Publicado por El Blog de X. Pikaza
Ayer he presentado la primera parte del pasaje de la Transfiguración según el Evangelio de Marcos (Mc 9, 2-9). Pero el texto entero (Mc 9, 2-29) consta de tres partes, como ha puesto de relieve toda la tradición cristiana, y como puede verse en el famoso Icono de la Transfiguración que pintó Rafael, un icono/cuadro que se encuentra en las Estancias del Vaticano (y que ha sido reproducido en forma de mosaico en uno de los pilares de gran basílica).
Esas tres partes marcan las tres dimensiones de la iglesia y su tarea actual, como indicaremos, retomando los motivos de ayer, tal como ha indicado ya el comentario de Galetel. Éste es el oficio de Jesús y de sus discípulos en la Iglesia:
a) Ellos han de subir al monte para encontrar al Dios de la gloria, que se manifiesta en Jesús, con Elías y Moisés, los profetas y la ley.
b) Pero tanto como subir importa bajar... No quedarse en el monte de la contemplación y de la gloria, de los dogmas separados de la vida, de lo poderes sagrados. Bajar del monte, aprender a entregar la vida con Jesús, a favor de los más pobres.
c) E importa, sobre todo, encontrarse con la gente real, con los padres que no logran "educar" a los hijos, con los hijos (jóvenes) en riesgo de locura. Son muchos los "eclesiásticos de arriba" que no se han enfrentado nunca con la tragedia real de la vida, con los adolescentes rotos, con su falta de palabra y de comunicación, con su riesgo de locura, en un un mundo que hemos hecho nosotros, los mayores. Son muchos los que sólo conocen palabras de ley y de condena... o de discusión con los escribas de turno (de dentro o fuera de la iglesia).
Éste es el tema: subir para bajar, para encontrarse con la vida real, con los lunáticos de turno, con los padres impotentes... Bajar y sentarse en el llano, dialogar, compartir... Sólo entonces se podrá curar: ayudando a los niños y adolescentes que corren el riesgo de perderse, se trata de ayudar a que los padres puedan ser verdaderamente padres (padre y madre), en un día como hoy, en que la Iglesia celebra la fiesta de San José.
Hay casos en los que (como sucede con el tema del Padre Manel a quien acusan de haber sabido escuchar a jóvenes con problemas) da la impresión de que algunos del monte sólo saben dictar leyes y preparar excomuniones. Bajar, bajar a los duros valles de la vida con la luz del evangelio. Ése es el tema del día de hoy, la Transfiguración de Jesús, a quien José tuvo que enseñar cosas como éstas. Éste es el tema de un día como hoy en el que queremos recordar a los miles y millones de cristianos que (empezando por curas y monjas) saben bajar del monte y están acompañando y curando de forma real a los que más sufren en este mundo donde nos amenaza a todos la locura.
Los tres planos del icono
Jesús ha iniciado su ascenso hacia Jerusalén y de esa forma está abriendo, con su propia entrega pascual, un camino de vida y amor donde se vinculan la plegaria y la solidaridad, la contemplación y la acción.
1. Arriba, en la montaña de la anticipación pascual, se encuentra Jesús con sus tres discípulos privilegiados, Pedro, Santiago y Juan (9,2-8). Jesús se va transfigurado; descubren en su rostro la gloria de Dios y en su figura la culminación de todas las promesas de lo humano: ha llegado la nueva familia de Dios sobre la tierra.
Pero el mismo texto evangelio rectifica esa impresión y dice que se trata de una plegaria egoísta e ignorante: Pedro (la gran iglesia del brillo del templo y del poder religioso) pretende permanecer allí por siempre, en tres tabernáculos, en eterna fiesta (imposición) de separación y gozo, con el Jesús de la gloria (y con Moisés y Elías). Que los otros, los hombres y mujeres sufrientes que han quedado abajo, en el valle de locura y discusión del mundo, sigan sufriendo, continúen pervertidos. ¿Qué importa eso?
Ellos, los privilegiados del monte (Padre, Santiago, Juan) participan ya de la oración perfecta de la gloria, con los privilegiados de la antigüedad (Moisés, Elías y Jesús). Esta es su oración suprema, este el Tabor donde culmina una experiencia de la santidad interpretada como descubrimiento misterioso de Dios en Jesucristo y separación del mundo.. Su Tabor de oración, su "santidad" visionaria estaba hecha de egoísmo y la ignorancia.
2. En el intermedio (descenso comprometido) oímos el diálogo de Jesús con sus discípulos (9,9-13). No han quedado arriba, como quería el ignorante Pedro. La voz del Padre Dios (¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!: 9,7), les ha despertado de ese sueño de oración y les vuelve a colocar , pequeños, caminantes, ante la exigencia de entrega de Jesús que les hace bajar de la montaña y, a medida que se acercan al valle de la problemática humana, les va revelando su más honda tarea: no pueden hablar de lo que han visto, no pueden entenderlo, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos (9,10).
La gloria del Tabor adquiere su sentido y se vuelve experiencia cristiana allí donde se asume el camino de muerte del Cristo, allí donde se ayuda a los pobres de la historia, a los niños locos, a los excluí dos de la socieadd. Sólo en esta perspectiva de silencio se vuelve comprensible la pregunta por la resurrección de entre los muertos y por la llegada previa de Elías (9,11). La resurrección del Tabor va vinculada al camino de entrega por los otros.
La Iglesia del monte no tiene sentido si queda cerrada en sí misma, encerrada en sus sueños de poder y de gloria... Los tres de arriba (Pedro, Juan, Santiago, todos los grandes jerarcas y orantes) tienen que bajar al valle oscuro de la realidad, enfrentarse con los locos, los expulsados, los que sufren los diversos males de la historia real, no para acusarles, sino para ayudarle. . Un obispo que no baja, que no conoce por experiencia real, directa, inmediata (no de oídas,no por documentos) el dolor real de los expulsados y locos no es cristiano.
3- Abajo han quedado los otros nueve discípulos del Cristo, que luchan impotentes contra el niño del "demonio mudo" (9,14-29). Así venimos, de un modo muy normal, del sufrimiento del Hijo del Hombre (que ha de ser negado y rechazado) a la cruz concreta de este hijo endemoniado y de su padre impotente. Esta es la verdad de nuestra historia, este el rostro atormentado de la humanidad, condensada en un hijo y un padre que no logran comunicarse.
Los discípulos de Jesús discuten con los escribas, en medio de una multitud ansiosa, expentante, y mientras tanto el niño sufre, el padre se angustia. Unos y otros representan la religión inútil de las leyes e ideales vacíos, del ritualismo muerto, de la ideología impotente; son la familia impositiva, mentirosa, de la vieja tierra (9,14-19). Pero viene Jesús con los tres discípulos que le han acompañado a la montaña. Las cosas van a cambiar.
La Tragedia de la humanidad, la impotencia de la Iglesia
Ésta es la tragedia de la humanidad, éste el problema de la iglesia, el de subir y bajar, del Tabor al Valle de la muerte, para escuchar, acoger y compartir su vida (la vida de Dios) con todos los que sufren el gran riesgo de la locura, propia de este tiempo (de siempre).
Los visionarios del monte piensan que han hallado a Dios, que han visto su misterio; por eso quiere quedarse allí, haciendo tres tabernáculos sagrados donde pueden descansar ya para siempre con el Cristo transfigurado, sin introducirse en la pasión del mundo, sin pasar por la complejidad de la historia, olvidando todos los problemas (disputas, locuras) de este mundo viejo.
Por su parte, los inútiles del llano disputan y razonan con todos los escribas de la historia, pero sus razones y gritos no consiguen curar al niño enfermo.
Éste es el divorcio de la historia, la ruptura entre una oración sin vida (los de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen).
Los de arriba desean una casa de recogimiento y de poder particular, tabernáculos santos dónde solo se escucha una oración sin compromiso con el mundo. Los de abajo no tienen casa permanente sino disputa con los escribas y el padre del niño enfermo. En cierto sentido, estos últimos son más coherentes, pues al menos saben que existe opresión sobre la tierra; en torno a ella discuten. Conocen algo del dolor del mundo, mientras los de arriba parecen ignorarlo.
En medio de esa escisión de los discípulos se extiende la tragedia de la historia representada por el padre y el niño enfermo. Sólo Jesús puede superarla, bajando con los discípulos orantes hasta el valle de locura y discusión, para curar al niño y decir a los discípulos de abajo que este tipo de demonios sólo pueden expulsarse con oración (9,29).
1. Arriba está Jesús, el Hijo verdadero, culminando un camino iniciado por la ley (Moisés) y los profetas (Elías), rodeado de testigos que miran ignorantes su misterio, mientras quieren quedar allí por siempre. Ellos no saben expandir la casa de la vida; quieren cerrarse en tres tiendas "sagradas" y eternas. Sólo Dios sabe, define y constituye el sentido de Jesús, en clave de familia, en palabra de ratificación pública de su paternidad. Dios había dicho ya a Jesús, en intimidad personal: ¡Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido! (1,11). Ahora expande esa palabra en forma abierta, para que la iglesia entera lo reciba y actúa en consecuencia: ¡Este es mi Hijo amado, escuchadle! (9,7).
Esto significa que el misterio de la transfiguración debe expandirse, de forma que todos acogen y escuchen a Jesús, conforme a la voz de Dios. Esta revelación superior (voz de la nube) desvela, al mismo tiempo, la paternidad bondadosa de Dios y el poder creador (salvador) de la palabra de Jesús, a quien constituye Hijo querido.
2. Abajo, en cambio, hay un padre impotente: un hombre que no puede creer en el hijo, ni transmitirle su palabra (cf 9,17-24). La tragedia de la escena está en el hecho de que el padre humano no consigue decir a su hijo enfermo lo que el Padre Dios dice a Jesús al llamarle mi Hijo amado. Por eso, toda la actuación de Jesús ha de entenderse como terapia paterna: quiere que el padre confíe, acepte a su hijo y le quiera (le crea), llamándole agapêtos, querido, traduciendo a´si en la tierra el misterio del Dios del reino de Jesús .Este es el tema: un padre incrédulo, un hijo loco, incomunicados entre sí, en medio de unos profesionales de la religión (escribas, discípulos inútiles del Cristo) que no saben más que discutir entre sí. En el centro de la tierra queda una familia rota, una sociedad impotente, entregada a las disputas estériles.
Esas tres partes marcan las tres dimensiones de la iglesia y su tarea actual, como indicaremos, retomando los motivos de ayer, tal como ha indicado ya el comentario de Galetel. Éste es el oficio de Jesús y de sus discípulos en la Iglesia:
a) Ellos han de subir al monte para encontrar al Dios de la gloria, que se manifiesta en Jesús, con Elías y Moisés, los profetas y la ley.
b) Pero tanto como subir importa bajar... No quedarse en el monte de la contemplación y de la gloria, de los dogmas separados de la vida, de lo poderes sagrados. Bajar del monte, aprender a entregar la vida con Jesús, a favor de los más pobres.
c) E importa, sobre todo, encontrarse con la gente real, con los padres que no logran "educar" a los hijos, con los hijos (jóvenes) en riesgo de locura. Son muchos los "eclesiásticos de arriba" que no se han enfrentado nunca con la tragedia real de la vida, con los adolescentes rotos, con su falta de palabra y de comunicación, con su riesgo de locura, en un un mundo que hemos hecho nosotros, los mayores. Son muchos los que sólo conocen palabras de ley y de condena... o de discusión con los escribas de turno (de dentro o fuera de la iglesia).
Éste es el tema: subir para bajar, para encontrarse con la vida real, con los lunáticos de turno, con los padres impotentes... Bajar y sentarse en el llano, dialogar, compartir... Sólo entonces se podrá curar: ayudando a los niños y adolescentes que corren el riesgo de perderse, se trata de ayudar a que los padres puedan ser verdaderamente padres (padre y madre), en un día como hoy, en que la Iglesia celebra la fiesta de San José.
Hay casos en los que (como sucede con el tema del Padre Manel a quien acusan de haber sabido escuchar a jóvenes con problemas) da la impresión de que algunos del monte sólo saben dictar leyes y preparar excomuniones. Bajar, bajar a los duros valles de la vida con la luz del evangelio. Ése es el tema del día de hoy, la Transfiguración de Jesús, a quien José tuvo que enseñar cosas como éstas. Éste es el tema de un día como hoy en el que queremos recordar a los miles y millones de cristianos que (empezando por curas y monjas) saben bajar del monte y están acompañando y curando de forma real a los que más sufren en este mundo donde nos amenaza a todos la locura.
Los tres planos del icono
Jesús ha iniciado su ascenso hacia Jerusalén y de esa forma está abriendo, con su propia entrega pascual, un camino de vida y amor donde se vinculan la plegaria y la solidaridad, la contemplación y la acción.
1. Arriba, en la montaña de la anticipación pascual, se encuentra Jesús con sus tres discípulos privilegiados, Pedro, Santiago y Juan (9,2-8). Jesús se va transfigurado; descubren en su rostro la gloria de Dios y en su figura la culminación de todas las promesas de lo humano: ha llegado la nueva familia de Dios sobre la tierra.
Pero el mismo texto evangelio rectifica esa impresión y dice que se trata de una plegaria egoísta e ignorante: Pedro (la gran iglesia del brillo del templo y del poder religioso) pretende permanecer allí por siempre, en tres tabernáculos, en eterna fiesta (imposición) de separación y gozo, con el Jesús de la gloria (y con Moisés y Elías). Que los otros, los hombres y mujeres sufrientes que han quedado abajo, en el valle de locura y discusión del mundo, sigan sufriendo, continúen pervertidos. ¿Qué importa eso?
Ellos, los privilegiados del monte (Padre, Santiago, Juan) participan ya de la oración perfecta de la gloria, con los privilegiados de la antigüedad (Moisés, Elías y Jesús). Esta es su oración suprema, este el Tabor donde culmina una experiencia de la santidad interpretada como descubrimiento misterioso de Dios en Jesucristo y separación del mundo.. Su Tabor de oración, su "santidad" visionaria estaba hecha de egoísmo y la ignorancia.
2. En el intermedio (descenso comprometido) oímos el diálogo de Jesús con sus discípulos (9,9-13). No han quedado arriba, como quería el ignorante Pedro. La voz del Padre Dios (¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!: 9,7), les ha despertado de ese sueño de oración y les vuelve a colocar , pequeños, caminantes, ante la exigencia de entrega de Jesús que les hace bajar de la montaña y, a medida que se acercan al valle de la problemática humana, les va revelando su más honda tarea: no pueden hablar de lo que han visto, no pueden entenderlo, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos (9,10).
La gloria del Tabor adquiere su sentido y se vuelve experiencia cristiana allí donde se asume el camino de muerte del Cristo, allí donde se ayuda a los pobres de la historia, a los niños locos, a los excluí dos de la socieadd. Sólo en esta perspectiva de silencio se vuelve comprensible la pregunta por la resurrección de entre los muertos y por la llegada previa de Elías (9,11). La resurrección del Tabor va vinculada al camino de entrega por los otros.
La Iglesia del monte no tiene sentido si queda cerrada en sí misma, encerrada en sus sueños de poder y de gloria... Los tres de arriba (Pedro, Juan, Santiago, todos los grandes jerarcas y orantes) tienen que bajar al valle oscuro de la realidad, enfrentarse con los locos, los expulsados, los que sufren los diversos males de la historia real, no para acusarles, sino para ayudarle. . Un obispo que no baja, que no conoce por experiencia real, directa, inmediata (no de oídas,no por documentos) el dolor real de los expulsados y locos no es cristiano.
3- Abajo han quedado los otros nueve discípulos del Cristo, que luchan impotentes contra el niño del "demonio mudo" (9,14-29). Así venimos, de un modo muy normal, del sufrimiento del Hijo del Hombre (que ha de ser negado y rechazado) a la cruz concreta de este hijo endemoniado y de su padre impotente. Esta es la verdad de nuestra historia, este el rostro atormentado de la humanidad, condensada en un hijo y un padre que no logran comunicarse.
Los discípulos de Jesús discuten con los escribas, en medio de una multitud ansiosa, expentante, y mientras tanto el niño sufre, el padre se angustia. Unos y otros representan la religión inútil de las leyes e ideales vacíos, del ritualismo muerto, de la ideología impotente; son la familia impositiva, mentirosa, de la vieja tierra (9,14-19). Pero viene Jesús con los tres discípulos que le han acompañado a la montaña. Las cosas van a cambiar.
La Tragedia de la humanidad, la impotencia de la Iglesia
Ésta es la tragedia de la humanidad, éste el problema de la iglesia, el de subir y bajar, del Tabor al Valle de la muerte, para escuchar, acoger y compartir su vida (la vida de Dios) con todos los que sufren el gran riesgo de la locura, propia de este tiempo (de siempre).
Los visionarios del monte piensan que han hallado a Dios, que han visto su misterio; por eso quiere quedarse allí, haciendo tres tabernáculos sagrados donde pueden descansar ya para siempre con el Cristo transfigurado, sin introducirse en la pasión del mundo, sin pasar por la complejidad de la historia, olvidando todos los problemas (disputas, locuras) de este mundo viejo.
Por su parte, los inútiles del llano disputan y razonan con todos los escribas de la historia, pero sus razones y gritos no consiguen curar al niño enfermo.
Éste es el divorcio de la historia, la ruptura entre una oración sin vida (los de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen).
Los de arriba desean una casa de recogimiento y de poder particular, tabernáculos santos dónde solo se escucha una oración sin compromiso con el mundo. Los de abajo no tienen casa permanente sino disputa con los escribas y el padre del niño enfermo. En cierto sentido, estos últimos son más coherentes, pues al menos saben que existe opresión sobre la tierra; en torno a ella discuten. Conocen algo del dolor del mundo, mientras los de arriba parecen ignorarlo.
En medio de esa escisión de los discípulos se extiende la tragedia de la historia representada por el padre y el niño enfermo. Sólo Jesús puede superarla, bajando con los discípulos orantes hasta el valle de locura y discusión, para curar al niño y decir a los discípulos de abajo que este tipo de demonios sólo pueden expulsarse con oración (9,29).
1. Arriba está Jesús, el Hijo verdadero, culminando un camino iniciado por la ley (Moisés) y los profetas (Elías), rodeado de testigos que miran ignorantes su misterio, mientras quieren quedar allí por siempre. Ellos no saben expandir la casa de la vida; quieren cerrarse en tres tiendas "sagradas" y eternas. Sólo Dios sabe, define y constituye el sentido de Jesús, en clave de familia, en palabra de ratificación pública de su paternidad. Dios había dicho ya a Jesús, en intimidad personal: ¡Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido! (1,11). Ahora expande esa palabra en forma abierta, para que la iglesia entera lo reciba y actúa en consecuencia: ¡Este es mi Hijo amado, escuchadle! (9,7).
Esto significa que el misterio de la transfiguración debe expandirse, de forma que todos acogen y escuchen a Jesús, conforme a la voz de Dios. Esta revelación superior (voz de la nube) desvela, al mismo tiempo, la paternidad bondadosa de Dios y el poder creador (salvador) de la palabra de Jesús, a quien constituye Hijo querido.
2. Abajo, en cambio, hay un padre impotente: un hombre que no puede creer en el hijo, ni transmitirle su palabra (cf 9,17-24). La tragedia de la escena está en el hecho de que el padre humano no consigue decir a su hijo enfermo lo que el Padre Dios dice a Jesús al llamarle mi Hijo amado. Por eso, toda la actuación de Jesús ha de entenderse como terapia paterna: quiere que el padre confíe, acepte a su hijo y le quiera (le crea), llamándole agapêtos, querido, traduciendo a´si en la tierra el misterio del Dios del reino de Jesús .Este es el tema: un padre incrédulo, un hijo loco, incomunicados entre sí, en medio de unos profesionales de la religión (escribas, discípulos inútiles del Cristo) que no saben más que discutir entre sí. En el centro de la tierra queda una familia rota, una sociedad impotente, entregada a las disputas estériles.
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