Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Esta es la historia de dos hermanos que eran conocidos en la ciudad donde vivían por estar envueltos en toda clase de engaños y de vicios y que habían acumulado una gran fortuna gracias a sus malvadas artimañas.
Cuando murió el hermano mayor nadie se entristeció. Su hermano quiso despedirlo con un gran funeral. Pero como nunca habían asistido a ninguna iglesia le resultaba difícil encontrar una que quisiera celebrar el funeral. El hermano se enteró de que una iglesia estaba recaudando dinero para hacer grandes reformas, así que se puso en contacto con el reverendo.
"Reverendo", le dijo, "como sabe ni mi hermano ni yo nunca hemos asistido ni a su iglesia ni a ninguna iglesia. Y supongo que habrá oído toda clase de chismes sobre nosotros, pero deseo celebrar el funeral de mi hermano. Y si usted dice que mi hermano era un santo, le firmaré un cheque por cien mil dólares. Eso le ayudará a los arreglos de su iglesia".
Después de pensarlo un rato, el pastor le dijo que celebraría el funeral pero tenía que pagar por adelantado. Y así lo hizo.
El día del funeral la iglesia estaba a rebosar. La gente acudió por curiosidad para ver lo que el pastor decía de aquel ladrón y blasfemo.
El servicio comenzó con cantos y lecturas bíblicas. En la homilía el pastor pronunció una larga letanía de todas las fechorías de aquel individuo: egoísmo, avaricia, corrupción, mujeriego, bebedor…
El hermano menor, sentado en el primer banco, empezó a sudar y a ponerse nervioso pues el pastor no estaba cumpliendo lo pactado. Después de diez minutos de denigrar a su hermano el pastor concluyó su homilía diciendo: "Sí, amigos, este hombre era un desastre y un perfecto estafador, pero comparado con su hermano, era un santo".
La palabra santo no forma parte del vocabulario de los hombres de hoy.
Bonhoeffer decía que no quería ser ni santo ni pecador. Quería ser hombre.
Los santos para nuestros contemporáneos son personas de otro planeta, una especie en vías de extinción.
Marie-Noël escribió este hermoso texto:
"!Qué contenta estoy de que Dios no sea santo!
Si un santo hubiera creado el mundo, habría creado la paloma, pero no habría creado la serpiente.
Habría creado la paloma, pero no la habría creado "macho y hembra".
No se habría atrevido a crear el Amor.
No se habría atrevido a crear la primavera que la sangre de toda carne altera.
Y todas las flores habrían sido blancas. Alabado sea Dios.
Dios las ha hecho de todos los colores.
Dios no era santo.
En su obra atrevida, no se ha preocupado de las disciplinas y de la edificación de los santos y si hubiera sido hombre en lugar de Dios, habría incurrido en la censura de los santos…
Sin embargo, eres santo, oh Dios mío, santo que santificas a los santos… y es tu grandeza la que me da seguridad y me impide temblar cuando los santos me sublevan al reducir todos los caminos a su ruta única".
En los últimos años hemos asistido a las canonizaciones en masa.
La santidad lejos de estar reservada a una élite triste y ascética se ha hecho más cercana y, aparentemente, más al alcance de todos los pobres cristianos. Para ser santo no hay miles de caminos, sólo hay uno, responder al amor de Dios viviendo el evangelio. Es decir, amando a los demás. Los santos no son ni héroes ni modelos para nosotros. Lo único que debemos imitar es la libertad con que se entregaron al seguimiento de Jesús.
Pero a pesar de tanta canonización, ser santo en la gloria de Bernini no tiene nada que ver con ser santo a los ojos de Dios que nos mide a todos con un rasero diferente.
Yo he conocido a muchos hombres y mujeres que nunca serán declarados santos pero que para mí lo son mucho más que otros que están en el santoral. Hombres y mujeres que viven su vida cristiana con gran autenticidad y que predican con su vida y su palabra el evangelio del amor. Alegrémonos de que el camino de la santidad oficial se haya aligerado de tanto polvo y tantos obstáculos.
"Vuestros caminos no son mis caminos".
"Pensáis como los hombres no como Dios".
No me interesa nada estar en el santoral. Sí me interesa estar registrado en el libro de la vida.
Los cristianos no somos como los atletas que sólo viven para el record y la victoria y se olvidan de los demás.
La santidad no es escalar el Everest cada día. Es vivir la cotidianidad en la presencia de Dios, creyendo, amando, orando, riendo, sirviendo y luchando contra el mal en todos sus disfraces y aceptando nuestros pecados y nuestras grandes limitaciones como oportunidades para descubrir la misericordia de Dios.
Los santos son los bendecidos por Dios, los que viven la bendición de las bienaventuranzas a la luz de la vida de Jesucristo.
Somos santos y estamos llamados a serlo más. Y tenemos que caer en la cuenta de que estamos rodeados de santos.
"!Qué suerte, chica, la de poder vivir cerca de un santo así, de un santo vivo, de carne y hueso, y poder besarle la mano! Cuando vuelvas a tu pueblo escríbeme mucho, mucho, y cuéntame de él". San Manuel Bueno, mártir.
Los santos viven junto a Dios y no se olvidan de nosotros. "Yo pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra" decía Santa Teresa de Lisieux.
Para la iglesia ortodoxa santos son todos los que están en el cielo. Y los santos oficiales son los reconocidos por la comunidad local.
Para los protestantes, como para San Pablo, santos son todos los cristianos.
La iglesia anglicana que reconoce a los santos tradicionales, no tiene un proceso de canonización, son declarados santos por la opinión popular.
El Islam también tiene sus santos, los amigos de Alá. Los sufi son santos.
El hinduismo los llama mahatma.
Señor, te proclamamos admirable y el único santo.
Señor, te damos gracias porque nos santificas y nos aceptas como somos.
Señor, no queremos competir contigo pero queremos que, día a día, nos vistas con tu gloria y tu santidad. Ayúdanos a reírnos de los santos de cartón. Amén.
Cuando murió el hermano mayor nadie se entristeció. Su hermano quiso despedirlo con un gran funeral. Pero como nunca habían asistido a ninguna iglesia le resultaba difícil encontrar una que quisiera celebrar el funeral. El hermano se enteró de que una iglesia estaba recaudando dinero para hacer grandes reformas, así que se puso en contacto con el reverendo.
"Reverendo", le dijo, "como sabe ni mi hermano ni yo nunca hemos asistido ni a su iglesia ni a ninguna iglesia. Y supongo que habrá oído toda clase de chismes sobre nosotros, pero deseo celebrar el funeral de mi hermano. Y si usted dice que mi hermano era un santo, le firmaré un cheque por cien mil dólares. Eso le ayudará a los arreglos de su iglesia".
Después de pensarlo un rato, el pastor le dijo que celebraría el funeral pero tenía que pagar por adelantado. Y así lo hizo.
El día del funeral la iglesia estaba a rebosar. La gente acudió por curiosidad para ver lo que el pastor decía de aquel ladrón y blasfemo.
El servicio comenzó con cantos y lecturas bíblicas. En la homilía el pastor pronunció una larga letanía de todas las fechorías de aquel individuo: egoísmo, avaricia, corrupción, mujeriego, bebedor…
El hermano menor, sentado en el primer banco, empezó a sudar y a ponerse nervioso pues el pastor no estaba cumpliendo lo pactado. Después de diez minutos de denigrar a su hermano el pastor concluyó su homilía diciendo: "Sí, amigos, este hombre era un desastre y un perfecto estafador, pero comparado con su hermano, era un santo".
La palabra santo no forma parte del vocabulario de los hombres de hoy.
Bonhoeffer decía que no quería ser ni santo ni pecador. Quería ser hombre.
Los santos para nuestros contemporáneos son personas de otro planeta, una especie en vías de extinción.
Marie-Noël escribió este hermoso texto:
"!Qué contenta estoy de que Dios no sea santo!
Si un santo hubiera creado el mundo, habría creado la paloma, pero no habría creado la serpiente.
Habría creado la paloma, pero no la habría creado "macho y hembra".
No se habría atrevido a crear el Amor.
No se habría atrevido a crear la primavera que la sangre de toda carne altera.
Y todas las flores habrían sido blancas. Alabado sea Dios.
Dios las ha hecho de todos los colores.
Dios no era santo.
En su obra atrevida, no se ha preocupado de las disciplinas y de la edificación de los santos y si hubiera sido hombre en lugar de Dios, habría incurrido en la censura de los santos…
Sin embargo, eres santo, oh Dios mío, santo que santificas a los santos… y es tu grandeza la que me da seguridad y me impide temblar cuando los santos me sublevan al reducir todos los caminos a su ruta única".
En los últimos años hemos asistido a las canonizaciones en masa.
La santidad lejos de estar reservada a una élite triste y ascética se ha hecho más cercana y, aparentemente, más al alcance de todos los pobres cristianos. Para ser santo no hay miles de caminos, sólo hay uno, responder al amor de Dios viviendo el evangelio. Es decir, amando a los demás. Los santos no son ni héroes ni modelos para nosotros. Lo único que debemos imitar es la libertad con que se entregaron al seguimiento de Jesús.
Pero a pesar de tanta canonización, ser santo en la gloria de Bernini no tiene nada que ver con ser santo a los ojos de Dios que nos mide a todos con un rasero diferente.
Yo he conocido a muchos hombres y mujeres que nunca serán declarados santos pero que para mí lo son mucho más que otros que están en el santoral. Hombres y mujeres que viven su vida cristiana con gran autenticidad y que predican con su vida y su palabra el evangelio del amor. Alegrémonos de que el camino de la santidad oficial se haya aligerado de tanto polvo y tantos obstáculos.
"Vuestros caminos no son mis caminos".
"Pensáis como los hombres no como Dios".
No me interesa nada estar en el santoral. Sí me interesa estar registrado en el libro de la vida.
Los cristianos no somos como los atletas que sólo viven para el record y la victoria y se olvidan de los demás.
La santidad no es escalar el Everest cada día. Es vivir la cotidianidad en la presencia de Dios, creyendo, amando, orando, riendo, sirviendo y luchando contra el mal en todos sus disfraces y aceptando nuestros pecados y nuestras grandes limitaciones como oportunidades para descubrir la misericordia de Dios.
Los santos son los bendecidos por Dios, los que viven la bendición de las bienaventuranzas a la luz de la vida de Jesucristo.
Somos santos y estamos llamados a serlo más. Y tenemos que caer en la cuenta de que estamos rodeados de santos.
"!Qué suerte, chica, la de poder vivir cerca de un santo así, de un santo vivo, de carne y hueso, y poder besarle la mano! Cuando vuelvas a tu pueblo escríbeme mucho, mucho, y cuéntame de él". San Manuel Bueno, mártir.
Los santos viven junto a Dios y no se olvidan de nosotros. "Yo pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra" decía Santa Teresa de Lisieux.
Para la iglesia ortodoxa santos son todos los que están en el cielo. Y los santos oficiales son los reconocidos por la comunidad local.
Para los protestantes, como para San Pablo, santos son todos los cristianos.
La iglesia anglicana que reconoce a los santos tradicionales, no tiene un proceso de canonización, son declarados santos por la opinión popular.
El Islam también tiene sus santos, los amigos de Alá. Los sufi son santos.
El hinduismo los llama mahatma.
Señor, te proclamamos admirable y el único santo.
Señor, te damos gracias porque nos santificas y nos aceptas como somos.
Señor, no queremos competir contigo pero queremos que, día a día, nos vistas con tu gloria y tu santidad. Ayúdanos a reírnos de los santos de cartón. Amén.
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