Por José María Maruri, SJ
1.- La palabra “nuestro”, cuando se la dice en el sentido universal en que Jesús la empleó hablando del Padre --Padre nuestro-- es palabra fraternal, sin límites ni frontera. Palabra que une y hermana. Cuando hay un “nuestro cabe un dialogo.
Pero cuando estrechamos el significado de “nuestro” sectariamente, o lo aplastamos entre las tapas de un carnet político o del nacionalismo de un territorio, entonces ese mismo “nuestro” es línea divisoria entre los que amamos y los que odiamos, porque no hay posibilidad de diálogo.
Pues toda la Historia de la salvación, es decir del trato de Dios con los hombres a lo largo de los siglos, es la historia de la búsqueda de un diálogo entre Dios y el hombre, la búsqueda de un nuestro tan universal que abarque el hombre y a Dios.
a)- San Pablo nos dice que Dios hizo dos intentos de dialogar con el hombre. Primero manifestándose en su grandeza, majestad y belleza a través de la creación. El Padre creó todas las cosas a través de su Palabra y en las cosas dejó la impronta de su belleza, que es la que aun hoy os hace levantar los ojos a un ser supremo a la vista de un maravilloso paisaje de montañas y ríos, al contemplar la profundidad sin fin de una noche llena de estrellas, o al sobrecogernos ante el miedo de un terremoto o una tempestad.
Por eso hay montes y ríos y árboles sagrados. Pero aun así el hombre no llegó al diálogo con Dios, porque era demasiado grande para que fuese “nuestro”, no cabíamos todos Dios y nosotros en esa misma denominación.
b)- El principio del diálogo es la palabra, y Dios habló al hombre a través de hombres elegidos por El y a través de los Profetas, y a través de ellos llegó a la humanidad el eco de la palabra hablada y más tarde escrita de Dios. Y el hombre tuvo la Sagrada Escritura, como segundo intento de Dios para entablar diálogo en el hombre.
Pero todavía la Palabra de Dios no era nuestra palabra, Dios no era de los “nuestros” y había que oírle con temor, entre los truenos y relámpagos, o temiendo la muerte si se llegaba a ver a Dios.
2.-Y parece que al fin Dios se da cuenta de que para entablar diálogo se necesita una igualdad y cercanía. Los hombres necesitamos ver y palpar, y dialogamos con el ser que palpamos y vemos, y como dice San Juan “A Dios nadie le ha visto nunca”.
Y Dios da el gran salto, y la misma Palabra de Dios, a través de la que deseaba dialogar con los hombres, se hace hombre, visible y palpable, uno de nosotros, viene a su casa, pone su tienda de campaña entre las nuestras.
Lo que vieron nuestros ojos, y lo que palparon nuestras manos del Verbo de la Vida, es decir de la Palabra dialogante de Dios, eso os anunciamos. Dios que se hace hombre para todos, de forma que ya es “nuestro” sin límite ninguno. Cualquier hombre puede dialogar con Dios en Jesús.
--Y sin embargo todavía es verdad “que vino a los suyos y los suyos no le recibieron” es decir no lo consideramos “nuestro”. Tenemos que confesar que, aunque creemos que Jesús es Dios y hombre, ponemos de tal manera el acento en que es Dios, que lo apartamos de “nosotros”, no le admitimos por completo entre “los nuestros” y siempre nos queda decir “sí, pero El era Dios”.
--Y sin embargo es niño indefenso que llora y tiene frío, niño que aprende y crece, adolescente y joven que aprende un oficio y trabaja, hombre que llora, se entristece, sabe de injurias, y abandonos, y padece cono nosotros la muerte, y hasta la sensación de abandono de Dios. “Por qué me has abandonado”.
3.- Es totalmente de los “nuestros” menos en el pecado. O lo admitimos así o convertimos a la humanidad de Jesús en un robot manejado por la divinidad.
No seamos de los suyos que no le admiten como “nuestro” sino de los que le reciben, de los que “creyendo” en El como es, pasar a ser hijos y amigos de Dios, con los que Dios puede dialogar. Porque Dios los considera hijos suyos y herederos, y nosotros consideramos a Dios hermano nuestro y uno de nosotros.
Pero cuando estrechamos el significado de “nuestro” sectariamente, o lo aplastamos entre las tapas de un carnet político o del nacionalismo de un territorio, entonces ese mismo “nuestro” es línea divisoria entre los que amamos y los que odiamos, porque no hay posibilidad de diálogo.
Pues toda la Historia de la salvación, es decir del trato de Dios con los hombres a lo largo de los siglos, es la historia de la búsqueda de un diálogo entre Dios y el hombre, la búsqueda de un nuestro tan universal que abarque el hombre y a Dios.
a)- San Pablo nos dice que Dios hizo dos intentos de dialogar con el hombre. Primero manifestándose en su grandeza, majestad y belleza a través de la creación. El Padre creó todas las cosas a través de su Palabra y en las cosas dejó la impronta de su belleza, que es la que aun hoy os hace levantar los ojos a un ser supremo a la vista de un maravilloso paisaje de montañas y ríos, al contemplar la profundidad sin fin de una noche llena de estrellas, o al sobrecogernos ante el miedo de un terremoto o una tempestad.
Por eso hay montes y ríos y árboles sagrados. Pero aun así el hombre no llegó al diálogo con Dios, porque era demasiado grande para que fuese “nuestro”, no cabíamos todos Dios y nosotros en esa misma denominación.
b)- El principio del diálogo es la palabra, y Dios habló al hombre a través de hombres elegidos por El y a través de los Profetas, y a través de ellos llegó a la humanidad el eco de la palabra hablada y más tarde escrita de Dios. Y el hombre tuvo la Sagrada Escritura, como segundo intento de Dios para entablar diálogo en el hombre.
Pero todavía la Palabra de Dios no era nuestra palabra, Dios no era de los “nuestros” y había que oírle con temor, entre los truenos y relámpagos, o temiendo la muerte si se llegaba a ver a Dios.
2.-Y parece que al fin Dios se da cuenta de que para entablar diálogo se necesita una igualdad y cercanía. Los hombres necesitamos ver y palpar, y dialogamos con el ser que palpamos y vemos, y como dice San Juan “A Dios nadie le ha visto nunca”.
Y Dios da el gran salto, y la misma Palabra de Dios, a través de la que deseaba dialogar con los hombres, se hace hombre, visible y palpable, uno de nosotros, viene a su casa, pone su tienda de campaña entre las nuestras.
Lo que vieron nuestros ojos, y lo que palparon nuestras manos del Verbo de la Vida, es decir de la Palabra dialogante de Dios, eso os anunciamos. Dios que se hace hombre para todos, de forma que ya es “nuestro” sin límite ninguno. Cualquier hombre puede dialogar con Dios en Jesús.
--Y sin embargo todavía es verdad “que vino a los suyos y los suyos no le recibieron” es decir no lo consideramos “nuestro”. Tenemos que confesar que, aunque creemos que Jesús es Dios y hombre, ponemos de tal manera el acento en que es Dios, que lo apartamos de “nosotros”, no le admitimos por completo entre “los nuestros” y siempre nos queda decir “sí, pero El era Dios”.
--Y sin embargo es niño indefenso que llora y tiene frío, niño que aprende y crece, adolescente y joven que aprende un oficio y trabaja, hombre que llora, se entristece, sabe de injurias, y abandonos, y padece cono nosotros la muerte, y hasta la sensación de abandono de Dios. “Por qué me has abandonado”.
3.- Es totalmente de los “nuestros” menos en el pecado. O lo admitimos así o convertimos a la humanidad de Jesús en un robot manejado por la divinidad.
No seamos de los suyos que no le admiten como “nuestro” sino de los que le reciben, de los que “creyendo” en El como es, pasar a ser hijos y amigos de Dios, con los que Dios puede dialogar. Porque Dios los considera hijos suyos y herederos, y nosotros consideramos a Dios hermano nuestro y uno de nosotros.
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