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domingo, 23 de enero de 2011

La iglesia no es de los curas


A Pablo le informan de las divisiones y discordias que hay en Corinto. El problema de fondo es la falta de unidad. Las tensiones entre ricos y pobres, fuertes y débiles, y también las tendencias eclesiales: unos están más cercanos a Pedro, otros a Pablo, otros a Apolo. Pablo reacciona: «Os ruego, en nombre de Cristo, poneos de acuerdo...». La solución no era la falta de autoridad, no estaba en que Pedro o Pablo impusiesen su autoridad, sino en buscar la raíz del problema y, desde esa raíz, los mismos corintios quienes deben buscar la solución.
Este hecho se repitió en la Iglesia y se repite en la actualidad. Las divisiones actuales siguen produciendo dolor y escándalo, pero el día en que los cristianos sepamos pasar de la corteza al núcleo, de lo superficial a lo esencial, el día que pensemos en qué medida está Cristo en nosotros y en qué medida nos dejamos arrastrar por las ideas de los grupos que nos rodean, ese día las diferencias y divisiones comenzarán a desaparecer.
En la Iglesia hubo y hay personas, representantes de Dios, elevados a altísimas dignidades, a los que se les subió el poder a la cabeza y, en vez de representar a Dios, tratan de suplantarlo y de endiosarse ellos. No están al servicio de Dios y del prójimo, sino que lo utilizan para someter a los demás: es el clericalismo o apropiación indebida de la Iglesia por el clero, y la Iglesia es de Dios, no de los curas. Dios no es propiedad de nadie. De Dios no son los templos, ni los objetos religiosos, ni las ceremonias litúrgicas, ni los tesoros. Todo eso puede merecer respeto por la función que hace, pero no es de Dios.
Lo que sí es de Dios es la dignidad de la persona y sus derechos. Lo que sí es de Dios es el paro, el hambre de los pobres, las lágrimas de los que sufren, las persecuciones a quienes luchan por la justicia. Como dice esta semana nuestro arzobispo, monseñor Sanz Montes, refiriéndose a las catástrofes de Haití: «Dios, sin duda, que no estaba jugando al golf, haciendo turismo o podando bonsáis. Dios estaba en las víctimas, muriendo con ellas una vez más. Está en la gente que entrega su tiempo y su dinero para ayudar a sus hermanos: ahí están las manos de Dios repartiendo ternura, ahí sus labios con palabras consoladoras, ahí sus silencios cuando es callando como se dicen las mejores cosas».
En la actualidad, tenemos en la Iglesia bastantes divisiones, como en Corinto. Hay grupos a los que encasillamos como 'progres' o 'carcas', comunidades de base o integristas, capillitas, grupos de tal o de cual... Hoy, Pablo nos diría: «Cristo es lo esencial y no las personas que le predican».
Para un cristiano es fundamental: 1. La coherencia: cada uno en su vida personal o social tiene su forma de ser y de actuar. Puede militar en partidos y sindicatos de derechas o de izquierdas, en organizaciones vecinales y colaborar en el pueblo, en el barrio... siendo coherente con su fe. 2. La caridad: para no imponer a nadie unas opciones políticas ni excluir a nadie por las que tenga, y menos desde la Iglesia. La caridad implica que no pensemos que unos son más cristianos que otros por sus opiniones o ideas. Eso sería poner a Dios en nuestras argumentaciones políticas, sería quedarnos en la corteza y no llegar a la raíz.

Javier Vilumbrales, capellán del hospital de Jove, en El Comercio

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