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miércoles, 2 de febrero de 2011

Homilías y Recursos para la Homilías: V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A

Publicado por Agustinos España
"VOSOTROS SOIS LA SAL Y LA LUZ DEL MUNDO"

En el evangelio de la misa de hoy, el Señor nos habla de nuestra responsabilidad ante el mundo: Ustedes son la sal de la tierra, Ustedes son la luz del mundo. Y esto nos lo dice a cada uno de nosotros. Nos los dice a todos los que estamos llamados a ser sus discípulos.

Los que por razones de salud deben comer sin sal, saben que las comidas sin sal son insípidas. Como la sal da sabor a las comidas, así los cristianos debemos penetrar al mundo con el sabor del Espíritu del Evangelio.

Debemos quitar el sabor amargo a un mundo que está en peligro de hundirse en el aburrimiento, la soledad, la frustración y la desesperación.

Debemos devolverle el sabor de una nueva esperanza y del amor cristiano.

Carne o pescado se pueden conservar con sal, para que no se corrompan. Los cristianos debemos preservar el mundo de la corrupción.

El Señor dice a sus discípulos que son la sal de la tierra porque preservan al mundo de la corrupción, pero como la sal, el cristiano se puede desvirtuar: entonces es un estorbo. Junto al pecado, es lo más triste que le puede ocurrir al hombre. La tibieza es una enfermedad del alma que afecta la inteligencia y la voluntad; empieza por frecuentes faltas y dejaciones culpables: Cristo queda lejano por tantos descuidos en detalles de amor.

Santo Tomás señala como característico de este estado “una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan”. La oración es más una carga soportada que un motor que empuja y ayuda a vencer las dificultades. Pensemos hoy si, ante las flaquezas y faltas de correspondencia a la gracia, nacen con prontitud los actos de contrición que reparan la brecha que había abierto el enemigo.

Pero no se puede confundir la tibieza con la aridez en los actos de piedad producida veces por el cansancio o la enfermedad, porque en ésta última la voluntad está firme en el bien y permanece la verdadera devoción. En la tibieza, por el contrario, la imaginación anda suelta, no se rechazan las distracciones voluntarias y se abandona la oración con la excusa de que no se saca fruto de ella. En cambio, la aridez, si Dios la permite, está llena de frutos y puede ser señal positiva de que el Señor desea purificar a esa alma. La verdadera piedad no depende del sentimiento, éste es ayuda y nada más, sino la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de los estados de ánimo ¡tan cambiantes!, Y guiarse por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe.

La mayor preocupación de Jesús es que los cristianos pierdan su sabor y fuerza, que pierdan el entusiasmo de la primera hora. La sal no puede dejar de salar. Es un absurdo pensar en una sal que no tenga sabor. Serviría sólo para tirarla.

Un cristiano que no asume su compromiso frente al mundo, es inútil.

Dice Jesús: “Ustedes son la luz del mundo”. Los cristianos estamos para disipar las tinieblas. Debemos ayudar a los hombres para que puedan vivir de verdad. El mundo grita por la luz de la justicia, la verdad y la paz.

Nuestro paso por la tierra no es indiferente: ayudamos a otros a encontrar a Cristo o los separamos de El; enriquecemos o empobrecemos. Es necesario tener vida interior, trato personal diario con Jesús, conocer cada vez con más su profundidad su doctrina, luchar con empeño por superar los propios defectos. El apostolado nace de un gran amor a Cristo. ¿Porqué los cristianos damos esa triste impresión de incapacidad para frenar la ola de corrupción que irrumpe contra la familia, la escuela, las instituciones? Solamente porque hemos dejado de ser la sal de la tierra y permitimos, por nuestra tibieza, que se propalen todo tipo de herejías y barbaridades. Cuando el amor se enfría y la fe se adormece, la sal se desvirtúa y ya no sirve para nada.

Acudamos a la Virgen, modelo perfecto de correspondencia amorosa a la vocación cristiana.

Y pidámosle Jesús hoy, a Él que es la verdadera “Sal” y la verdadera “Luz”, que siempre seamos destellos de esa “Sal” y esa “Luz”, para ayudar a transformar nuestra sociedad, dando con nuestros actos, “Gloria a Dios".



RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Ya en ocasiones precedentes (Epifanía del Señor y Tercer domingo ordinario) hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la "luz" en el misterio cristiano. Hoy lo hacemos bajo una nueva perspectiva: el cristiano es luz y debe iluminar a los hombres con el amor y la caridad. En estas palabras nos parece encontrar un tema que unifica las lecturas. El profeta Isaías nos dice que nuestra obscuridad se volverá luz cuando practiquemos las obras de misericordia y no cerremos nuestra alma a los sufrimientos de los necesitados. San Pablo en la primera carta a los corintios habla de una caridad aún más profunda: predicar la Palabra de Dios sin buscar la vanagloria humana. El evangelio, en cambio, nos ofrece tres metáforas que muestran que el cristiano debe sentirse comprometido con el mundo y no puede mantener la mirada ausente y distraída. Él se debe a los demás: Él es -debe ser- la luz que ilumina; él es la sal que no puede perder su sabor; él es la ciudad colocada a lo alto, que orienta y anuncia el camino. El tema de fondo está en ese amor cristiano que no se reserva, ni se recluye en el propio egoísmo, o en el miedo al sufrimiento, o en el propio interés. El cristiano se sabe, de algún modo, responsable del mundo y nada de lo propiamente humano -especialmente el sufrimiento- le es indiferente.


Mensaje doctrinal

1. Dios es luz y los cristianos deben comportarse como Hijos de la luz. Leemos en el salmo 36, 8.10: Oh Dios, ¡qué precioso tu amor! Por eso los hijos de Adán, a la sombra de tus alas se cobijan. En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz. Dios es luz, Dios es amor; en Él no hay tinieblas y en su luz nosotros vemos la luz y nos transformamos en luz, nos transfiguramos en luz. San Pablo subraya que el cristiano es una creatura nueva que ha pasado de las tinieblas a la luz: Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad(Ef 5, 8-9). Así pues, el cristiano, debe comportarse como Hijo de la luz, su tarea no es pequeña, ni indiferente. Su fe debe llevarlo a tomar parte con responsabilidad en las realidades temporales. Debe superar uno de los más graves errores de nuestra época: el divorcio entre la fe y la vida diaria (Cfr. Gaudium et spes 43). No es poco lo que Dios mismo ha puesto en sus manos, ni pequeña su responsabilidad en la construcción del mundo. Los frutos que debe dar como hijo de la luz son: amor, justicia y verdad. Los primeros cristianos, aun en medio de persecuciones, entendieron muy bien que tenían que ser luz. Sabían que eran un "pequeño rebaño" en medio de un mundo paganizado y sentían vivamente su responsabilidad de iluminar, de ser fermento y de comunicar la "buena nueva". Así lo testimonia la carta a Diogneto con espléndidos pasajes: "Lo que es el alma para el cuerpo, eso son para el mundo los cristianos. De la misma manera que el alma está en todos los miembros del cuerpo, así los cristianos están esparcidos por todas las ciudades del mundo" (2, 6) y un poco más adelante añade: "El lugar que Dios nuestro Señor nos ha señalado es tan hermoso que no se nos permite desertar de él" (6,10).

2. Nuestras obras deben brillar ante los hombres, para que den Gloria a Dios. El cristiano obra en el mundo y debe hacer que sus obras brillen ante los hombres, pero debe hacer esto con el único deseo de "dar Gloria a Dios". El discípulo de Cristo no puede buscar su propia gloria, sino la gloria del Padre celestial. Por ello, no existe contradicción entre las palabras del evangelio de este quinto domingo: alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria al Padre celestial. Y el texto de San Mateo en el capítulo 6,1: Guardaos de practicar vuestras buenas obras delante de los hombres para ser admirados. Las buenas obras deben brillar para que todos den gloria a Dios. Pero las buenas obras no son para que nos admiren, nos reconozcan o nos alaben. Todo eso es gloria y vanidad humana que se esfuma. El cristiano, por ello, debe ser un hombre humilde, un "hombre de Dios". Desprendido y olvidado de sí mismo. Como San Pablo debe hacer notar que "no se presenta ante el mundo con una sabiduría y persuasión humana, sino débil y sólo con el poder del Espíritu". Cuando el cristiano busca su propia gloria y el reconocimiento de las personas, su apostolado se desvirtúa, se convierte en sal que ha perdido su capacidad de dar sabor; se ha hecho luz que no ilumina; ciudad escondida que no sirve de orientación. Es honda la tentación de procurar la propia gloria por encima de la gloria de Dios.


Sugerencias pastorales

1. La responsabilidad ante el mundo. Las dramáticas realidades que hemos vivido en el umbral mismo del tercer milenio nos obligan a una reflexión sobre el sentido de la vida humana y sobre la tarea que, como cristianos, nos corresponde desempeñar en este mundo. El deseo natural del hombre de entender, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte, se ha agudizado dolorosamente por la amenaza de una derrota total de la civilización. Podemos decir que el sentido religioso del hombre se ha acentuado. El hombre busca un apoyo que dé seguridad a su existencia. Se trata de un momento dramático de la historia en el que el mundo espera de los cristianos una respuesta, una indicación, un testimonio que dé esperanza y razones para seguir viviendo. En la carta apostólica Nuovo Millenio Ineunte, el Papa escribía: "Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo". Es el mysterium lunae tan querido por la contemplación de los Padres, los cuales indicaron con esta imagen que la Iglesia dependía de Cristo, Sol del cual ella refleja la luz. Era un modo de expresar lo que Cristo mismo dice, al presentarse como "luz del mundo" (Jn 8,12) y al pedir a la vez a sus discípulos que fueran "la luz del mundo"(cf Mt 5,14). Ésta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos. (Nuovo Millennio Ineunte 54).

2. Ser luz es hacerse don para los demás. Hay personas que por su caridad sin límites cautivan nuestro aprecio y estima. Son sacerdotes, religiosos, hombres y mujeres consagrados, laicos... que viven en actitud de servicio desinteresado a los demás. Son personas que encontramos en los hospitales, en los hogares, en la escuela y en la industria, profesores y trabajadores, etc. Su caridad, a pesar de sus fallos personales, no tiene límites. Por una parte debemos abrir nuestros ojos a esta realidad y descubrir todo lo bello y bueno que hay en el mundo. Pero por otra parte, conscientes del mal y del pecado que acechan el corazón humano, debemos sentirnos llamados personalmente: ¿Soy yo también luz para mis hermanos, para las personas que conviven conmigo? ¿Soy sal que da una razón para vivir? ¿Mi vida es realmente un don para los demás? ¿Me doy cuenta de que mi vocación innata es el amor y mientras no ame estaré en la obscuridad, en la tristeza y desesperación? El gran peligro que nos acecha está dentro de nosotros y tiene un nombre: egoísmo. Cada uno, ante las amenazas del mundo moderno, debería redoblar esta convicción interior: yo tengo una misión en esta vida y esa misión es el amor. En mi familia, en mi trabajo, en la construcción de la sociedad civil, yo debo ser fermento de vida cristiana y de amor cristiano. Cada día, cada minuto que yo deje pasar por egoísmo o pereza, será un día perdido, una ocasión fallida. Por el contrario, cada acto de amor y caridad que yo haga, hará grande al mundo, revelará el rostro de Dios. "¿Podemos estar al margen -se pregunta el Papa casi con tono profético en la Carta Nuovo Millennio Ineunte- de los problemas que amenazan la paz, a menudo, con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al ataque de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños? Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible".(Nuovo Millennio Ineunte 51).

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