Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 16-19
Jesús dijo a la multitud:
¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: «¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!»
Porque llegó Juan el Bautista, que no come ni bebe, y ustedes dicen: «¡Está endemoniado!» Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.
¿Por qué será que nos cuesta tanto sostener las relaciones? ¿Por qué los grupos sociales, y algunas veces también los eclesiales, se dividen con tanta facilidad? ¿Por qué es tan complicado hacer comunidad?
La profecía de hoy indaga sobre estas preguntas y para ello se va a la fuente de la vida comunitaria en la Biblia: el caminar por el desierto.
El desierto fue la gran escuela de Israel. Las etapas del largo caminar fueron las lecciones. El Maestro fue el mismo Dios. Como bien lo sintetiza el libro del Deuteronomio, fue una educación a fondo: “Acuérdate de todo el camino que Yahvé tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos… Date cuenta, pues, de que Yahvé tu Dios te corregía (=educaba) como un hombre corrige a su hijo” (8,2.5).
La capacidad o no de vivir en la tierra, para realizar allí el proyecto del pueblo que Dios les proponía, dependía de este aprendizaje. Es decir, que no se puede hacer comunidad, no se puede caber una auténtica sociedad, si no se hace el camino educativo. Si no, tarde o temprano, la mezquindad que habita el corazón saldrá a relucir y el sueño de un mundo justo y fraterno se vendrá debajo de un momento a otro.
El profeta nos presenta el rostro del Dios pedagogo y lo hace hablar así: “Yo te enseño lo que ha de serte útil, te guío por el camino que tienes que seguir” (48,17). En esta frase, el caminar por el desierto con todos sus acontecimientos implicados, es la materia de la enseñanza. Los lectores de esta profecía de hoy, comprendemos que nuestra vida entera es este caminar por el desierto y que de la cotidianidad tenemos que sacar sus lecciones. La Toráh (Ley del Señor), antes que un cúmulo de prescripciones es este camino histórico guiado por el Señor y sostenido por la fe constante en él. Igualmente, este camino de la vida no puede ser comprendido si no es a la luz de las Palabras que el Señor nos prescribe en su Ley.
Cuando la vida se adhiere a Dios y se deja guiar por Él, las bendiciones se ven venir. La profecía señala tres: (1) la paz y la justicia; (2) la descendencia; (3) la permanencia en la presencia del Señor. A veces hay quien piensa que vivir según la Palabra no sirve para nada, pero ahí está una primera lista de bendiciones.
Como si estuviéramos orando el salmo 81,14, “¡Ah!, si mi pueblo me escuchara, si Israel caminase en mis caminos”, la profecía hace un clamoroso llamado para que pongamos nuestros pasos en los caminos de Dios haciendo de sus opciones las nuestras. Vale destacar la manera como lo hace: pintándole al hijo rebelde la belleza y el gozo de un nuevo abrazo.
El mismo tono profético lo notamos en las palabras de Jesús quien compara el auditorio rebelde con los niños malcriados y egoístas que se gritan unos a otros, en sus rondas recreativas en los barrios. Un grupo le dice al otro que baile pero estos no bailan, entonces le piden que llore, pero tampoco esto hacen (Mt 11,16-19). Este es el drama que vive Jesús, el Maestro, en la educación de su gente.
Es verdad que no es fácil adherir al evangelio y que siempre habrá excusas para aplazar la conversión. Causalmente las personas más difíciles para predicarles, en los que habitualmente hay más resistencias, somos nosotros, los que ya estamos (o deberíamos estar) en el camino. Si bien es cierto que no podemos cimentar nuestra vida espiritual en nada distinto de la Palabra (la Escriture leída desde la vida y la vida releída desde la Palabra), también es cierto que la Palabra no es verdaderamente leída si no la llevamos a la práctica.
No es fácil la conversión, con todo, el Señor, que de pedagogía sabe, sigue llamando.
1. ¿Para qué llevó Dios al pueblo al desierto? ¿Cómo sale el pueblo del desierto?
2. ¿Qué sucede cuando orientamos nuestros proyectos de vida según el camino del Señor?
3. ¿De qué manera saco provecho, para mi crecimiento en el Señor, de mis vivencias cotidianas?
¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: «¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!»
Porque llegó Juan el Bautista, que no come ni bebe, y ustedes dicen: «¡Está endemoniado!» Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Profecía del adviento
“Yo soy el Señor tu Dios, yo te enseño lo que ha de serte útil”
Por CELAM - CEBIPAL
Profecía del adviento
“Yo soy el Señor tu Dios, yo te enseño lo que ha de serte útil”
¿Por qué será que nos cuesta tanto sostener las relaciones? ¿Por qué los grupos sociales, y algunas veces también los eclesiales, se dividen con tanta facilidad? ¿Por qué es tan complicado hacer comunidad?
La profecía de hoy indaga sobre estas preguntas y para ello se va a la fuente de la vida comunitaria en la Biblia: el caminar por el desierto.
El desierto fue la gran escuela de Israel. Las etapas del largo caminar fueron las lecciones. El Maestro fue el mismo Dios. Como bien lo sintetiza el libro del Deuteronomio, fue una educación a fondo: “Acuérdate de todo el camino que Yahvé tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos… Date cuenta, pues, de que Yahvé tu Dios te corregía (=educaba) como un hombre corrige a su hijo” (8,2.5).
La capacidad o no de vivir en la tierra, para realizar allí el proyecto del pueblo que Dios les proponía, dependía de este aprendizaje. Es decir, que no se puede hacer comunidad, no se puede caber una auténtica sociedad, si no se hace el camino educativo. Si no, tarde o temprano, la mezquindad que habita el corazón saldrá a relucir y el sueño de un mundo justo y fraterno se vendrá debajo de un momento a otro.
El profeta nos presenta el rostro del Dios pedagogo y lo hace hablar así: “Yo te enseño lo que ha de serte útil, te guío por el camino que tienes que seguir” (48,17). En esta frase, el caminar por el desierto con todos sus acontecimientos implicados, es la materia de la enseñanza. Los lectores de esta profecía de hoy, comprendemos que nuestra vida entera es este caminar por el desierto y que de la cotidianidad tenemos que sacar sus lecciones. La Toráh (Ley del Señor), antes que un cúmulo de prescripciones es este camino histórico guiado por el Señor y sostenido por la fe constante en él. Igualmente, este camino de la vida no puede ser comprendido si no es a la luz de las Palabras que el Señor nos prescribe en su Ley.
Cuando la vida se adhiere a Dios y se deja guiar por Él, las bendiciones se ven venir. La profecía señala tres: (1) la paz y la justicia; (2) la descendencia; (3) la permanencia en la presencia del Señor. A veces hay quien piensa que vivir según la Palabra no sirve para nada, pero ahí está una primera lista de bendiciones.
Como si estuviéramos orando el salmo 81,14, “¡Ah!, si mi pueblo me escuchara, si Israel caminase en mis caminos”, la profecía hace un clamoroso llamado para que pongamos nuestros pasos en los caminos de Dios haciendo de sus opciones las nuestras. Vale destacar la manera como lo hace: pintándole al hijo rebelde la belleza y el gozo de un nuevo abrazo.
El mismo tono profético lo notamos en las palabras de Jesús quien compara el auditorio rebelde con los niños malcriados y egoístas que se gritan unos a otros, en sus rondas recreativas en los barrios. Un grupo le dice al otro que baile pero estos no bailan, entonces le piden que llore, pero tampoco esto hacen (Mt 11,16-19). Este es el drama que vive Jesús, el Maestro, en la educación de su gente.
Es verdad que no es fácil adherir al evangelio y que siempre habrá excusas para aplazar la conversión. Causalmente las personas más difíciles para predicarles, en los que habitualmente hay más resistencias, somos nosotros, los que ya estamos (o deberíamos estar) en el camino. Si bien es cierto que no podemos cimentar nuestra vida espiritual en nada distinto de la Palabra (la Escriture leída desde la vida y la vida releída desde la Palabra), también es cierto que la Palabra no es verdaderamente leída si no la llevamos a la práctica.
No es fácil la conversión, con todo, el Señor, que de pedagogía sabe, sigue llamando.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Para qué llevó Dios al pueblo al desierto? ¿Cómo sale el pueblo del desierto?
2. ¿Qué sucede cuando orientamos nuestros proyectos de vida según el camino del Señor?
3. ¿De qué manera saco provecho, para mi crecimiento en el Señor, de mis vivencias cotidianas?
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