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jueves, 9 de diciembre de 2010

III Domingo de Adviento (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: El nuevo comienzo



Juan no pretende hundir al pueblo en la desesperación. Al contrario, se siente llamado a invitar a todos a marchar al desierto para vivir una conversión radical, ser purificados en las aguas del Jordán y, una vez recibido el perdón, poder ingresar de nuevo en la tierra prometida para acoger la inminente llegada de Dios.

Dando ejemplo a todos, fue el primero en marchar al desierto. Deja su pequeña aldea y se dirige hacia una región deshabitada de la cuenca oriental del Jordán.

El lugar queda en la región de Perea, a las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella.

Al parecer, Juan había escogido cuidadosamente el lugar. Por una parte, se encontraba junto al río Jordán, donde había agua abundante para realizar el rito del «bautismo». Por lo demás, por aquella zona pasaba una importante vía comercial que iba desde Jerusalén a las regiones situadas al este del Jordán y por donde transitaba mucha gente a la que Juan podía gritar su mensaje. Hay, sin embargo, otra razón más profunda. El Bautista podía haber encontrado agua más abundante a orillas del lago de Genesaret. Se podía haber puesto en contacto con más gente en la ciudad de Jericó o en la misma Jerusalén, donde había pequeños estanques o miqwaot, tanto públicos como privados, para realizar cómodamente el rito bautismal. Pero el «desierto» escogido se encontraba frente a
Jericó, en el lugar preciso en que, según la tradición, el pueblo conducido por Josué había cruzado el río Jordán para entrar en la tierra prometida . La elección era intencionada.

Juan comienza a vivir allí como un «hombre del desierto». Lleva como vestido un manto de pelo de camello con un cinturón de cuero y se alimenta de langostas y miel silvestre . Esta forma elemental de vestir y alimentarse no se debe solo a su deseo de vivir una vida ascética y penitente. Apunta, más bien, al estilo de vida de un hombre que habita en el desierto y se alimenta de los productos espontáneos de una tierra no cultivada. Juan quiere recordar al pueblo la vida de Israel en el desierto, antes de su ingreso en la tierra que les iba a dar Dios en heredad.

Juan coloca de nuevo al pueblo «en el desierto». A las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella. La nueva liberación de Israel se tiene que iniciar allí donde había comenzado. El Bautista llama a la gente a situarse simbólicamente en el punto de partida, antes de cruzar el río. Lo mismo que la «primera generación del desierto», también ahora el pueblo ha de escuchar a Dios, purificarse en las aguas del Jordán y entrar renovado en el país de la paz y la salvación.

En este escenario evocador, Juan aparece como el profeta que llama a la conversión y ofrece el bautismo para el perdón de los pecados. Los evangelistas recurren a dos textos de la tradición bíblica para presentar su figura. Juan es la «voz que grita en el desierto: "Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos"». Esta es su tarea: ayudar al pueblo a prepararle el camino a Dios, que ya llega. Dicho de otra manera, es «el mensajero» que de nuevo guía a Israel por el desierto y lo vuelve a introducir en la tierra prometida.

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