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sábado, 30 de octubre de 2010

ZAQUEO, EL ARCHIRRECAUDADOR DE IMPUESTOS,BLANCO DE TODOS LOS DESPRECIOS


Por Josep Rius-Camps
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 19, 1-10) - Ciclo C

En el marco de una sociedad teocrática como la de Israel, invadida por una nación extranjera y obligada a pagar pesadísi mos impuestos de guerra, la figura del «recaudador», aunque fuese de nacionalidad judía, era el símbolo del renegado y mercenario al servicio del poder despótico de Roma. Zaqueo, nom bre propio, señal de realismo histórico, presentado como «jefe de recaudadores de impuestos» y «rico» (19,2), polariza en su persona todas las iras de la sociedad israelita, puesto que se había enriquecido a costa de la miseria del pueblo sometido. Por eso se recalca que «era bajo de estatura»: no tenía la altura adecuada para poder ver a Jesús. Con todo, «quería ver quién era Jesús, pero no podía hacerlo a causa de la multitud» (19,3). Un «ver» parecido se había constatado a propósito de Herodes (9,9, cf. 23,8). Pero, a diferencia de Herodes, no espera a que se lo traigan, sino que «se adelantó corriendo (forma semítica de ex presar las ganas de realizar algo), se subió a una higuera (símbolo de Israel, del que había sido excomulgado), para verlo (la repe tición del tema subraya el interés y la finalidad), porque Jesús iba a pasar por allí» (19,4). Con una serie de rasgos, Lucas nos ha descrito la calidad del personaje y sus intenciones.


LA «TRAICION» DE RAAB, LA PROSTITUTA /
DE ZAQUEO, EL ARCHIRRECAUDADOR

Para interpretar esta escena nos hemos de guiar por el pasaje de Josué 6, según la versión griega de los Setenta. Raab, la prostituta, y Zaqueo, el archirrecaudador, son figura (femenina y masculina) del hombre marginado por una determinada socie dad. Josué (en griego, «Jesús») / Jesús, al entrar en Jericó, «sal van» respectivamente a Raab y su familia (Jos 6,17.23.25) / y a Zaqueo, en representación de todos los marginados israelitas (Lc 19,9-10). Las marcas que relacionan estos dos pasajes son muy indicativas, pero difíciles de traducir a nuestras categorías. Raab dio alojamiento a los emisarios/espías de Josué, y salvó así su vida y la de toda su familia; Zaqueo dará acogida a Jesús. Uno y otro son considerados traidores por sus respectivas sociedades. La «traición» de Zaqueo recaerá sobre Jesús, como veremos en seguida, y se volverá contra él en la traición de Judas, «uno de los Doce», que encarna - como indica su nombre: «Judas/ju daísmo» - los valores nacionales del pueblo judío (22,3s).


ZAQUEO, QUE SE ENCARAMA AL TEMPLO,
ENCUENTRA LA SALVACION EN SU CASA

Lucas es un maestro en el arte de relacionar escenas. El texto prosigue: «Cuando (Jesús) llegó a aquel lugar...» (19,5a). «El lugar», con artículo (aquí lo lleva), siempre dice relación en los evangelios con el templo, el Lugar por excelencia. (Los lugares altos son siempre los emplazamientos escogidos para edificar ermitas, iglesias o templos.) Zaqueo, el excomulga do, se ha encaramado al punto más alto de la institución religiosa, convencido de que desde allí podrá ver a Jesús, a quien él todavía identifica con lo bueno y mejor de la sociedad religiosa, de la cual se ha automarginado por intereses personales y crematísti cos. En el libro de Josué hay una expresión que puede iluminar la presente: «El general del ejército (lit. "el archiestratega", a comparar con el "archirrecaudador") del Señor dijo a Josué: "Desátate las sandalias de tus pies, porque el lugar sobre el que te encuentras es santo" » (Jos 5,15). Pero, para Jesús, «el lugar» ya ha dejado de ser «santo». (De hecho, está subiendo a Jerusalén para enfrentarse con él.) Por eso le dice: «Zaqueo, baja en seguida (no fuera que equivocadamente se afianzase en la institución religiosa a la que se había encaramado), porque hoy (el presente salvífico) tengo que (la forma griega impersonal connota el desig nio divino) alojarme en tu casa» (19,5). Jesús contrapone «el lugar» a «la casa»: empieza a vislumbrarse la futura «casa» de la comunidad de salvados provenientes del paganismo, de quie nes el «archirrecaudador» es figura representativa en el Evange lio. «El bajó en seguida (obedece puntualmente: la repetición subraya la presteza con que se aleja de la institución) y lo recibió muy contento» (19,6). La alegría es señal aquí de estar en línea con el proyecto de Dios sobre el hombre. Las caras tristes son reveladoras. La presencia de Jesús conlleva siempre alegría en la comunidad que lo acoge.


CRÍTICA DE LOS INSTALADOS AL PROYECTO LIBERADOR DE JESUS

La historia -por lo visto- se repite. «Al ver aquello, todos se pusieron a criticarlo diciendo: "¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador!"» (19,7). El hombre no les importa; lo que les importa es que sea un descreído (hoy diríamos un ateo) y que Jesús haya entrado en contacto con él: se ha convertido en impuro porque, en el diálogo con él, se ha imbuido de sus categorías y manera de pensar. No es la primera vez que se lo echan en cara, sino la tercera (cf. 5,30, caso de Leví, y 15,2, cuando «se le iban acercando todos los recaudadores y descreí­dos»). Y a la tercera... Lo que es muy indicativo es que aquí se diga con énfasis que sean «todos» los que se ponen a censurar a Jesús: la primera vez los criticadores eran los fariseos y sus letrados/teólogos del sistema, y el reproche lo dirigían a los discípulos de Jesús con idénticas censuras (5,30); la segunda eran «tanto los fariseos como los letrados» los que censuraban, y el reproche iba dirigido indirectamente a Jesús: «Este (despec tivo) acoge a los pecadores (descreídos) y come con ellos» (15,2); la tercera, en cambio, son «todos», sin más precisiones.

¿Quiénes son esos «todos»? Evidentemente que detrás se ocultan los defensores acérrimos del sistema. Pero ¿y los discípu los? ¿Acaso también éstos se habrían dejado imbuir por el siste ma, haciendo frente común con ellos contra el archienemigo de la patria? Es muy posible, ya que Lucas, en realidad, ha hecho entrar en Jericó solamente a Jesús. (Los demás, por lo que se ve, ya estaban allí.) La crítica que les dirigieron al principio (5,30) habría hecho mella en ellos finalmente. Dentro de ese tríptico imaginario, los relatos de Leví y Zaqueo constituirían las tablillas laterales, mientras que en el centro se encontrarían «todos los recaudadores y descreídos», que habrían dado pie a la parábola central (véase 15,3: «Entonces les expuso esta pará bola», en singular, a saber: las analogías de la oveja perdida y de la moneda o dracma perdida y la parábola propiamente dicha de los dos hijos, el joven/pródigo y el mayor/esquivo). Así todo quedaba atado y bien atado.


LA RAZON DE SER DE LA QUINTA COLUMNA

Ya hemos visto antes que Raab y Zaqueo son personajes paralelos: la mujer representaba la quinta columna dentro del territorio del enemigo, puesto que ayudó a Israel a conquistar la ciudad; aquí es Zaqueo. Ahora veremos cuál es la contribución que presta a Jesús, el nuevo Josué, en la «conquista» de la socie dad: «Zaqueo se puso en pie y, dirigiéndose al Señor, le dijo: "He aquí que la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si he estafado algo a alguien, se lo restituiré cuatro veces"» (19,8). La decisión de Zaqueo sobrepasa con mucho lo que estaba prescrito en el Levítico (véase Lv 5,20-26) para repa rar un fraude. Cumple de sobra lo que Juan Bautista exigía a los recaudadores que se le acercaban para bautizarse: «No exijáis más de lo que tenéis establecido» (Lc 3,12-13). Zaqueo está dispuesto a luchar por una sociedad más justa, él que era el símbolo personificado de toda injusticia. En el fondo, esto no gusta a los teólogos del sistema judío, porque, a la larga, si no a rascarse el bolsillo, a lo que no están dispuestos, se verán obligados a recoger velas, en la medida en que se les escape el poder de las manos, cifrado como siempre en el dinero. La quinta columna es, pues, el super-rico que, en lugar de venderse por dinero, como había hecho hasta entonces (se entiende que se le compare con la prostituta), está dispuesto a servirse del injusto dinero para ganarse a los pobres. Dentro de la fortaleza de los ricos, que tienen sus bancos a manera de torre de home naje... al dios Dinero, y su apartheid amurallado, a fin de no oír el clamor de los miserables, bien aconsejados por sus propios predicadores moralizantes, se ha abierto una brecha, que a la larga destruirá el sistema. Entre tanto, demos vueltas y más vuel tas y toquemos trompetas, pues, desde el sistema, hay quienes promueven la justicia y están a punto de entregarnos la ciudad.


TODOS LOS QUE PROMUEVEN LA JUSTICIA ESTAN SALVADOS

Jesús le contestó: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán» (19,9). Jesús no le propone renunciar a todos sus bienes ni lo invita a seguirlo para hacerse discípulo suyo, como había hecho con el recaudador Leví (5,27) y con el magistrado rico (18,22). Por un lado, se subraya nueva mente (repetición de la palabra «hoy») que la salvación ya es un hecho en esta comunidad humana representada por Zaqueo; por otro, es restituido al linaje universal de Abrahán, del cual había sido excluido. Una nueva paradoja: ahora resulta que los exclui dos/sometidos a la institución (Zaqueo/la mujer encorvada) son «hijo»/«hija de Abrahán» (19,9/13,16), mientras que los que alardeaban de «tener por padre a Abrahán» (3,8a), tuvieron que escuchar de boca de Juan Bautista: «Os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarle hijos a Abrahán» (3,8b). Las «piedras» deben ser aquellos a quienes ellos, los seguros y observantes, tienen por pecadores/descreídos, encorvados/sometidos a su al bedrío. La reintegración de Zaqueo a la casa de Israel recuerda de cerca la conclusión de la escena de Raab: «Josué perdonó la vida a Raab, la prostituta, y a toda su familia paterna, y vivió en medio de Israel hasta el día de hoy» (Jos 6,25).

La última frase: «Porque el Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo» (19,10), es la clave que traba el tríptico imaginario antes citado. De hecho, en términos equi valentes, la encontramos en las tres tablillas (Leví: 5,32; centro: 15,7.10.24.32; Zaqueo: 19,10). Ahora bien: mientras que Leví fue invitado por Jesús a integrarse en su comunidad, la comuni dad del reino, y Zaqueo ha sido reintegrado a la casa de Israel, de los recaudadores y descreídos que se acercaban en masa a Jesús en el centro de ese tríptico no se dice explícitamente ni una cosa ni otra. Es cierto que la parábola y las dos analogías que la preceden hablan de un encuentro/retorno de lo que estaba muerto/perdido, pero Lucas deja abierto, intencionadamente, el relato. Será en el libro de los Hechos donde retomará la temática de ese relato central, con el fin de ejemplarizar con nombres y apellidos la entrada /encuentro/retorno de los paganos a la comu nidad cristiana, lo que provocará -como era de esperar y, des­graciadamente, habrá que seguir esperando- la reacción fanáti ca de los que se tienen por justos/puros/observantes (cf. Hch 11,2s; 15,1.5).

Jesús, el Hombre, viene a buscar al hombre con el fin de salvarlo de la situación de autodestrucción en que él mismo se había sumergido, después de que haya experimentado en su propia carne la marginación a que lo ha conducido la falsa escala de valores de la sociedad.

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