Publicado por Entra y Verás
La luz de la fidelidad de el día a día. Quien se sabe limitado pero quiere ser mejor. Quien da a Dios el timón de su vida por encima del egoísmo y el orgullo que lo impide, ese asciende el Tabor, pierde las costras que no le dejan trasparentar que es portador de luz, antorcha de vida encendida en Dios.
Llenar un vaso de luz quizá sea una frase bonita para los aficionados a la metáfora o quien sabe si un buen eslogan publicitario para una bebida con bastantes burbujas. Desconozco, por otra parte, si se puede lograr que el barro sea traslúcido sin dejar de ser barro.
En el evangelio nos encontramos con un episodio semejante al de estas metáforas. Jesús, vaso de barro amasado por Dios y bañado en ternura, como cada uno de nosotros, aparece lleno, rebosante de luz, en medio de Moisés, el representante de la ley antigua, y de Elías, el profeta. Y todo sucede en el monte, el lugar del encuentro con Dios. El monte de la fidelidad, el Tabor, es muy distinto de la montaña altísima a la que el Diablo llevaba a Jesús el domingo pasado. Aquel era el monte del engaño, del halago, del poder que destruye al hombre y a los hombres. Esta preciosa catequesis no es sino una inyección de moral, un adelanto de lo que sucederá después de esta vida. En el fondo: una llamada a la fidelidad.
La palabra fidelidad puede que a veces nos dé un tanto de miedo, como si nos pesase demasiado la responsabilidad, y nos sintiésemos abrumados por el peso de ser limitados e imperfectos, nos sentimos incapaces... Pero, ¿quién dijo que tenemos que ser invulnerables? No tenemos que ser superhéroes, invencibles, increíbles o magníficos... Para seguir a Dios, para vivir el Evangelio, basta con poner nuestra debilidad, a tiro para que Él haga de ella fortaleza. Basta con dejar que nuestro barro frágil se llene de su palabra, que su luz ilumine nuestra fragilidad, para que así brille en nuestro mundo la esperanza... El que es fiel y se va construyendo según el designio de Dios, va tallando y transfigurando su vida, rehaciendo su realidad personal, llenando su vaso de luz, adquiriendo transparencia a pesar de ser barro, transformando el rostro deforme por los golpes de la vida, en una presencia hermosa y cambiando el vestido de harapos del día a día, por un vestido nuevo, blanco, brillante, de fiesta, de plenitud. Así nos lo describe el Evangelio de hoy: «Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz».
No podemos olvidar la reacción de Pedro: Maestro ¡Qué hermoso es estar aquí! pues es una reacción lógica y nada extraña a nosotros. Levantaos no temáis, dice Jesús, estamos llamados a manifestar a Dios más allá de nuestras limitaciones, fatigas, decepciones. Jesús tenía que descender del Tabor camino de Jerusalén y encontrarse con la realidad, con el sufrimiento, con la vida. Nosotros nos encontramos muy bien en nuestra tierra pero tenemos que salir, como Abraham, y fiarnos de Dios. La fidelidad es más complicada que cumplir unas normas. La fidelidad es un modo de vida en seguimiento y compromiso constante. La contemplación debe ir emparejada con la misión sino no sirve de nada.
Quizá a lo largo de la Cuaresma busquemos experiencias de transformación interior, ser transparentes, traslúcidos…; pero solemos encontrarnos con un gran enemigo: nuestro yo y nos construimos una espiritualidad a la carta. Sin embargo, todos supongo, tenemos experiencias de cómo la vida ha ido transformándonos sin que nosotros hayamos elegido esas experiencias. No debemos buscar remedios mágicos sino salir de nuestra tierra, ponernos en manos de Dios. Para nuestra vida, si la vivimos con fidelidad, hay un horizonte, una esperanza, una posibilidad radiante. La vida vivida en serio tiene un futuro de plenitud. El esfuerzo por vivir en comunión con Dios y entregados a los demás no queda baldío. De esta forma se escala cada día la montaña de la transfiguración.
Tras la Cuaresma llega la Pascua. Y en medio de las dificultades una voz nos marca el camino a seguir: Escuchadle. La vida es un camino de felicidad y hacia la felicidad. No tenemos que pasarlas canutas para llegar al Tabor, pero la fidelidad a Dios implica profecía y eso acarrea problemas.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Llenar un vaso de luz quizá sea una frase bonita para los aficionados a la metáfora o quien sabe si un buen eslogan publicitario para una bebida con bastantes burbujas. Desconozco, por otra parte, si se puede lograr que el barro sea traslúcido sin dejar de ser barro.
En el evangelio nos encontramos con un episodio semejante al de estas metáforas. Jesús, vaso de barro amasado por Dios y bañado en ternura, como cada uno de nosotros, aparece lleno, rebosante de luz, en medio de Moisés, el representante de la ley antigua, y de Elías, el profeta. Y todo sucede en el monte, el lugar del encuentro con Dios. El monte de la fidelidad, el Tabor, es muy distinto de la montaña altísima a la que el Diablo llevaba a Jesús el domingo pasado. Aquel era el monte del engaño, del halago, del poder que destruye al hombre y a los hombres. Esta preciosa catequesis no es sino una inyección de moral, un adelanto de lo que sucederá después de esta vida. En el fondo: una llamada a la fidelidad.
La palabra fidelidad puede que a veces nos dé un tanto de miedo, como si nos pesase demasiado la responsabilidad, y nos sintiésemos abrumados por el peso de ser limitados e imperfectos, nos sentimos incapaces... Pero, ¿quién dijo que tenemos que ser invulnerables? No tenemos que ser superhéroes, invencibles, increíbles o magníficos... Para seguir a Dios, para vivir el Evangelio, basta con poner nuestra debilidad, a tiro para que Él haga de ella fortaleza. Basta con dejar que nuestro barro frágil se llene de su palabra, que su luz ilumine nuestra fragilidad, para que así brille en nuestro mundo la esperanza... El que es fiel y se va construyendo según el designio de Dios, va tallando y transfigurando su vida, rehaciendo su realidad personal, llenando su vaso de luz, adquiriendo transparencia a pesar de ser barro, transformando el rostro deforme por los golpes de la vida, en una presencia hermosa y cambiando el vestido de harapos del día a día, por un vestido nuevo, blanco, brillante, de fiesta, de plenitud. Así nos lo describe el Evangelio de hoy: «Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz».
No podemos olvidar la reacción de Pedro: Maestro ¡Qué hermoso es estar aquí! pues es una reacción lógica y nada extraña a nosotros. Levantaos no temáis, dice Jesús, estamos llamados a manifestar a Dios más allá de nuestras limitaciones, fatigas, decepciones. Jesús tenía que descender del Tabor camino de Jerusalén y encontrarse con la realidad, con el sufrimiento, con la vida. Nosotros nos encontramos muy bien en nuestra tierra pero tenemos que salir, como Abraham, y fiarnos de Dios. La fidelidad es más complicada que cumplir unas normas. La fidelidad es un modo de vida en seguimiento y compromiso constante. La contemplación debe ir emparejada con la misión sino no sirve de nada.
Quizá a lo largo de la Cuaresma busquemos experiencias de transformación interior, ser transparentes, traslúcidos…; pero solemos encontrarnos con un gran enemigo: nuestro yo y nos construimos una espiritualidad a la carta. Sin embargo, todos supongo, tenemos experiencias de cómo la vida ha ido transformándonos sin que nosotros hayamos elegido esas experiencias. No debemos buscar remedios mágicos sino salir de nuestra tierra, ponernos en manos de Dios. Para nuestra vida, si la vivimos con fidelidad, hay un horizonte, una esperanza, una posibilidad radiante. La vida vivida en serio tiene un futuro de plenitud. El esfuerzo por vivir en comunión con Dios y entregados a los demás no queda baldío. De esta forma se escala cada día la montaña de la transfiguración.
Tras la Cuaresma llega la Pascua. Y en medio de las dificultades una voz nos marca el camino a seguir: Escuchadle. La vida es un camino de felicidad y hacia la felicidad. No tenemos que pasarlas canutas para llegar al Tabor, pero la fidelidad a Dios implica profecía y eso acarrea problemas.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario