” habría que hablar de “el samaritano agradecido”, en contraste con la inexplicable ausencia de los otros nueve. Agraciado por Jesús, a quien ha reconocido, “vuelve” de inmediato hacia él, convertido a su causa: “glorificando a Dios en alta voz y, postrándose rostro en tierra a sus pies, le daba gracias”. La actitud misericordiosa de Jesús no solo le ha curado sino que le ha abierto los ojos de la fe, el camino de la salvación. Los diez, una vez curados, lograron la reinserción social dentro de su pueblo. Pero solo uno, y éste samaritano y extranjero, encontró al verdadero intermediario de la salvación.

Alguien ha dicho que en este relato Lucas “describe en un solo lienzo el dramatismo de la lucha entre el agradecimiento y la ingratitud”. En el diccionario cristiano no cabe la ingratitud. Somos herederos de una tradición ininterrumpida que nos caracteriza y define como seguidores de Jesús en el gesto comunitario de la acción de gracias eucarística. El pueblo de Dios convocado por la memoria de la promesa abrahámica encuentra ahora su identidad en la celebración agradecida del memorial cristiano.

“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”

La fuerza del episodio no recae tanto sobre el elemento narrativo cuanto sobre la lectura que hace Jesús del mismo. Los milagros del taumaturgo no son de por sí aval y garantía de conversión. La fe se asienta en la Palabra, en el sentido que Jesús da a estos signos de salvación. De ahí las tres preguntas retóricas en que converge el relato y que siguen siendo de actualidad para todos nosotros, pues resulta obvio que “agradecidos los quiere Dios”.

El agradecimiento del leproso se inserta en la lista de aquellos samaritanos que, superada la corteza de lo milagroso, reconocieron “el don de Dios” en la palabra de Jesús como verdadero Salvador del mundo (Jn 4). Es la fe que mueve montañas. La fe que, en el vocabulario lucano, acompaña siempre a toda experiencia de salvación: la fe de la pecadora arrepentida (7,50), de la hemorroísa (8,48), del ciego de Jericó (18,42). Junto con el samaritano agradecido, son otros tantos modelos de fe capaces de traspasar el umbral todavía interesado de Naamán el sirio o de los nueve leprosos restantes para entregarse al proyecto solidario de Jesús.

Ante el proyecto de Jesús caben dos actitudes contrastantes: la del samaritano frente a los restantes leprosos judíos, la del agradecimiento frente a la ingratitud, la del que acoge de forma receptiva y abierta la salvación frente a quienes sólo se interesan por su curación física. Es nuestra respuesta personal la que tiene ahora la palabra.

Fray Juan Huarte Osácar
Convento de San Esteban (Salamanca)

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