(2 Sm 7, 4-5ª-12-14ª.16; Sal 88; Rm 4, 13.16-18.22; Mt 1, 16-18-21.24a)
La liturgia de este día, solemnidad de San José, el esposo de María, la Madre de Jesús, desplaza la lectura cuaresmal, y nos propone unos textos en los que se puede observar la bendición de Dios sobre la Casa de Abraham y sobre la dinastía de David. Del padre de los creyentes afirma San Pablo: “Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia».”
El profeta Samuel dice de David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza”.
En ambos textos se alude a la descendencia como fruto de la bendición, de lo que también se hace eco el salmista: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades».”
Si interpretamos las lecturas en clave profética, y por la selección que hace la Iglesia para la celebrar la solemnidad del patriarca San José, podremos contemplar el cumplimiento de todas las promesas en la descendencia de “José, el esposo de María, de la que nación Cristo”.
En José se acumulan oficialmente las promesas, él es el representante de la casa de David. De Jesús se dirá en las genealogías que es de la descendencia de Abraham, de la casa de David. Con esta visión ascendente se puede comprender el plan de Dios sobre la humanidad, el proyecto que, desde antiguo, había diseñado la Providencia divina.
La historia, por la fe, se convierte en Historia de Salvación. Si cabe hacer la lectura desde Abraham hasta José como demostración del cumplimiento de las Escrituras, también cabe leer nuestra historia como fruto de los acontecimientos de la Encarnación. También nosotros estamos incluidos en la descendencia de Jesús, si no por la carne, sí por la fe.
Nuestro árbol genealógico no se afirma en la carne y en la sangre, sino en la fe. San José es prototipo paradigmático de creyente, y se convirtió, por su fe, en la persona a la que Dios confío a su propio Hijo y a la Mujer bendita entre todas las mujeres. “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
Hoy la Palabra, además de ofrecernos el testimonio creyente de Abraham y de José, nos invita a dar crédito a las promesas de Dios. Él es fiel.
El profeta Samuel dice de David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza”.
En ambos textos se alude a la descendencia como fruto de la bendición, de lo que también se hace eco el salmista: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades».”
Si interpretamos las lecturas en clave profética, y por la selección que hace la Iglesia para la celebrar la solemnidad del patriarca San José, podremos contemplar el cumplimiento de todas las promesas en la descendencia de “José, el esposo de María, de la que nación Cristo”.
En José se acumulan oficialmente las promesas, él es el representante de la casa de David. De Jesús se dirá en las genealogías que es de la descendencia de Abraham, de la casa de David. Con esta visión ascendente se puede comprender el plan de Dios sobre la humanidad, el proyecto que, desde antiguo, había diseñado la Providencia divina.
La historia, por la fe, se convierte en Historia de Salvación. Si cabe hacer la lectura desde Abraham hasta José como demostración del cumplimiento de las Escrituras, también cabe leer nuestra historia como fruto de los acontecimientos de la Encarnación. También nosotros estamos incluidos en la descendencia de Jesús, si no por la carne, sí por la fe.
Nuestro árbol genealógico no se afirma en la carne y en la sangre, sino en la fe. San José es prototipo paradigmático de creyente, y se convirtió, por su fe, en la persona a la que Dios confío a su propio Hijo y a la Mujer bendita entre todas las mujeres. “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
Hoy la Palabra, además de ofrecernos el testimonio creyente de Abraham y de José, nos invita a dar crédito a las promesas de Dios. Él es fiel.
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