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miércoles, 2 de febrero de 2011

V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A: LUZ Y SAL PARA SALVAR AL MUNDO



1.- Se dice que hay gente que brilla con luz propia. Hay momentos en los que nuestra mirada se llena de luz y los demás pueden apreciarlo. Jesús nos acaba de decir que debemos ser luz del mundo y que esa huella luminosa sirva para atraer a quienes se alejan de la luz de Cristo o no la han conocido nunca. En otro lugar, el Maestro señala que si nuestros ojos están limpios, nuestra mirada esta llena de luz, será la luz y no la tiniebla lo que exista en nuestro interior. Pero también nos pide que seamos sal que dé sabor a nuestras vidas y a las de los demás. Son ejemplos claros, sencillos y potentes. Porque la oscuridad es, cuanto menos, un carencia grave que nos puede llevar al tropiezo permanente.

Todos hemos tenido problemas con la falta de luz. El otro día, por ejemplo, me desperté en la noche con ganas de ir al baño. No quise dar la luz y el remedio fue peor que la enfermedad. La oscuridad era total. Dormimos así. Me despisté completamente y no encontraba la puerta del baño. Y me choqué contra la librería que tengo, precisamente, en el ángulo opuesto. Y, claro, mi esposa se despertó y encendió la luz… Esto puede ser un tanto cómico. Pero la ausencia de luz es siempre un problema. Y lo era más en la antigüedad cuando la iluminación nocturna era muy precaria. Una vela o una antorcha, además, de no alumbrar mucho, producían un juego de luces y sombras que era causa de gran miedo, sobre todo para los más pequeños. Hoy, asimismo, utilizamos la noche para salir, para divertirnos y, en general, las ciudades parecen –como dice el tópico—un “ascua de luz”. Pero, igualmente, nos inquieta mucho cuando entramos en barrios o parajes mal iluminados, porque… de entre las sombras nos parece que puede salir cualquier peligro. O cuando una avería corta la electricidad en nuestras casas o en lugares que conocemos perfectamente… pero con luz.

2.- El ejemplo de la sal es también actual. Un alimento muy bien cocinado puede resultar difícil de tragar si está completamente soso. Incluso, a los occidentales nos cuesta trabajo acostumbrarnos a la cocina árabe u oriental que usa poco la sal y da sabor a los alimentos mediante condimentos y especias. Ser sal del mundo es hacer apetecible todo aquello que queremos mostrar y enseñar a nuestros hermanos. Además, desde el punto de vista histórico la sal no era solo un condimento. Se utilizaba como conservante de los alimentos para que no se pudieran y pudieran usarse durante largo tiempo. Hoy todavía es así. Y ahí están los salazones de pescado o las carnes que se curan con sal. Pero en tiempos de Jesús la sal era, casi, el único agente conservante. La sal, finalmente, ha sido –y siguiendo siendo—un bien escaso en muchas zonas del mundo y tiene un valor muy alto.

3.- Jesús de Nazaret buscaba siempre ideas y figuras muy pegadas a la realidad y a la vida cotidiana. Y al poner los ejemplos de la luz y de la sal sabía que sus oyentes lo iban a entender enseguida. Nosotros mismo, más de dos mil años después, entendemos perfectamente esos ejemplos, aunque la luz sea menos escasa y la sal menos preciada. Pero tanto da. El mensaje que nos da el Maestro es que tenemos que brillar entre la gente que espera una solución a sus problemas y que, además, sepamos comunicar un sabor adecuado a sus vidas. Nos está enviando a evangelizar, a transmitir su Palabra, a dar ejemplo. Y hoy, más que nunca, es necesario que salgamos al mundo para cambiarlo, para hacerlo menos duro e inhóspito. El eco de las palabras del Señor, el domingo pasado con las bienaventuranzas, nos marca el camino exacto.

4.- Isaías, a su vez, complementa en la primera lectura, la misión que nos pide Nuestro Señor Jesucristo: nuestra luz surge del apoyo al pobre, al desvalido, al hambriento. No son palabras, solamente, lo que necesita la gente y, sobre todo, la gente más necesitada. Nuestros hermanos están esperando ayuda urgente. Y hoy más que nunca porque vivimos una crisis económica que está cambiado el diseño de nuestra propia sociedad. Son, ya, pobres aquellos que nunca pudieron suponer que el infortunio de la falta de trabajo en toda una familia iba a llevarles a vivir de la caridad de los hermanos. Y una vez resueltos sus problemas básicos es cuando deben ver nuestra luz en nuestra cercanía, en nuestra solidaridad.

5.- Pero no se trata de que seamos superhombres o mujeres de notable fortaleza. No se trata de que exhibamos una fuerza casi soberbia en nuestro discurso, en nuestro ejercicio de evangelización. Pablo nos lo ha dicho claramente en su Carta a los fieles de Corinto. Ha sido Dios Padre, y el Señor Jesús, que valiéndose de la debilidad del Apóstol del los Gentiles, ha lanzado la Palabra como espada cortante, de dos filos, que penetra con facilidad en el alma agotada de los que más sufren o de aquellos que la vida les ha endurecido hasta estar completamente sordos. Lo que, hoy, el Señor Jesús quiere transmitirnos es la urgente necesidad de que no ocultemos la luz que Él nos ha comunicado. Su Palabra que ha hecho el milagro de que nosotros sepamos marcar –con humildad y conocimiento de nuestra debilidad manifiesta—a otros el camino a seguir. Somos, porque el Señor lo ha querido, instrumentos suyos y no podemos ni meter nuestra luz debajo de la cama, ni olvidar la sal en algún lugar recóndito de nuestra cocina. La responsabilidad nuestra hoy, queridos hermanos, es grande y acuciante. Muchos hermanos y hermanas nuestros necesitan que les comuniquemos el camino de la alegría, de la luz brillante, de un mundo sabroso, bien condimentado, que es lo que nos ofrece la Palabra del Señor. Nuestra responsabilidad es grande y el trabajo previsto muy duro, dado como están las cosas en nuestro mundo actual. Pero la debilidad evidente que hay en nuestros corazones está apoyada por la mirada franca y la sonrisa amplia de Nuestro Señor Jesús.

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