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lunes, 14 de marzo de 2011

Liberar a los encarcelados...

Por Cristián Precht.
Publicado por Laicos Ignacianos

No se si quien lea estas reflexiones ha visitado una cárcel. De no ser así, lo recomiendo de corazón para entender lo que se discute cuando se habla de indultos y reducción de penas. O simplemente, cuando se piden condiciones dignas para los encarcelados. En ellas se conoce lo mejor y lo peor. Y, si se habla con cualquier recluso no hay otro tema más recurrente que el de la libertad…

Una persona que ha cometido un delito - y digo “persona” con su qué - cuando escucha su sentencia, sabe cuanto años y cuantos días tendrá que estar privado de libertad. Esa es la cuenta que con razón mejor manejará. Lo que no sabe, es que al dictamen hay que añadir las penas que no están contenidas en los códigos: mugre, hacinamiento, mala alimentación, matonaje (también entre mujeres), privación de intimidad con su cónyuge, posibles abusos y violaciones. Esto por decir lo menos. Y no estoy culpando a Gendarmería pues los gendarmes están sometidos a muchos de estos mismos males, a pesar de haber postulado a una profesión difícil, cargados de buenos propósitos, como se lo expresa en la Escuela de Gendarmería.

Además de estos males, los gendarmes son mirados con sospecha y los presos y las presas reciben toda forma de calificativos, deseándoles que “ojalá se pudran en la cárcel”. Cualquier cristiano debería preguntarse qué tiene que ver todo esto con el Evangelio de Jesús, pues los que así hablan son tan cristianos como nosotros… La respuesta es tan obvia que no hay que perder en ella ni una sílaba.

Lo que sí merece sílabas y discursos es que para que haya cambios reales en el sistema carcelario se requiere mucho más que la tragedia de San Miguel. Junto con las medidas urgentes que reclaman la acción del gobierno, del parlamento, y del poder judicial tenemos que ponernos en campaña para cambiar de raíz la mentalidad común chilena que estima una pérdida de plata invertirla en los reclusos. Total, ya están presos, salvo si esa inversión sirva para que se multipliquen los penales. Y con ese desdén no invertimos en otras formas de reparar los delitos, sobre todo para los primerizos, con servicios a la comunidad y con un régimen de internado que ofrezca en el día el aprendizaje de oficios – no necesariamente tras las rejas – y una disciplina laboral que los haga gustar de sus talentos y de su propia dignidad. Esa que nadie pierde ni aunque sea un asesino.

Este año dedicado por los Pastores a la “comunión misionera” nos ofrece una excelente oportunidad para poner en primer plano a estos hermanos y hermanas que no tienen lugar “en la mesa de todos”, incluyendo también entre ellos a quienes purgan largas penas por violaciones a los derechos humanos. Otro tema en el que hoy no alcanzamos a atisbar.

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