Por Ron Rolheiser
¡No habían entendido lo de los panes…! Los Evangelios emplean esas palabras para describir la muchedumbre a la que Jesús había alimentado milagrosamente con cinco panes de cebada y dos peces. Comieron, pero no entendieron. ¿Qué es lo que no entendieron?
He aquí la historia: Jesús había estado predicando a una gran muchedumbre –varios miles de personas. Pero se encontraban en un lugar apartado, y para entonces la gente llevaba ya mucho tiempo sin comer. Naturalmente, tenían hambre. De hecho, estaban tan muertos de hambre, que les faltaban las fuerzas para regresar a sus propios pueblos y aldeas. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron si no tendrían que ir a algunos poblados vecinos para comprar comida para la muchedumbre. Pero Jesús les propuso, en cambio, que ellos mismos dieran de comer a la gente. Le replicaron que tenían poquísima comida, casi nada. Jesús les preguntó qué era lo que en realidad tenían. Su respuesta fue: “Sólo dos panes de cebada y dos peces”. Y a continuación preguntaron: ¿Qué es eso para tanta gente? La ecuación es desesperante: Tan poca comida, tanta gente.
Y, así pues, Jesús les pidió que le llevaran los panes y los peces. Bendijo la comida y pidió a los discípulos que la distribuyeran a los miles de hambrientos. Conocemos el resto de la historia: Repartieron la comida; todos comieron lo que quisieron, y después recogieron doce canastas de pedazos sobrantes. Y la muchedumbre se quedó impresionada, tanto que de hecho al día siguiente siguieron a Jesús alrededor del lago, esperando otra comilona parecida. Jesús, por su parte, se entristeció por su falta de comprensión profunda: No habían entendido lo de los panes.
¿Qué es, pues, lo que no habían entendido? Dos cosas:
Primera: Cuando al principio los discípulos se acercan a Jesús y le preguntan si habrían de ir a los poblados vecinos para comprar pan, su pregunta muestra que no son conscientes de que están hablando con el “pan de vida”. Están en presencia de quien es el objeto de todo tipo de hambre del mundo y en presencia de aquel cuya generosidad no tiene límite ni fin. Sin embargo, quieren ir a comprar comida en otra parte. La lección: ¡Cuando estás con el “pan de vida”, no necesitas ir a otra parte a comprar alimento, o cualquier otra cosa! Tienes a mano todos los recursos que necesitas para calmar todo tipo de hambre.
La decisión de los discípulos de ir a comprar comida en otra parte deja al descubierto su falta de conciencia sobre esto. No veían la incongruencia y la ironía que su petición suponía: Jesús es el “pan de vida”, alimento para la vida del mundo, y le preguntan si habrían de ir a otra parte para comprar lo necesario para alimentar a la muchedumbre…
El segundo punto que no entendieron fue el sentido de la ecuación: tan poca comida – tanta gente. Unos cuantos panecillos de pan y un poco de pescado son totalmente insuficientes para alimentar a una muchedumbre de miles de personas. Va contra el sentido común el pensar una comida tan extremamente escasa para tanta gente. ¿Cómo pueden alimentar cinco panes y dos peces a una muchedumbre de miles de personas?
A veces predicadores de homilía han tratado de explicar, con la mejor intención, lo que podría haber sucedido, sugiriendo que la invitación de Jesús a compartir movió a la gente a poner en común los recursos de comida que cada uno habría llevado consigo y que guardaba personalmente y, cuando todos compartieron lo que cada uno tenía, todos comieron y aún hubo comida de sobra. Semejante homilía tiene su buen mensaje peculiar, pero el punto fuerte de la historia es precisamente lo desesperado de la ecuación. Fundamentalmente, los recursos del Evangelio parecen siempre totalmente menguados por el poder del mundo, el hambre del mundo, el pecado del mundo y los recursos que el mundo mismo parece ofrecer.
Los cinco panes y los dos peces, repartidos para alimentar a una muchedumbre de miles de personas, son el equivalente evangélico de la famosa historia de las Escritura judía del joven pastor, David, enfrentando de pie al gigante Goliat: Un muchacho, descalzo, agarrando con sus manos un juguete, una honda, de pie frente a un gigante, soldado bien entrenado, vestido con coraza de hierro, junto a un portador de espada llevando sus armas, es también una ecuación imposible: Tan poco poder contra tanta fuerza. Pero el muchacho triunfa, porque Dios está de su lado. Lo mismo ocurre con los panes y los peces.
¿Qué tenemos que comprender, pues, sobre los panes? Debemos aprender que estamos con el “pan de vida”; tenemos ya todo lo que necesitamos para dar de comer a la multitud. No necesitamos ir a ningún sitio para comprar nada. Ya tenemos los recursos: aun cuando, en apariencia, esos recursos siempre parecerán como superados, inútiles, mezquinos, absurdos, ilusos, nostálgicos. A primera vista, invariablemente, nos pareceremos a David frente a Goliat, enclenques y canijos, inútiles, que dan lástima, no preparados para la tarea de derrotar a un gigante o de dar suficiente alimento a un mundo hambriento con ganas de comer.
El reto está en lanzar los dados sobre la realidad del Evangelio y aprovechar la oportunidad. ¡El Evangelio funciona! Es suficiente para la tarea, tanto para dar de comer al mundo como para derrotar al gigante. Sólo se necesita confiar en él.
He aquí la historia: Jesús había estado predicando a una gran muchedumbre –varios miles de personas. Pero se encontraban en un lugar apartado, y para entonces la gente llevaba ya mucho tiempo sin comer. Naturalmente, tenían hambre. De hecho, estaban tan muertos de hambre, que les faltaban las fuerzas para regresar a sus propios pueblos y aldeas. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron si no tendrían que ir a algunos poblados vecinos para comprar comida para la muchedumbre. Pero Jesús les propuso, en cambio, que ellos mismos dieran de comer a la gente. Le replicaron que tenían poquísima comida, casi nada. Jesús les preguntó qué era lo que en realidad tenían. Su respuesta fue: “Sólo dos panes de cebada y dos peces”. Y a continuación preguntaron: ¿Qué es eso para tanta gente? La ecuación es desesperante: Tan poca comida, tanta gente.
Y, así pues, Jesús les pidió que le llevaran los panes y los peces. Bendijo la comida y pidió a los discípulos que la distribuyeran a los miles de hambrientos. Conocemos el resto de la historia: Repartieron la comida; todos comieron lo que quisieron, y después recogieron doce canastas de pedazos sobrantes. Y la muchedumbre se quedó impresionada, tanto que de hecho al día siguiente siguieron a Jesús alrededor del lago, esperando otra comilona parecida. Jesús, por su parte, se entristeció por su falta de comprensión profunda: No habían entendido lo de los panes.
¿Qué es, pues, lo que no habían entendido? Dos cosas:
Primera: Cuando al principio los discípulos se acercan a Jesús y le preguntan si habrían de ir a los poblados vecinos para comprar pan, su pregunta muestra que no son conscientes de que están hablando con el “pan de vida”. Están en presencia de quien es el objeto de todo tipo de hambre del mundo y en presencia de aquel cuya generosidad no tiene límite ni fin. Sin embargo, quieren ir a comprar comida en otra parte. La lección: ¡Cuando estás con el “pan de vida”, no necesitas ir a otra parte a comprar alimento, o cualquier otra cosa! Tienes a mano todos los recursos que necesitas para calmar todo tipo de hambre.
La decisión de los discípulos de ir a comprar comida en otra parte deja al descubierto su falta de conciencia sobre esto. No veían la incongruencia y la ironía que su petición suponía: Jesús es el “pan de vida”, alimento para la vida del mundo, y le preguntan si habrían de ir a otra parte para comprar lo necesario para alimentar a la muchedumbre…
El segundo punto que no entendieron fue el sentido de la ecuación: tan poca comida – tanta gente. Unos cuantos panecillos de pan y un poco de pescado son totalmente insuficientes para alimentar a una muchedumbre de miles de personas. Va contra el sentido común el pensar una comida tan extremamente escasa para tanta gente. ¿Cómo pueden alimentar cinco panes y dos peces a una muchedumbre de miles de personas?
A veces predicadores de homilía han tratado de explicar, con la mejor intención, lo que podría haber sucedido, sugiriendo que la invitación de Jesús a compartir movió a la gente a poner en común los recursos de comida que cada uno habría llevado consigo y que guardaba personalmente y, cuando todos compartieron lo que cada uno tenía, todos comieron y aún hubo comida de sobra. Semejante homilía tiene su buen mensaje peculiar, pero el punto fuerte de la historia es precisamente lo desesperado de la ecuación. Fundamentalmente, los recursos del Evangelio parecen siempre totalmente menguados por el poder del mundo, el hambre del mundo, el pecado del mundo y los recursos que el mundo mismo parece ofrecer.
Los cinco panes y los dos peces, repartidos para alimentar a una muchedumbre de miles de personas, son el equivalente evangélico de la famosa historia de las Escritura judía del joven pastor, David, enfrentando de pie al gigante Goliat: Un muchacho, descalzo, agarrando con sus manos un juguete, una honda, de pie frente a un gigante, soldado bien entrenado, vestido con coraza de hierro, junto a un portador de espada llevando sus armas, es también una ecuación imposible: Tan poco poder contra tanta fuerza. Pero el muchacho triunfa, porque Dios está de su lado. Lo mismo ocurre con los panes y los peces.
¿Qué tenemos que comprender, pues, sobre los panes? Debemos aprender que estamos con el “pan de vida”; tenemos ya todo lo que necesitamos para dar de comer a la multitud. No necesitamos ir a ningún sitio para comprar nada. Ya tenemos los recursos: aun cuando, en apariencia, esos recursos siempre parecerán como superados, inútiles, mezquinos, absurdos, ilusos, nostálgicos. A primera vista, invariablemente, nos pareceremos a David frente a Goliat, enclenques y canijos, inútiles, que dan lástima, no preparados para la tarea de derrotar a un gigante o de dar suficiente alimento a un mundo hambriento con ganas de comer.
El reto está en lanzar los dados sobre la realidad del Evangelio y aprovechar la oportunidad. ¡El Evangelio funciona! Es suficiente para la tarea, tanto para dar de comer al mundo como para derrotar al gigante. Sólo se necesita confiar en él.
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