Publicado por Entra y Verás
Trazar puentes es una de las tareas más necesaria en nuestro tiempo. Atrás han de quedar los encastillamientos. La mano misericordia de Dios se extiende sin miramientos buscando quien la coja y quien la necesite. De esta forma el desierto puede ser un oasis.
Un tuareg decidió construir un puente para unir un oasis con la cima de una gran duna. Lo llamativo de la construcción es que en lo alto de la duna no había nada más que arena y por el puente sólo pasaría él o algún explorador despistado. Sin embargo él decía que quizá, si se construía el puente, alguien podía convertir la duna en un magnífico oasis como el que estaba en el otro lado.
Algo parecido es lo que sucedió entre Jesús y Zaqueo. Entre el Hijo de Dios y el jefe de los publicanos. Zaqueo era un hombre de baja estatura y la gente le impedía ver a Jesús. Había muchos prejuicios contra los publicanos, como sucedía también en el evangelio del domingo pasado con el episodio del fariseo y el publicano. Quizá había gente que le diría que Zaqueo, un auténtico corrupto y extorsionador, no era digno de acercarse a Jesús. Pero es tal el deseo, que Zaqueo no tiene vergüenza de hacer el ridículo, y se sube a un árbol para ver bien a Jesús cuando pase. Curiosamente se sube a una higuera. Si recordáis la Jerusalén inerte se compara en otro pasaje con la higuera sin fruto que se corta.
Como suele pasar siempre, frente a los agoreros de ayer y de hoy, que se creen portadores de la agenda de Dios para decir con quien habla y con quien no; cabezas visibles del más rancio protocolo de mente cuadrada y catecismo en la mano; Jesús, como el tuareg, construye un puente entre él, el oasis, y Zaqueo, considerado un desierto; y lo hace en forma de invitación: «hoy quiero hospedarme en tu casa». Jesús al entrar en su casa y sentarse a su mesa lo reintegra en la comunidad, lo libera de la exclusión. La enmienda de Zaqueo no consiste en el propósito de observar la ley sino en el de reparar las injusticias que había cometido como jefe de los recaudadores. No ofrece dar una limosna rácana para tranquilizar la conciencia, sino dar la mitad de sus bienes a los pobres, compartirlos con ellos y restituir, conforme a lo mandado por la ley, a aquellos de quienes se haya aprovechado. Una vez más el acento no se pone en la ley sino en la caridad; en la persona y no en la norma, en la arena de la vida y no en el mármol de la ley.
Vemos que Jesús lanza los puentes que sean necesarios pero la condición para sentarse a la mesa es estar en comunión. La misericordia no es ni mucho menos un todovale sino conmoverse ante la situación del otro y hacerle el bien de forma que pueda cambiar su vida, si esto lo que necesita. La misericordia no excluye ni excomulga, aunque sea con pías razones, sino que ofrece un camino para llegar a la comunión. Zaqueo antes de sentarse a comer tenia claro que iba a dar la mitad de sus bienes y a restituir lo robado. Ese es el paso hacia la comunión. Por eso los que murmuraban acusando a Jesús de pecador por comer con pecadores se estaban delatando a sí mismos. Si Dios mira siempre los corazones por qué nosotros juzgamos a partir de la etiqueta.
A la luz de este evangelio, me parece que la clave está en vivir no desde el juicio y los muros que nos aíslan, sino desde la mesa común llena de puentes que nos unen. Arriesgarse a pensar, a buscar y luchar contra el qué dirán como Zaqueo, y a tender puentes como Jesús, nos mantiene en la comunión. La perfección que se nos pide es en el amor. Y en esa perfección el otro es siempre necesario. Una semana más nos topamos con la misericordia de Dios que se salta el protocolo, que sabe reconocer a distancia qué ojos le buscan por propio interés y cuáles le buscan porque esperan una mano que los acoja y los trate como merecen. Dios busca corazones abiertos a su acción. Quienes se creen más cerca suelen ser los más alejados. Zaqueo, luchó por conocer a ese Jesús de quien tanto oyó hablar. ¿es ese nuestro deseo o pensamos que ya no tenemos nada que cambiar o esperar? La duna puede ser oasis. No vale el juicio externo. Es necesario tender puentes.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Un tuareg decidió construir un puente para unir un oasis con la cima de una gran duna. Lo llamativo de la construcción es que en lo alto de la duna no había nada más que arena y por el puente sólo pasaría él o algún explorador despistado. Sin embargo él decía que quizá, si se construía el puente, alguien podía convertir la duna en un magnífico oasis como el que estaba en el otro lado.
Algo parecido es lo que sucedió entre Jesús y Zaqueo. Entre el Hijo de Dios y el jefe de los publicanos. Zaqueo era un hombre de baja estatura y la gente le impedía ver a Jesús. Había muchos prejuicios contra los publicanos, como sucedía también en el evangelio del domingo pasado con el episodio del fariseo y el publicano. Quizá había gente que le diría que Zaqueo, un auténtico corrupto y extorsionador, no era digno de acercarse a Jesús. Pero es tal el deseo, que Zaqueo no tiene vergüenza de hacer el ridículo, y se sube a un árbol para ver bien a Jesús cuando pase. Curiosamente se sube a una higuera. Si recordáis la Jerusalén inerte se compara en otro pasaje con la higuera sin fruto que se corta.
Como suele pasar siempre, frente a los agoreros de ayer y de hoy, que se creen portadores de la agenda de Dios para decir con quien habla y con quien no; cabezas visibles del más rancio protocolo de mente cuadrada y catecismo en la mano; Jesús, como el tuareg, construye un puente entre él, el oasis, y Zaqueo, considerado un desierto; y lo hace en forma de invitación: «hoy quiero hospedarme en tu casa». Jesús al entrar en su casa y sentarse a su mesa lo reintegra en la comunidad, lo libera de la exclusión. La enmienda de Zaqueo no consiste en el propósito de observar la ley sino en el de reparar las injusticias que había cometido como jefe de los recaudadores. No ofrece dar una limosna rácana para tranquilizar la conciencia, sino dar la mitad de sus bienes a los pobres, compartirlos con ellos y restituir, conforme a lo mandado por la ley, a aquellos de quienes se haya aprovechado. Una vez más el acento no se pone en la ley sino en la caridad; en la persona y no en la norma, en la arena de la vida y no en el mármol de la ley.
Vemos que Jesús lanza los puentes que sean necesarios pero la condición para sentarse a la mesa es estar en comunión. La misericordia no es ni mucho menos un todovale sino conmoverse ante la situación del otro y hacerle el bien de forma que pueda cambiar su vida, si esto lo que necesita. La misericordia no excluye ni excomulga, aunque sea con pías razones, sino que ofrece un camino para llegar a la comunión. Zaqueo antes de sentarse a comer tenia claro que iba a dar la mitad de sus bienes y a restituir lo robado. Ese es el paso hacia la comunión. Por eso los que murmuraban acusando a Jesús de pecador por comer con pecadores se estaban delatando a sí mismos. Si Dios mira siempre los corazones por qué nosotros juzgamos a partir de la etiqueta.
A la luz de este evangelio, me parece que la clave está en vivir no desde el juicio y los muros que nos aíslan, sino desde la mesa común llena de puentes que nos unen. Arriesgarse a pensar, a buscar y luchar contra el qué dirán como Zaqueo, y a tender puentes como Jesús, nos mantiene en la comunión. La perfección que se nos pide es en el amor. Y en esa perfección el otro es siempre necesario. Una semana más nos topamos con la misericordia de Dios que se salta el protocolo, que sabe reconocer a distancia qué ojos le buscan por propio interés y cuáles le buscan porque esperan una mano que los acoja y los trate como merecen. Dios busca corazones abiertos a su acción. Quienes se creen más cerca suelen ser los más alejados. Zaqueo, luchó por conocer a ese Jesús de quien tanto oyó hablar. ¿es ese nuestro deseo o pensamos que ya no tenemos nada que cambiar o esperar? La duna puede ser oasis. No vale el juicio externo. Es necesario tender puentes.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario