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domingo, 23 de enero de 2011

“¿Puede una madre olvidarse del fruto de sus entrañas?”

Hace ya muchos años trabajé en una casa de Protección de Menores, donde se acogían niños y niñas de tres a doce años. Tengo un grato recuerdo de aquellos años todo y que se tenía que luchar contra viento y marea.
Un día se presentó una asistente social de la institución acompañando un padre con los tres hijos menores. La madre los había abandonado y el pobre hombre, que luego no resulto ser tan buen hombre, no sabía que hacer con los tres pequeños. Una niña de siete años una de cuatro y un niño de dos y medio. Dado el caso y para no tener que separar a los tres hermanitos, las asistentes sociales decidieron que se quedaran los tres juntos en la casa, aunque el niño no tenía la edad requerida. Y los dejaron ya al momento. No habían pasado la revisión de sanidad por lo que lo primero que teníamos que hacer era llevarlos al médico.
Nos repartimos un pequeño cada hermana para bañarlos y buscar la ropa conveniente. Yo tenía la mediana. Una vez aseada peinada y vestida le di un beso y la pequeña me abrazó fuertemente. En aquel abrazó sentí como una súplica: “No me abandones”. Entonces vinieron a mi pensamiento las palabras del profeta Isaías: “¿Puede una madre olvidarse del fruto de sus entrañas? Pues aunque tu madre te abandonara yo no te abandonaré jamás”. Ciertamente Dios nos tiene gravados en las palmas de sus manos. Es un gran consuelo. Pero para la infancia abandonada es muy duro que tus padres te abandonen. ¡Cuántas lágrimas no tuve que secar en aquella casa!

Texto: Hna. María Nuria Gaza.
Publicado por Mi Vocación

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