Publicado por Entra y Verás
José guardó silencio porque amaba a María, porque se fió de Dios. esa podría ser la conclusión que puede sacarse del relato evangélico de este domingo. Un silencio no de enfado sino capaz de aceptar la voluntad de Dios sin reservas. Es el silencio que permite tener los ojos y el corazón abiertos a lo que va a suceder muy pronto.
Solo faltan cinco días, hemos entrado por fin en la recta final de Adviento, de este tiempo de espera. Ahora más que nunca es necesario el silencio. Alguien puede decir pues vaya bobada que ya están otra vez loa aguafiestas dispuestos a apagar las bombillas, ahora que se respira júbilo y alegría en las calles, que estamos llenos de preparativos, nos dicen que es necesario el silencio. No os asustéis, diríamos que es un silencio semejante al que hay en un teatro cuando se levanta el telón y todo el público espera a que comience la representación. Es un silencio interior, contemplativo, que nos permite encontrarnos con nosotros mismos, escuchar los acontecimientos, percibir mucho mejor la realidad, etcétera.
El evangelio de hoy además de presentarnos al que va a nacer con ese precioso título “Dios-con nosotros”, nos introduce en el marco en el que va a nacer el Mesías. Una pareja sencilla: José y María, dos enamorados que guiados por la mano de Dios aceptan su plan y se convierten no solo en meros receptores sino en creadores de vida. José, que está tan cerca del «acontecimiento», no se da ni cuenta, y cuando percibe algo, es incapaz de entenderlo. A pesar de ser un hombre «bueno y justo», está tan enfrascado en si mismo y en sus tradiciones, que no percibe nada y está a punto de perderlo todo.
María es también una mujer silenciosa, pero un silencio tejido de escucha, de espera, de gozo, de fe, de confianza, de amor sin límites. Fue en medio de ese silencio cuando Dios hizo germinar en ella la gran Palabra, como celebrábamos hace muy poquito en la solemnidad de la Inmaculada. María, al igual que José, acoge con total sencillez y disponibilidad el actuar de Dios que le supera y le inunda llenándole de vida, resumido en ese “Hágase” que debe resonar también en nuestros corazones.
Son muchas las virtudes que a lo largo de la historia de nuestra espiritualidad se han destacado de José y María, esta pareja, la más grande e ilustre de la historia. De ambos podemos aprender bastantes cosas pero quizá la principal, creo, es su capacidad de olvidarse de sí mismos, su entrega, su humildad en una palabra. Ellos fueron totalmente libres, pues fueron capaces de amar sin ningún egoísmo aceptando las limitaciones y explotando sus capacidades.
El silencio hemos dicho antes que nos hace estar más atentos a los signos, a las señales que el Señor continuamente nos ofrece, como pasó en tiempos de Acaz. Aquella señal se cumplió en María pero hay otras quizá no tan sorprendente pero no por ello menos significativas de la presencia de Dios en el mundo como por ejemplo el amor de una madre a sus hijos o de una abuela a sus nietos, la sonrisa de un niño, la atención a un enfermo, el calor del hogar, la mesa compartida, la solidaridad y cercanía con aquellos que no tienen la misma suerte que nosotros… y una larga lista de detalles de verdaderos signos de esa ternura desbordante de Dios, de ese Enmanuel que está a punto de venir.
Por tanto, guardemos silencio y pongámonos las gafas de la fe que nos permitan ver esas señales maravillosas de la presencia de Dios, imitemos a José y a María en estos días tan especiales. Busquemos la sencillez. Ya falta muy poco, ya se siente cercano.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Solo faltan cinco días, hemos entrado por fin en la recta final de Adviento, de este tiempo de espera. Ahora más que nunca es necesario el silencio. Alguien puede decir pues vaya bobada que ya están otra vez loa aguafiestas dispuestos a apagar las bombillas, ahora que se respira júbilo y alegría en las calles, que estamos llenos de preparativos, nos dicen que es necesario el silencio. No os asustéis, diríamos que es un silencio semejante al que hay en un teatro cuando se levanta el telón y todo el público espera a que comience la representación. Es un silencio interior, contemplativo, que nos permite encontrarnos con nosotros mismos, escuchar los acontecimientos, percibir mucho mejor la realidad, etcétera.
El evangelio de hoy además de presentarnos al que va a nacer con ese precioso título “Dios-con nosotros”, nos introduce en el marco en el que va a nacer el Mesías. Una pareja sencilla: José y María, dos enamorados que guiados por la mano de Dios aceptan su plan y se convierten no solo en meros receptores sino en creadores de vida. José, que está tan cerca del «acontecimiento», no se da ni cuenta, y cuando percibe algo, es incapaz de entenderlo. A pesar de ser un hombre «bueno y justo», está tan enfrascado en si mismo y en sus tradiciones, que no percibe nada y está a punto de perderlo todo.
María es también una mujer silenciosa, pero un silencio tejido de escucha, de espera, de gozo, de fe, de confianza, de amor sin límites. Fue en medio de ese silencio cuando Dios hizo germinar en ella la gran Palabra, como celebrábamos hace muy poquito en la solemnidad de la Inmaculada. María, al igual que José, acoge con total sencillez y disponibilidad el actuar de Dios que le supera y le inunda llenándole de vida, resumido en ese “Hágase” que debe resonar también en nuestros corazones.
Son muchas las virtudes que a lo largo de la historia de nuestra espiritualidad se han destacado de José y María, esta pareja, la más grande e ilustre de la historia. De ambos podemos aprender bastantes cosas pero quizá la principal, creo, es su capacidad de olvidarse de sí mismos, su entrega, su humildad en una palabra. Ellos fueron totalmente libres, pues fueron capaces de amar sin ningún egoísmo aceptando las limitaciones y explotando sus capacidades.
El silencio hemos dicho antes que nos hace estar más atentos a los signos, a las señales que el Señor continuamente nos ofrece, como pasó en tiempos de Acaz. Aquella señal se cumplió en María pero hay otras quizá no tan sorprendente pero no por ello menos significativas de la presencia de Dios en el mundo como por ejemplo el amor de una madre a sus hijos o de una abuela a sus nietos, la sonrisa de un niño, la atención a un enfermo, el calor del hogar, la mesa compartida, la solidaridad y cercanía con aquellos que no tienen la misma suerte que nosotros… y una larga lista de detalles de verdaderos signos de esa ternura desbordante de Dios, de ese Enmanuel que está a punto de venir.
Por tanto, guardemos silencio y pongámonos las gafas de la fe que nos permitan ver esas señales maravillosas de la presencia de Dios, imitemos a José y a María en estos días tan especiales. Busquemos la sencillez. Ya falta muy poco, ya se siente cercano.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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